Entre los muchos calificativos que pueden aplicarse a Teresa de Jesús hay uno que la define con mucha realismo: «mujer dialogante». Parece haber nacido para el diálogo y para enseñar a dialogar. Sin embargo, nunca en sus escritos aparece la palabra «diálogo», ni «dialogar», ni sus derivados; tampoco «dialogizar», verbo que en aquel entonces ya se había comenzado a usar. En su tiempo, estas palabras no habían entrado aún en el lenguaje común. Se hablaba del diálogo como una forma de escribir. En el sentido que hoy se toma, sólo después de la primera guerra mundial y en especial a partir de las últimas décadas, han entrado de lleno en el común hablar de la gente, a todos los niveles.
Por diálogo se entiende, según el diccionario, la conversación entre dos personas que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. También se define el diálogo como el comunicarse para buscar la verdad en común. Es el vehículo imprescindible para el encuentro entre personas. Hoy todo funciona partiendo del diálogo. Las relaciones y reuniones a escala internacional o nacional, provincial, regional o local, se hacen posibles gracias al diálogo; la familia se fortalece dialogando entre padres e hijos y la misma Iglesia católica adopta, sobre todo con Pablo VI, una postura dialogante con las demás confesiones religiosas. Cualquier forma de convivencia y muy en concreto la vida en común entre los consagrados, no puede vertebrarse sino en la comunicación para constituir una comunidad sólida, de la que todos se sienten miembros activos.
1.º Formada en el diálogo en el trato con Dios
No importa que Teresa no haya usado la palabra «diálogo» o «dialogar». Para manifestar a otro lo que sentía, para relacionarse con él, emplea palabras sinónimas o equivalentes, como «conversación» y «conversar», «comunicación» y «comunicar», «hablar, «parlar», «tratar», «coloquio», «plática»…, aunque no siempre en el sentido de manifestar ideas o afectos. El manifestarse era vital, como de vida o muerte. No sabía escribir sin tener a otro delante: Dios, sus hijas, un lector. Y cuando esto no se da, dialoga con la propia vida (E 1,3), con la muerte (E 6,2; Po 1), con el amor (E 2,1), con la propia libertad (17,4). Todos sus escritos son coloquiales. Nos lo confirma con estas palabras: «Iré hablando con ellas en lo que escribiré» (M pról. 4). En ocasiones piensa que la están escuchando; otras que le hacen preguntas, a las que responde de inmediato. Habla con confianza, como pensando que a quien tiene delante es un amigo. No divaga o se detiene en razonamientos abstractos; aclara situaciones personales o comunica experiencias o enseña verdades aprendidas en el diálogo mantenido con Dios en la oración o forma a sus hijas sobre la vida que tienen que hacer como vocacionadas a la contemplación y a vivir en comunidad. Se hace palabra que llega al otro, con el que conecta, y es toda oídos para recibir lo que le llega de fuera. Escucha todo lo que sea valioso y ofrece cuanto piensa que al otro le puede hacer bien. En la palabra escrita pone amor para mejor comunicarse con el otro, porque ha descubierto primero que Dios lo ha puesto también en la suya.
«Ella escribe en diálogo con el lector. Alterna el diálogo con éste y con Dios. Diálogo tan sencillo y sincero, tan exento de complejos, hecho tan en presencia del lector, que no deja a éste en la actitud de mero testigo, cuando ella se vuelve a Dios. No le consiente desentenderse y quedar neutral» (T. Alvarez, Teresa de Jesús. Enséñanos a orar. Burgos, 1981, p. 70).
Teresa es maestra en el difícil arte del diálogo. Comenzó a ejercitarse desde pequeña: con su hermano Rodrigo (V 1,4), con sus primos (V 2,2), con una parienta (V 2,3), con María de Briceño (V 3,1), con su hermano Antonio (V 4,1), con el cura de Becedas (V 5,4). Prosigue el ejercicio con sus monjas de comunidad, con algunas personas de Avila que la visitan habitualmente en el locutorio del monasterio de la Encarnación y con «los cinco que al presente nos amamos en Cristo» (V 16,7). Pero quien la enseña propiamente el arte de dialogar es el mismo Dios, en la medida en que fue adentrándose en la oración. Dios es el maestro de Teresa (C 29,7). Esta, discípula aventajada. El Señor sale a su encuentro para iniciar con ella un trato de amistad. Le dirige una palabra que espera una respuesta. Escucha y responde, hasta llegar a un diálogo íntimo, personal, de tú a tú y cara a cara. Dios le habla y ella escucha; Teresa habla a Dios y Dios la escucha. Ha comprendido que la oración es diálogo en la amistad. Dios ha sido el primer locutor, ha tomado la iniciativa. Ella es consciente que Dios la llama, en un determinado momento, a hacer con él una historia de gracia dialogada.
