Acerca del carisma religioso transmitido por santa Teresa a su familia carmelita, trataremos aquí los puntos siguientes: 1) Puntualización previa del concepto teológico de carisma; 2) recordaremos el carisma originante de la fundadora o gracia recibida por T para el grupo de seguidores; 3) contenido de su carisma o peculiar estilo de vida en que ella lo encarnó; 4) ‘tipos’ de vida carmelita que ella misma propuso.
1. Carisma equivale a gracia (don). Pero desde los clásicos textos de san Pablo (1 Cor 12, 28-31) la teología ha reservado ese vocablo para ciertas gracias especiales conferidas en servicio de la Iglesia o simplemente a favor de los otros. Así se habla de los carismas en los documentos del Concilio Vaticano II (LG 12. 25.30.50; DV 8; PO 4.9…). Dentro de la Iglesia, el carisma de la vida religiosa consiste en la gracia peculiar otorgada al fundador (o fundadores) para comunicarla y compartirla con el grupo de seguidores, siempre al servicio de la Iglesia y de la humanidad. Consiguientemente, esa gracia comparte la vida misma de la Iglesia, y a medida que ésta avanza en tiempo y espacio, entre culturas y avatares humanos, se va adaptando a las nuevas necesidades con nuevas formas de servicio: precisamente porque el carisma es gracia de vida, comparte esa vida de la Iglesia, a la cual se subordina.
2. El carisma de T. Por su vocación y profesión religiosa, Teresa vivió y compartió el carisma del Carmelo, que había tenido sus orígenes a fines del siglo XII o comienzos del XIII en la montaña bíblica de ese nombre, y que fue parcialmente codificado en la Regla de san Alberto (primera década del siglo XIII). Ella vivió ese carisma los primeros años de su vida religiosa en el monasterio abulense de la Encarnación (1535-1562). Pero, como ella misma refiere en su Libro de la Vida (caps. 27-31), hubo un momento en que la plétora de gracias místicas por ella recibidas culminó en una gracia especial, con urgencia de mandato divino, que la puso al frente de un nuevo grupo, con nuevo estilo de vida y nueva misión en la Iglesia (V 32). Esa iniciativa tuvo el refrendo de su prelado diocesano, el Obispo de Avila, la aprobación del superior general del Carmelo y de la Iglesia misma, que tras bendecir la primera fundación de San José de Avila, la reconoció a ella misma como fundadora y acogió oficialmente en su seno a la orden religiosa por ella fundada.
La gracia impartida a Teresa está atestiguada por ella misma al relatar la orden de envío recibida del Señor. Tras referir cómo brotó la vaga idea de erigir un nuevo convento ‘a la manera de las descalzas’, escribe: ‘Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el monasterio, y que se serviría mucho en él, y que se llamase San José, y que a la una puerta nos guardaría él y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaría con nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor…’ (V 32,11). Esa misma gracia de envío se le reiteró con insistencia: ‘fueron muchas veces las que el Señor me tornó a hablar en ello…: que era su voluntad…’ (ib 12). La orden de envío tuvo enseguida el refrendo de la Señora, Patrona del Carmelo. Fue un día de la Asunción. Teresa cuenta: ‘Vínome un arrobamiento tan grande que casi me sacó de mí… Vi a nuestra Señora hacia el lado derecho… Luego me pareció asirme de las manos. Díjome que la daba mucho contento en servir al glorioso San José [patrono de la esperada fundación], que creyese que lo que pretendía del monasterio se haría y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos…’ (V 33,14).
Pronto, el proyecto de fundación se extiende a los religiosos. Al comienzo del Libro de las Fundaciones, luego de referir T su sed de almas y su celo misional, de nuevo recibe la consigna: ‘Espera un poco, hija, y verás grandes cosas’ (F 1,8). Era el preludio misterioso de sucesos inesperados: encuentro con el superior general de la Orden, vivo anhelo de fundar religiosos (F 2,5), comienzo de viajes y fundaciones de T, y sobre todo encuentro con fray Juan de la Cruz, también carmelita. Teresa lo asocia a su empresa fundadora, y lo instruye personalmente acerca del ‘estilo de vida’ implantado en los nuevos Carmelos (F 13,5). A consecuencia de ello, fray Juan parte pronto para Duruelo y juntamente con otro carmelita, P. Antonio Heredia, pone en marcha el nuevo Carmelo entre los religiosos. Teresa misma será la primera historiadora de esa fundación (F cc. 2. 3. 10. 11), refrendando el estilo de vida contemplativa y apostólica inaugurada por los dos pioneros (ib c.14). Años adelante ella misma intercalará en la narración de las fundaciones ‘cuatro avisos’ para estos Padres Descalzos. Y hasta el final de su vida seguirá con mirada escrutadora e interesada la vertiginosa avanzada de éstos, con sus aciertos y desaciertos.
