En tiempo de T era población relativamente floreciente, ‘villa ducal’ (prov. de Salamanca), de unos 770 vecinos, con nueve parroquias, dos hospitales, dos asilos, de economía escasa (la Santa se vio precisada a fundar un Carmelo con rentas), bajo el patronazgo de los duques que llevan el título de la villa y que poseen en ese momento un excepcional castillo-palacio. La Santa tiene con Alba relaciones múltiples: a/ por fundar en ella un Carmelo; b/ por residir en ella la familia de su hermana Juana; c/ por sus relaciones con los duques y su estancia en el palacio; d/ por haber terminado en ella sus viajes y su vida; e/ por quedar ahí sus restos mortales, y f/ tener en construcción una gran basílica proyectada en su honor.
Teresa fundó en Alba el séptimo de sus Carmelos, erigido en 1571 por iniciativa de la dama albense Teresa de Layz, cuyo marido Francisco Velázquez también albense había sido mayordomo (administrador) de la Universidad de Salamanca (1541-1566) y, en el momento de la fundación, contador mayor del ‘Gran Duque’ de Alba. La historia de la fundación y de los albenses fundadores queda consignada en el capítulo 20 del Libro de las Fundaciones, en que la autora deja constancia de que el matrimonio fundador entregó su propia casa para el nuevo Carmelo: ‘lo que se tuvo en mucho [es] que dejaron su propia casa para darnos y se fueron a otra harto ruin’ (F 20,14), si bien en años sucesivos no faltaron contratiempos con el regimiento de la ciudad (cta 39,3), y mayores con la exigente fundadora (ctas 372,1; 460,1; 467,3). La Santa volverá al convento de Alba varias veces: en 1574 (siendo aún priora de la Encarnación), en 1579 y 1582. En su Carmelo de Alba ella reside gustosa: ‘tengo una ermita que se ve el río [Tormes], y también adonde duermo, que estando en la cama puedo gozar de él, que es harta recreación para mí’ (cta 59,1).
Ya antes de fundar el Carmelo de Alba T mantiene frecuente carteo con la villa, por residir en ella la familia Ovalle-Ahumada: Juan de Ovalle y su esposa Juana de Ahumada, hermana menor de la Santa, con sus hijos. A través de ellos, T se relacionó con tantos otros albenses: con las benedictinas de la villa (donde es monja Dª Mayor, hermana de Juan de Ovalle), con los amigos y familiares de éste, con el canónigo Sancho Dávila y su madre la marquesa de Velada. En el epistolario teresiano quedan, aún hoy, numerosas cartas destinadas a Alba y alguna alusiva a la aldea de Galinduste, al sur de la villa.
Otro lugar denso en recuerdos teresianos es el palacio ducal, ahora semidestruido (desde 1813), pero grandioso cuando T pasó por él: con su patio central ornado de 28 arcadas, con una portada semejante a la de la Universidad de Salamanca, con salones llenos de primores y ‘un camarín recuerda T con infinitos géneros de vidrios y barros y muchas cosas puestas en tal orden que casi todas se ven en entrando…; que me quedé espantada’ (M 6,4,8). T consigna ese recuerdo en el relato místico de las Moradas sextas. Había visitado el palacio ducal a principios de 1574, enviada probablemente por el Obispo de Avila, D. Alvaro, con misión secreta, que se refleja en la misiva que ella le envía desde Alba: ‘ya dije a la duquesa lo que Vuestra Señoría me mandó. Ella me contó el negocio…’ (cta 60,3). Para esas fechas habían comenzado ya los primeros enredos matrimoniales del hijo de los duques, don Fadrique, que motivarán las iras de Felipe II. Al palacio ducal fue citada la Santa en su postrer viaje (septiembre de 1582), pero ya no llegó a tiempo para ingresar en el palacio.
