Extraño personaje, coetáneo de T, estrechamente vinculado al noviciado de Pastrana, y capaz de interferir negativamente en el ideal de vida religiosa propuesto por la Santa. Nació en Barcelona (o bien, según otros, en Nápoles: BMC 19,225). ‘Se llamaba ella doña Catalina de Cardona’ y descendía, según T, ‘de los Duques de Cardona’ (F 28,21), pero ello es uno de tantos bulos difundidos en torno a la nobleza de Catalina y aceptado, en buena fe, por T. Catalina era hija natural de Ramón de Cardona. Pasó la infancia y parte de su juventud en Nápoles (cf sobre sus orígenes la información de Juan de Jesús Roca, al cronista de la orden: HCD 3,504). Venida a España, ingresó en el séquito de la Princesa de Eboli, y subsiguientemente en la corte de Madrid, donde asumió altas responsabilidades, llegando a ser aya del príncipe don Juan de Austria. Viuda y tras años de vida palaciega, opta por la vida solitaria. Hacia 1563 se retira a una cueva de La Roda (Albacete), donde se entrega a un ascetismo capaz de competir con los mejores deportistas de la Tebaida o del Yermo. Ella misma se convirtió para muchos de sus coetáneos en auténtico modelo de santidad penitencial. De seglar había tratado con Ambrosio Mariano Azzaro. Ahora, tras ocho años de vida en la soledad de su cueva, lo visita en Pastrana (1571), y obtiene de él y de algún otro descalzo pastranense admiración y apoyo incondicionales. Se deja retratar por el pintor bisoño, fray Juan de la Miseria, tras vestir el hábito de carmelita (monje), pero sin someterse a norma estatutaria alguna. Es el momento en que proyecta erigir un convento de descalzos en el entorno de su cueva de La Roda. Para efectuarlo, se traslada previamente a Madrid, Alcalá, Toledo…, con el fin de recaudar fondos y obtener los debidos permisos. Confía la construcción del convento al fantasioso arquitecto Ambrosio Mariano (Azzaro), quien enriquece el proyecto con planos descabellados e interminables. Para ella se excava una gruta más espaciosa, donde fallece cinco años después, el 11.5.1577. Sus relaciones personales con la Santa son escasas. No parece que Catalina tuviese interés en conocer a T o encontrarse con ella. Tampoco ésta llegó a entrevistarse con la excepcional penitente. En su paso por La Roda, camino de Villanueva de la Jara (1580), escribe: ‘me hizo harta lástima ser ya muerta la santa por quien nuestro Señor fundó esta casa [de La Roda], que no merecí verla, aunque lo deseé mucho’ (F 28,20). Sí se cartearon una y otra (‘algunas veces que me escribió, sólo firmaba La Pecadora’: n. 21). Pero también la Santa sucumbió al imparable aluvión de elogios, laudos penitenciales y milagrerías difundidos en torno a ‘la santa’ ermitaña. Sus inasequibles prácticas penitenciales parecen ofuscar a T, hasta entrar ella misma en ganas de algo similar, para expiar los propios pecados y dar cauce a su amor al Crucificado. En uno de sus brevísimos apuntes, tuvo que consignar el correctivo que le viene de la voz interior. Lo refiere en la Relación 23: ‘Estando pensando en la gran penitencia que hacía doña Catalina de Cardona y cómo yo pudiera haber hecho más, según los deseos [que] me da alguna vez el Señor de hacerlo, si no fuese por obedecer a los confesores, que si sería mejor no les obedecer de aquí adelante en eso, me dijo: Eso no, hija; buen camino llevas y seguro.¿Ves toda la penitencia que hace? En más tengo tu obediencia’. En contrapunto con ese correctivo, el Libro de las Fundaciones dedica buena parte de un capítulo a relatar la vida de Catalina y trazar la semblanza de esa mujer que, por iniciativa de los descalzos de Pastrana, se había incorporado a la familia carmelita como un descalzo más (no como una descalza): ‘en el monasterio de Pastrana, en la iglesia de San Pedro… tomó el hábito de nuestra Señora, aunque no con intento de ser monja ni profesar, que nunca a ser monja se inclinó, como el Señor la llevaba por otro camino: parecíale le quitaran por obediencia sus intentos de asperezas y soledad’ (F 28,30). Es cierto que, en su relato, la Santa advierte reiteradamente que escribe ‘de oídas’ (cf. los nn. 21, 22, 26, 27, 31, 32, 34, en que subraya el ‘según soy informada’ o ‘lo que me han dicho’ etc.). Con todo, el relato teresiano llega a dar la sensación de que la Santa no se percató del desvío de ideales religiosos que implicaban esas aberraciones ascéticas rayanas en lo patológico, ni que ella barruntase el nefasto influjo que tal desvío ejercería sobre una buena parcela de los descalzos. (Un interesante relato de la vida y milagros de la Cardona, lo ofrece Gracián en su Peregrinación de Anastasio [BMC 19, pp. 225-227; cf. p. 437]. Pero el mejor exponente del impacto producido por aquélla en la memoria de los descalzos, lo ofrece Francisco de Santa María, que en su Reforma I, libro 4, pp. 577-638, dedica 20 capítulos a elaborar su elogio. Cf además en la BNM el ms 3537, especialmente los ff 326-337; en el f 383, una carta autógrafa de D. Juan de Austria a ella.)La roda.
