Avila es la Ciudad Santa y la capital del teresianismo. En ella nacieron la vida y la obra de T y, dentro de los límites geográficos a que se extiende su diócesis y provincia, también las de san Juan de la Cruz. El momento en que T viene a ella en este mundo coincide con uno de los dos culminantes que dejan configurada su historia civil y aun religiosa: un siglo XII en que ya, reconquistada Toledo, bien cinchada de murallas y organizada para la guerra, es Avila atalaya de Castilla y puerta y cierre del gigantesco muro natural que defiende las comarcas del Duero, y un siglo XVI en que, como resultado de ello, Avila queda definida para siempre como la Ciudad de los Leales y los Caballeros y también como la ciudad de Teresa.
Avila llega a ser en ese siglo una de las diez ciudades más grandes de la Corona de Castilla. Su población, que cuenta con 8.000 habitantes hacia fines del siglo XV, ve descender ese número por expulsión de judíos, epidemias y desastres naturales y económicos, a unos 5.000 en el año en que nace T, para emprender enseguida una recuperación demográfica, que la lleva en los años de 1560-1570 a cotas de 13.000 y aun de más de 15.000 según algún estudio y censo documentado.
Un fuerte componente de nobleza e hidalguía hasta un 114 de la población, junto con el eclesiástico un 55 de clérigos, a los que hay que sumar medio millar de monjes, frailes y monjas preside la historia de la ciudad en el siglo en que nace en ella T. Sus 300 linajes nobles, que durante siglos han hecho de la guerra, la política y la religión el centro de su vida, se desplazan ahora en buena parte hacia la administración pública y la burocracia real. La escala social desciende luego por los caballeros hidalgos (‘de notoria nobleza’ o ‘de ejecutoria’); los licenciados, escribanos y comerciantes; los gremios y oficios. Todavía, una colonia morisca, que supone un 15% de la población y que desarrolla peculiares oficios y artesanías, y un reducido grupo judío converso y superviviente de la expulsión, confinado hacia poniente de la ciudad en torno a Santo Domingo y Santa Escolástica, dedicado a sus tradicionales ocupaciones mercantiles y financieras.
Todos ellos han vivido y viven aún en amalgama pacífica, organizados por barrios o vecindades, según oficios, razas y categorías. El crecimiento y desarrollo de la ciudad europea en el siglo XVI produce también en Avila el fenómeno emergente de los ‘hombres nuevos’: comerciantes, financieros y profesionales, que empiezan a desafiar a las oligarquías nobles que se transmiten hereditariamente el control de la ciudad, abriendo grietas de acceso a la baja nobleza a través de compras y pleitos de títulos de hidalguía.
Avila es en tiempos de T una de las ciudades más laboriosas de Castilla la Vieja: con un 61% de población activa se ve superada en ese aspecto sólo por Segovia. Su principal campo de trabajo y producción, con cuantos oficios exigen las técnicas de la época, es el textil. La lana es la columna vertebral de la economía de aquella Castilla y de aquella Avila. Por sus tierras cruza una de las tres principales cañadas que gozan de protección real. El 20% de la población activa abulense, que, a comienzos del siglo XVI, es la relacionada con la producción textil, asciende a más del 30% en la Avila de 1560-1570. El resto se desmenuza en los campos de la artesanía, servicios, alimentación, comercio, construcción, transportes, algo de agricultura… No pueden faltar pícaros y mendigos: nunca bajarán de un 10%. Un Concejo, constituido por un número de regidores o concejales que oscilan entre catorce y veintitrés, gobierna y administra la ciudad. Martes y sábados, a toque de campana de la iglesia de San Juan, oye causas y dicta sentencias públicamente en el Mercado Chico. Un privilegio y convenio vigente desde tiempos de los repobladores regula la constitución del Concejo y equilibra así la acción de gobierno: debe estar formado por nobles pertenecientes a los dos linajes en que se agrupa o ramifica la nobleza abulense: el de Blasco Ximeno, con seis roeles en su escudo, y el de Esteban Domingo, con trece, o, en alusión a las iglesias en que tienen su centro y sede ‘los del banco de San Juan’ y ‘los del banco de San Vicente’.
Un Corregidor de nombramiento real supervisa la acción de gobierno municipal. Cruce estratégico de los caminos de Castilla y fuerte reducto de su nobleza, Avila participa, si bien de forma moderada, en el levantamiento y causa comuneras. En 1520 es la sede de la Primera Santa Junta convocada por los comuneros, en la que se elaboran las bases de un ordenamiento jurídico-político del Reino, transformador de estructuras feudales y limitador del absolutismo regio. Tras la derrota de Villalar en 1521, también llega hasta las murallas de Avila la acción de una justicia represiva, con ejecuciones, confiscaciones de bienes y disparatadas indemnizaciones a la Corona, que Avila tardará en pagar hasta veinte años. Estos hechos no equivalen, con todo, en los decenios imperiales, a una merma habitual y sistemática de la independencia de acción del Concejo. Un control real más intenso lo trae el fuerte estilo centralista de gobierno de Felipe II. Históricas visitas regias marcan la historia de la Avila del siglo XVI: la de la Emperatriz Isabel con el príncipe heredero Felipe en 1531, la del Emperador Carlos en 1534, la de Felipe II en 1570.
