Es uno de los rasgos que caracterizan el humanismo teresiano,’ser de condición agradecida’, dice ella. (Teresa no utiliza la palabra ‘gratitud’, ni en sus libros ni en su epistolario. Sí usa, en cambio, y abundosamente el término ‘ingratitud / ingrato’. En positivo, su vocablo preferido es ‘agradecer’. Aquí utilizaremos indistintamente ‘agradecimiento’ y el vocablo, hoy común, ‘gratitud’).
La gratitud es, en Teresa, ‘condición’ psicológica y ética; es ingrediente ineludible de sus relaciones sociales; impregna su vida teologal e incluso su experiencia mística. Ellla, tan reacia a atribuirse a sí misma virtudes y valores, no tiene reparo en reconocerse posesora de esta buena cualidad: ‘con ser yo de condición tan agradecida…’ (V 35,11). ‘Bien veo que no es perfección en mí esto de ser agradecida; debe ser natural, que con una sardina que me den me sobornarán’ (cta 264, a María de San José). ‘Mi condición de agradecida… me hace pasar por lo que es (=está) bien fuera de mi condición’ (cta 79, a D. Teutonio). Hasta el extremo de reprocharse a sí misma , en algún caso, excesos de ese sentimiento de gratitud: ‘me parecía virtud ser agradecida’ (V 5,4).
Su vida familiar está marcada por un profundo sentido de gratitud a todos, por el amor que le han regalado, por las atenciones y sacrificios de que ella ha sido objeto, con gratitud especial a su padre don Alonso, y a su hermano Lorenzo, los dos hacia quienes su amor ha sido intenso. En sus relaciones sociales, el ‘agradecer’ es una especie de fluido que impregna, una a una, todas sus amistades. Su agradecimiento va desde su obispo don Alvaro y su padre general Rubeo, hasta las damas doña Guiomar o doña Luisa de la Cerda, o hasta arrieros, carteros y guardas de montes. En la historia de sus amistades, esa componente de gratitud es matiz determinante. Se podría componer un florilegio de episodios radiantes. Por ejemplo, su gratitud final hacia un amigo singular, el tratante de ganados Antonio Ruiz, que en los últimos años ha venido a menos y al que Teresa quiere ser fiel en la ayuda (cf cartas 146,2 y 148,8). Otro caso diametralmente diverso, es el de su amigo el sacerdote sevillano Garciálvarez, que en el momento más crítico de su obra de reforma la traiciona dolorosamente, y para quien ella mantendrá vivo e irreversible su sentimiento de gratitud cuando el pobre Garciálvarez ha caído en desgracia y ha sido castigado por su arzobispo…, ‘porque no puedo sufrir que nos mostremos desagradecidos con quien nos ha hecho bien…’ (cta 264).
‘Ser agradecidas’ es cosa que ella inculca a sus monjas, de palabra y por escrito. Para ello, les es necesario desarrollar el sentido o la conciencia del ‘recibir’, ‘porque si no conocemos que recibimos no despertamos a amar. Y es cosa muy cierta que mientras más vemos estamos ricos, sobre conocer somos pobres, más aprovechamiento nos viene’. ‘Entendamos bien, como ello es, que nos da Dios (sus dones) sin ningún merecimiento nuestro, y agradezcámoslo’ (V 10,4). En la pobreza de la comunidad, es necesario agradecer cualquier socorro material que les llegue (C 2,10). Cuando Teresa propone como modelo a las lectoras alguna de las pioneras de sus Carmelos, les subraya ese rasgo: ‘Beatriz… siempre traía en la boca alabanzas de Dios y un agradecimiento grandísimo’ (F 12,1). Un motivo especial de continua gratitud es la propia vocación: gratitud a las hermanas que la han hecho posible, y sobre todo gratitud a Dios, autor de ese gran regalo: ‘Hermanas, entended, por amor de Dios, la gran merced que el Señor ha hecho a las que trajo aquí…’ (C 8,2). Ya en Vida había valorado de manera especial la toma de conciencia de los dones recibidos, para progresar en el amor: si el alma ‘de suyo es amorosa y agradecida, más le hace tornar a Dios la memoria de la merced que (El) le hizo, que todos los castigos del infierno que la representen’ (V 15,15).
Es este último filón el que más hondamente configura la gratitud de Teresa: su profundo y permanente sentimiento de gratitud para con Dios. El la ha colmado de ‘gracias de naturaleza’ (V 1,8), ha colmado su persona y su vida de dones mucho más subidos de quilates, ha derrochado en ella gracias que la desbordan o la desatinan: ‘que hagáis a almas que tanto os han ofendido (se refiere a sí misma) mercedes tan soberanas, cierto a mí me acaba el entendimiento, y cuando llego a pensar en esto, no puedo ir adelante… Pues daros gracias por tan grandes mercedes, no sabe cómo. Con decir disparates me remedio algunas veces’ (V 18,3).
A Teresa en su relación con El, se le ha desarrollado a gran escala la sensibilidad receptiva: su interior es como un recipiente en constante estado de ‘recibir’, como un ‘pilón’ misterioso y dilatable, que más se ensancha cuanto más recibe (M 4,2,4). Dios ‘nunca se cansa de dar. Ni se pueden agotar sus misericordias. No nos cansemos nosotros de recibir’ (V 19,15). ‘Bendito sea El por siempre, que tanto da y tan poco le doy yo’ (V 39,6). ‘¡Quién más amigo de dar, si tuviese a quién!’ (F 2,7).
Ese sentido de gratitud traspasa toda la vida mística de Teresa. Lo concentra ella en una de sus típicas exclamaciones: ‘¿Qué hace, Señor mío, quien no se deshace toda por Vos? Y ¡qué de ello, qué de ello, qué de ello y otras mil veces lo puedo decir me falta para esto’ (V 39,6). Ese su sobrecogimiento por la responsabilidad de lo recibido y que la adeuda de un saldo impagable, aflorará en la última instantánea que hará de sí misma en las séptimas moradas, donde se ve ‘como una nao que va muy demasiado de cargada (y) se va a lo hondo, (que) no le acaezca así’ (M 7,4,14). Su esperanza de cara a la eternidad es ‘Cantar eternamente las misericordias del Señor’ (V 14,10). Virtudes.
T. Alvarez