En los tiempos nuevos que comienzan con el reinado de los Reyes Católicos se repite el esquema social de la Edad Media. Perviven los mismos grupos y estamentos. Los cambios que se producen en las clases, en la morfología de cada una de ellas y en las relaciones interclasistas, son consecuencia de las crisis tardomedievales: crisis agrarias, capitalismo balbuciente, presencia y afianzamiento de burguesías emprendedoras. En los reinados siguientes se estabiliza la contextura social, aunque también se produjeron alteraciones. Por ejemplo la sumisión de la nobleza al poder de los reyes, que aumentaron su poder suprimiendo drásticamente brotes de altanería de grupos u oligarquías ciudadanas. La expulsión de minorías como los judíos y los moriscos provocó alteraciones en la economía y servicios. La protección a sectores especiales de producción, como la Mesta, afectó a la agricultura, tocada también por malas cosechas y la acumulación de propiedades por parte de los nobles. El diagrama de las clases o grupos sociales es el siguiente: la nobleza, el clero, el tercer estado o clases populares.
La nobleza
En etapa tardía de la Edad Media hubo un relevo en la clase nobiliaria, la llamada «nueva» nobleza, es decir, la que nació de la generosidad de los Trastámara, y de la favorable solución para esa rama de las confrontaciones civiles. A ella pertenecieron los «ricos homes» de Castilla, los magnates, la gran aristocracia castellana. Contra lo que ha sostenido una determinada historiografía, los Reyes Católicos no sometieron ni desintegraron a la nobleza. Lo que sí sucedió fue una legitimación de sus títulos y de sus rentas, y quedó constituida en una superclase, como consecuencia de la aplicación de la justicia tras la guerra civil. De hecho formaba como una cuasifamilia con la realeza, dentro de su propio orden. Su estatuto fue fijado en las Cortes de Toledo, 1484, completado y mejorado con las Leyes de Toro, 1505.
La nobleza era la principal clase privilegiada. Sus privilegios se extendían a todos los planos: real, es decir, los bienes, indivisibles e inalienables, exención de impuestos, no pechar, y privilegios jurídicos, agrupados según expresión del tiempo en «honras, franquezas, libertades y exenciones». La nobleza fue la clase que más mantuvo y defendió su propia identidad y su sentido de casta o de grupo, cayendo en la comprometida patología de la pureza de los linajes y de sangre. El acceso a la nobleza, aunque fuera en los grados inferiores fue animado por los reyes y regulado por la pertinente legislación, a partir de las leyes de Córdoba,1492. El acceso a la nobleza aunque fuera desde el más bajo escalón, la hidalguía, comportaba especiales connotaciones sociales: aumento de la honra, liberación de impuestos, llegar al especial estado, que el dicho popular sintetizó en la frase: «no vivir de rentas, no es trato de nobles». Es el llamado «endonomismo», verdadera manía por su generalización.
También en la clase nobiliaria existía una estratigrafía. La primera clase nobiliaria, los grandes de España, era la principal. Su número inicialmente de 25, en 1521, aumentó en los reinados sucesivos. Alcanzaron los tiempos modernos. En la época liberal se convirtieron en los «próceres», con ubicación y estamentos especiales en la Cámara Alta.
Junto a la alta nobleza, cuyo número está constituido por un grupo de grandes linajes, hasta cincuenta, y no más de quinientos magnates, la pequeña nobleza podía llegar hasta un diez por cien de la población de Castilla. Y estaba formada por caballeros, gentiles hombres, hijosdalgo, ciudadanos honrados. Era el estrato más vivo, verdadera espina dorsal de la monarquía, con conciencia de su poder, sobre todo en las ciudades. Es el grupo que verdaderamente configuraba la existencia cotidiana, la que imponía las formas y el talante del vivir, los esquemas mentales, las pautas, los valores en uso y ejercicio, los gustos artísticos y literarios y en parte las costumbres de todos. Así continuó hasta el siglo XVII en que se agotó su mejor momento.
El clero
La tonalidad y la verdadera homologación de la sociedad castellana llegó por la religión. En el clero existía también una escala, que hasta cierto punto repetía el fenómeno de la desigualdad de los otros grupos. Es, sin embargo, en el clero, donde se da la presencia de gentes de los demás grupos sociales, junto a los miembros de la nobleza, especialmente los bastardos, hubo clérigos de la más pobre extracción social. Esto se daba especialmente entre los religiosos. También el clero era estamento privilegiado, las conocidas inmunidades eclesiásticas sobre las personas, los bienes y el fuero.
El nivel más alto del clero estaba constituido por los arzobispos y obispos. Muchos miembros del episcopado eran segundones de la nobleza, pese a que los Reyes Católicos impusieron nuevos criterios en su nombramiento, sobre todo cuando llegó el patronato real. Así fue posible el acceso de hombres de clases inferiores, hasta a veces muy humildes. Se tuvieron en cuenta candidatos relevantes por su cultura, hombres de letras y virtud.
