Duque de Alba en tiempo de Teresa fue D. Fernando Alvarez de Toledo. Nacido en Piedrahíta el 20.10.1507. Hijo de García Alvarez de Toledo y Beatriz Pimentel. Muerto su padre en Las Gelves (1510), D. Fernando sucedió en el ducado a su abuelo D. Fadrique de Toledo, que en 1512 había hecho la campaña de Navarra. A las órdenes del Emperador Carlos y de Felipe II, estuvo presente en numerosas misivas y batallas: Túnez, Francia, Alemania, Flandes, Nápoles, Roma. En 1552 casó con Dª María Enríquez, de la que tuvo tres hijos: D. Fadrique, futuro sucesor en el ducado, don Diego de Toledo y Dª Beatriz, futura marquesa de Astorga. Cayó en desgracia de Felipe II por motivos familiares y fue encarcelado en el castillo de Uceda (Guadalajara), adonde lo visitó y consoló Gracián, también seriamente atribulado en esas fechas (1579-1580). Salió de la cárcel para emprender la campaña de Portugal (julio de 1580). Murió en Lisboa el 11.12.1582. Para la Santa, el Duque fue uno de los hitos más encumbrados de sus relaciones sociales. D. Fernando está relativamente presente en su epistolario. En las Moradas recuerda ella la visita al palacio ducal de Alba y su admiración por el atuendo y las joyas de los señores (M 6,4,8). Tiene con el Duque la suficiente confianza, como para pedirle favores menudos (ctas 118,3; 151,5). De haberse hallado él es Castilla en 1580, hubiera solicitado su influencia a favor de los jesuitas, hostigados en Pamplona (cta 342,6). Todavía en 1582, desde Burgos recurre a él, entonces en Lisboa, para vencer la oposición del arzobispo burgalés en la fundación del último Carmelo teresiano (cta 436,3). El episodio más notable ocurre mientras el Duque se halla en prisiones en el castillo de Uceda: Gracián, que le asiste ocasionalmente de confesor y capellán, pone en sus manos una copia del Libro de la Vida (cta 285; y cf 292,2), cuyo autógrafo yacía también en las prisiones de la Inquisición. Cuenta Gracián que ‘en esta su prisión se consló él con leer el libro de la Madre Teresa de Jesús, y oír lo que yo de ella le contaba’ (Escolias; cf. Glanes 55.57 y otros relatos de Gracián en Peregrinación de Anastasio, MHCT 19, 47.167). El mismo Gracián refiere que la imagen de Jesús Resucitado hecha pintar por la Santa y que llevaba ella en su breviario, la regaló él al Duque: ‘la traía yo en el breviario hasta que el Duque de Alba, don Fernando, me pidió la del Cristo cuando iba a la guerra de Portugal, y la llevaba él siempre en el pecho hasta que murió’ (Glanes…, p. 25; cf Ribera, Vida, I, c. 11, p. 88.). En definitiva, no es fácil saber qué pensaba T del Duque. Es probable que el alto concepto que Gracián tiene de él, se lo haga compartir a la Santa. Ella, sin duda, fue leal en su amistad. Tanto con el Duque como con la Duquesa. Desde dentro de esa lealtad, T tiene que corregir la plana a Gracián, demasiado ingenuo en la apreciación de las predilecciones de la Madre: ‘Olvidábaseme [responder a lo] de los duques. Sepa que la víspera de año nuevo me envió la duquesa un propio con esa y otra carta, sólo a saber de mí. En lo que dice que dijo vuestra paternidad, que [yo] quería más al duque, no lo consentí’ (cta 324, 8: de 11.1.1580). Anécdota jovial, que pone fin a ese entramado de episodios y relaciones no siempre placenteras para la Santa. No lo será su postrer viaje a Alba, pero ya no se hallaba allí el Duque ni ambos se volverían a ver. Alvarez de Toledo, Fadrique.
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