Cantar de los Cantares
Poema bíblico que contiene una colección de cantos de amor. De autor anónimo. Supuestamente atribuido a Salomón. Así lo cree también Teresa, que los titula ‘Cantares de Salomón’ (prólogo de Conc., 1), o simplemente ‘los Cantares’ (R 24,1; 44,2; V 27,10; E 16,2), o ‘Cánticos’ (Conc 1,3.6; 3,14; 6,8). Libro de transmisión bíblica singular, pues ha provocado una doble actitud en su lectura: por un lado, recelo y gran reserva; por otro, encanto y admiración. Esta segunda actitud prevalece en los místicos. También en Teresa, que sin embargo es a la vez testigo de la actitud primera, agravada en su tiempo no sólo por el dramático episodio de fray Luis y su traducción de los Cantares al castellano, sino por la oposición de ciertos teólogos a que la Biblia fuese leída por mujeres.
En ese contexto histórico es sorprendente la postura de T frente al poema. Será éste el único libro bíblico expresamente comentado por ella. Durante varios años la fase de su ferviente exaltación mística: período extático, la lectura de los Cantares es su refugio y consuelo, ‘habiéndome a mí el Señor, de algunos años acá, dado un regalo grande cada vez que oigo o leo algunas palabras de los Cantares…’ (Conc. pról 1). Reiterado más expresamente, aunque en anonimato: ‘Sé de alguna persona que estuvo hartos años con muchos temores, y no hubo cosa que la haya asegurado, sino que fue el Señor servido que oyese algunas cosas de los Cánticos, y en ellas entendió ir bien guiada su alma’ (1,6).
Frecuentemente ha pedido ella a los teólogos la explicación profunda del texto, ‘rogándoles yo que me declaren lo que quiere decir el Espíritu Santo y el verdadero sentido de ellos (de los Cánticos)…’ (1,8). No es improbable que haya poseído y leído la traducción manuscrita de los Cantares por fray Luis, traducción destinada por esos años (1561…) a otra monja, D.ª Isabel de Osorio, y difundida largamente en Castilla y Portugal, e incluso en América, hasta que el traductor fray Luis cae en la cárcel inquisitorial de Valladolid (1572).
Sería no mucho antes de esa fecha cuando la Madre Teresa se decidió a glosar ‘para las monjas’ de sus Carmelos (Conc. Pról. 1) algunos versos del libro bíblico: ‘para consolación de las Hermanas (carmelitas) que el Señor lleva por este camino, y aun para la mía’ (ib 2). Una vez escritas sus ‘meditaciones’ sobre versos selectos del Cantar, sometió sus cuartillas a la aprobación de dos teólogos dominicos, implicados al menos uno de ellos en el episodio de fray Luis de León, cuya primera proposición delatada sonaba que ‘el Cantar de los Cantares es un poema amoroso a la hija de Faraón, y enseñar lo contrario es fútil’, y la proposición segunda: que ‘el Cantar se puede leer y explicar en lengua vernácula’. El teólogo primero, Diego de Yanguas, fue de parecer negativo respecto del escrito teresiano: ‘por parecerle que no era justo que mujer escribiese sobre la Escritura, se lo dijo, y ella fue tan pronta en la obediencia…, que lo quemó al punto’ (BMC 18, 320). En cambio, el otro consultor, Domingo Báñez, más prestigioso y más metido en la polémica de la versión castellana de los Cantares, fue de parecer positivo. Pero tardío. Cuando ya el original teresiano había sucumbido al fuego, escribió él de propia mano en una de las copias salvadas de las llamas: ‘Visto he con atención estos cuatro cuadernillos, que entre todos tienen ocho pliegos y medio, y no he hallado cosa que sea mala doctrina, sino antes buena y provechosa. En el colegio de San Gregorio de Valladolid, 10 de junio de 1575. Fr. Domingo Bañes’. (Códice de Alba: BMC 4, 268).
Esta toma de posiciones por parte del famoso teólogo dominico reviste importancia especial por varios motivos: porque en su autoridad se habían apoyado las dos proposiciones antes citadas sobre los Cantares y su traducción vernácula; porque en la fecha de su firma a favor de la autora, está en su trance crucial el proceso de fray Luis, preso en la misma ciudad de Valladolid donde Báñez imparte su aprobación; y porque, igualmente por esas fechas, el teólogo dominico tiene en sus manos el autógrafo teresiano del ‘Libro de la Vida’, ya denunciado a la Inquisición.
