Cómo llegó T a ser reconocida como Doctora de la Iglesia forma parte de una larga historia que comienza apenas muere, 4 de octubre de 1582, y termina el 27 de septiembre de 1970. No importó que en ella se dieran los dos requisitos indispensables, santidad insigne y doctrina eminente, para merecer el honor de tal título. Siempre tropezaba con el inconveniente de ser mujer. Doctor de la Iglesia era prerrogativa exclusiva del hombre. Por eso interesa conocer primero, aunque sea en síntesis, cómo se fue tejiendo esta historia; así se comprenderá luego mejor el alcance de su Doctorado.
I. Antecedentes históricos
1. Antes de la canonización. T fue canonizada el 12 de marzo de 1622. Su santidad era reconocida por la Iglesia. Cuando muere se la tiene ya por santa. En cuanto a su doctrina eminente, contenida en sus libros, fue progresivamente haciendo camino en la medida que se fueron conociendo, incluso antes de ser publicados. Comenzó a sentirse en el ambiente, sobre todo espiritual, un eco permanente que repetía ser Doctora T en los caminos del espíritu. Sus escritos habían sido dictados por el Espíritu Santo, que había movido además la pluma de su amanuense: una monja llamada T de Jesús. El primero que captó la fuerza del Espíritu en la fundadora del nuevo Carmelo fue fray Luis de León, cuando preparaba sus obras para la publicación. Escribe: «Siempre que los leo, me admiro de nuevo, y en muchas partes de ellos me parece que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo sino que hablaba el Espíritu Santo en ella en muchos lugares, y que la regía la pluma y la mano» (Luis de León, Los libros de la madre Teresa de Jesús fundadora de los monasterios de monjas y frayles Carmelitas Descalços… Salamanca, 1588, pp. 8-11).
Y Felipe Salgado, notario público apostólico, que preparó el «Rótulo» de los Procesos preliminares para la canonización, reconoce en ella la «gracia de hablar» («gratia sermonis»), «porque tenía en sus palabras una admirable eficacia y virtud, y con la claridad de ellas ilustraba los ojos de su entendimiento (…); lo cual también se echa de ver en los libros que escribió sin ningún estudio humano, en los cuales el Espíritu Santo usa de su lengua como de un instrumento para enseñar y deleitar y animar con una divina virtud para ir adelante en el camino de la perfección de aquellos que los leen» (BMC 20, «Rótulo» n. 80, p. LX).
2. La canonización la confirma como «Maestra y Doctora». Cuantos se habían acercado a T antes de su canonización, todos resaltaban la excelencia de su doctrina, diseminada en cada una de sus páginas. Pero fue la Bula de Canonización, «Omnipotens sermo Dei», firmada y expedida el 12 de marzo de 1622 por Gregorio XV, la que confirma con autoridad papal lo que se venía diciendo sobre la doctrina eminente de T. Este documento se convierte además en punto de referencia para cuantos sostenían y seguirán sosteniendo el Doctorado de la Santa abulense. Aun sin reconocerla oficialmente como Doctora, sí se afirma en la Bula que Dios la colmó abundantemente del espíritu de sabiduría e inteligencia y de los tesoros de la gracia, hasta el punto de ser esplendor que brilla como estrella en el firmamento de la casa celeste. Y luego de recordar algunas virtudes de la nueva Santa, añade: «La enriqueció con espíritu de inteligencia, para que no sólo dejase ejemplos de buenas obras en la Iglesia de Dios, sino también para que la alumbrase con su celestial espíritu de sabiduría, mediante libros de mística teología y otros tratados llenos de piedad, de los que reciben los fieles frutos ubérrimos y con los que son movidos diariamente al deseo de la felicidad eterna» (Bullarium CarmelitanumII, Romae 1718, p. 387).
