El Castillo Interior es el postrero de los libros que integran el tríptico doctrinal de la Santa: Vida, Camino, Castillo. La autora lo tituló por extenso: ‘Este tratado, llamado Castillo Interior, escribió Teresa de Jesús, monja de nuestra Señora del Carmen, a sus hermanas e hijas las monjas carmelitas descalzas’. El epígrafe, añadido al autógrafo después de terminado el libro, nos pone en buena pista: la autora es la monja Teresa de Jesús; el libro es un ‘tratado’ de teología espiritual; pero se concentra en un símbolo básico, ‘el castillo’; sus destinatarias son las monjas carmelitas, entonces grupo sumamente reducido; entre una y otras, entre autora y lectoras, el libro abre un diálogo íntimo, de mujer a mujeres: ‘mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y con el amor que me tienen…’, se dirá en el prólogo (n. 4); por eso, ‘iré hablando con ellas en lo que escribiré’ (ib); el libro se atendrá a esa voluntad o nivel de estilo, ‘hablar escribiendo’; en el mismo prólogo se insinúa la posibilidad de diálogo con otros lectores, pero serán en cierto modo advenedizos: a la autora le ‘parece desatino pensar que [el libro] puede hacer al caso a otras personas’ (ib). Pese a lo cual, el libro resultará de alto interés para teólogos y literatos. Aquí recordaremos: 1) la composición de la obra, 2) autógrafo de la misma, 3) el simbolismo de soporte, y 4) síntesis de su contenido doctrinal.
1. Composición de la obra
La gestación y la redacción del Castillo Interior se deben inicialmente a la presunta pérdida del Libro de la Vida, secuestrado por la Inquisición de Valladolid y de Madrid en 1575. Dos años después (1577), la autora se propone recuperar el contenido doctrinal y autobiográfico de aquel libro, escrito hace doce años, ‘por si se hubiere perdido’ (pról. 2). Recuerda al por mayor su contenido, pero no lo tiene al alcance de la mano. Escribirá, por tanto, un libro nuevo (cf sin embargo la cta 177,19). Lo hace requerida por dos asesores ilustres, Jerónimo Gracián y el teólogo Alonso Velázquez, futuro obispo de Burgo de Osma y de Santiago de Compostela. Comienza la redacción en Toledo el 2 de junio de 1577. En febrero de ese año ha tenido un grave achaque de salud, que la ha forzado a escribir de mano ajena, dictando. Ahora se ha recuperado ligeramente y escribe de mano propia, pero bregando contra ‘los ruidos y la flaqueza’ de cabeza, y alternando la pluma con otros ‘negocios forzosos’ (Pról. 1). Redacta en directo, sin borrador previo. Sin traza de esquemas ni de apuntes. Acosada desde fuera por la situación crítica, casi extrema, que en esos momentos atraviesa su obra de fundadora.
Esos problemas del entorno y la muerte súbita del nuncio papal Ormaneto, amigo suyo, la hacen suspender la tarea, apenas iniciada. A mediados de julio viaja a Avila. Aquí reanuda la redacción, tres o cuatro meses después, ya en invierno. En el mes de noviembre de ese crudo invierno abulense escribe los dos tercios finales del libro. Lo concluye el 29 de ese mes y año. Sin tiempo para revisarlo y, quizás, enviarlo a fray Juan de la Cruz, residente también en Avila extramuros. Porque en la noche del 3 al 4 de diciembre, este último es apresado y llevado a la famosa carcelilla de Toledo. Teresa tendrá que someter su escrito a la aprobación de otros letrados asesores. Encomienda esa revisión dos años después (1580) al carmelita Jerónimo Gracián y al dominico Diego de Yanguas, en Segovia. Los dos aprueban, pero Gracián no duda en retocar y enmendar el libro, con tachas, adiciones interlineares y glosas marginales, que afortunadamente no impedirán que aún hoy leamos íntegro el texto de la autora tal como brotó de su pluma.