Cuando en 1588 fray Luis edite por vez primera las Obras de la Madre Teresa, omitirá este comentario a los Cantares, y evita así nuevas tribulaciones al escrito y probablemente también al editor.
La lectura teresiana del poema bíblico
La Santa afronta la tarea de glosa con absoluta espontaneidad. Se propone escribir lo que el texto bíblico le sugiere a ella. Sabe que el poema tiene otro tipo de lectura, literal y teológica, en la que deben empeñarse los letrados, responsables de la palabra de Dios: ellos ‘lo han de trabajar’ (Conc 1, 2). Pero esa lectura-estudio no excluye, según ella, la lectura libre, desde la vida misma: ‘lo que pretendo es, que así como yo me regalo en lo que el Señor me da a entender cuando algo de ellos (de los Cantares) oigo, decíroslo por ventura os consolará como a mí’ (Conc 1, 8). Ni quedan excluidas de esta lectura las mujeres, pues ‘no hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor. De disputarlas…, esto sí’ (1, 8). Teresa está convencida de que el poema tiene ‘palabras heridoras’ (3, 14), capaces de transir a lectores y lectoras altamente enamorados. Llega a pensar que ciertas palabras de los Cantares no se las podrá apropiar el lector sino desde un alto grado de enamoramiento: que no se puede decir ‘béseme con beso de su boca’ sino desde los aledaños del éxtasis: ‘estas palabras dícelas el amor… Estas palabras verdaderamente pondrían temor en sí, si estuviese en sí quien las dice, tomada sola la letra; mas a quien vuestro amor, Señor, ha sacado de sí, bien perdonaréis diga eso y más, aunque sea atrevimiento’ (1, 12). He aquí un espécimen de ese tipo de lectura:
‘¡Oh Señor del cielo y de la tierra! ¡Que es posible que aun estando en esta vida mortal se pueda gozar de Vos con tan particular amistad! ¡Y que tan a las claras lo diga el Espíritu Santo en estas palabras, y que aún no lo queremos entender! ¡Qué son los regalos con que tratáis con las almas en estos Cánticos! ¡Qué requiebros, qué suavidades!, que había de bastar una palabra de éstas a deshacernos en Vos…’ (3,14).
Por lo general, T prefiere dar al poema valor de simbolismo nupcial entre Dios y el hombre. Más que la tradicional versión esponsal cristológica y eclesial (amor entre Cristo y la Iglesia), ella se inclina por el simbolismo interpersonal: Dios y el alma, o Cristo y ella. Pero dando por supuesta la apertura del símbolo a otros sectores.
Desde el punto de vista literal o textual, no sabemos cuántos y cuáles versos del Cántico glosó Teresa, a causa de las mutilaciones y lagunas con que nos ha llegado su comentario. De hecho, en lo que nos queda de su escrito aparecen glosados los versos siguientes:
‘Béseme con beso de su boca…’ (Cánt 1, 1: Conc 1,1).
‘Más valen tus pechos que el vino, que dan de sí fragancia de buenos olores’ (Cánt 1, 1-2: Conc 4, 1).
‘Sentéme a la sombra del que deseaba, y su fruto es dulce para mi garganta’ (Cánt 2, 3: Conc 5,1).
‘Metióme el Rey en la bodega del vino y ordenó en mí la caridad’ (Cánt 2, 4: Conc 6, 1).
‘Sostenedme con flores y acompañadme con manzanas, porque desfallezco de mal de amores’ (Cánt 2, 5: Conc 7, 1).
Implícita alusión al texto de la vulgata ‘lectulus noster floridus’ (Cánt 1, 15: Conc 2, 5. Fray Luis había traducido: nuestro lecho está florido». En la glosa de T cita libremente: ‘¡Oh, que es hacer la cama Su Majestad de rosas y flores para Sí en el alma’.
‘Yo a mi Amado, y mi Amado a mí’: Cánt 6, 2; 2, 16: Conc 4, 8.
‘Mantiénela con manzanas’: Cánt 2,5: Conc 5, 5.
‘Toda eres hermosa, amiga mía’: Cánt 4, 7: Conc 6,9.
‘Quién es ésta que ha quedado como el sol’: Cánt 6, 9: Conc 6, 11.