Descubre que la necesidad que siente de dialogar, que la fuerza interior que la impele a comunicarse, no le explica todo el alcance del diálogo. Es en el trato con el Señor donde aprende que el origen del diálogo hay que buscarlo en Dios. El diálogo tiene un origen trascendente. Nace del mismo Dios, que ha querido relacionarse con el hombre desde su Palabra. Teresa viene a decirnos que tanto más capacitado está uno para dialogar con un semejante cuanto más ha dialogado con el Señor. Es cuestión de relación. Y la forma de expresar esa relación está en el diálogo que surge en la oración, como dice Pablo VI. «La historia de la salvación narra precisamente este largo y variado diálogo, que parte de Dios y entabla con el hombre múltiple y admirable conversación. Es en esta conversación de Cristo entre los hombres donde Dios deja entender algo de sí mismo, el misterio de su vida, unicísima en la esencia, trinitaria en las personas; y dice, finalmente, cómo quiere ser conocido; amor es El; y cómo quiere ser honrado y servido por nosotros: amor es nuestro mandamiento supremo. El diálogo se hace pleno y confiado. El niño es invitado a él; el místico en él se sacia» (ES 64).
De todo esto Teresa sabía mucho. De hecho la oración la presentó como un diálogo entre dos que se buscan (V 8,5). Dos veces usa el verbo «tratar» al definir la oración. Y en sus escritos, sólo en el infinitivo, lo emplea unas doscientas veces. Habla de «tratar sobre», «tratar de», «tratar para», «tratarse en», «tratar con» Dios, que es tener conocimiento de él y conversación. Es tratar «con él como con padre y como con hermano, y como con señor y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra…» (V 7,12). Es tratarse en la amistad que impone la presencia total de ella misma, la total apertura de su persona a la otra persona que tiene delante, con todo lo que lleva a cuestas (cf T. Alvarez, ib p. 42-45).
2.º El «diálogo fraterno» en la comunidad teresiana
No es de extrañar que desde el comienzo de la primera comunidad teresiana en San José en Avila, la fundadora del nuevo estilo de vida tuviera bien presente la importancia del diálogo para que aquello funcionase. Habla del nuevo «estilo que se pretende llevar» (C 13,6), «de estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas» (F 13,5). Ese estilo «nuevo» de vida requiere también nuevo estilo de «conversar», de «tratarse» entre sí. Las que siguen a Teresa en su renovada manera de entender la vida religiosa, van a comunicarse, a expresarse, a hablar entre sí en conformidad con la vida que hacen y con los objetivos que pretenden. Es consciente de que el nuevo enfoque de vida que ha ido plasmando en el pequeñísimo grupo del Carmelo de San José exige el diálogo permanente con Dios y con las hermanas entre sí. Estas deben estar a la escucha de las grandes necesidades de la Iglesia, abiertas a los valores de la vida contemplativa, atentas para ayudarse a crecer en lo humano y en lo espiritual, solícitas en el servicio las unas de las otras. Lo que es de cada una es también de todas. Pues todas pretenden hacer el mismo camino y todas persiguen los mismos objetivos. Todo desde la vivencia de la oración como trato de amistad. Cuantas entran a formar parte de este estilo de vida, están llamadas a participar activamente en la vida de la comunidad. Ninguna debe sentirse elemento pasivo. La comunión en la misma vocación exige que todas participen en la vida comunitaria, mediante el diálogo, el ejemplo y el compromiso personal (cf Cons de las Carmelitas Descalzas, 1991, n. 90). Del diálogo con Dios en la oración hay que pasar al diálogo con las demás. Y del diálogo entre hermanas, haciéndose espaldas, pasar a conversar con Dios.