Pronto, para poner el libro a salvo de sabuesos delatores, T lo confía a la custodia de la avispada priora de Sevilla, María de San José. Y en el Carmelo hispalense se conserva todavía hoy el original de la obra.
2. El autógrafo y su edición
El autógrafo del Castillo es un cuaderno cartáceo de 310x 230 mm., con un total de 115 folios (230 pp.). Encuadernado recientemente en terciopelo rojo. Con pequeñas anomalías. Folios numerados por la autora con guarismos romanos en el margen superior derecho de cada hoja; posteriormente numerados por páginas en el margen inferior con numeración arábiga, debida esta última a la mano de Gracián. En el margen superior de cada hoja, la misma Santa ha agregado las cabeceras: ‘moradas’ (en abreviatura) en la página de la izquierda; y en la página de la derecha el número de la morada correspondiente.
Precede un breve prólogo. Y el manuscrito concluye con dos páginas y media de epílogo, precedido a su vez por una aprobación autógrafa del teólogo inquisitorial Rodrigo Alvarez, firmada el 22 de febrero de 1582. Ni en el interior del texto ni al final del mismo se insertó el epígrafe de los capítulos. Parece haberlos dictado la autora en papeles sueltos que luego se perdieron, y que nos han llegado en las copias más antiguas. (Una descripción detallada del manuscrito autógrafo puede verse en la Nota histórica que acompaña a la edición facsimilar del original: Burgos 1990).
El Castillo no llegó a imprimirse en vida de la autora. Lo publicó por primera vez fray Luis de León, en Salamanca 1588, con el título ‘Libro llamado Castillo Interior o las Moradas’. Pero el editor salmantino no dispuso del original de T, que seguía en Sevilla. En su lugar, utilizó una copia mendosa que, durante siglos fue responsable del texto teresiano. Por fin, cuando el libro había cumplido ya los 300 años de existencia, el arzobispo de Sevilla, cardenal J. M. Lluch lo hizo reproducir en edición facsimilar ‘autografiada’ (Sevilla 1882). Más recientemente la Editorial Monte Carmelo ha hecho su reproducción en facsímil fotostático (Burgos 1990).
3. El soporte simbólico
Uno de los mayores méritos literarios del libro es el subyacente simbolismo de la exposición. La autora anuncia ese recurso doctrinal desde las primeras líneas del capítulo primero. Luego, lo desarrolla lentamente, sin cargar las tintas, y a la vez va introduciendo y trenzando símbolos nuevos. Elementales todos ellos, pero de gran densidad germinal.
Los principales símbolos utilizados son cuatro: 1º, un símbolo estructural, coextensivo a toda la exposición y convertido en título del libro, el ‘castillo’, que refleja bien el paisaje castellano, geográfico y social; 2º, un símbolo puntual, para las moradas cuartas: dos clases de aguas manantiales, agua de pilón interior, y agua de arcaduces lejanos; 3º, a partir de las moradas quintas, símbolo del gusano de seda, que se metamorfosea en mariposa; 4º, todavía emparejado con el anterior, el símbolo nupcial, para las tres moradas finales, quintas, sextas y séptimas, enriquecido con otros elementos del Cantar de los Cantares, como la bodega, el vino y el amor.
Desde el punto de vista literario, los cuatro símbolos pueden tener ascendencia en la Biblia o en autores espirituales cristianos o no-cristianos. Pero, de hecho, tienen raíz existencial autobiográfica. Teresa se ha experimentado a sí misma como un castillo o un palacio habitados. En las últimas etapas de su jornada espiritual, ha vivido una intensa experiencia esponsal de amor trascendente. Ha sentido la transformación de su ser como la de un pobre gusano, ‘grande y feo’, que se vuelve mariposa volandera y libre, capaz ya de vivir sin tocar tierra. Ha percibido el laborío de su tensión interior como agua portadora de vida. Ya en Vida había identificado su alma con un jardín regado con toda suerte de aguas.