Carleval, Bernardino de Es uno de los discípulos de san Juan de Avila, seguidor inmediato del Santo, profesor en la universidad e Baeza. Amigo y colaborador de T por los años de las primeras fundaciones de ésta. Ambos se trataron en Malagón hacia 1568, apenas fundado ese Carmelo. En carta a Dª Luisa de la Cerda, patrona del Carmelo malagonés, escribe T desde Toledo a Antequera: «Carleval se fue, y no creo para volver… [mutilado el texto siguiente]» (cta 8,5). Carleval interviene por esas fechas en el proyecto de fundar un Carmelo en Segura de la Sierra (Jaén), no lejos de Baeza, proyecto que no llegó a realizarse (cta 11). Es el año en que T envía el autógrafo de Vida a san Juan de Avila en Montilla (Córdoba). Careval leyó el libro teresiano, bien sea en esa ocasión, o bien antes durante su estancia en Malagón, y parece ser que a través de él, pero por otros cauces, llegan a la Inquisición de Córdoba las primeras delaciones del libro. De hecho, el nombre de la Madre Teresa aparecerá poco después en el proceso abierto por la Inquisición contra Carleval mismo, involucrando la persona de la Santa con los infundios de la «falsa profetisa» de Ubeda, María Mejías. Y, finalmente, estando la Santa en Beas, los inquisidores de Córdoba denunciarán a los de Madrid (12.3.1575) la autobiografía teresiana: «ansí mesmo se envían las informaciones que Vª Sª manda, contra Teresa de Jesús, monja carmelita de Avila, y la del doctor Carleval, que se recibieron en la visita del distrito».
BIBL.E. Llamas, Santa Teresa de J. y la Inquisición española. Madrid 1972, pp. 9-32; Beltrán de Heredia, Los alumbrados de la diócesis de Jaén, en Revista Esp. de Teol. 9 (1949) 189.
Carleval, Tomás de, Ocarm Carmelita, hermano de Bernardino de Carleval. Poseemos pocos datos de su biografía. Cursó estudios en Salamana. Altamente estimado por la Santa, que le confió el cargo de confesor en el recién fundado Carmelo de Malagón. De regreso a Toledo, escribe ella: «vengo contentísima de dejarle allí [en Malagón]. Fuera de mi padre Pablo [Hernández, sj], no sé yo a quién dejara que fuera tal. Ello ha sido grande ventura. Es de mucha oración y gran experiencia de ella. Está muy contento, sino que es menester aderezarle una casilla» (cta 8,5; cf 7,2). Es la misma solución que la Santa adoptará en el caso de fray Juan de la Cruz en La Encarnación. De nuevo elogia al confesor carmelita en carta Dª Luisa de la Cerda, que sigue en Antequera: «En su monasterio de su Señoría [Carmelo de Malagón], me escriben les va muy bien y con gran aprovechamiento, y así lo creo yo. Han tenido todos acá [probablemente, los carmelitas de Avila] por gran ventura quedarles tal confesor que le conocen, que se espantan, y yo también, que no sé cómo lo guía el Señor…» (cta 10,3: del 23.6.1568). Y prosigue elogiándolo: «crea vuestra señoría que es varón de Dios» (ib).