La recepción del carisma teresiano por parte de sus seguidores fue pacífica y plena en la primera generación de descalzos y descalzas. Mucho más consciente y total por parte de estas últimas. Sin duda, la primera gran testigo de esa transmisión es la famosa priora de Sevilla, luego fundadora del Carmelo de Lisboa, en su Libro de recreaciones, a quien todavía en vida la Santa le había escrito ésta, humorizando: ‘…si mi parecer se hubiera de tomar, después de muerta [yo], la eligieran por fundadora’ (cta 435,1). Entre los religiosos, los dos más eminentes receptores y retransmisores del carisma fueron Jerónimo Gracián y fray Juan de la Cruz. Aquél da fe de ello en numerosos escritos. De fray Juan de la Cruz es famoso el pasaje de Llama (2,12-13) en que alude a ella sin nombrarla pero equiparándola a san Francisco de Asís, ambos heridos de amor con una singular gracia dada por Dios a ‘aquellos cuya virtud y espíritu se había de difundir en la sucesión de sus hijos’.
Posteriormente, la transmisión del carisma teresiano atraviesa una fase crítica, especialmente entre los religiosos españoles, a principios del siglo XVII: crisis superada, gracias al gran vector del carisma que fueron los escritos de la Santa constantemente difundidos y leídos.
3. Configuración del carisma teresiano. Al historiar su primera fundación (V 32-36), T dice expresamente: ‘Guardamos la Regla de nuestra Señora del Carmen, y cumplida ésta sin relajación…’ (36,26). Así constaba, efectivamente, en la documentación romana que la había facultado para fundar (cf MHCT 1, pp. 9.22.39). Igualmente, al hablar del espíritu contemplativo de los Carmelos, escribirá en las Moradas: ‘Todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a oración y contemplación, porque éste fue nuestro principio, de esta casta venimos, de aquellos santos padres nuestros del Monte Carmelo…’ (M 5,1,2). Es decir, que la fundadora es plenamente consciente de que su fundación no implica rotura sino continuidad respecto del antiguo Carmelo. De él retiene y renueva la inspiración mariana y eliánica de la Orden, el amor a la oración y un profundo reclamo a la experiencia de las cosas de Dios en soledad. (La antigua Regla del Carmen había sido escrita para el primigenio grupo de ermitaños del Monte Carmelo. Y T mantiene ese reclamo). De la letra y el espíritu de la Regla retiene asimismo el temple combativo, inspirado en los clásicos textos de san Pablo en su carta a los Efesios (6,10…). De ella retiene también la centralidad de la eucaristía cotidiana, todo ello reavivado por el espíritu intenso con que T lo vive y lo plasma en sus escritos.
Desde ese arraigo en la rica tradición del Carmelo, brota lo específico e innovador de su carisma de fundadora, poniendo en marcha el nuevo ‘estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas’ (F 13,5), característico de sus primeros Carmelos y luego expresamente transmitido a los pioneros de Duruelo (ib): novedad de vida comunitaria inculcada pedagógicamente en el Camino de Perfección; sumariamente codificada en las Constituciones teresianas, destinadas primero a las monjas y luego asumidas como primer guión de vida por los descalzos de Duruelo; finalmente, historiada y plasmada en el relato de las Fundaciones; acentuando siempre la intencionalidad eclesial, sea en la vida contemplativa, sea en la tarea pastoral. Teresa tiene, de hecho, conciencia de ‘fundadora’ (ver ese artículo en este Diccionario), no de ‘reformadora’, vocablo éste último no presente en su léxico.
La gama de contenidos vivenciales del carisma podrían compendiarse en tres componentes: el humanismo que ella introduce en la vida religiosa: aprecio de la persona, virtudes humanas y sociales, alegría festiva, nivelación de clases, etc.; su misticismo, o fuerte anhelo de vida teologal y experiencia de Dios, en la oración, concebida como ‘trato de amistad con quien sabemos nos ama’, simbólica sed del agua viva, sentido esponsal de la vida consagrada, etc.; y su actividad, en servicio apostólico, con viva atención a los reclamos y necesidades de la Iglesia y del entorno social. Componentes genéricos los tres, pero bien matizados desde la peculiar experiencia de la Santa.
