Carmelita, pionero del noviciado de Pastrana. En religión Ambrosio Mariano de san Benito. Nacido en Bitonto (Italia meridional, cerca de Bari). Su nombre Mariano Azzaro. Se dice hijo de Nicolás Azzaro y Policena de Clementis. Teresa hace su semblanza y algo de su biografía en Fundaciones 17,6-15. Y de nuevo repetidas veces en las Cartas, especialmente al perfilar su breve apología ante el P. General de la Orden: ‘Este Mariano es hombre virtuoso y penitente y que se hace conocer con todos por su ingenio…, sólo le ha movido celo de Dios y bien de la Orden, sino que como yo le digo ha sido demasiado indiscreto. Ambición no entiendo que la hay en él, sino que… él dice muchas cosas que no se entiende. Yo le he sufrido harto, … y como veo que es virtuoso, paso por ello’ (cta 83, 3: escrita en junio de 1575). Como se ve, todo un manojo de luces y contraluces que irán aumentando a medida que pasen los años y se ahonde el mutuo conocimiento. Aún hoy la biografía de este calabrés sigue flotando entre historia y leyenda.
Mariano Azzaro estudió en Nápoles. Parece fue condiscípulo de Jácomo Buoncompagni, futuro Gregorio XIII. Se doctoró en derecho y, quizá también en teología. Los cronistas carmelitas lo sitúan, falsamente, en el concilio de Trento con funciones de teólogo en activo. Posteriormente, sirvió al rey de Polonia (‘con la reina de Polonia escribe T, que era el gobierno de toda su casa’: F 17,7) y prestó servicios a Felipe II, primero en el intento de canalizar el Guadalquivir, de Sevilla a Córdoba; luego, en el proyecto de riego del valle de Aranjuez. Había venido a España en el séquito del príncipe de Sulmona, Horacio de Lannoy, instalándose en Toledo. Atraído por la santidad del famoso P. Mateo de la Fuente, Mariano se hace ermitaño en el Tardón (diócesis de Córdoba), ‘cerca de Sevilla’, dice la Santa (F 17,8). Él y fray Juan de la Miseria se encuentran con T en Madrid, y ésta los atrae al Carmelo, iniciando vida de descalzos en Pastrana, en la ermita ofrecida a Mariano por el Príncipe de Eboli (1569: F 17,11). ‘Yo les aderecé hábitos y capas, y hacía todo lo que podía para que ellos tomasen luego el hábito’ (ib 14): ‘para legos entrambos, que tampoco el P. Mariano quiso ser de misa’ (ib 15). Lo convencerán de ello más tarde, y se ordenará de sacerdote en 1574. Había profesado el 10.7.1570. Trasladado con Gracián a Sevilla, desde ‘Los Remedios’ prepara, algo precipitadamente, la fundación del Carmelo hispalense de la Santa. El resto de su vida es igualmente azaroso. Colabora intensamente en las iniciativas de la Cardona y en el extraño desierto de La Roda (Albacete), seguirá gozando de alto prestigio en la Corte hasta el punto de que la Santa solicite su mediación para liberar de la cárcel a fray Juan de la Cruz (1578: cta 258,6); con intervenciones de todo género en el confuso drama de descalzos y calzados: la Santa llegará a exigirle que se someta incondionalmente al nuncio papal, F. Sega (ctas 187,1; 191,3 y cartas siguientes). En 1574 rechaza él, como nula, una intimación del P. General, y al año siguiente el Capítulo General de Piacenza lo sentencia con expulsión de la Orden, por incorregible (MHCT 1, pp. 189 y 209; ‘Sanxerunt fr. Marianum, alias heremita de Terdo…, si non resipuerint…, tamquam incorrigibiles expulsos esse ab Ordine Carmelitarum’: Acta, p. 534). La Santa tendrá que intervenir excusándolo ante el P. General (cta 83,3). Todavía, años después, Mariano pondrá en marcha los conventos de descalzos en Lisboa (1582) y en Madrid (1586).
La historia de sus relaciones con la madre Teresa está salpicada de alternativas contradictorias. Por un lado, la Santa lo estima como a un gran letrado y como a un hijo: ‘estamos muy grandes amigos’ (cta 162,1), tiene ‘infinita pena’ cuando él cae enfermo (cta 183,1), ‘en ninguna manera’ consiente su ida a Roma, ‘más nos va en su salud’ (cta 231,13). Con frecuencia, él la agobia con títulos rimbombantes en el sobrescrito de las cartas (cta 133,1; 181,1); otras veces la somete a largos silencios epistolares (ctas 114,4 y 154,4; 230,2). Ella le recomienda, una y otra vez, que sea prudente en el hablar (189, 3-5), que tenga a raya su ‘cólera’ (189,6), que sea capaz de ‘contemporizar’ (187,2), ‘suplico a vuestra reverencia hable con mucho tiento…, que he miedo se descuida en esto… y aun sélo’ (189,3). ‘Harto reñimos’ él y yo, le dice al P. General (83,2). Y al propio Mariano: ‘¡Oh válgame Dios, y qué aparejada condición tiene para tentar’ (106,1). Está ‘enojada’ con él (294,5), hasta el punto de tener que desdecirse y borrar lo que ya tenía escrito: ‘Esta [carta] abrí [después de cerrada] para borrar lo que decía de Mariano, porque no se perdiese la carta. Estoy tentadísima con él’ (245,9: carta de mayo 1578 a Gracián). Y por fin: ‘yo no entiendo a este hombre’ (371,6: en febrero de 1581). Lo cual no obsta que al año siguiente recurra a su intercesión ante el nuncio para conseguir licencia de tener misa conventual en Burgos (436, 2-3).
En loor de Mariano hay que decir que conservó y nos transmitió hasta 16 cartas de la Santa a él, casi todas autógrafas. Pero, extrañamente, no se presentó a declarar sobre ella en el proceso de beatificación. Después de muerta la Santa, su actuación frente a Gracián dice poco a favor de ese hombre contradictorio, que es el ‘jurista’ e ‘ingeniero’ y ‘ermitaño’ Mariano. En cambio, la primitiva historiografía oficial carmelitana le otorga representatividad y puesto de honor. Jerónimo de san José, en su Historia del Carmen Descalzo, lo enumera el tercero en la serie de ‘varones doctos’ de los descalzos. Y de nuevo lo incluye entre los ‘cien varones insignes en virtud – elogios breves’. ‘Consumado en sabiduría, doctor en ambos derechos, insigne teólogo y adornado del conocimiento de varias ciencias y facultades, y muy versado en todo linaje de buenas letras y erudición’: es la ampulosa semblanza que de él nos legó el historiador oficial (Historia…, L 1, cap. 17). Sin duda, la mayor sombra en la figura de Mariano es la actitud adoptada por él frente a su antiguo amigo y superior Jerónimo Gracián. Mariano muere en Madrid en 1594, mientras aquél yace en las mazmorras de Túnez sin socorro ni ayuda alguna de sus antiguos súbditos y hermanos de hábito. Cf. Reforma, 2, 27-28; 3, 21.