Es una de las expresiones de la oración doxológica. Corresponde a las primeras peticiones del ‘Padrenuestro’. O a las oraciones de Jesús: ‘Te glorifico, Padre, Señor del cielo…’ (Mt 11,25), o de otros orantes evangélicos: ‘Bendito sea el Señor Dios de Israel…’ (Lc 1,67). En Teresa la oración doxológica tiene también esa doble modulación: alabar, glorificar, cantar las misericordias de Dios, o bendecir y en cierto modo piropear su bondad, su magnificencia, su acción salvífica sobre ella y sobre los hombres todos. A veces unifica esas dos modulaciones doxológicas: ‘Sea por siempre bendito, amén, y glorificado’ (M pról. 3).
La oración de alabanza es, de por sí, una forma elevada de oración cristiana: por su contenido latréutico, desinteresado, en contraste con el contenido impetratorio de otras modulaciones de nuestra oración, como en las postreras peticiones del Padrenuestro. Aun cuando esa forma de orar esté presente ya en los primeros pasos del camino de oración (vocal y meditativa), Teresa sitúa las formas fuertes de ‘alabanza’ en los grados elevados del camino. Especialmente a partir de la llegada a la oración contemplativa. La íntima necesidad de alabar explosivamente a su Señor, aparece en Vida a partir del primer grado de oración mística (segunda agua): el alma ‘hace harto con dejar de ir adelante en alabanzas de Dios’ (V 14,12). A partir de ese momento, la alabanza va en crescendo de grado en grado. En la ‘tercera agua’: ‘querría dar voces en alabanzas el alma, está que no cabe en sí’ (16,3). En la ‘cuarta agua’, ya en el estado de ‘unión’: ‘deshácese en alabanzas de Dios’ (19,2). Más adelante, en los arrobamientos, ‘lo ordinario es estar embebidas en alabanzas de Dios’ (20,20).
Idéntico proceso aparece en el Castillo Interior, desde las moradas cuartas (c.1,6), hasta las séptimas (c. 3,6). En estas postreras moradas, Teresa propone a los grandes contemplativos como modelos de oración de alabanza. Entre ellos , a Elías profeta, o a santo Domingo y san Francisco: ‘aquella hambre que tuvo nuestro padre Elías de la honra de su Dios, y tuvo santo Domingo y san Francisco de allegar almas para que fuese alabado’ (M 7,4,11).
Y como ella escribe todos sus libros cuando ya ha ingresado en esos altos grados de oración, no puede escribir sin prorrumpir constantemente en clamores de alabanza: ‘deshácese en alabanzas de Dios, y yo me querría deshacer ahora: ¡bendito seáis, Señor mío, que así hacéis de pecina tan sucia como yo, agua tan clara que sea para vuestra mesa! ¡Seáis alabado, oh regalo de los ángeles, que así queréis levantar un gusano tan vil!’ (V 19,2; cf 30,16).
Teresa no sólo quisiera cantar para siempre sus misericordias (V 14,11) sino que desearía asociar en su alabanza a toda la creación (M 6,4,15), desearía prorrumpir en una especie de apostolado de la alabanza de Dios (M 6,6, 3.4), ‘querría dar voces en alabanzas’ (V 16,2; 20,25, dar voces como san Pablo, 21,6), ‘se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios’ (M 6,6,3), desea entrar en el reino de la alabanza sin fin: ‘¿cuándo, Dios mío, acabaré ya de ver mi alma junta en vuestra alabanza…?’ (V 30,16).
Ese es el motivo por el cual una de las intenciones subyacentes a cada uno de sus libros es que el contenido de los mismos sea doxológico, es decir, que sea por sí mismo un tributo de alabanza a Dios, y que provoque esa alabanza en quienquiera que lo lea. Así, en Vida , desde el prólogo: ‘con todo mi corazón le suplico que (esta relación de mi vida) sea para gloria y alabanza suya’. Repetido en el epílogo: ‘dichoso sería el trabajo (de escribir el libro), si he acertado a decir algo, que sola una vez se alabe por ello el Señor’ (40,3; cf 40,4). Y en plena narración: ‘Bien sabe mi Señor que no pretendo otra cosa en esto sino que sea alabado y engrandecido un poquito…’ (10,9).
Igual esquema intencional se repite en la elaboración del Castillo Interior: declaración de intenciones doxológicas en el prólogo (que las lectoras se aprovechen ‘para alabarle un poquito más’ n. 4); reiterada en el epílogo: ‘deshaceros en alabanzas del gran Dios’ (n. 3), y en pleno desarrollo del libro: ‘Sabe Su Majestad que no es otro mi deseo…, sino que sea alabado su nombre’ (M 5,4,11).
Lo más sorprendente es que esa misma componente doxológica persiste en el proyecto de relato de sus fundaciones: ella se propone hacer historia narrar verídicamente, pero con finalidad doxológica: ‘esto… se escribe para que Su Majestad sea alabado'(F pról 3). Adorar, bendición, oración.
T. Alvarez