La única referencia a don Juan de Austria en los escritos teresianos se encuentra en la carta dirigida desde Toledo, el 2 de noviembre de 1576 a María Bautista en Valladolid. ‘Encomienda a Dios a don Juan de Austria, que ha ido disimulado a Flandes por criado de un flamenco’. Alusión inesperada en el contexto de la carta, pese a que en ella comparecen ni más ni menos que otras veinticinco personas. Sin embargo, la referencia resulta explicable por diversos motivos. El personaje tenía entonces larga y merecida fama en Castilla, y fuera de España. Estaba en la cresta del prestigio bien ganado en empresas conocidas de todos. Era además admirado en el pueblo por su juventud, por su prestancia, era ‘espléndido’ según los admiradores del tiempo. Sobre todo era el personaje de la noticia de la hora. Cuando la M. Teresa firmaba su carta estaba a punto de culminar su viaje a los Países Bajos llegó el 4 de noviembre enviado como Gobernador por Felipe II, tras la muerte de Luis de Requesens. La empresa era difícil y comprometida, casi imposible, como se reveló muy pronto. En la visión de santa Teresa estaba en juego el bien del reino; sobre todo, el de la religión. Por lo tanto la empresa bien merecía ser tenida en cuenta y encomendarla a Dios. Hay un detalle significativo en el texto teresiano: la forma cómo realizó el viaje. Detalle que hace pensar en lo bien informada que estaba, y en lo difícil que era llegar desde Castilla a su destino. En un principio debía haber viajado a Italia, donde estaba desde 1575. Pero contra la voluntad del rey vino primero a España y desde aquí por Francia realizó el viaje. Pero ‘disimulado’, es decir disfrazado, según lo preparó doña Magdalena en el Abrojo, quien ‘le tiñó la barba y el cabello en su regazo’. Así y con la única compañía de un siervo morisco de Octavio Gonzaga, atravesó toda Francia en los días finales de octubre y primeros de noviembre de 1576. Dos años después, el 1 de octubre de 1578, murió tristemente de tifus en Namur. Tenía 33 años. Cf cta 134,3.
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