En tiempo de T Andalucía es la región más joven de la España peninsular. Es también una región floreciente. El descubrimiento de América, que desplazó la orientación de España y de Europa desde el Mediterráneo al Atlántico, había convertido a la región andaluza en una balconada sobre ese fascinador Nuevo Mundo. La Sevilla en que residirá T algo más de un año (desde el 26.5.1575 al 3.6.1576) es una de las más populosas ciudades de España y de Europa: ‘una ciudad tan caudalosa como Sevilla y de gente tan rica’, es la primera impresión de T al llegar a la ciudad (F 25,1). Atrae aventureros de todas las regiones de la Península ganosos de saltar a las ‘Indias Occidentales’. Atrae a capitanes extremeños, castellanos y vascos, que organizan escuadrones de embarque. Atrae a banqueros y cambistas italianos, flamencos y alemanes, golosos del oro que llega a la ciudad. Es el puerto de mayor tráfico en la Península, antesala de las tierras americanas. Así pues, en Andalucía encontrará T no sólo a genuinos andaluces, sino a una sociedad abigarrada, de múltiples procedencias, pero con faz y talante francamente diversos de su Castilla natal.
Antes que la santa fundadora, a Andalucía llega la Teresa escritora. En 1568 confía ella a su amiga toledana Luisa de la Cerda el autógrafo del Libro de la Vida,para someterlo al veredicto del espiritual más competente de aquel tiempo, san Juan de Avila, que lo leerá y comentará atentamente antes de devolverlo a la autora. Probablemente el libro de T cruzaría tierras andaluzas hasta llegar a Antequera (Málaga), venir a Montilla en Córdoba y de ahí regresar a Toledo y Avila: de marzo a noviembre de 1568.
En su agenda de fundadora, Andalucía era para ella tierra prohibida. Las facultades que le había otorgado el P. General de la orden, Juan Bautista Rubeo, excluían taxativamente que ella fundase en tierras andaluzas, debido a la experiencia poco placentera que el propio Rubeo había tenido en su reciente visita de 1566. Sólo por pura equivocación de geografía y de jurisdicción descenderá la Santa a tierras de Jaén. Ya antes de venir había tenido un fracaso de fundadora. Un cierto caballero de Segura de la Sierra (Jaén), por nombre Cristóbal R. de Moya, le había brindado la erección de un Carmelo en la villa. Y cuando T acepta, él se retracta y retira la oferta (cta 11: junio de 1568). En 1575 llega con mayor fortuna a Beas de Segura (Jaén), donde funda su primer Carmelo andaluz (F 22). Funda ese mismo año el de Sevilla (F 23-26). Desde Sevilla funda, por delegación, el Carmelo de Caravaca (Murcia. F 27). El último año de su vida (1582) comisionará a fray Juan de la Cruz y a Ana de Jesús para poner en marcha el Carmelo de Granada. Y apenas regresa a Castilla (1576), se interesa por la presencia y actuación de sus descalzas en el convento de monjas carmelitas de Paterna (Huelva). Más de una vez se interesa por Antequera y el agua salutífera de Fuentepiedra. En su viaje de ida cruzó Andalucía de norte a sur bajando por Despeñaperros y atravesando parcialmente las provincias de Jaén, Córdoba y Sevilla. Con episodios interesantes en la Venta de Albino, en el paso del Guadalquivir, el ingreso en la ciudad de Córdoba, y una pausa deliciosa en Ecija (R 40). Según una de sus compañeras, la célebre María de san José (Salazar), el paisaje andaluz la encanta, especialmente sus florestas. La agobia, en cambio, la alta temperatura de los meses veraniegos: ‘calorcita hace escribe desde Sevilla a Alba, mas mejor se lleva que el sol de la venta de Albino’ (cta 85,3). ‘Habéis de pensar que [el sol de Andalucía] no es como el de Castilla por allá, sino muy más importuno’ (F 24,8).
