El reinado de los Reyes Católicos marca el comienzo de la historia moderna de España al mismo tiempo que en Europa se producen los cambios que implican la superación de las crisis del otoño medieval. La realidad de Castilla, la parte más importante y significativa de la monarquía hispánica, que nace durante este reinado y se consolida en la inmediata centuria, es la siguiente, atendiendo a los aspectos principales: geográfico, político, institucional, económico, social y religioso.
Geografía. Físicamente la monarquía castellano-leonesa, unificada en el siglo XIII, ocupa, al advenimiento de Isabel I al trono, la mayor parte de la geografía peninsular: 385.000 km2. Pertenecían a ella regiones tan diversas morfológica y topográficamente como Galicia, Asturias, Cantabria, Alava, Guipúzcoa, Vizcaya, Extremadura, Andalucía, menos el reino de Granada. La vinculación con la corona no implicaba igualdad administrativa, pero sí singularidades en la adscripción política. Sobre algunos territorios eran meramente señores con lo que esto conllevaba de exenciones y privilegios.
El corazón de Castilla lo constituían los viejos reinos, Castilla-León, con dos ejes, el valle del Duero y las ‘extremaduras’, al sur del mismo, y el valle del Tajo en el reino de Toledo. Andalucía seguía siendo, después de tres siglos de su incorporación, un mundo extraño y distinto, pero cuyas posibilidades la convirtieron durante el siglo XVI en otro de los centros de gravedad de la monarquía y, especialmente en eje de las relaciones con América, política, administrativa y económicamente. No debe olvidarse un dato que permite comprender la importancia y la prevalencia, no sólo política, de Castilla, en ese mosaico de territorios tan distantes y distintos, como es el demográfico. Se aceptan como datos probables: 7 millones de habitantes en Castilla, 1 millón en los estados de la corona de Aragón, 120.000 en Navarra, que sumó sus 11.700 km2a Castilla.
Política.Desde Castilla se impulsó y se consumó el proceso de unidad política peninsular, no en virtud del viejo ideal del neogoticismo, proclamado por los teóricos y doctrinarios del siglo XV, sino por la persistencia en la recuperación de la unidad política de Castilla en relación con las monarquías fronterizas, durante los siglos XIV y XV, que culminó en 1581 con la anexión de Portugal. La integración quedó expresada en la titularidad de los reyes como tales sobre todos sus ‘estados’, pero respetando sus instituciones. Es decir, se produce la unión política, pero no la absorción. Las Cortes de Burgos, al sancionar en 1515 la incorporación de Navarra, declararon que seguía siendo ‘reino de por sí’. Incluso se respetaron las cortes de los distintos reinos. Los reyes estaban representados en los distintos reinos por los virreyes. El sistema continuó durante todo el siglo XVI, aunque el énfasis autoritario de los Reyes Católicos se fue tiñendo con el absolutismo ya imperante en Europa.
Sistema institucional. Los Reyes Católicos ordenaron la monarquía según precisos esquemas, por medio de los cuales aspiraban a obtener una relación distinta con las instituciones participantes en las funciones de gobierno. Más que la novedad lo que ellos buscaron fue la eficacia y, sobre todo, fortalecer sus atribuciones como gobernantes. La base institucional fue un nuevo ordenamiento jurídico y legal que inspiró y está presente en todas las instituciones. La nueva ordenación fue desde el principio la primera tarea de su gobierno, iniciado en las Cortes de Toledo de 1479, y cuyo resultado final fue el Ordenamiento promulgado en 1485. Aparte de las instituciones fijas, su gobierno se caracterizó por la emisión continuada de pragmáticas, cuyo conjunto se publicó en 1503, que se completó con recopilaciones anteriores, como la de 1491, y el Fuero Real,publicado en 1501. Las nuevas instituciones no suplantaron todas las anteriores, como las Cortes, pero concretamente a éstas las hicieron perder su inspiración medieval en Castilla, no en Aragón. La verdadera identidad de la monarquía se configuró con el paso del tiempo, durante su reinado y los del siglo XVI en una verdadera organización ‘consiliar’, cuya matriz fue el Consejo Real del que nacieron los demás. El nacimiento de los nuevos consejos es la mejor expresión de la realidad del sistema, de las nuevas urgencias y de todo el cuadro gubernativo. Los principales fueron los siguientes: Consejo Real, de la Santa Hermandad, Inquisición, 1478; Hacienda, 1493; de Navarra, 1515; de Ordenes, 1495; de Cruzada,1534; de Italia, 1556; de Flandes, 1555; de Portugal, 1580. Todos ellos contaron con su propia organización y los correspondientes organigramas de personal y funciones. Y todos, menos el de Navarra, residían en la corte.
Desde la época de los Reyes Católicos aparece una figura que tendrá gran importancia en todos los reinados, es la del secretario, la más próxima al rey, sin poder personal alguno, pero de más influencia en los asuntos que ningún otro cargo. En tiempo de Felipe II se convirtió en Secretario de Estado y Despacho Universal. Son bien conocidos algunos de ellos, como Francisco de los Cobos, que lo fue durante el reinado de Carlos V, y Antonio Pérez en el de Felipe II desde 1568 a 1579.