Un nivel inferior lo ocupaban los obispos de diócesis de menor categoría, se entiende por las rentas, los abades de los monasterios y los capítulos de las treinta y una diócesis de Castilla. Las relaciones entre obispos y cabildos distaron mucho de ser armónicas. El clero capitular, en general, era culto e influyente, con fuerte sentido de grupo y muy sensibilizado por la defensa de sus privilegios, como todo el estamento clerical. Este grupo era numeroso, mil setecientas personas para Castilla a primeros del siglo XVII. El último escalón clerical lo formaban los párrocos rurales, capellanes y clérigos sin ningún beneficio, y sin relieve en ningún aspecto.
Según la conocida afirmación de Marineo Sículo el estamento del clero poseía un tercio de las rentas de la monarquía, repartiéndose los otros dos tercios la nobleza y la corona. Pero al igual que en otras clases la riqueza era participada de forma muy desigual por los distintos grupos del clero. El rural vivía a veces, más que en pobreza, en miseria escandalosa. Uno de los aspectos que se tuvieron en cuenta durante las etapas de reforma, tanto la anterior a Trento como la posterior, fue mejorar la condición, la vida y la formación del clero.
Junto al clero diocesano estaba el mundo de los religiosos. Durante el reinado de los Reyes Católicos, y en los siguientes, sobre todo bajo Felipe II, culminará el proceso de renovación puesto ya en marcha, y animado desde dentro de las órdenes, por Roma, a partir de Trento y por los reyes, si bien esto mismo fue ocasión de litigios y tensiones, como sucedió particularmente entre los Carmelitas.
El clero, tanto de seculares como de regulares fue muy numeroso durante todo este tiempo, y significó una presencia cualificadísima e influyente en todos los aspectos de la vida real. Se ha fijado en un 11 por cien el número de miembros del clero y órdenes religiosas, para una población castellana de aproximadamente seis millones y medio en la segunda mitad del siglo XVI.
El tercer estado
La gran masa de población estaba integrada por el llamado tercer estado, o clases medias, de una gran variedad, determinada especialmente por su habitat, clases urbanas, campesinado y pastores; por la riqueza, que determinaba el trabajo y la consiguiente colocación social: artesanos, comerciantes y servicios. El afán por obtener privilegios y prestigio por parte de la clase media, que en las ciudades llegó a convertirse en una mesocracia, es una de las características más fuertes de este grupo social. La cuantía para instalarse en la condición de noble y liberarse de impuestos oscilaba entre los 40.000 y 50.000 maravedises. Un núcleo extenso y decisivo en la vida urbana era el de los artesanos, muy variado y autoprotegido por usos y costumbres obtenidos en la vieja tradición medieval.
El campesinado era también un grupo numeroso y diversificado. Había un campesinado residente en las ciudades que cultivaba directamente sus tierras o las arrendaba, como hicieron muchos hidalgos. Este tipo es el conocido en las fuentes literarias como «rico campesino». Otro grupo de campesinos, dentro de una variedad que no se completa con los indicados, era el de los que trabajaban directamente el campo y vivían pegados a él, siendo o no propietarios de la tierra y de los medios de laboreo, o asalariados, aparceros y renteros. Las tierras de la Iglesia, cabildos, abadías y conventos, también eran arrendadas a un alto número de trabajadores. Esto constituyó una tarea complicada, a veces desagradable y siempre comprometida de la Iglesia.
Los marginados
Constituyen el cuadro de tonos más penosos y sombríos de la sociedad. Por el hecho en sí, y por su extensión: pobres, enfermos, cuya asistencia pública y privada era intensa por motivaciones varias, pero principalmente por la fuerte sensibilización religiosa. Entre el alto clero la conciencia de que lo que sobraba después de haber cumplido con las obligaciones, era de los pobres, se vivía con exigencia. Los hospitales, diversamente dotados eran muy numerosos.
Finalmente estaba la numerosa clase social de los criados y servidores de la nobleza y de la aristocracia. Y junto a éstos, los esclavos, hecho social persistente, todavía no cuestionado, y que se valoraba aún como signo de calidad. El número mayor de esclavos estaba en las ciudades. No existían en el país vasco. Para toda España se eleva su número hasta 100.000. El precio era variable, entre doscientos cincuenta o mil reales. Presencia de esclavos se da en todas las clases: nobles, mercaderes, e incluso en casas de algunos clérigos.