Ordenanzas municipales dadas en 1485 por la Reina Isabel, medidas económicas dadas por Juana la Loca y Carlos I, el traslado de residencia de nobles y caballeros del medio rural a la ciudad y la influencia social y económica de los ‘hombres nuevos’, transforman en gran parte la cara urbanística de Avila a lo largo de la primera mitad del siglo de T. Multitud de obras públicas y privadas, a las que llega a estar dedicado un 10% de la población, le dan a la ciudad amurallada otra fachada y otro trazado. Restauraciones de la muralla, pavimentaciones, conducciones y servicios de agua, sustitución de la madera, el ladrillo y el tapial por la piedra, geometría urbana más ancha y desahogada. La iglesia contribuye notablemente a este esfuerzo con reformas y obras fundamentales en la catedral, consolidaciones o ampliaciones en los templos parroquiales, fundación y edificación de nuevos monasterios: a las ampliaciones y mejoras de los ya existentes de Santa Ana (monjas cistercienses), San Francisco (franciscanos observantes), Sancti Spiritus (premostratenses), Santa María de la Antigua (benedictinos), El Carmen (carmelitas calzados), y a los recién terminados de Santo Tomás (dominicos) y Santa Catalina (dominicas), se van uniendo los nuevos de la Encarnación (monjas carmelitas calzadas), La Concepción (franciscanas concepcionistas), Santa María de Jesús (clarisas), Nuestra Señora de Gracia (agustinas ermitañas), San Gil (jesuitas), San José (carmelitas descalzas), San Antonio (franciscanos alcantarinos). De la efervescencia participan, muy activamente, las clases altas de la sociedad avilesa, que en el empeño de contribuir al movimiento de renovación que vive la Iglesia española de aquel momento, se constituyen en patronos y fundadores de monasterios y santuarios, de hospitales y hospicios, en los que dejan estampados sus blasones, preparados sus sepulcros y hasta más o menos impuestas prelacías y gravadas servidumbres. Su acción urbanizadora más característica se traduce, sin embargo, en la transformación y mejora de sus viejos palacios o en la construcción de otros nuevos. Treinta y tres de ellos, que todavía hoy subsisten, dan fe de aquel momento histórico y constituyen parte importante de la autodefinición histórica y monumental de Avila.
La ornamentación de este complejo monumental que Iglesia y nobleza promueven, comporta un momento de apogeo paralelo en las artes mayores y menores, desde la pintura y la escultura a la vidriería y la rejería, desde la platería y la tapicería a la miniatura y el bordado: Pedro Berruguete, Vasco de la Zarza, Juan de Juni, Cornelis de Holanda, Juan de Arfe, son nombres universales, entre otros muchos, que quedan vinculados directamente a la Avila del 1500. Como lo quedan en el campo de la polifonía y la música instrumental los nombres de Cristóbal Morales, Antonio Cabezón y, sobre todo, el que es supremo representante hispánico de la música y el polifonismo renacentista, Tomás Luis de Victoria, nacido intra muros de la ciudad mística y amurallada.
Realidad fundamental que impulsa y conforma este momento superior de la historia avilesa es la fe intensa y la religiosidad consiguiente de quienes lo viven. Fuerza madre en los siglos inmediatos anteriores, en alta tensión en aquella hora reformista, ella impregna vida y estructuras y crea un ambiente de alta espiritualidad con un nombre estelar que la Providencia le regala al hombre en aquel espacio y aquel tiempo concretos: la madre Teresa de Jesús. Espacio, tiempo y persona parecen ensamblarse e identificarse mutuamente. La mejor Avila de su mejor siglo tiene en T su más alta expresión y definición, Avila siglo XVI T, encarnadas las dos primeras en esta última, significan una de las más altas y representativas instancias del espíritu humano de todos los tiempos. No podían faltar y de hecho no faltaron debilidades y sombras.
En el corazón del siglo Avila, además de su catedral con 140 personas en nómina, cuenta con otros 12 templos regidos por el clero secular, 9 ermitas, 7 monasterios de religiosos y 7 de religiosas, 15 hospitales de caridad, buen número de cofradías y fundaciones pías animadas de un marcado carácter asistencial. En importancia fiscal es el de Avila el séptimo de los obispados castellanos, por encima de los de un Valladolid o una Salamanca. La frecuente ausencia de los obispos en la primera mitad del siglo, por actividades civiles o eclesiásticas de niveles superiores, hace que sean prácticamente Cabildo catedral y deán quienes administren la diócesis y mantengan la disciplina eclesiástica. Los casos de nepotismo son públicos y frecuentes. La vida monástica sufre la injerencia de las familias fundadoras o bienhechoras, padece la distinción de clases y cuanto ello implica en la vida interna de los monasterios. Son lacras contra las que se rebelará la obra reformadora de T.