Economía.También a fines del siglo XV se remonta en Castilla, como en otros estados de Europa, la crisis económica que se arrastraba desde el XIV. Fue menos dura en Castilla y se superó antes que en Aragón y Cataluña. La fuente originaria y única de la economía lo constituyó la tierra, es decir, la agricultura y la ganadería. Dentro de una línea de continuidad deben tenerse en cuenta varios momentos desde el siglo XV hasta el XVII. Durante el reinado de los Reyes Católicos el ordenamiento económico afectó especialmente a la agricultura castellana, forzando la crisis de la misma por el latifundismo de los nobles y mercaderes y la burguesía de profesionales acaudalados. A lo que se añadió otra causa más decisiva, la protección de la ganadería por parte de los reyes, que acabó drásticamente con la lucha secular entre agricultores y ganaderos en favor de éstos. La asfixia de la primera, de la que todavía quedan signos, llegó hasta la incapacidad de abastecer a la población, con secuelas de hambre y de especulación. En cambio la ganadería conoció un momento de esplendor: se convirtió en la principal fuente de riqueza y animó la fórmula económica de los reyes, el mercantilismo. Sus mejores expresiones fueron las ferias de Medina del Campo y el Consulado de Burgos, creado por la pragmática de 21 de julio de 1484.
El siglo XVI conoció otro momento de reactivación en la industrial textil, con centros de tanto interés como Segovia, Toledo, Cuenca, Sevilla, Córdoba, con un mercado próspero en Indias. Sevilla fue el centro de mayor actividad comercial hacia el interior, pero sobre todo hacia el exterior, aparte los puertos del norte y de levante. La llegada de metales preciosos de América fue un capítulo nuevo de la economía, pero cuyo principal beneficiario fue la corona. Por desgracia del 83 al 87 por ciento de esa masa no hizo asiento en España, fondeó en Europa como precio de las empresas exteriores de la monarquía.
La sociedad. El cuadro social de Castilla al comienzo de los nuevos tiempos estaba estructurado en el esquema de organización estamental anterior, y bien definido, que verá las inevitables modificaciones de los tiempos nuevos.
Religión. Lo religioso es tal vez el capítulo más decisivo para comprender la realidad de Castilla durante esta época de su historia. Está presente en todos los planos: el complejo mundo de la población, las múltiples actividades y expresiones culturales, la política, el gobierno, la vida privada. Sin la atención y comprensión de lo religioso no se puede ‘entender absolutamente nada’ (L. S. Fernández).
Las recientes investigaciones han aportado un conocimiento extenso de la política religiosa y eclesiástica de los reyes inspirada en varias razones: Su personal sentido del gobierno que tanto acentuaba el personalismo en favor del pueblo y como salvaguardia de sus intereses; la unidad y homogeneidad religiosa del estado, es decir, la defensa de la religión, o sea de lo cristiano y católico. Su propia conciencia cristiana que percibía lo religioso como un servicio divino, y por lo mismo como la primera razón de su servicio al estado. Su política eclesiástica se inspiraba antes en lo religioso como tal que en la expresa fidelidad a la Iglesia. Estas motivaciones permiten comprender su programa religioso, los medios que utilizaron y las instituciones creadas por ellos. La urgencia con que procuraron dotarse de justificaciones jurídicas, especialmente cuando se trataba de la provisión de cargos e incluso en la designación de obispos, hace pensar en un regalismo sin paliativos, si bien la selección de los candidatos abona la rectitud de intención, aunque la asistencia religiosa del pueblo estuviera tan unida a toda la política de los reyes.
El cuadro de la vida religiosa de Castilla a finales del medioevo, continúa más o menos invariado hasta fines del siglo XVI en las formas externas más genéricas y habituales. Los cambios que se produjeron, ni siquiera las mismas reformas alteraron prestaciones tan arraigadas. Las modificaciones o alteraciones de hecho afectaron más a grupos o élites al socaire de movimientos o corrientes espirituales o de acciones pastorales puntuales y carismáticas como la de san Juan de Avila.
Lo religioso era ciertamente el nutriente fundamental de la vida de las gentes de Castilla en los siglos XV y XVI, incluso hasta el XVIII, no sustituído hasta los tiempos modernos. La vida real estaba sacralizada en todos los aspectos, desde la inspiración de la propia existencia, orientada a lo trascendente, hasta los detalles de la cotinianidad, y en todos los planos: personal, familiar, grupal y social. Las mismas limitaciones, los riesgos de esa presencia, las limitaciones humanas, las sombras y los pecados, las manías y fijaciones, como la obsesión fanática, la presencia de lo demoníaco, la búsqueda ansiosa de mediaciones, las ritualizaciones, deben leerse desde esa religiosidad universal, cuyo reverso sociológio provocó complejos tan extraños para nuestra sensibilidad, como el honor y la limpieza de sangre, la expulsión de judíos y moriscos.
Alberto Pacho