Búsqueda de Dios
También en Teresa de Jesús está presente, y a veces acuciante, el sentimiento de los orantes bíblicos y de los grandes místicos: búsqueda de Dios, deseo de verlo, anhelo de su presencia o de su rostro (Sap1,1; salmos 26,8; 79,4.8.20…), cta 68,33 y 104,4. Entre los místicos, quizás nadie como san Juan de la Cruz expresó esa tensión de búsqueda: ‘Adónde te escondiste…, salí tras Ti clamando’. ‘Buscando mis amores…’ ‘Descubre tu presencia y máteme tu vista…’ (Cántico, 1.3.11).
Como él, también T prorrumpe en ese grito, repitiendo la pregunta bíblica ‘dónde está tu Dios’ (V 20,11 y todo el contexto), y apropiándose la imagen de la cierva que busca las aguas (‘así mi alma te busca’, salmo 41,2), que ella excepcionalmente cita en latín: ‘¡Oh, qué es ver un alma herida!… ¡Oh, cuántas veces me acuerdo, cuando así estoy, de aquel verso de David: quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum, que me parece lo veo a la letra en mí!’ (V 29,11). Imagen que ella repetirá por última vez en las Moradas séptimas (3,13), cuando ya en parte se le ha saciado la sed.
Esas dos páginas de Vida y de Moradas marcan los dos extremos de la tensión de búsqueda en la historia mística de Teresa. En medio de ese arco tenso, ocurren dos episodios incisivos.
El primero, en Salamanca, a raíz de la Pascua de 1571, con ocasión del canto de sor Isabel ‘Véante mis ojos’ (R 15), que agudiza una vez más la búsqueda de Dios: verlo con los propios ojos, aun a costa de la muerte. El episodio ocurre el 16 de abril de ese año. Sólo dos meses después, el 30 de junio de 1571, Teresa toma nota de la palabra interior que le dice: ‘No trabajes tú de tenerme a Mí encerrado en ti, sino de encerrarte tú en Mí’ (R 18). Esta sencilla experiencia mística tiene importancia por preparar a distancia de años el segundo episodio.
Ocurre éste hacia el final de ese proceso de búsqueda, cuando ya ella ha entrado en el sosiego de las séptimas moradas. En un momento de profunda oración, T escucha de nuevo la voz interior que le sugiere una consigna incisiva: ‘Búscate en Mí‘.
Deseosa de ahondar en el sentido de esa palabra interior, la comunica en la intimidad a su obispo don Alvaro de Mendoza. Y éste decide, de acuerdo con ella, organizar un mini-torneo literario espiritual para discutirla y evaluarla. Surge así el conocido episodio del ‘Vejamen’ en que tercian las carmelitas de San José de Avila y un grupo selecto de espirituales amigos, entre los que destaca fray Juan de la Cruz. (Para más detalles, ver la voz ‘Vejamen’). Sucedía todo eso en las Navidades de 1576 a 1577, cuando fray Juan no había compuesto aún sus versos ‘Adónde te escondiste…’
Tras criticar humorísticamente todas las respuestas del torneo, ella, Teresa misma, esboza su interpretación del problemático lema, en un poema que comienza con el estribillo: ‘Alma, buscarte has en Mí / y a Mí buscarme has en ti’. Con lo cual, desdoblaba el lema en dos direcciones: búsqueda de Dios y búsqueda de su propia alma. Pero entrecruzando poéticamente los rumbos: a Dios buscarlo en el alma, y a la propia alma buscarla en Él.
Probablemente había mediado en ese intervalo otra experiencia mística, referida en la Relación 45: ‘Una vez entendí cómo estaba el Señor en todas las cosas y cómo en el alma, y púsoseme comparación de una esponja que embebe el agua en sí’. Experiencia ésta, que podría añadir un último eslabón al proceso de interiorización de Teresa, quien durante años ha buscado a Dios ‘dentro de sí’, a la manera agustiniana (V 40,5; C 28,2; M 4,3,3). Ahora, ese último episodio de búsqueda en lo interior, prepara el paso hacia la trascendencia: buscarse a sí misma en Dios. Porque ella (el alma) está inmersa en El, como el agua en la esponja.
El poema compuesto por la Santa glosa esos dos tiempos de la búsqueda. Las tres primeras estrofas glosan la consigna final ‘búscate en Mí’, es decir, trasciende tu interioridad. Las tres últimas regresan al proceso de interiorización: ‘a Mí búscame en ti’.
Es posible que esos dos tiempos del proceso de búsqueda interioridad y trascendencia estén reflejados en el Cántico Espiritual de fray Juan de la Cruz, que comienza con el clamor de búsqueda (Adónde te escondiste… / descubre tu presencia); que luego interioriza esa presencia en ‘los ojos deseados / que tengo en mis entrañas dibujados’; y que culmina con el vuelo de las últimas estrofas: ‘Gocémonos, Amado / y vámonos a ver en tu hermosura…’
En todo caso, los dos poemas, compuestos en clima místico compartido y por las mismas fechas (1577-1578), reflejan al vivo la mística tensión de búsqueda de Dios, sufrida y gozada por dos eximios testigos de esa tensión teologal. Vejamen.
BIBL. A. M. García Ordás, La Persona divina en la Espiritualidad de S. Teresa, Roma 1967; AA.VV., La búsqueda de Dios, Madrid 1984.
T. Alvarez