Es tópico el dicho de la Santa: «por la menor ceremonia de la Iglesia me pondría yo a morir mil muertes». Se lo alega frecuentemente para exaltar la fidelidad de una mística como ella a la materialidad de los ritos de culto, aun los más insignificantes. En realidad, ella lo escribió como reacción personal suya ante la insinuación de posibles delaciones de sus fenómenos místicos a la Inquisición. Se le insinuaban, de hecho, para inocularle miedo (el «mucho miedo» de los portadores del rumor). Y la reacción de T es doble: ella no tiene miedo alguno; y sí tiene absoluta lealtad a la Iglesia, desde su fidelidad a los valores sumos de ésta («cualquier verdad de la Sda. Escritura»), hasta los más insignificantes, como puede ser «la menor ceremonia de la Iglesia», por ser de la Iglesia. Efectivamente lo que ella escribió es: «…en este caso [en el caso de una intervención de los inquisidores] jamás yo temí; que sabía bien de mí que en cosa de la fe, contra la menor ceremonia de la Iglesia que viese yo iba, por ella, o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría yo a morir mil muertes» (V 33,5).
En ese contexto el dicho teresiano tiene positivo valor de réplica frente a quienes contraponen la libertad del místico a los dictados de la jerarquía institucional. Por lo demás, T se declara poco amiga de las «ceremonias de mujeres», coetáneas suyas (V 6,6).
T. Alvarez