Bendecir es una manera de oración doxológica muy frecuente en la pluma de T. Es eco de la similar doxología bíblica (‘Benedictus’, del Antiguo y del Nuevo Testamento). Ella misma recuerda la del anciano Simeón cuando tiene a Jesús niño en sus brazos (C 31,2y cta a M.ª de San José, marzo 1581). En la pluma de T, el ‘bendito-seas’ o ‘bendito-seáis’ se dirige normalmente a Dios o a Jesús. En uno de sus típicos soliloquios interiores, se incita a sí misma a la manera del salmista (salmos 102 y 103): ‘alma mía, bendice para siempre a tan gran Dios’ (Exc 3,2). Lo bendecirá, de hecho, por toda suerte de motivos inagotables: por ser El como es, porque su reino no tiene fin, porque su misericordia es magnífica y desconcertante, por lo que a ella le ha perdonado, por lo que la ha sufrido y esperado, por las gracias que en ella ha derrochado, por la Virgen María, por la Iglesia y la Eucaristía, por los otros, por los pobres, los letrados, los bienhechores, los enemigos. Lo bendice sobre todo por la propia historia de salvación. Teresa se refiere también al rito eclesiástico de la bendición de cosas y personas, en el sentido tradicional de atraer sobre ellas la bendición de Dios. Se admira y ‘regala’ de que las palabras de la Iglesia pongan tanta eficacia en el ‘agua bendita’ (V 31,4). Es amiga de la bendición sacerdotal, y frecuentemente la pide para sí misma: bendición de su obispo don Alvaro, de su Padre General Rubeo, de los arzobispos de Sevilla o de Burgos…
A ella misma le gusta ‘echar bendiciones’. Por ejemplo, a un amigo cualquiera de Toledo: ‘qué de veces le recuerdo y le he echado de bendiciones’ (cta del 5.2.1571, a Alonso A. Ramírez). A Gracián: ‘qué de bendiciones le ha echado esta su hija vieja’ (cta del 9.1.1577) O a sus monjas de Sevilla: ‘Muchas bendiciones les he echado, la de la Virgen nuestra Señora les caiga, y de toda la Santísima Trinidad’ (cta del 3.5.1579, n. 16).
En contrapunto con la doxología de bendición, en la Biblia existe la ‘maldición’, que reclama la cólera divina, bien sea contra los transgresores de la Ley (Dt 27-28; n. 5, 18-27), bien contra los opresores del pueblo (salmo 136/137 ‘Super flumina’ ). En el N. T. la suma maldición se reserva para el juicio supremo, ‘id malditos…’ (Mt 26,41: cf M 6,9,6 y F 11,2). Jesús mismo se hizo maldición por nosotros (Gál 1,13). En los escritos de T es sumamente rara esa forma de oración imprecatoria. Nunca contra personas concretas. Alguna vez alterna con la bendición: ‘Bendita sea tanta misericordia, y con razón serán malditos los que no quisieran aprovecharse de ella y perdieren a este Señor’ (M 6,4,9). También ella maldice la ‘ley del mundo’ que va contra la de Dios (V 5,4 ). Maldito ante todo es el diablo: ‘¡Oh gran bien, estado adonde este maldito no nos hace mal!’ (M 5,1,5). Ya en Vida lo había execrado: ‘Son tantas veces las que estos malditos (demonios) me atormentan, y el poco miedo que yo ya les he…’ (31,9). A ella la obligan a practicar la forma popular y supersticiosa de las higas al diablo (V 29,5): ‘Y una higa para todos los demonios’, exclamará (V 25,22). En las numerosas oraciones de Camino no aparece ninguna fórmula de maldición, pero sí otras maneras de imprecación (C 1,4). Adorar. Alabanza.
T. Alvarez