1. Consolación y desolación. Son dos situaciones extremas y opuestas del camino espiritual. En los escritos teresianos no aparece el término desolación, pero sí se describe esa típica situación aflictiva, presente en otros místicos y maestros espirituales. Su descripción es un pequeño jirón de la autobiografía de T en pleno período místico, capítulo 30 de Vida. Teresa, que había leído el comentario de san Gregorio al libro de Job, ahora compara ese trance suyo con el santo de Hus: ‘…permite el Señor y le da licencia (al demonio), como se la dio para que tentase a Job, aunque a mí como a ruin no es con aquel rigor’ (30,10). A veces es una situación psicológica pasajera. Otras han sido períodos de ‘ocho y quince días, y aun tres semanas, y no sé si más…’ (n. 11), en que ella se ha sentido sumergida en la desolación, con la mente oscurecida, ‘el alma aherrojada’ y todo su ser como en ‘un traslado del infierno’ (n. 12), vacía de Dios, ‘casi como cosa que oyó de lejos le parece conoce a Dios’ (n. 12). Termina esa descripción con una pincelada colorista: ‘Tener, pues, conversación con nadie es peor. Porque un espíritu tan disgustado de ira pone el demonio, que parece a todos me querría comer, sin poder hacer más, y algo parece se hace en irme a la mano, o hace el Señor en tener de su mano a quien así está, para que no diga ni haga contra sus prójimos cosa que los perjudique y en que ofenda a Dios’ (n.13). La cascada de vocablos usados por T, en lugar de ‘desolación’, son numerosos: ‘congoja’, ‘desconsuelo’, ‘espíritu de ira’, ‘trabajos de cuerpo y alma’, ‘de los más penosos y sutiles…’.
T dispone igualmente de un rico léxico de variantes para el aspecto opuesto: consolación y consuelo, ternura y lágrimas, contentos y gustos. Los dos últimos tienen ya acepción técnica, para designar las primeras manifestaciones de la oración mística. Para ella, en la vida espiritual el gran Consolador es Jesús, o el Señor: ‘este Señor y consolador mío…’ (V 40,20), ‘verdadero consolador’ (M 6,11,9). Él sirve de punto de referencia: en la Pasión ‘desierto quedó este Señor de toda consolación’ (V 20,10). También la Virgen María es modelo y fuente de consuelo en los trances de dolor. ‘No pienses cuando ves a mi Madre le dice el Señor a T que me tiene en sus brazos, que gozaba de aquellos contentos sin grave tormento. Desde que le dijo Simeón aquellas palabras, le dio mi Padre clara luz para que viese lo que yo había de padecer’ (Rel 36,1). Al lado de la Virgen aparece también ese profeta de la consolación, el anciano Simeón con el Niño Jesús como ‘un romerito’ en sus brazos (C 31,2).
A pesar de la frecuente referencia de T a san Pablo, no cita ella ni parece aludir al texto clásico del Apóstol: 2 Cor 1, 3-7. En cambio, en momentos de desolación, sí le ha servido otro pasaje paulino: ‘…decía san Pablo que era Dios muy fiel, que nunca a los que le amaban consentía ser del demonio engañados… (1 Cor 10,13). Esto me consoló mucho’ (V 23,15). También es para ella motivo de íntimo consuelo el salmo 33,19: ‘mientras menos consolación exterior, más regalo os hará (el Señor). Jamás falta… Así lo dice David: que está el Señor con los afligidos’ (C 29,2). La conmueve de modo especial la palabra de Jesús. ‘venid a Mí todos los que trabajáis y estáis cargados, y yo os consolaré’: glosado en la Exclamación 8.
