La determinación «teresiana» es una decisión dinámica, «lanzada», generosa, sin vacilaciones. Como un quemar las naves o un salto en paracaídas sin poder volver atrás. «Una gran determinación de que antes perderá la vida y el descanso y todo lo que le ofrece que tornar a la pieza primera»; «un ser varón y no de los que se echaban a beber de buzos [bruces] cuando iban a la batalla» (M 2,1,6).
1. Las determinaciones de Teresa
Antes de llegar a este lenguaje decidido y firme, Teresa experimentará en la propia carne la debilidad de las determinaciones humanas. Recordará también algunos momentos «determinantes». Uno muy fuerte fue la de hacerse monja y fugarse de su casa, «para servir más a Dios»; «que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande, que si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante» (V 4,1). Una vez dentro del monasterio, pronto se determina a ganar los bienes eternos «por cualquier medio» (V 5,2).
Pero su gran batalla de «determinaciones» va a ser el problema afectivo posterior. Se sucederán determinaciones y vacilaciones: «ni bastaban determinaciones ni fatiga en que me veía para no tornar a caer en poniéndome en la ocasión. Parecíanme lágrimas engañosas» (V 6,4). «Aunque mis determinaciones y deseos entonces por aquel rato digo estaban firmes» (V 7,19); «cuán atada me veía para no me determinar a darme del todo a Dios» (V 9,7). Al final, será Dios quien la libere del todo y la encamine hacia una afectividad madura, que luego, desde Dios, será más profunda y verdadera para los humanos (V 24,7). Más tarde Teresa se afianza en sus determinaciones, pues su amor a Dios va creciendo. Un amor quita otro amor. «Me parece que no se me ofrecerá cosa por vuestro amor que con gran determinación me deje de poner a ella» (V 6,9).
En su historia oracional tuvo una crisis fuerte de un año: «todas mis determinaciones me aprovecharon poco», (V 4,9). Pero añadirá también: nunca «dejaba de estar determinada a la oración» (V 19,11). Y pasada la crisis, escribirá: «nunca más la dejé…; dejar la oración no era ya en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería» (V 7.17). En su discernimiento sobre los fenómenos místicos, asegura que quedó «determinada de no salir de lo que me mandase [el confesor] en ninguna cosa, y así lo hice hasta hoy» (V 23,18).
2. Por los caminos de la oración
La experiencia de las «determinaciones» que Teresa ha tenido le servirá para ofrecer una catequesis convencida de la importancias de las decisiones determinantes, sobre todo en el camino de la oración mental, tanto en sus comienzos como en su continuación. Evoquemos, ante todo, una frase clave: «Para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced. Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar en cuanto pudiéremos no le ofender» (M 4,1,7).
Por otra parte dedicará un capítulo íntegro al tema de la determinación orante, con este título, que nos obliga a leerlo enteramente: «Trata de lo que importa no tornar atrás quien ha comenzado camino de oración, y torna a hablar de lo mucho que va en que sea con determinación» (C 23, tít).
a) A los comienzos. Para Teresa la aventura de la oración como amistad con Dios es el descubrimiento y el gozo de una clave de felicidad. Llevará distintos nombres: bien, tesoro, perla, camino, fuente. En su descubrimiento y vivencia tiene un papel central la determinación tesonera de su búsqueda y posterior cuidado. Y es de rigor aducir una cita central, dinámica y clásica: «Ahora, tornando a los que quieren ir por él [camino de oración mental] y no parar hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida, cómo han de comenzar, digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo» (C 21,2).
Luego Teresa ofrecerá garantías de éxito a «ánimas determinadas» (C 23,4), pues es obra de Dios (cf V 11,4); y «si persevera, no se niega Dios a nadie; poco a poco va habilitando El el ánimo para que salga con esta victoria. Digo ánimo; porque ¡son tantas las cosas que el demonio pone delante a los principios para que no comiencen este camino de hecho!; …que no es menester poco ánimo para no tornar atrás, sino muy mucho y mucho favor de Dios» (V 11, 4). «Pues hablando ahora de los que comienzan a ser siervos del amor, (que no me parece otra cosa determinarnos a seguir por este camino de oración al que tanto nos amó), es una dignidad tan grande, que me regalo extrañamente en pensar en ella» (V 11,1). «Hase de notar mucho, y dígolo porque lo sé por experiencia, que el alma que en este camino de oración mental comienza a caminar con determinación, y puede acabar consigo de no hacer mucho caso, ni consolarse ni desconsolarse mucho porque falten estos gustos y ternura, o la dé el Señor, que tiene andado gran parte del camino. Y no haya miedo de tornar atrás, aunque más tropiece» (V 11,13).
