Las múltiples acepciones que el término ‘devoción’ ha tenido en la literatura espiritual cristiana, están presentes y bastante matizadas en los escritos y en la vida misma de T. Así, por ejemplo, ‘ser devota de un determinado santo’, en el sentido de tenerle afecto y depositar confianza en su intercesión (V 6,6-9: en el caso típico de su devoción a san José). O bien, ‘ser devota de una persona’, en la acepción de amistad, estima y veneración por ella (‘a los padres de la Compañía les tengo particular devoción’) (F 3,19). Excitar la propia devoción con imágenes, con la vista del campo, o con un oratorio personal, en la acepción de fomentar la religiosidad y el fervor (V 7,2; C 2,9. Ella misma lleva en su breviario la imagen de la Samaritana, o la de Jesús niño, o la del Espíritu Santo en la figura de un joven envuelto en llamas). Hay cosas que ‘le hacen devoción’, como al visitar Duruelo y encontrarse ‘una cruz pequeña de palo…, que hacía más devoción que si fuera de cosa muy bien labrada’ (F 14,7), o como en general se la producen los santos ‘que convirtieron almas: mucha más devoción me hace… que todos los martirios que padecen’ (F 1,7), o se la causan las situaciones arduas; es típica su afirmación: ‘me hacen devoción las cosas dificultosas, y mientras más, más’ (V 28,6). Le da especial devoción lo intelectualmente ‘dificultoso’ en el misterio de Dios: ‘mientras más sin camino natural iban, más firme (fe) tenía y me daba devoción grande’ (V 19,9; y cf R 33,3 a propósito del misterio de la Trinidad). No es propensa a las devociones sensibles (C 34,7), si bien no descarta la ‘ternura de la voluntad’ como exponente de la devoción (V 19,9; 11,9; 11,13…). Pero descarta radicalmente las vulgares degradaciones de la devoción, como ciertas ‘devocioncitas…, que al primer airecito de contradicción se pierden’ (V 25,11), o el destemple de ciertos letrados incapaces de soportar la sequedad interior: ‘hombres de tomo, de letras, de entendimiento, que veo hacer tanto caso de que Dios no les da devoción, que me hace disgusto oírlo. No digo yo que no la tomen si Dios se la da…’ (V 11,14), y sobre todo las que degeneran en superstición (V 6,6; 13,1; M 5,3,11). Es famoso su axioma: ‘de devociones a bobas nos libre Dios’ (V 13,16), es decir, que son vacuas las devociones sin sólido fundamento religioso, no cimentadas en fe (V 25,13) y en determinación de la voluntad. Precisamente porque, según Teresa, ‘la verdadera devoción consiste en no ofender a Dios y estar dispuestos y determinados para todo bien’ (V 9,9).
En su evaluación doctrinal, tener devoción o no tenerla, no es factor decisivo para el desarrollo de la vida espiritual (C 18,9; Conc 6,3; M 7, 3,12). Aquí, más que del aspecto temático, nos ocuparemos del autobiográfico: las ‘devociones’ personales de T misma.
La devoción a ciertos santos es, en el caso de T, una de las manifestaciones de su religiosidad popular. Indice, a la vez, de su peculiar cultura religiosa, que debe tanto a la hagiografía como a los tratados teóricos de vida espiritual.
Desde niña, T ha leído el Flos Sanctorum (V 1,4). Seguirá leyendo ‘vidas de santos’ hasta el fin de su existencia (V 30,17). Posee un peculiar iconostasio íntimo. No del todo semejante al de la religiosidad popular oriental. Para ella, los Santos son sus amigos de la Iglesia celeste. Modelos e intercesores. Algunos, modelos de conversión, o de amor a la Humanidad de Cristo, o de vida religiosa y santidad. Entre los santos intercesores, prevalece san José (V 6,6). Cristo y la Virgen se sitúan en un plano superior al meramente devocional. Por eso no aparecerán en el listado de sus santos preferidos, a que aludiremos en seguida.
Esa su primeriza orientación de piedad popular se incrementó con su vida mística. Los santos, lejos de quedar marginados al entrar ella en la ‘experiencia’ fuerte del misterio de Dios, quedan incluidos en ese mismo plano experiencial. Precisamente, a raíz de los primeros fenómenos extáticos, es cuando ella ‘toma santos devotos’ (toma devoción a ciertos santos), se encomienda a san Miguel Angel (V 27,1), y a los apóstoles Pedro y Pablo (V 29,5), y llega a afirmar que son ellos los que realmente ‘la acompañan’, mucho más que los amigos de la tierra (V 38,6).
Teresa llevaba en su breviario un recordatorio con el nombre de sus santos preferidos. Lo transcribió literalmente su primer biógrafo, P. Francisco de Ribera, y no sólo lo publicó en su ‘Vida de la Madre Teresa’ (Salamanca 1590, p. 425), sino que lo glosó poéticamente en la páginas introductorias de su obra. Por ese listado conocemos en directo el ‘iconostasio’ devocional de T. Es abundoso. Nombra en total a 30 santos, además de los ángeles, los Patriarcas, los del santoral carmelita y las legendarias diez mil vírgenes mártires. En la serie prevalecen las figuras bíblicas: Primero de todos (según la lectura más probable del listado de Ribera), san José. Las otras figuras bíblicas ahí mencionadas son: María Magdalena, el Bautista, san Juan Evangelista, los apóstoles Pedro y Pablo (‘eran estos gloriosos santos muy mis señores’, había escrito ella en V 29,5), el apóstol san Andrés (al que T dedicó un hermoso poema), san Bartolomé, san Esteban, santa Ana, el santo Job y el rey David, además de los grupos ya aludidos de los patriarcas y los ángeles, y entre éstos ‘el de mi guarda’.
En el listado está presente un pequeño grupo de figuras femeninas: además de la Magdalena y santa Ana, santa Clara, María Egipcíaca, las dos Catalinas, de Sena y de Alejandría, santa Ursula, y santa Isabel de Hungría. Extraña la ausencia de la Samaritana, a la que T había dedicado una de las ermitas diseminadas en la huerta de San José de Avila.
Es interesante el afecto de T por los Santos Padres de la Iglesia, cuyos libros la habían impactado en los comienzos de su vida espiritual. Los incluye en la lista: Agustín, Jerónimo, Gregorio. Y entre todos ellos habría que destacar el grupo de los santos convertidos, con los que ella se siente más en sintonía (V pról. y 9,7; 19,5). Tales son David, Pedro y Pablo, la Magdalena, Jerónimo y Agustín, María Egipcíaca… Y por fin el coro de santos que ella creía carmelitas: san Alberto, san Angelo, san Hilarión, san Cirilo e incluso santa Ana.
No se trata de un listado amorfo e inflacionado. Cada una de esas figuras tiene presencia y motivación particular en la biografía de T, es decir, en la historia de su piedad personal. Los preferidos por ella para titular a sus fundaciones son bíblicos: el Salvador, la Virgen (Anunciación, Concepción y el Carmen), San José y Santa Ana. Desafío.
BIBL. A. Vigolungo, Riflessione pastorale sulle letture e devozioni di Teresa di Spagna, en «RivCleroItal» (Milán) 63 (1982), 35-43; 64 (1983), 35-43.
T. Alvarez