Sin embargo, un aura espiritual, que la deja definida para siempre, envuelve y penetra la vida de estamentos e instituciones. La vida de oración, la práctica de la virtud y aun de la penitencia, son habituales o frecuentes en individuos y familias. ‘En todo el pueblo hay tanta cristiandad escribe T a su hermano Lorenzo en carta del 17.1.1570 que es para edificarse los que vienen de otras partes’. De entre una constelación de mujeres de altos quilates espirituales contemporáneas de T no puede faltar sin expresa cita la aldeana de Vita, a la que llaman por entonces ‘la santa de Avila’, donde vive entre 1560 y 1572 en que muere: María Díaz; venerada en vida, consultada por obispos, clero, pueblo, por cuantos espirituales pasan por Avila. Larga también la serie de canónigos y deanes que serán obispos, de sacerdotes virtuosos y letrados que iluminan la hora histórica y espiritual de la ciudad (y la propia vida de T, casos de Gaspar Daza, Julián de Avila, Francisco de Salcedo, antes ‘el caballero santo’), entre los que sobresale de modo eminente el canónigo Antonio de Honcala. Por Avila pasan o en Avila viven los años de T santos de altar: Tomás de Villanueva, Alonso de Orozco, Pedro Bautista, Pedro de Alcántara, Francisco de Borja, Juan de la Cruz.
Son dos las comunidades de religiosos que influyen de modo preponderante en la vida espiritual y cultural que en aquel siglo cuenta con una población alfabetizada que no llega al 60% en el caso de los hombres ni al 20% en el caso de las mujeres: los dominicos de Santo Tomás y los jesuitas de San Gil. Aquéllos, con la fundación en 1515 de un Estudio General, transformado en 1576 en Universidad que sobrevivirá hasta 1803; éstos, de una influencia harto decisiva en la vida espiritual y la formación cultural de la ciudad desde su aparición en ella hacia 1553: en el campo de los estudios humanísticos y aun de la teología, en el campo pastoral de la predicación, las confesiones, la dirección espiritual. Con unos y otros tiene intensas relaciones T. De entre los hijos de Domingo de Guzmán que desfilan por la historia de Avila del siglo XVI, en muchos casos, simultáneamente, por la vida de la fundadora del monasterio de San José, son conocidos los de Vicente Barrón, García de Toledo, Pedro Ibáñez, Bartolomé de Medina, Pedro de Soto, Pedro Fernández, Mancio de Corpus Christi…; de entre los de Ignacio de Loyola, los de Juan de Prádanos, Diego de Cetina, Baltasar Alvarez, Jerónimo Ripalda, Luis Muñoz (el gran apóstol de Avila durante siete lustros), Juan Bonifacio… A sabiendas hemos dejado los de los dos teólogos quizá más insignes de aquel siglo español, que también enseñan en Avila: el dominico Domingo Báñez, de indisoluble vinculación con la biografía y la causa teresianas, y el jesuita Francisco Suárez.
Un cierto aire de interiorización y enclaustramiento parece haber marcado el carácter y el destino de Avila; se lo traza hasta externamente la propia fisonomía de sus murallas únicas. Son el espíritu y la empresa de T las que transcienden esa que parece naturaleza y logran para Avila una capitalidad de alcances universales. Pero ni siquiera frente a la causa americana fue especialmente abierta ni consiguientemente generosa la actitud de la ciudad. El hogar de T, con siete varones dados a la Conquista, pudo ser una excepción. Hubo sí evangelizadores y maestros conquistadores y gobernadores partidos para América de entre sus murallas, entre los que sobresalen el expedicionario Gil González Dávila y el virrey Blasco Núñez Vela, pero las estadísticas de la época le conceden a Avila un índice de aportación a la empresa americana muy bajo. Pudo influir en ello una fuerte inhibición de la numerosa clase nobiliaria avilesa, atenta a la salvaguarda de sus mayorazgos o persuadida de que la Conquista era asunto que se quedaba para ‘segundones fijosdalgo’.
El auge político de la Avila del siglo XV, que se mantiene y aun se transfigura en plenitud espiritual durante buena parte del XVI, se apaga lentamente hacia finales de éste. Crisis económicas agrarias, plagas y pestes, decadencia de la industria y el comercio laneros por la fuerte competencia flamenca, expulsión de moriscos y emigración de la nobleza con sus séquitos a la Corte, la paralizan y en buena parte la despueblan. Muchas de sus mansiones y haciendas quedan en manos de administradores y renteros. El espíritu que había animado hasta este momento de su historia la vida social y política de la ciudad se desvanece, para quedarse convertida en ciudad de grandezas pasadas y dormidas. Las instituciones eclesiásticas y monásticas, sin embargo, sobreviven. Una profunda religiosidad seguirá caracterizando la historia de la ciudad natal de T.
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Juan Bosco de J., ocd