Las Constituciones de las Carmelitas Descalzas, aprobadas en 1581, sintetizan en los siguientes puntos la vida comunitaria del nuevo estilo, para que todas se sientan miembros comprometidos que se tratan a escala de valores espirituales y humanos: «Sentido de igualdad evangélica y de franca sinceridad en el trato (cf C 27,6; 20,4); mutua participación en gozos y dolores» (cf C 7,5-9); «aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar» (C 4,7); clima de alegría y afabilidad, según «el estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas» (cf F 13,5; cf C 7,7; 41,7; V 36,29; Cons IX, 3-7).
3.º El diálogo es comunión
En la comunidad teresiana no basta que las hermanas se toleren, que eviten choques, que se lleven bien o que se salve la paz externa y reine una aparente alegría. Teresa de Jesús sabe que las hermanas necesitan las unas de las otras, para crear el ambiente apropiado donde probar la amistad con Dios; para agradecer la presencia de la otra que ayuda a ejercitarse en las virtudes; para compartir la obra del amor. Comunicarse, sobre todo en lo espiritual. Entusiasmarse mutuamente con los grandes valores. Colaborar para fundar un ámbito de intimidad, de fraternidad, donde cada una se sienta realizada en lo humano y en lo espiritual (cf M 5,3,11; C 7; F 5).
Esta forma de concebir la comunidad, en aquel tiempo, era ciertamente original. Era el fruto nacido de un alma que había dialogado muchas horas con el Señor. Hoy nos parece normal y no se concibe una comunidad donde no exista el diálogo entre sus miembros. Se afirma que para ser verdaderamente hermanos y hermanas es necesario conocerse. Y que para conocerse es muy importante comunicarse cada vez de forma más amplia y profunda. Con frecuencia se dialoga -aunque falte aún bastante por hacer- sobre la Palabra, sobre los documentos de la Iglesia, sobre cartas de tipo congregacional. Existe una comunicación de los bienes del Espíritu y se trata de los valores humanos y espirituales. Pero no se ha terminado aún con los secretos comunitarios, que no se comunican a todos los miembros de la comunidad y que no se comparten. Sin embargo, «sin diálogo y sin escucha se corre el riesgo de crear existencias yuxtapuestas o paralelas, lo que está muy lejos del ideal de la fraternidad» (VFC 29-32).
Teresa sabía muy bien esto. Sus monjas no podían convertirse en islotes, aunque tuviera cada una que vivir la soledad y el silencio. Pero no se trata de una soledad que centra a la persona únicamente en Dios o de un silencio que aísla y distancia de las demás, sino de una soledad que, recogiendo a la persona en el interior, la enriquece con valores que luego comunica, y de un silencio creativo, fecundo porque ha escuchado primero, para convertirse después en obras que enriquecen a la misma comunidad. Por eso no hay que extrañarse de que la comunidad ideada por Teresa, caracterizada por la soledad y el silencio (V 36,26; C 4,9), exija capacidad de diálogo. Pues no es para menos. Un alma, vocacionada a hacer el camino de la oración, no puede vivir su vocación en solitario. Necesita compartir, comunicar, conversar sobre lo que está viviendo, tratar con quien se siente llamado a hacer el mismo camino y desde las mismas coordenadas. «No sé yo por qué… no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos, que de todo tienen los que tienen oración». «Gran mal es una alma sola entre tantos peligros». «Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten lo mismo». «Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con sus oraciones, ¡cuánto más que hay muchas más ganancias!» «Es tan importantísimo esto…, que no sé cómo lo encarecer». «Es menester hacerse espaldas unos a otros los que le sirven para ir adelante». «Es menester buscar compañía para defenderse, hasta que ya estén fuertes…, y si no veránse en mucho aprieto». «Crece la caridad con ser comunicada, y hay mil bienes que no los osaría decir, si no tuviese gran experiencia de lo mucho que va en esto» (V 7,20-22).
Sabe que la comunión entre las hermanas no puede reducirse sólo a conversar entre ellas, a respetarse, a facilitar la comunicación mutua, salvando las reglas de la buena educación. Esto no basta. Quiere formarlas en el diálogo fraterno. Por eso llega a crear un lenguaje propio de expresión, marca unos temas a tratar con frecuencia y sobre los que conversar, estableciendo además una serie de principios a tener en cuenta para que la comunidad funcione en armonía.
