En los escritos teresianos, ‘celda’ es la habitación en que mora habitualmente la carmelita, o fray Juan de la Cruz (carta al rey: 218, 5), o cualquier ermitaño, por ejemplo, los del Tardón (F 17,8). Teresa misma describe con fruición las celdillas de los primeros descalzos de Duruelo: ‘Tenían (en el desván de la alquería) a los dos rincones… dos ermitillas adonde no podían estar sino echados o sentados, llenos de heno porque el lugar era frío… con sus ventanillas hacia el altar y dos piedras por cabecera…’ (F 14,7).
El significado espiritual de la celda lo hereda T de la vieja tradición monástica a través de la Regla del Carmelo, que prescribía que los ermitaños ‘permanezcan día y noche en sus celdas meditando la palabra del Señor y orando…’ (recordado por T en C. 4,2 y 21,10). Por eso para ella la celda es símbolo y concreción de soledad y silencio, como clima adecuado para la contemplación. Especie de soledad intensiva, dentro de la soledad comunitaria creada por la clausura en medio de la ciudad. En sus carmelos, ninguna monja podrá entrar en la celda de otra sin licencia de la priora (Const 2,9). Pero esa licencia no se negará cuando dos religiosas quieran hablar ‘para más avivar el amor que tienen al Esposo’ (Const 2,5), que es precisamente la razón y función de la celda: soledad para el ‘trato’ con El; ‘la soledad es su consuelo’. ‘Solas con El solo’ (V 36, 25.29).
En la historia personal de T, en la Encarnación dispuso ella de una celda ‘hecha muy a mi propósito’, muy de su agrado (V 32,10). Celda memorable, porque en ella recibió la Santa gran parte de las gracias místicas referidas en Vida, y porque en ella nació la idea de fundar un nuevo Carmelo (V 32,10). Más tarde, en San José (1562/1565), tuvo su celda habitual en el primer piso del monasterio: aún hoy se conserva. Era un cuadrado de 3.10×3 metros, con un ventanuco hacia el huerto y pobrísimo ajuar: cruz de madera y estampas de papel en la pared, una estera en el suelo, una pobre tarima para el descanso… Bajo la ventana, un pequeño rellano que frecuentemente sirvió de mesa para escribir. Ella tuvo especial afecto a su celda de Toledo, ‘una celdilla muy linda, que cae al huerto una ventana, y muy apartada’ (carta a su hermano Lorenzo: 115,2). Se lo repite a Gracián: ‘me han dado una celda apartada como una ermita, y muy alegre’ (cta 128,3). En ella redactó la primera parte del Castillo Interior, el Modo de visitar, gran parte de las Fundaciones, el Vejamen e innumerables cartas. Con todo, ninguna de las celdas habitadas por ella es tan memorable como la mencionada celdilla de San José, donde escribió la postrera redacción de Vida, las dos de Camino, las Constituciones, los dos tercios finales del Castillo Interior, muchos de sus poemas y numerosas cartas. Memorable también su celda del carmelo de Alba de Tormes, en que recibió por última vez la Eucaristía y en la que entregó su alma al Señor. Ahí, en su carmelo de Alba, había tenido en lo alto del convento ‘una ermita que se ve el río, y también adonde duermo, que estando en la cama puedo gozar de él, que es harta recreación para mí’ (cta 59,1). En la vida religiosa y en la espiritualidad de T, la celda es el umbral de la interioridad, espacio de oración y preludio de la ‘morada interior’. Clausura.
T. Alvarez