b) En el camino. El caminar orante normalmente tiene unos inicios de entusiasmo, pero, como se ha visto, en su continuación necesita una fuerte dosis de entusiasmo decidido y optimismo ante las normales o especiales dificultades de su andadura. Hay unas dificultades generales, inherentes a toda empresa humana o a todo comienzo entusiasta, sobre todo, si no se ven frutos inmediatos. También aquí Teresa será compañera alentadora de camino: «tomad mi consejo y no os quedéis en el camino, sino pelead como fuertes hasta morir en la demanda…, con esta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino» (C 20,2).
c) Entre sequedades y distracciones. Estas constituyen un escollo especial, normal y hasta necesario, para que la vida orante sea auténtica y humilde. Teresa acaba de alabar a la persona que «puede acabar consigo de no hacer mucho caso, ni consolarse ni desconsolarse mucho porque falten estos gustos y ternura, o la dé el Señor» (V 11,13). Para Teresa las sequedades y demás dificultades del orante son una cruz, que ofrece Cristo en el común camino del calvario de la vida. Es de recibo ayudar a Cristo: «es gran negocio comenzar las almas oración, comenzándose a desasir de todo género de tormentos, y entrar determinadas a sólo ayudar a llevar su cruz a Cristo, como buenos caballeros, que sin sueldo quieren servir a su Rey» (V 15,11). «Quien viere en sí esta determinación, no, no hay que temer; gente espiritual, no hay por qué se afligir» (V 11,12). «Esto no lo digo tanto por los que comienzan, aunque pongo tanto en ello, porque les importa mucho comenzar con esta libertad y determinación, sino por otros; que habrá muchos que lo ha que comenzaron y nunca acaban de acabar; y creo es en gran parte este no abrazar la cruz desde el principio, que andarán afligidos, pareciéndoles no hacen nada» (V 11,15). «Sabe [Dios] que ya estas almas desean siempre pensar en El y amarle. Esta determinación es la que quiere; estotro afligimiento que nos damos no sirve de más de inquietar el alma» (V 11,15).
d) En la oración de recogimiento. Consiste en la toma de conciencia de que estamos realmente delante de Cristo y entablar con él un trato de amigo a Amigo, y así «acostumbrarse a enamorarse mucho de su Sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con El». «Puede en este estado hacer muchos actos para determinarse a hacer mucho por Dios y despertar el amor» (V 12,2). Este modo de orar puede desembocar en estadios superiores de oración mística. «Allí son las promesas y determinaciones heroicas, la viveza de los deseos» (V 19, 2).
e) Contra viento y marea. Teresa conoce también otras dificultades internas y externas del camino orante. Entre estas algunas son propias de su tiempo, nacidas de algunos casos de falsos orantes acechados por la Inquisición. Teresa tiene una clave de discernimiento: humildad y confianza en Dios. Con ellas se puede determinar a grandes cosas en este camino: «Quiere Su Majestad y es amigo de almas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza de sí. Y no he visto a ninguna de éstas que quede baja en este camino; ni ninguna alma cobarde con amparo de humildad que en muchos años ande lo que estotros en muy pocos. Espántame lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas; aunque luego no tenga fuerza el alma, da un vuelo y llega a mucho, aunque como avecita que tiene pelo malo cansa y queda» (V 13,2). De aquí que le guste mucho a Teresa la decisión de Pedro al lanzarse al agua, «aunque después temió». «Estas primeras determinaciones son gran cosa, aunque en este primer estado es menester irse más deteniendo y atados a la discreción y parecer de maestro; mas han de mirar que sea tal que no los enseñe a ser sapos, ni que se contente con que se muestre el alma a sólo cazar lagartijas. Siempre la humildad delante para entender que no han de venir estas fuerzas de las nuestras» (V 13,3).
3. Determinación y santidad
Teresa usará varias expresiones para indicar la perfección del amor o la santidad. Y no cesará de decir que lo que importa es la determinación, incluso cuando no se llegue a lo que uno quiere ni por los caminos que uno quiere; porque Dios, más de una vez, rompe nuestros esquemas y nos presente los suyos (F 5,6).