Desde el punto de vista doctrinal, los cuatro símbolos tienen semántica transparente para el lector. El castillo es el alma, o bien el hombre, anclado y separado del mundo por foso y cerca, con densa interioridad casi inabarcable, y con vocación de transcendencia por ser, en última instancia, morada de Dios, espacio para Dios. El doble fluir del agua y sus dos manantiales, agua laboriosa y algo turbia la una, la otra agua de manantial endógeno, que fluye y dilata el pilón, corresponde a las dos coordenadas de la vida espiritual, ascética y laboriosa la una, mística (misteriosa) y gratuita la otra: esfuerzo del hombre, y gracia de Dios. La transmutación ‘gusano-mariposa’ indica el proceso de crecimiento y maduración del cristiano, misteriosamente incorporado a Cristo e identificado con El. Por fin, el símbolo bíblico del amor esponsal subraya y define el carácter relacional y bipolar de la vida de la gracia que en el hombre realiza un proceso de simbiosis con la persona divina: simbiosis en que va a consistir la santidad cristiana.
El entrecruce de los símbolos con unos pocos tipos bíblicos y con una serie selecta de textos tomados de la Escritura delata el calado teológico de la exposición. A su vez, los cuatro símbolos, sobriamente desarrollados, quedan abiertos y sugeridores para el lector, que fácilmente se siente provocado a confrontarlos con la propia vida e interpretarlos desde la propia experiencia.
4.Contenido doctrinal
El Castillo Interior es una lección de teología espiritual, que suavemente se convierte en un tratado de teología mística, escrito por una mujer que ha experimentado y pensado a fondo el propio proceso espiritual y místico, y desde él es capaz de elevarse del plano narrativo al plano doctrinal, y codificar, a su modo, el itinerario del cristiano, hasta llegar a la plenitud de vida cristológica y trinitaria, en función de Iglesia.
Desde las primeras líneas de la morada primera queda centrado el tema de la vida espiritual en términos originales: misterio del hombre dotado de alma capaz de Dios, y misterio de la comunicación con la divinidad que habita en él. Surge enseguida el intento de desembarazarse rápidamente de los temas introductorios primeros pasos de la vida espiritual, para afrontar de lleno el tema difícil, de que tan poco se habla en los libros espirituales: últimas fases de la vida cristiana y pleno desarrollo de la santidad (M 1,2,7). De hecho, la autora despacha en solos cinco capítulos todo el tema ascético, que había llenado casi íntegramente el Camino de Perfección, y dedica el resto de la obra 22 capítulos a la jornada fuerte: entrada en la tierra santa de la vida mística (moradas cuartas), unión y santificación inicial (moradas quintas), el crisol del amor y sus manifestaciones más fuertes en el místico (moradas sextas), consumación en la experiencia de los misterios cristológico y trinitario, y plena disposición al servicio de los otros (moradas séptimas).
En apariencia, el libro y su trazado se van improvisando sobre la marcha. Pero en realidad, la síntesis lograda en la obra cosecha en plena granazón la siembra de muchos años. Sobre todo, las experiencias del último quinquenio, a partir del trato con fray Juan de la Cruz, han dado a la autora una nueva visión del horizonte espiritual. No sólo ha entrado ella misma en la fase final (moradas séptimas) desde la gracia decisiva de la comunión en ‘la octava de san Martín’ (1572), sino que las últimas vivencias la han afianzado en un doble plano de experiencia: el uno, antropológico, misterio del hombre, con los cambiantes extremos de gracia y de pecado; el otro, trinitario: experiencia de la inhabitación y de las palabras evangélicas que la prometen a quien ama y guarda los mandamientos. A coronar ambos ciclos de experiencia ha sobrevenido una ulterior gracia misteriosa, cifrada en la consigna ‘búscate en Mí’: invitación a rebasar el movimiento de interiorización (búsqueda de Dios en el castillo del alma, a la manera agustiniana), con una ulterior inmersión en el misterio trascendente de Dios. Es la gracia que, a principios de este mismo año 1577, ha motivado el Vejamen en que tercia el propio fray Juan de la Cruz, y que inspira el poema teresiano ‘Alma, buscarte has en Mí’.
