Santo sacerdote, coetáneo de Teresa, que lo menciona con el título de ‘padre maestro Avila’. Nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) en 1500. Muy joven aún, cursa estudios en Salamanca (1513…). Los interrumpe, motivado por un profundo y decisivo cambio religioso. Los reanuda en Alcalá, donde sigue las lecciones de Domingo de Soto. Ordenado sacerdote en 1526, ese mismo año intenta pasar a América, pero se lo impide el arzobispo de Sevilla que lo retiene en su diócesis. Queda en Andalucía e inicia su ministerio. Sufre prisión inquisitorial en 1532-1533. Salido de la cárcel, reanuda su ingente tarea de escritor, de director espiritual y de asesor en la reforma pre- y post-tridentina. Muere en Montilla (Córdoba) el 10.5.1569.
El padre maestro Avila es uno de los principales lectores-asesores que T tiene de mira al redactar por segunda vez el Libro de la Vida. Así lo asegura ella misma. El inquisidor Francisco de Soto, futuro obispo de Salamanca, le dijo ‘que escribiese al maestro Avila… una larga relación de todo, que era hombre que entendía mucho de oración, y que con lo que la escribiese se sosegase. Ella así lo hizo’ (R 4,6). Terminada la redacción del libro, T se reafirma en el proyecto. En la carta-epílogo escribe: ‘Suplico a vuestra merced lo enmiende y mande trasladar, si se ha de llevar al padre maestro Avila, porque podría ser conocer alguien la letra. Yo deseo harto se dé orden en cómo lo vea, pues con ese intento lo comencé a escribir’ (Epílogo,n. 2).
Destinatario de esta ‘carta de envío’ es el dominico García de Toledo. No parece que él secundara los deseos de la autora. Será ella misma quien tome la iniciativa varios años más tarde (1568), aunque tampoco parece que enviase a Andalucía una copia, sino el autógrafo mismo de la obra. Al envío del libro debió preceder una carta (hoy perdida) de Teresa al Maestro Avila, a la que éste responde con fecha 2.4.1568, disuadiéndola del proyecto: ‘deseo que vuestra merced sosiegue (=desista) en lo que toca al examen de aquel negocio, porque habiéndolo visto tales personas, vuesa merced ha hecho lo que parece ser obligada…’ (BMC 2, 207).
Con todo, la madre T no desiste y a principios del mes siguiente le envía su libro por medio de la dama toledana doña Luisa de la Cerda (carta a ésta: 18.5.1568, n. 3). Temerosa de retrasos y peligros, la Santa insiste y urge su encargo en una serie de cartas de mayo y junio dirigidas a la portadora del escrito (27.5.1568, n. 9; 9.6.1568, n. 2; 23.6.1568, n. 2). El 12 de septiembre de ese año, el Maestro escribía a T una preciosa carta, aprobando su espíritu, si bien previniéndola que ‘el libro no está para salir a manos de muchos…’ (BMC 2, 208).
A fines de octubre o primeros de noviembre, ya T tenía en su poder el manuscrito y probablemente junto con él la respuesta del Maestro. Todo por mediación de su amiga doña Luisa, a quien da las gracias: ‘lo del libro trae vuestra señoría tan bien negociado, que no puede ser mejor, y así olvido cuantas rabias me ha hecho. El Maestro Avila me escribe largo, y le contenta todo, sólo dice que es menester declarar más unas cosas y mudar vocablos de otras, que esto es fácil. Buena obra ha hecho vuestra señoría…’ (carta del 2.11.1568, n. 2).
Pocos meses después, san Juan de Avila moría en Montilla (23.5.1569). Todavía en 1581 la Santa hará una loa de sus escritos (carta a Gracián: 23.5.1581, n.4). Justamente por esas fechas un discípulo y pariente del Santo, el sacerdote Juan Díaz, ofertaba a la M. Teresa un copioso legado de manuscritos y sermones del Maestro. Con toda seguridad, ella había leído en la década de los años 50, el Audi filia, que en 1559 caería en la redada de libros prohibidos por el inquisidor F. Valdés. Con todo, ninguna de las lecturas anteriores influyó tanto en el ánimo de Teresa ni en sus criterios de discernimiento de la experiencia mística, como la carta en que el Santo enjuicia su Libro de la vida, auténtica joya de la literatura mística del siglo XVI. Aparte la evaluación positiva de la experiencia personal de Teresa, ella retendrá sus pautas sobre oración, sobre raptos, hablas místicas y visiones. Le dicta una sana desconfianza de los fenómenos extraordinarios, pero le asegura que ella ya ha resistido demasiado. Se horroriza de que le hayan impuesto el gesto de ‘dar higas’: ‘cierto, a mí me hizo horror las que en este caso (en el caso de la M. Teresa) se dieron y me dio mucha pena’. Aconseja no despreciar, pero tampoco canonizar sin más las gracias místicas: ‘estas cosas no se dan por merecimientos, y como no hacen a uno más santo, no se dan siempre a los más santos’, lema clave que asimilará y repetirá Teresa. El Maestro le resuelve igualmente el angustioso problema personal de la desproporción que en sí misma percibe T entre la desmesura de las gracias que recibe y la conciencia que ella tiene de su propia imperfección: ‘No se debe nadie atemorizar ni condenar de presto estas cosas, por ver que la persona a quien se dan no es perfecta; porque no es nuevo a la bondad del Señor sacar de malos, justos, y aun de pecados graves, grandes bienes, con darles muy dulces gustos suyos, según lo he yo visto. ¿Quién pondrá tasa a la bondad del Señor?’ También esta tesis del Maestro tendrá eco en la revisión del texto del Camino de Perfección, y pasará al depósito doctrinal del pensamiento de Teresa.
La monja abulense quedaba satisfecha, pero en espera de más. El Maestro andaluz se había reservado ‘cosas’: ‘las más de ellas me quedan acá apuntadas para ponellas en orden cuando pudiere, y no faltará cómo enviallas a vuestra merced’. Se lo promete de nuevo al concluir la carta: ‘pido licencia para acabar ésta, pues quedo obligado a escribir otra’. Obviamente el libro no sólo le había interesado sino que lo dejaba cuestionado, con temática abierta.
Recibida la carta casi en los comienzos de su tarea de escritora (1568), seguirá teniendo fuerte repercusión en los escritos finales de la Santa, por ejemplo en las Relaciones cuarta y quinta, y en los capítulos decisivos de las Moradas sextas. Afortunadamente, en el episodio de la Carta evaluadora del Libro de la Vida convergían dos pensamientos cimeros de la espiritualidad del siglo de oro. Cf Juan Esquerda Bifet, Diccionario de san?Juan de Avila. Burgos 1999 (con bibliografía).