La muerte de Tes el gran acontecimiento que la vincula a la villa. Alba fue la meta terrena de su último viaje. Lo emprendió en Burgos el 26.7.1582, una vez terminada la fundación de este Carmelo. El itinerario de viaje trazado al partir era Burgos-Avila, donde había de reanudar su priorato de San José. Pero en el tramo final del trayecto se le ordenó taxativamente el cambio de rumbo, desde Medina a Alba de Tormes. Orden perentoria pero con un motivo banal: asistir de cerca a la nuera de los duques, Dª María de Toledo y Colonna, que estaba en vísperas de su primer parto. T llega a Alba el 20 de septiembre, cuando ya había nacido el esperado vástago de la familia ducal. Está herida de muerte. El 29 cae definitivamente en cama. Recibe los sacramentos el 3 de octubre y fallece al día siguiente sobre las nueve de la noche. Y al otro día, ya 15 de octubre, sus restos mortales reciben sepultura en un rincón de la iglesita del Carmelo. Rinconcito hoy convertido en capilla.
Pero a los restos mortales de la santa andariega no se les concede reposo. Son exhumados (y piadosamente mutilados!) por Jerónimo Gracián en julio de 1583 (cf Ribera 5, c. 1). En 1585, por orden de los superiores de los descalzos (27.10.1585), su cuerpo incorrupto es nuevamente exhumado y trasladado al Carmelo de San José de Avila. En Alba queda únicamente el brazo izquierdo. Pero al año siguiente (1586), en medio de un pleito borrascoso sobre derechos de posesión de la ‘preciada reliquia’, los restos mortales de la Santa regresan al Carmelo de Alba. A favor de ese traslado dicta su fallo el 1.12.1588 el nuncio papal C. Speciano, y definitivamente el papa Sixto V el 10.7.1589. De suerte que, a partir de entonces, en Alba seguirán y serán veneradas en tres egregios cofres las tres principales reliquias de T: su cuerpo, su corazón y su brazo. Las tres en el Carmelo de la villa: Su cuerpo en un mausoleo colocado a media altura del retablo de la iglesia, visible desde toda la nave central de la misma. Es una urna de mármol negro jaspeado, y sobre ella dos ángeles de mármol blanco, portadores uno de ellos de la corona de las vírgenes, y el otro, con el dardo de la transverberación. En su interior, los restos del cuerpo de la Santa se contienen en una menor urna de plata donada por el rey Fernando VI. Este último traslado tuvo lugar el 13.10.1760. El corazón de la Santa había sido extraído de su cuerpo en 1591, al comenzar su proceso de beatificación, por orden del prelado salmantino, don Jerónimo Manrique (BMC 20, 205), tarea realizada por los médicos de la Universidad de Salamanca con el fin de comprobar la incorrupción y el no embalsamamiento de los restos mortales de T. A partir de 1671, esa reliquia del Corazón se custodia y venera en un precioso relicario de plata, donado por el duque de Tarsis, Juanetín Duria y traído de Italia por fray Alonso de Balmaseda, obispo de Cassano. Un tercer relicario, de cristal de roca engastado en artístico soporte de plata, contiene el brazo izquierdode la Santa, que suele ser llevado en procesión por las calles de la villa el 15 de octubre de cada año.
Por fin, entre los lugares teresianos de Alba figura la basílica en proyecto, contigua al Carmelo fundado por la Santa. Fue ideada y trazada a raíz del tercer centenario de su muerte, 1882. Eran los años de las grandes peregrinaciones a los lugares teresianos, promovidas, ante todo, por el llamado ‘Apóstol teresiano del siglo XIX’, san Enrique de Ossó, quien ya en 1876 había erigido en Alba la Hermandad Teresiana Universal. Como fruto de los entusiasmos del centenario, el obispo salmantino Tomás de Cámara y Castro alentó el proyecto de la gran basílica a partir de 1896, y el 1.5.1898 se colocó solemnemente la primera piedra. El proyecto constaba de un amplio templo neogótico, de proporciones catedralicias, emparejado con un centro cultural destinado a la difusión del pensamiento y la espiritualidad de la Santa. A más de un siglo de distancia, el proyecto sigue inconcluso pero en marcha. Cf. Daniel Sánchez, Alba de Tormes. Historia, Arte, Tradiciones. Salamanca, 1984.