4.º Características del diálogo teresiano
a) Vivir la misma vocación en comunidad. A Teresa le preocupa desde un primer momento contar con un equipo de vocacionadas para vivir en comunidad la experiencia de la oración como camino que se dirige al interior, al centro, donde se da el auténtico diálogo entre Dios y el alma. Cuidó con escrupulosidad la selección de vocaciones. Punto clave para el diálogo fraterno en comunidad es estar determinados todos los del grupo a vivir la misma forma de Evangelio. Cuando una comunidad cuenta con algún miembro de vocación indefinida, inadaptada, sin madurar o que no acaba de aceptar las exigencias que favorecen la vivencia de la vocación, la convivencia fraterna encontrará dificultades en el diálogo. Los inadaptados no están capacitados para conversar, para comunicarse, para tratarse, porque aun empleando las mismas palabras, tendrán distinto significado. El diálogo en este caso no puede discurrir en armonía. Y si esto falla, los miembros no se conocen; viven, puede ser que en paz, pero distanciados; las relaciones, más que sinceras, son de apariencia, o al menos sin profundidad; la confianza mutua dejará entonces bastante que desear.
En repetidas ocasiones, sobre todo en Camino, aconseja a las que sintiéndose vocacionadas, pero remisas en aceptar las exigencias del nuevo estilo de vida, vayan a otro monasterio. Aconseja también a la priora que a la que alborote la vida de fraternidad, la invite a irse (C 7,11). «La que viere no es para llevar lo que aquí se acostumbra, lo diga; otros monasterios hay adonde se sirve también al Señor… No es para esta casa (C 8,3). «La que no quisiere llevar cruz sino la que le dieren muy puesta en razón, yo no sé para qué está en el monasterio; tórnese al mundo» (C 13,1). «Si se inclina a cosas del mundo, que se vaya si no se ve ir aprovechando, e irse, si todavía quiere ser monja, a otro monasterio» (C 13,6). Pero quizás donde Teresa se muestra más exigente para que una candidata entre a formar parte del grupo vocacionado para hacer el camino de la oración es en el capítulo 14 de Camino. Antes ha invitado a «irse»; ahora habla de «echarlas». Todo porque no están capacitadas para conversar, para tratarse como conviene. Ha asentado desde los primeros pasos en la comunidad de San José que «no viene nadie a esta casa, sino quien trata de esto» (V 36,26).
b) El lenguaje como forma de comunicarse. Cuando Teresa cuenta con el grupo, piensa equiparle con los medios que necesita para que se consolide y cumpla con el fin para el cual el Señor las juntó allí. Entre otras cosas, no se le escapa una que no siempre es tenida en cuenta cuando de dialogar se trata: el lenguaje, es decir, conjunto de palabras y formas de expresión por medio de las cuales se relaciona una comunidad de hombres determinada. Quería para sus comunidades el mismo lenguaje. El diálogo se facilita cuando todos los que intervienen hablan la misma lengua, dan a las palabras idéntico o parecido significado, buscan los mismos objetivos y se expresan desde la misma vocación. Lo contrario, sin dejar de ser posible, es difícil de mantener.
Primero es hacia dentro, en la comunidad, donde todas están llamadas a usar el mismo lenguaje para comunicarse. Todas se van a entender y podrán comunicar sus ideas, expresar lo que sienten, seguras de ser comprendidas. Pero el diálogo fraterno en comunidad no queda reducido para Teresa a comunicarse entre sí desde la palabra. También se dialoga desde las obras, desde la disponibilidad en el servicio a los demás, desde gestos y posturas que expresan valores humanos y espirituales, desde el espíritu de sacrificio callado que manifiesta el seguimiento del Cristo paciente, desde la oración que va cambiando progresivamente la vida de cada una de las que forman el grupo comunitario, etc. Todo esto contribuye a crear el ambiente apropiado para entenderse, para hacer que el grupo se cohesione más cada día. Este lenguaje, dice Teresa de Jesús, hay que aprenderlo luego en lo exterior, en un año. En lo interior se necesita más tiempo (C 13,7).
