Carta 399

1. Jesús. — La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra merced. Poco ha que respondí a la carta de vuestra merced, y como va de aquí con tanto rodeo¹ que quizá llegará ésta más presto, la he querido escribir para suplicar a vuestra merced diga al ilustrísimo cardenal² (porque yo no me atrevo a escribir a su ilustrísima tantas veces, que de buena gana tomaría este consuelo) que después que escribí a su ilustrísima señoría, he estado con el padre prior de la casa de Santo Domingo de este lugar, que es fray Diego de Alderete³, y tratamos mucho rato sobre el negocio de mi señora doña Elena⁴, diciendo yo a su paternidad que la había dejado (cuando poco ha que estuve allí) con más escrúpulo de cumplir su deseo.

2. Su paternidad tiene tan poca gana como yo (que no lo puedo más encarecer), y quedó concluido (sobre las razones que yo le dije de los desmanes que podían suceder, que son de los que yo traigo harto miedo), que era muy mejor estarse en su casa y que, como nosotras no la queremos recibir, queda libre del voto⁵, porque fue de entrar en esta Orden y que no está obligada a más que pedirlo. Diome mucho consuelo, que yo no sabía esto.

3. Está en este lugar, adonde ha estado ocho años en posesión de muy santo letrado, y así me lo pareció. Es grande la penitencia que hace. Yo nunca le había visto, y así me consolé mucho de conocerle. Es su parecer en este caso, y pues yo estoy tan determinada y toda aquella casa en no recibirla, que se le declarase que nunca ha de ser, por que se sosegase; porque trayéndola en palabras, como hasta aquí, siempre andará inquieta. Y verdaderamente que no conviene al servicio de Dios dejar sus hijos, y así me lo concedió el padre prior, sino que dice que le hizo una información de suerte que le dijo que tenía parecer de un tan gran letrado que no lo osó contradecir. Que su señoría ilustrísima esté descuidado en este negocio.

4. Ya yo he avisado que aunque su ilustrísima señoría dé licencia no se reciba, y avisaré al provincial⁶. Vuestra merced dirá de esto lo que le pareciere que no será cansar a su ilustrísima señoría, y le bese las manos por mí. Guarde Dios a vuestra merced muchos años y le dé tanto amor suyo como yo deseo y le suplico.

De Soria, a ocho de julio.

Indigna sierva de vuestra merced,

Teresa de Jesús.