2. En el principiante espiritual. Teresa había leído probablemente los capítulos del Maestro san Juan de Avila en el Audi, filia, sobre la tentación que sufre el principiante ‘buscando consuelos y gustos espirituales’ (II, 2,8). Pero a ella la adoctrinó más la propia experiencia, con alternancia de consuelos y desconsuelos en los comienzos de su vida espiritual. ‘Contentísima’ apenas toma el hábito: ‘mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura; dábanme deleite todas las cosas de la religión’ (V 4, 2). Pero pronto se le trastrocó ese paisaje interior: ‘Dieciocho años pasé grandes sequedades’ (V 4,9). En cuanto a la ‘grandísima ternura’ mencionada por ella, es significativa la historia de sus lágrimas. Primero, tenía ‘mucha envidia si veía a alguna tener lágrimas’ (V 3,1). Porque ‘era tan recio mi corazón, que si leyera toda la Pasión no llorara una lágrima’ (ib). Pero apenas profesa, ‘ya el Señor me había dado don de lágrimas’ (V 4,7). Nuevo cambio de signo en los años de sequedad: ‘enojábame en extremo de mis lágrimas… Parecíanme lágrimas engañosas’ (V 6,4). Y sin embargo su conversión acaecerá, como la de san Agustín, ‘con grandísimo derramamiento de lágrimas’ (V 9,9). ‘Lágrimas gozosas’, dirá luego (19,1). ‘Lágrimas todo lo ganan’ (19,3)…
Desde esa su experiencia, al principiante lo prevendrá en términos categóricos acerca de toda esa zona de consolaciones y ternuras en los comienzos de la vida espiritual. Dedica al tema el capítulo primero de su tratadillo de los grados de oración (V 11). En el símbolo del pozo y el huerto del alma, es un presupuesto perentorio que el hortelano (el principiante) ha de atravesar períodos más o menos largos en que el pozo se niegue a dar agua. ‘Pues ¿qué hará aquí el que ve que en muchos días no hay sino sequedad y disgusto y desabor y mala gana para venir a sacar el agua…?’ La respuesta es: ‘alegrarse y consolarse y tener por grandísima merced trabajar en huerto de tan gran Emperador… Su intento no ha de ser contentarse a sí sino a Él… Ayúdele a llevar la cruz’ (V 11,10). Consigna central para el principiante es ‘determinarse a servir por amor’; ‘se determine, aunque para toda la vida le dure esta sequedad’; ‘quien viere en sí esta determinación, no hay que temer’ (V 11,10.12).
Frente al problema teórico del deseo o la petición de ‘consolaciones espirituales’, la respuesta de T es categórica. Total abandono a la voluntad de Dios. ‘Guíe Su Majestad por donde quisiere. Ya no somos nuestros sino suyos’ (n. 12). Intencionada toma de posiciones frente a los letrados de su entorno, no sin un fino toque de ironía: ‘Para mujercitas como yo, flacas… [pase!]; mas para hombres de tomo de letras, de entendimiento, que veo hacer tanto caso de que Dios no les da devoción…, me hace disgusto oírlo’ (n. 14). En la perspectiva doctrinal de T, se trataría de una norma de profilaxis espiritual: erradicar desde la base toda infiltración de hedonismo espiritual. El apetito o la expectativa de gustos y consolaciones espirituales derivaría en una grave deformación de la vida misma.
3. Dentro de la experiencia mística. Tratará el argumento en el Castillo Interior, al llegar a las moradas sextas. Lo normal es que el místico pase por el crisol de ‘los grandes trabajos’ (M 6,1), con pena profunda por el sentimiento de la ausencia de Dios, y por el recuerdo de los propios pecados (M 6,7,1-6; cf 6,6,9-10). Pero esa misma experiencia mística hará brotar torrentes de indecible consolación espiritual. Ciertas gracias místicas constituirán un anticipo del goce escatológico, preludio de la bienaventuranza celeste. Centro irradiante de todas ellas será Cristo en su Humanidad de resucitado. Sólo ‘acordarse de su mansísimo y hermoso rostro, es grandísimo consuelo’ (6,9,14).
4. El arte de consolar a los otros. En la psicología de T es congénito el sentido de benevolencia hacia los demás. Desde joven, ‘en esto de dar contento a otros he tenido extremo’ (V 3,4). Altruismo innato, que en T se eleva de grado con la llegada de la experiencia mística. Baste recordar los dos extremos cronológicos de ese período.
Sin duda se debió a su renombre de buena amiga y de su capacidad consoladora el episodio, un tanto exótico, de su envío a Toledo en pleno invierno de 1561/1562, únicamente para consolar a una dama desconsolada, D.ª Luisa de la Cerda. Comenta Teresa: ‘Fue el Señor servido que aquella señora se consoló tanto, que conocida mejoría comenzó luego a tener, y cada día más se hallaba consolada. Túvose a mucho, porque la pena la tenía en gran aprieto’ (V 34,3).
