En términos generales la sobria dieta de los Carmelos teresianos está marcada en las Constituciones de T, que se atienen a lo prescrito en la Regla del Carmen: abstinencia de carne todo el año (excepto para las enfermas), y ayunos prolongados, desde mediado septiembre hasta Pascua, excepto los domingos (Const 4,1). Ordinariamente dos comidas al día, una a mediodía y una colación al anochecer, con las normales excepciones para las enfermas (ib). En esas mismas Constituciones se anotaba que ‘en la hora del comer no puede haber concierto, que es conforme a como lo da el Señor’ (9,3; cf F 1). Y se precisaba que ‘ninguna hermana hable en si se da mucho o poco de comer, bien o mal guisado. Tenga la priora y provisora cuidado de que se dé, conforme a lo que hubiere dado el Señor, bien aderezado’. De T misma consta que era excelente concinera cuando le llegaba el turno de oficio. Con todo, en sus escritos es poco lo que podemos recabar de la dieta cotidiana, de la cocina casera, de la preparación del alimento fundamental el pan de cada día-, del posible horno de casa en que cocerlo… Sabemos el fracaso del hornillo inventado en Andalucía por María de san José, pero fracasado en Castilla (cta 335,11). Una vaga panorámica de la dieta cotidiana puede lograrse a base del ‘libro de gastos’ del Carmelo de Medina, en el verano de 1571, firmado por T. En él se van anotando, día a día, las compras hechas en los mercados de la ciudad. Baste seguirlo la primera semana de agosto:
Miércoles: pan y aceite.
Jueves: pan y huevos y aceite.
Viernes: pescado y huevos y aceite.
Sábado: miel y aceite y arroz y huevos.
Domingo: verdura y carnero para Pedro (el recadero).
Lunes: aceite y pan y verdura. En total: 1740 maravedís (BMC 5, 570).
En el menú de las semanas siguientes, aparecen esporádicamente compras de excepción: fruta para la casa; para las monjas de la Encarnación que regresan a Avila ‘una caja de diacitro y confitura y dátiles’; en otra partida, ‘aceite y fruta y azafrán y hilo y almendras’; ‘carnero para las enfermas y vino para la sacristía’; ‘una polla para una enferma, y pasas y jabón’; ‘pan y aceite… y sal y anís’; ‘hoy martes, de gasto en carnero y azúcar y calabacete para las enfermas, y aceite: cinco reales’. Etc. El menú cotidiano o fundamental de la casa parece constar de pan, huevos y aceite. Lo cual hace comprensible la oposición de la Santa al visitador Pedro Fernández, empeñado en imponer a las monjas la abstinencia de huevos y lacticinios ‘en los ayunos de Iglesia y en los viernes del año’ (MHCT 1,115-116).
Fuera ya del menú cotidiano, sabemos cuán de buen grado acepta T los regalos que le envía la priora de Sevilla, especialmente las cosas venidas de América, como las patatas (ctas 180,4; 222,1) o el coco (cta 202,4.6). O las naranjas que le regalan en Burgos, cuando reside en el Hospital de la Concepción. De las precarísimas provisiones en los viajes cuentan episodios María de San José acerca de las posadas y ventas andaluzas, y Ana de san Bartolomé a propósito del último viaje de la Santa de Burgos a Alba. Cf BMC 5, 570-574.