De esos tres componentes, el más determinante es, sin duda, el segundo: la atención a lo interior, el amor al Esposo divino, la oración y contemplación, lo cual se debe al hecho relevante de que en Teresa y Juan de la Cruz aconteció un extraño y fuerte episodio de experiencia de Dios, que ambos lograron trasladar a sus escritos e intentaron transmitir a sus discípulos. Teresa, por otra parte, insistió en caracterizar el ‘estilo de vida’ del nuevo grupo: estilo de ser, hablar y vivir que debía configurar a la comunidad religiosa de sus Carmelos. Equilibrio de lo festivo (‘hermandad y recreación’) con lo teologal (oración, seguimiento y amor de Cristo): las dos horas de oración comunitaria se corresponderían con otros dos tiempos de recreación. Coherencia de lo interior con lo exterior. Equilibrio de soledad y comunidad, de silencio y comunicación, de clausura y presencia a la ciudad. A cierto hieratismo de las precedentes formas de vida religiosa posmedieval, en que primaban el rigor y las penitencias corporales, ella prefiere la distensión, la comunicación intercomunitaria y ciertas formas depuradas de amistad. Hablando de la Humanidad de Jesús, ella acuña la fórmula ‘divino y humano junto’ (M 6,7,9). Como referencia suma, podría servir para diagramar su concepción de la vida religiosa.
4. Los tipos de vida propuestos por ella. Persiste, en ella, la referencia a los tipos bíblicos: después de Jesús, que es el ‘dechado’ absoluto de vida cristiana y religiosa, sigue la referencia a la Virgen María, a san José, san Elías y san Pablo. La Virgen María, como modelo de servicio, de humildad y de escucha de la palabra (‘parezcámonos en algo a ella’: C 13,3). San José es maestro de oración y de servicio (V 6). Elías y Pablo son, a su ver, ejemplares modélicos del ‘hambre de Dios’ (M 7,4,11), y de amor entrañable a Cristo Jesús (C 40,3). Esta referencia modélica a san Pablo, Teresa la había recibido de la Regla carmelitana.
Entre sus seguidores, es patente el rango de carmelitas ejemplares que ella atribuyó a fray Juan de la Cruz y a Jerónimo Gracián. Como tales los presenta, bien sea en el Libro de las Fundaciones, o bien en su copiosísimo epistolario. A fray Juan le concedió honores de ‘hombre celestial y divino’ (cta 282,1), ‘hombre de tanta gracia acompañada de tanta humildad’ (cta 51), hombre ‘harto santo’ y ‘con caudal para el martirio’ (48,2; 260,2). De Gracián, a su vez, llega a asegurar: ‘no habrá otro tan humilde como él’ (Mo 54).
En el mismo Libro de las fundaciones presentó también ‘tipos’ ideales de monjas carmelitas. Así, por ejemplo, en el Carmelo de Avila (c. 1), Valladolid (c. 12), Toledo (c. 16, 4). Es característica su evaluación del grupo de fundadoras del Carmelo de Sevilla: ‘…iban aquellas hermanas con gran contento y alegría. Porque seis que iban conmigo eran tales almas, que me parece me atreviera a ir con ellas a tierra de turcos, y que tuvieran fortaleza…’ (24,6).
Fuera ya del marco histórico de T., surgirán ejemplares excelentes de su carisma en figuras recientes, casi contemporáneas a nosotros. Entre los religiosos, hombres como Hermán Cohen, Francisco Palau, Rafael Kalinowski, Juan Vicente… Entre las religiosas, figuras de gran talla, como Teresa del Niño Jesús (de Lisieux), Isabel de la Trinidad, Edith Stein, Teresa de los Andes, Madre Maravillas de Jesús. Prueba, todos ellos, de la pervivencia y actualidad del carisma de Teresa de Jesús. Y todos ellos expresamnete inspirados en el carisma de la Madre Fundadora. Fundadora.
BIBL. Efrén de la M. de Dios, La herencia teresiana, Madrid, 1976; Id., El ideal de Santa Teresa en la fundación de San José, en «Carmelus» 10 (1963), 206-230; O. Steggink, Arraigo e innovación en Teresa de Jesús, Madrid 1976; S. Ros, El carisma del Carmelo vivido e interpretado por Santa Teresa, en «Actas del Congreso Internacional Teresiano-Sanjuanista», Salamanca, 1997, pp. 537-572; M. Herráiz, Marco doctrinal para una reflexión sobre el carisma teresiano-sanjuanista, en «A zaga de tu huella», Burgos, 2001, pp. 175-194.
T. Alvarez