El otro episodio ya no pudo relatarlo ella. Sucedió el último año de su vida, durante su residencia en un hospital burgalés. Nunca había tenido T esa experiencia de contacto inmediato con el dolor y la miseria humana. Desde su celdilla improvisada, oía los alaridos de los enfermos durante las curas. No resiste, y día tras día baja a consolarlos. Su enfermera Ana de san Bartolomé cuenta las estratagemas de que se servía, y hasta qué punto era balsámica su palabra o su mera presencia. El médico de turno, Antonio de Aguiar, comentando ‘la blandura de su santo y religioso trato’, recuerda : ‘Tenía Teresa una deidad consigo, para este testigo sacrosanta…, como del cielo… Sus palabras sacaban consigo pegado un fuego que derretía, sin quemar, los corazones de quien trataba’ (BMC 20, 425). Aguiar era el médico de la madre Teresa y del Hospital de la Concepción, donde ella tenía residencia prestada.
5. Nuestra Señora de la Consolación. En la Virgen María vio T un ejemplo sumo de desolación y de consolación. Desolación, en su ‘transfixión’ al pie de la Cruz. Teresa no retiene ese vocablo litúrgico, sino el popular ‘traspasamiento’: ‘mas ¡cuál debía ser el traspasamiento de la Virgen!’ El sábado antes de la Resurrección, ‘la pena la tenía tan absorta y traspasada…’ (R 15,6). A Teresa nunca le agradó la llamada misa ‘de spasmo Beatae Virginis Mariae’ (= del desmayo de la Virgen). Según ella, la Señora ‘estaba en pie’, traspasada de dolor. Pero ella fue la primera en recibir la consolación del Resucitado. Así lo percibe Teresa en una de sus experiencias místicas: ‘Díjome (el Señor) que en resucitando había visto a nuestra Señora…, y que había estado mucho con ella, porque había sido menester hasta consolarla’ (R 15,6).
T es amiga de plasmar en imágenes el contenido de sus experiencias cristológicas y marianas. A eso se debe que en su última visita al Carmelo de Malagón (1580) dejase a la comunidad el regalo de una imagen, hoy célebre, de Nuestra Señora de la Consolación’. Tiempo después, cediendo a las súplicas del Padre General, Juan de la Concepción, la comunidad le cedió la imagen (1689), que tuvo durante siglos capilla y culto en el convento barcelonés de ‘San José’, con amplia veneración popular. Así, hasta la desoladora profanación de 1835. Recogida de entre los desechos, la imagen pasó a la iglesia de las carmelitas de Barcelona, donde siguió siendo venerada hasta que, un siglo después (1936), de nuevo fue asolada la iglesia y robada la imagen. Entre tanto, ya desde fines del siglo XVII, su devoción se había extendido en Tortosa, en torno a una imagen pictórica, copia de la pequeña estatua de San José de Barcelona. Ahí, en Tortosa y en pleno período de exclaustración, la devoción popular a nuestra Señora de la Consolación prende en un alma privilegiada, Rosa Molas y Vallvé (1815-1876), hoy Santa Rosa Molas, madre y fundadora de una congregación de caridad y consolación, a la que impuso el nombre de ‘Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación’: 1858 (cf María Esperanza Casaus, La imagen de nuestra Señora de la Consolación, en ‘Monte Carmelo’ 107 1999 pp. 541-575).
En el Carmelo de Malagón se conserva todavía hoy un óleo, retrato y recuerdo de la imagen donada por la Santa. Es un cuadro de buen pincel: la Señora tiene en su derecha al Niño Jesús, y en su izquierda un libro abierto en que se leen las palabras de Isaías (40,1): ‘Consolamini, popule meus’. Y al pie de la imagen, la leyenda: ‘V. R. [=verdadero retrato] de la Milagrosa ymagen de Nª Sra. de la Consolacion, que llevaba santa Tereza en sus jornadas’. Alegría. Gozo.
BIBL. M. E. Casaus Cascán, La imagen de Nuestra Señora de la Consolación. Desde Santa Teresa a Santa María Rosa Molas, en «MteCarm.» 107 (1999), 541-575; S. López Santidrián, El consuelo espiritual y la Humanidad de Cristo en un maestro de Santa Teresa. En «EphCarm» 31 (1980) 161-193.
T. Alvarez