El lenguaje enseñado por Teresa para relacionarse las que forman la comunidad puede extrañar a los de fuera. Pero eso no le preocupa. Precisa con claridad cuál tiene que ser la postura de sus monjas, si el mundo quiere comunicarse con ellas: «Vuestro trato es oración… Este es vuestro trato y lenguaje; quien os quisiere tratar, depréndale; y si no, guardaos de deprender vosotras el suyo: será infierno. Si os tuvieren por groseras, poco va en ello; si por hipócritas, menos. Ganaréis de aquí que no os vea sino quien se entendiere por esta lengua. Porque no lleva camino una que no sabe algarabía, gustar de hablar mucho con quien no sabe otro lenguaje. Y así, ni os cansarán ni os dañarán, que no sería poco daño comenzar a hablar nueva lengua, y todo el tiempo se os iría en eso. Y no podéis saber como yo, que lo he experimentado, el gran mal que es para el alma, porque por saber la una se le olvida la otra, y es un perpetuo desasosiego, del que de todas maneras habéis de huir. Porque lo que mucho conviene para este camino que comenzamos es paz y sosiego en el alma. Si las que os trataren quisieren deprender vuestra lengua, ya que no es vuestro de enseñar, podéis decir las riquezas que se ganan en deprenderla. Y de esto no os canséis, sino con piedad y amor y oración porque le aproveche…, vaya a buscar maestro que le enseñe» (C 20,4-6).
T. Alvarez precisa así la importancia del lenguaje para el diálogo fraterno en una comunidad teresiana: «Toda la razón de una convivencia comunitaria, ordenada al camino de oración, consiste en crear en el interior del grupo un espíritu y unos cauces de comunicación que hagan normal el movimiento vertical, «trato con Dios», homogéneo al trato con los otros miembros del grupo: único lenguaje para hablar con Dios y con los hermanos» (ib p.85-86).
c) Temas sobre los que dialogar con preferencia. No es trata de hablar por hablar. Se parte de un tema, no necesariamente espiritual ni tampoco fijado de antemano. Puede surgir espontáneo. Eso sí, siempre de provecho para los que se proponen comunicar sus ideas o afectos, en orden a acercarse más a la verdad, a aprender algo nuevo que ayuda a descubrir horizontes distintos de los conocidos hasta ahora. El grupo vocacionado, que se encuentra en postura permanente de comunicarse con Dios y entre sí, alimenta la fraternidad en el diálogo sobre ideas básicas, que Teresa de Jesús señala: Cristo, como centro del grupo, aglutinará a todas. Andará entre ellas (V 32,11). Estando juntas, alabar al Señor. «¿En qué mejor se puede emplear vuestra lengua cuando estéis juntas que en alabanzas de Dios?» (M 6,6,12). La oración será el fundamento de todo (V 32,18). «Su trato es entender cómo irán adelante en el servicio de Dios» (V 36,26). Hablar de Dios (ib). Tratar de ayudar al Señor. Tener presente el porqué las juntó aquí (C 1, 5). Cómo ayudarse a «ser tales» (cf C 3). Buscar comunitariamente la voluntad divina, mediante el diálogo sincero y caritativo entre la priora y la comunidad (PC 14; Cons 1991, n. 43). cf María de san José, Avisos 31-32, en Humor y espiritualidad en la escuela teresiana primitiva, Burgos 1966, 9.548.
e) Características del diálogo fraterno teresiano. Para el diálogo fraterno no vale cualquiera. Ha de estar entrenado en las reglas del juego, que exigen: saber escuchar, no hablar por hablar, tener claridad de ideas, respetar al otro, acomodarse al modo de ser de aquel con quien se trata, participar en todo lo concerniente a la comunidad. Además ha de ser espontáneo, alegre y recreativo (Cons IX, 3-9; María de san José, Avisos 28).
Particular hincapié hace cuando se trata del diálogo que debe mantener la priora con las religiosas. Escucharlas no es sólo regla del juego; se hace necesario e imprescindible. Incluso cuando se van a excusar. No hacerlo es una barbarie, dice María de san José (Avisos 31-32, p.548). La misma priora ha de favorecer el diálogo entre las hermanas cuando éstas desearen tratarse en alguna necesidad (cf CA 10,1).
Como resumen de todo, así presenta Teresa a la carmelita descalza que sabe dialogar fraternalmente: «Todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios procurad ser afables y entender la manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A religiosas importa mucho esto: mientras más santas, más conversables con sus hermanas, y que aunque sintáis mucha pena si no van sus pláticas todas como vos las querríais hablar, nunca os extrañéis de ellas, si queréis aprovechar y ser amada. Que es lo mucho que hemos de procurar: ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos, en especial a nuestras hermanas» (C 41,7) Comunidad.
Evaristo Renedo