La estancia en Sevilla fue sin duda una de las experiencias más fuertes de la fundadora. Llega a la capital andaluza con su pequeña mesnada de monjas selectas (‘porque seis que iban conmigo eran tales almas, que me parece me atreviera a ir con ellas a tierra de turcos·; F 24,6), y se encuentra en desamparo total por negligencia de los descalzos de ‘Los Remedios’ (Triana), que ni siquiera habían obtenido la imprescindible licencia del arzobispo. Supera dificultades sin cuento hasta conseguir casa. Conquista amistades incondicionales, como la de su compatriota Hernando de Pantoja, prior de la Cartuja, la del futuro capellán del Carmelo Garciálvarez, la de la familia portuguesa Freire, la total confianza de dos jesuitas importantes, Enrique Enríquez y Rodrigo Alvarez y, sobre todo, la benevolencia final del Arzobispo, tanta, que el prelado termina solicitando la bendición de la madre T. Pero tiene también experiencias amargas: la burla de una beata sevillana, tal María del Corro, que tras breve residencia en el noviciado de su Carmelo, abandona y la delata ante la Inquisición. Sigue la visita de los Inquisidores a Teresa y a su Carmelo. Ahí, en Andalucía, se entera de que los señores inquisidores de Castilla han secuestrado ya el autógrafo de su Libro de la Vida,denunciado desde Córdoba. Y, estando todavía en Sevilla, le llega la falsa noticia de haber sido sentenciada y excomulgada (‘descomulgada’, escribe ella: cta 102,15) por los superiores mayores de la Orden.
Pero su más grata experiencia hispalense le vino de ultramar. Estando ella en Sevilla, atraca en Sanlúcar la armada en que regresan de América sus dos hermanos Lorenzo y Pedro, con los tres hijos de aquél, entre ellos Teresita. Lorenzo era su hermano preferido (‘es el que yo quiero’, escribe a Mª Bautista: cta 88,2), que ahora se asocia a las tareas de la Fundadora, financia gran parte de sus gestiones, se deja aleccionar por ella en la vida del espíritu, y la acompaña en el viaje de regreso a Castilla, mucho más placentero que el de venida de Beas a Sevilla. Aquí, en Sevilla, hace por vez primera la experiencia de admitir en la vida comunitaria a una niña de diez años, la mencionada Teresita, huérfana de madre, para educarla y preparar su vocación religiosa.
Más de una vez se han subrayado las impresiones negativas de T sobre ‘las gentes de Andalucía’. Son impresiones que ella tuvo, no en Beas y Jaén, sino al adentrarse en la Andalucía profunda de entonces, representada no sólo por andaluces sino por advenedizos traficantes, cambistas y aventureros de todos los puntos cardinales de la Península. Sobre ese conglomerado de gentes recae, sin duda, el juicio más duro emitido por ella. Lo escribe desde Sevilla a su íntima, la priora de Valladolid: ‘las injusticias que se guardan en esta tierra es cosa extraña: la poca verdad, las dobleces. Yo le digo que con razón tiene la fama que tiene’ (cta 105, 2; cf cta 102,14). ‘No me entiendo con la gente del Andalucía’ (cta 102,14; 83,2). Con todo, al final de su estancia en tierras andaluzas le habrá ocurrido un cambio de parecer, similar al de fray Juan de la Cruz, primero reacio también él y luego entusiasta del ambiente y las gentes andaluzas: Teresa a su vez, después de obtener para su Carmelo ‘la mejor casa de Sevilla, todo como pintado’ (F 26,1), escribirá desde Castilla a las carmelitas de esta ciudad: ‘¡Dichoso el día que entraron en ese lugar!’ (cta 284,1). Efectivamente, desde Castilla T siguió pendiente de los sucesos del Carmelo andaluz: los dolores y gozos de la comunidad, las vejaciones impuestas a su predilecta María de san José, las llegadas y partidas de la flota, las intentonas de los moriscos, las amenazas de pestilencia en la ciudad, las peripecias de Gracián y de los descalzos…
Desde el punto de vista de la escritora, basta un somero balance de su producción literaria: en Sevilla escribe las preciosas Relaciones 4ª y 5ª, provocadas por el careo con los inquisidores; escribe luego todo un dossier de pequeños relatos (RR 39-40, y la serie 42-62). Desde Sevilla escribe las dos importantes misivas al P. General (ctas 83 y 102). En el epistolario teresiano se conservan al menos otras 25 cartas escritas en Andalucía, y todo un centenar de misivas enviadas desde Castilla a tierras andaluzas; el Carmelo de Sevilla es sin duda el número uno del epistolario de la Santa en la correspondencia con sus comunidades. A Sevilla enviará ella, apenas terminado, el autógrafo del Castillo Interior (cta 412,18), que todavía hoy se conserva en el Carmelo de la ciudad. Ahí se custodia también el retrato que de ella hizo el lego fray Juan de la Miseria (MHCT 19, 245). Y de Sevilla continuaron llegando a la Santa y a sus Carmelos castellanos obsequios cariñosos con alguna de las primicias venidas de América, como las patatas, el anime, la tacamaca, el coco… Del paso de T por Andalucía quedarán huellas en las páginas de las Moradas.
BIBL.Bengoechea, I., Teresa y los andaluces, en Teresa y las gentes, Cádiz, 1982, pp. 211-231; Reforma, 1,3,1.