Ha sido esa serie de experiencias la que ha puesto en marcha la elaboración del Castillo. De ellas depende ahora la interpretación del misterio del hombre, de su vocación trascendente y de su proceso de vida, camino de la plenitud. Interpretación que se articula en tres momentos: a) una base antropológica: afirmación del hombre, de su capacidad y dignidad, de su apertura a la trascendencia (moradas primeras); b) una fase cristológica: plenitud del misterio de muerte y resurrección, para actuar en el creyente la transformación en Cristo (moradas quintas); c) y punto de arribo trinitario: experiencia de Dios y de su presencia, para elevar al sumo potencial la acción del hombre al servicio de todos (moradas séptimas).
Un breve sumario de las siete etapas del proceso (siete moradas) podría trazarse a base del dato central de cada una, aunque sea a riesgo de empobrecer la exposición teresiana. A saber:
primeras moradas: ‘entrar en el castillo de sí mismo’; convertirse e iniciar el trato personal con Dios (oración); conocerse a sí mismo…
segundas moradas: ‘luchar’; esfuerzo ascético, porque persisten en el hombre los dinamismos desordenados; progresiva sensibilidad en la escucha de la palabra de Dios (oración meditativa)…
terceras moradas: la prueba del amor; superación del egoísmo; logro de un programa de vida espiritual; brotes de celo apostólico; fases de aridez e impotencia como estados de prueba: ‘Pruébanos tú, Señor, que sabes las verdades’.
cuartas moradas: brota la fuente interior, acción de la gracia, paso a la experiencia mística, pero intermitente: momentos de lucidez infusa (recogimiento de la mente), y de amor místico-pasivo (quietud de la voluntad), hacia la unificación interior…
quintas moradas: muere el gusano de seda; el hombre renace en Cristo (‘nuestra vida es Cristo’, 5,1,12); enamoramiento (‘llevóme el Rey a la bodega del vino’, 5,2,4). Estado de unión y conformación con la voluntad de Dios, manifestada especialmente en el amor al prójimo (c. 3).
sextas moradas: supremo crisol del amor. Tensión de vida teologal. Nuevo modo de sentir y medir los pecados pasados. Cristo presente ‘por una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre su compañía (del alma)’: 6,7,9. Desposorio místico. Interioridad ‘sellada’.
moradas séptimas: en el simbolismo esponsal, ‘matrimonio místico’. Plena inserción en los misterios cristológico y trinitario. Plena inserción en la acción: ‘que nazcan siempre obras, obras’ (7,4,6); ‘hambre de la honra de Dios’, ‘hambre de allegar almas a El’, como santo Domingo o san Francisco (7,4,11). Como el crucificado (7,4,4-5).
A lo largo de todo el proceso, Cristo ha sido siempre el punto de mira: ‘Pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí aprenderemos’ (1,1,11). ‘Los ojos en el Crucificado, y haráseos todo poco’ (7,4,8). Escritos.
BIBL. A. Mas Arrondo, Teresa de Jesús en el matrimonio espiritual. Análisis teológico desde las séptimas moradas del C. I., Avila, 1993; F. Márquez Villanueva, El símil del Castillo interior: sentido y génesis, en «Actas del Congreso Internacional Teresiano» II, Salamanca, 1983, pp. 495-522; T Alvarez, Guía al interior del Castillo, Burgos 2000; L. López Baralt, Santa Teresa de Jesús y Oriente: el símbolo de los siete castillos del alma, en Puerto Rico 13 (1983), pp. 25-44; J. R. Stamm, Las Moradas del Castillo interior: ¿alegoría o manera de decir?, en «Santa Teresa y la Literatura mística hispánica», Madrid 1984, pp. 323-330.
T. Alvarez