Santa Teresa es, sin duda, un testigo excepcional de la sociedad de su tiempo. Las peculiaridades de su vida, desde el propio enclave en el conjunto, sus tareas de fundadora y, sobre todo, su perspicacia, favorecieron el encuentro y el conocimiento de la abigarrada textura de grupos y clases. Se encontró con representantes de toda la sociedad, desde el rey hasta los vasallos de la última envoltura social, con los mismos marginados o metasociales, como los esclavos. Su epistolario es un verdadero retablo de los personajes del tiempo. En él se puede seguir el encuentro con las personas, su valoración de individuos y de clases, y su actitud ante cada uno. También en sus páginas se pueden rastrear las influencias recibidas. Sobre todo se verifica la evolución de la Santa en hechos puntuales, al igual que la acción que ella quiso proyectar sobre personas concretas de otras clases.
Uno de los hechos más perentorios es su valoración de la «nobleza» y de su rol social; de la honra y sus adheridos, la riqueza, los títulos, el señorío y el linaje. Su postura ante la nobleza es inteligente y múltiple. Acepta la realidad y el trato coherente, como puede verificarse en el cuidado de los títulos exactos de los destinatarios de sus cartas. Puede verse la correspondencia con doña Luisa de la Cerda, doña María de Mendoza, del mismísimo Felipe II. Dos datos significativos en relación con la nobleza son los siguientes: en primer lugar, su deseo y su acción concreta para ayudar espiritualmente a algunas personas actitud, por otra parte, habitual en ella, con todos, pero que tiene matices o deje especial cuando lo hace con personas de la nobleza. A doña Luisa de la Cerda le escribe: «Ya sabe vuestra señoría que conmigo ha de perder señorío y ganar de la humildad» (cta a doña Luisa de la Cerda, 2.11.1568). A doña María de Mendoza, la hermana del obispo de Palencia, no le hurta un intencionado consejo: la quiere ver «más señora de sí» (cta a doña María de Mendoza, 8.3.1572). En segundo lugar la transferencia de la nobleza a otro plano, el del espíritu, que no es una sublimación reivindicativa, sino fruto de su experiencia y de su crítica de la realidad. Si bien lo más duro de esa crítica apunta al poder, a las riquezas, que constituyen un binomio del que se derivan tantas secuelas. No se le escaparon los tics, los complejos y manías de los poderosos (V 34,4) que llegaron por mimetismo a otros grupos, como los letrados y la misma vida religiosa, con los «puntos de honra», de los que ella abominaba.
Su relación con el estamento clerical es muy extensa y abarca desde la jerarquía hasta los humildes clérigos y capellanes. Su relación con los sacerdotes está inspirada también en la pura y simple teología. Les valora como los que hacen a Cristo presente y perdonan los pecados, que es lo que está más allá y a salvo de su condición de pecadores. Su amor por ellos es de altísimo nivel, y le inspiró actitudes singularizadas: «mostrábales gracia» (V. 37,5) rayanas en la audacia, como en el caso del cura de Becedas (V 5,4-6). El grupo clerical más aceptado por ella es el de los doctos. Los letrados más brillantes de su tiempo forman en torno a ella una verdadera élite, y colocados por ella en su esquema de valores en lo más alto de la pirámide social. Pero tampoco se libraron de su crítica audaz, sobre todo, porque también se dejaban contagiar de las fijaciones sociales y del complejo de honra (C 36,4; 27). En su acceso a los doctos para garantizar su propio espíritu y su doctrina ni siquiera se plegó al consejo de uno de los ilustres consejeros, san Pedro de Alcantará, para quien la suprema garantía estaba en la «experiencia». Y otro hecho ciertamente no inesperado. Tuvo particular empeño en llevar a los letrados a la vida interior (R 3, 7; Tomás Alvarez, Estudios Teresianos,I, p. 419 ss).
El encuentro de la Santa con la vida cotidiana y la variopinta multiciplidad de gentes se lo impuso especialmente su actividad de fundadora. Tuvo que tratar y habérselas con todos: comerciantes, arrieros, funcionarios. Trató con todos con naturalidad y habilidad. Pero no disimula sus limitaciones y sus peculiares artes.
También se encontró Teresa con la esclavitud. La alusión a la actitud de su padre (V 1, 1) que no quiso tenerlos, la atribuye a «piedad», la admira y la comparte. En el momento de dar consejo sobre la aceptación en el convento de Sevilla, 1577, de una «esclavilla», dice a la priora, María de San José que «en ninguna manera resista», es decir, que no se niegue a recibirla (cta a María de San José, 28.6.1577). Ella misma no se opondría a que profesara si alcanzaba la madurez requerida. Como se ve respecto de la esclavitud se colocaba más allá de su tiempo. Pobres. Esclavos.
BIBL.M. Fernández Alvarez, El entorno social de Santa Teresa, en «Actas del Congreso Internacional Teresiano» I (Salamanca 1983), pp. 91-101; Id., La sociedad española del Renacimiento, Salamanca 1970.
Alberto Pacho