‘Debajo del árbol manzano te resucité’: Cánt 8, 5: Conc 7,8.
El poema bíblico en los restantes escritos de la Santa
Como es sabido, el Cantar de los Cantares ha tenido su mejor eco y prolongación poética en el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz. También en T ha tenido repercusión poética. En el breve poemario de la Santa hay dos piezas inspiradas en el Cantar.
Una de ellas glosa el verso ‘mi Amado para mí’ (Cánt 6, 2), y lo incorpora al estribillo de cada estrofa: ‘Ya toda me entregué y di / y de tal suerte he trocado / que mi Amado es para mí / y yo para mi Amado’. A este lema inicial siguen dos octavillas en las que reaparecen sendos motivos poéticos del Cantar: la caza de amor (‘Cuando el dulce cazador / me tiró y dejó rendida…’), y ‘la herida con la flecha enherbolada de amor’, que hace recordar las ‘palabras heridoras’ de los Conceptos (cf E 16, 2).
El poema segundo no tiene tan estrecha vinculación con el Cantar. Reproduce el ‘coloquio amoroso’ de los dos amantes, y pretende la igualdad de amor entre ambos: ‘Si el amor que me tenéis, / Dios mío, es como el que os tengo…’
Más allá de los poemas, la imaginería y el simbolismo del libro bíblico están presentes en casi todos los escritos teresianos, a partir de Vida. a) La mutua mirada: ‘… sin ver nosotros cómo, de en hito en hito se miran estos dos amantes, como lo dice el Esposo a la Esposa en los Cantares: a lo que creo, lo he oído que es así’ (V 27, 10, con referencia a Cánt 4, 9 y 6,4: ‘con una sola de tus miradas me has enamorado’, que fray Luis había traducido: ‘robaste mi corazón con uno solo de los tus ojos’). b) Ese momento simbólico de la mirada recíproca lo recordará a sus lectoras del Camino (26, 3): ‘No os pido más de que lo miréis…, pues nunca, hijas, quita vuestro Esposo los ojos de vosotras… No está aguardando otra cosa, como dice a la Esposa, sino que le miremos’. c) Reaparecerá varias veces en las Exclamaciones, donde evocará al menos dos versos no mencionados en los Conceptos: el conjuro de las hijas de Jerusalén que vagan por calles y plazas (Cánt 3, 2: Excl 16, 3), y la Exclamación final, en que se apropia el verso ‘fuerte es como la muerte el amor, y duro como el infierno’ (Cánt 8, 6), glosado así: ‘¡Oh, quién se viese ya muerto de sus manos y arrojado en este divino infierno, de donde ya no se esperase poder salir, o por mejor decir, no se temiese verse fuera!’ (E 17, 3).
Con todo, el más decisivo influjo del Cantar bíblico en la espiritualidad teresiana acontece en las Moradas, no ya por la evocación de versos sueltos (cf M 5,1,12; 5,2,12; 6, 4,10; 6,7, 9; 7,3,13), sino porque sólo en este libro la autora lleva a pleno desarrollo el símbolo nupcial heredado del Cantar, y que le sirve para estructurar la sección mística del Castillo. Será aquí, en las Moradas, donde mejor articule en torno al símbolo nupcial los otros simbolismos de los Cantares: el vino, la bodega, la borrachez de amor, la flecha, la herida, el fuego… y el sello, que en los Cantares es impresión de la faz de la esposa en el brazo o en el corazón del amado (8,6), y que en el Castillo es profunda impresión del rostro del Amado en la cera del alma (M 5,2,12).
En uno de sus poemas festivos (‘En la cruz está la vida…’), T identifica la cruz del Señor con ‘el árbol deseado’ de la Esposa de los Cantares (2,3):
‘Es la cruz el árbol verde
y deseado
de la esposa, que a su sombra
se ha sentado
para gozar de su Amado,
el Rey del cielo,
y ella sola es el camino
para el cielo’,
identifica de nuevo a la cruz con la palma preciosa de los Cantares:
‘De la cruz dice la Esposa
a su Querido
que es una palma preciosa
donde ha subido
y su fruto le ha sabido
a Dios del cielo…’ (Po 19).
BIBL. A. M. Pelletier, Lecture du Cantique des Cantiques, Roma 1989, 370-378.
T. Alvarez