En todo el itinerario espiritual es imprescindible el elemento «determinación», deseo firme, decisión de querer realizar la voluntad de Dios. «No penséis que [Dios] ha menester nuestras obras, sino la determinación de nuestra voluntad» (M 3,1,7). Y al decidido Dios ayuda: «Creedme que es lo más seguro no querer sino lo que quiere Dios, que nos conoce más que nosotros mismos y nos ama. Pongámonos en sus manos para que sea hecha su voluntad en nosotras, y no podremos errar, si con determinada voluntad nos estamos siempre en esto» (M 6,9,16; M 5,2,8).
Hacer la voluntad de Dios se llama amarle, amor. Y Teresa pregunta y responde: «¿Cómo se adquirirá este amor? Determinándose a obrar y padecer, y hacerlo cuando se ofreciere» (F 5,3). Y Dios se desposa con la persona que está «determinada a hacer en todo la voluntad de su Esposo de todas cuantas maneras ella viere que le ha de dar contento» (M 5,4,4), aunque no existan fenómenos extraordinarios en ese matrimonio.
De ahí que lo que cuenta no son los años de esfuerzo propio, sino la actitud de la voluntad. Dios tiene siempre una medida diferente de la nuestra: «Que éste [Dios] juzga por los efectos y determinaciones y amor… Y en esto mira el adelantamiento de las almas, que no en los años» (V 39,10).
Como contrapartida nacerá en la persona entregada a Dios la firme determinación de no hacer la cosa más mínima que choque con esa voluntad de Dios (M 7,4,3; C 41,3-4.8). En consecuencia, viene la necesidad de pedirle nos libre de todo mal. Y «pedir esto con deseo grande y toda determinación» (C 42,3), juntamente con la determinación de «perdonar cualquier injuria, por grave que sea». Una actitud contraria falsea toda oración y obra buena (C 36,8).
4. Aspectos diversos
A pesar de la casi triunfalista insistencia de Teresa en la eficacia de la «determinada determinación», ella es realista y sabe que nuestras decisiones, a veces, no pasan de unas «determinacioncillas» (C 16,6), y que podemos pecar de espejismo, cuando «nos determinamos y hacemos muy continuos actos de pasar mucho por Dios…, porque acaecerá a una palabra que os digan a vuestro disgusto, vaya la paciencia por el suelo» (C 38,8). Aducirá su propia experiencia: «Ya tengo experiencia en muchas [ocasiones] que, si me ayudo al principio a determinarme a hacerlo, que siendo sólo por Dios, hasta comenzarlo quiere, para que más merezcamos, que el alma sienta aquel espanto, y mientras mayor si sale con ello mayor premio y más sabroso se hace después» (V 4,2).
Tanto para tomar determinaciones decididas, como para llevarlas a cabo, sobre todo en el campo del desasimiento, es necesaria la ayuda de Dios. También aquí todo es gracia (C 16,6). Lo sabe Teresa por experiencia: «el Señor poco a poco… hace determinar y da fuerzas de varón, para que dé del todo con todo en el suelo» (V 22,15; C 18,2; M 5,2,8). Pero también son una gracia de Dios la ayuda y el ejemplo de otros hermanos «decididos», pues «excelentes espaldas se hacen ya gente determinada a arriscar mil vidas por Dios» (V 34,16).
Determinarse es abrazar al buen Jesús en el seguimiento de su estilo de vida ante el Padre y los hermanos (C 9,5). Y «favorece el Señor mucho a quien bien se determina» (C 14,1). Teresa recuerda que Dios mismo se nos da con determinación (C 16, 5; 33,2), para que nosotros nos demos a él también con determinación total. «El punto está en que [nuestro querer] se le demos por suyo con toda determinación» (C 28,12). Y esta determinada entrega a Dios, como Amor preferido (M 6,1,1), producirá la fusión de corazones entre Dios y nosotros, en el matrimonio espiritual. Teresa concluirá: «No puede menos, si va con la determinación que ha de ir, de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en sí y hacer una unión del Criador con la criatura» (C 32,11). Ascesis.
BIBL. T. Alvarez, «Determiné», en «Estudios Teresianos» III (Burgos 1996), p. 505-514.
F. Malax