En tiempo de T, Córdoba era una de las ciudades más populosas de Andalucía. A sus puertas llegaron la fundadora y los carromatos el 22 de mayo de 1575, en su viaje de Beas a Sevilla. Era el amanecer de la fiesta de Pentecostés, y la comitiva quiso entrar en la ciudad para asistir a la misa que celebraría Julián de Avila. Les ocurrió entonces una de las aventuras más pintorescas de los viajes teresianos. La cuentan el dicho Julián de Avila, María de San José y la propia Santa, testigos presenciales los tres. El relato de T comienza asegurando que ‘harto mayor trabajo fue para mí’ que todos los del camino (F 24, 12-14). Quizá supiera ya la Santa que de los inquisidores de Córdoba habían salido las primeras delaciones de su Libro de la Vida, luego requisado por la Inquisición de Madrid. En su regreso a Castilla, T pasaría de nuevo por la ciudad, asistida de su hermano Lorenzo, pero ya no hace alusión al paso por Córdoba. Llegada a Toledo, medrosa todavía por los peligros de Gracián visitador, le llega la noticia de las algaradas y desmanes ocurridos en las cercanías de Córdoba, en los que anduvo envuelto su amigo el visitador de los franciscanos, P. Diego de Buenaventura. T pide informes a la priora de Sevilla, María de san José: ‘Dígame cómo le va a fray Buenaventura en la visita, y qué se hace sobre lo del monasterio que destrozaron cabe Córdoba, que no sé cosa’ (cta 129,8; cf. 133,2; 181,1-2).Sevilla, fundación de.
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