3. Resonancia en el Carmelo. Gregorio XV, aunque no la proclama Doctora, sí le concede honores y alabanzas que sólo se tributan a los doctores. Comienza a ser normal calificarla como ‘Doctora y Maestra de la santa Iglesia’. Dentro del Carmelo teresiano, Francisco de santa María, a los 22 años de haber sido proclamada como Santa, no duda en dedicar el c.37 de su obra Reforma(t. I, L. 5, 900-903) a defender que ‘por su doctrina y libros goza nuestra Santa Madre el título de Doctora’. En su argumentación no se apoya ni en su parecer que le mueve el amor de hijo, ni el voto de la Orden fundada por T, ni por devoción de sus aficionados. Se funda en el ‘testimonio jurado de gravísimos Teólogos, y sentencia definitiva del Sagrado Tribunal de la Rota: que es Doctora de la Iglesia, por lo menos en Teología mística’. Y como anticipándose a los tiempos e intuyendo lo que sucedió en 1970, añade: ‘Y si la común voz, aplauso de todos los Fieles doctos, y no doctos, suele con el tiempo levantar más, y más; tal es el recibo, que en toda la Iglesia tiene hoy nuestra Santa Madre, que podemos esperar llegará a ponerse al lado de los más levantados’.
T reúne las tres condiciones que el P. Francisco en aquel entonces considera necesarias para llegar a ser Doctora: santidad, doctrina provechosa y aprobación de la Iglesia. Esta, por la canonización, reconoce la primera y le confiere ‘la universal aprobación que todos sabemos’. Sobre la alteza y profundidad de su sabiduría, especialmente en materias místicas, se pregunta ‘¿quién podrá dudar después de tantos y tan grandes testimonios como hemos oído?’ El autor de la Reforma tiene claro, respecto a que T sea Doctora de la Iglesia, cuál es la postura de ésta. Se le reconoce este título, aunque todavía quedan años para que llegue a proclamarla como tal. Todo porque T había cursado los años necesarios y asistido a las clases impartidas por el Espíritu y estudiado en ‘las Academias celestiales’ y porque Dios la había escogido ‘para Maestra y Doctora de su Iglesia en materia de Oración, y para que redujese a método la doctrina mística’ (José de Santa Teresa, en Reforma de los Descalços, IV, Madrid 1684, I.XIV, c. 3, n. 3, p. 12).
4. La liturgia reconoce su eminente doctrina. Desde su beatificación, 24 de abril de 1614, se encuentran preces u oraciones que cuadran y se conceden sólo a los doctores. La oración aprobada para hacer memoria de la nueva beata concluye: «Concédenos no sólo imitar lo que hizo, sino realizar lo que enseñó». Y la oración aprobada para España habla «de la admirable gracia de erudición de Teresa». Y la oración propia, que concuerda con la oración común de vírgenes, aprobada por Urbano VIII, 10 de febrero de 1629, tiene esta frase: «así nos alimentemos con su doctrina celestial y aprendamos a servirte con amor». Existen otros textos que hablan «de la admirable gracia de erudición de Teresa», o que hacen alusión a los libros que escribió «llenos de celestial sabiduría».
Tiene singular importancia la Misa y Oficio propio aprobados por Clemente el 31 de julio de 1720 para el Carmelo Teresiano. Todo fue preparado intencionadamente para ser una alabanza y reconocimiento de la sabiduría de T. Los textos bíblicos empleados son los que de ordinario se aplican a los doctores de la Iglesia: 1Re 4,29; Sab 7,7-14; Eclo 51,23-25; Mt 11, 25-30…
5. Nota discordante. En el camino hacia la declaración de T como Doctora existe un rechazo, que no tuvo resonancia especial. Vandermoere, que escribió la vida de Teresa y estudió el tema de su Doctorado (Acta S. Teresiae a Iesu, Bruxellis, 1845), inserta en Acta Sanctorum de los Bolandistas (oct. VII, p. 460, n. 1610), afirma no poder catalogar a T de Jesús entre los doctores de la Iglesia. Esta conclusión negativa se apoya en lo dispuesto por Benedicto XIV, que sigue a Sto. Tomás, y que no interpretaron debidamente los Bolandistas (cf «Positio peculiaris», A. Benigar, n. 5).
6. En el tercer centenario de su muerte. Con motivo de la celebración del tercer centenario surge un fuerte movimiento para conseguir el Doctorado de T. Lo fomenta y sobresale en su defensa el hoy santo, Enrique de Osó y Cervelló. Inicia en la revista Teresa de Jesús una serie de artículos (1881-1882), con el título: «Apuntes sobre el Doctorado de Santa Teresa de Jesús». No es el único. Lo defiende también Luis Martín, futuro General de la Compañía de Jesús, en un estudio (1882) sobre «Santa Teresa de Jesús, doctora mística». Años después (1891) se distingue, por el análisis meticuloso que hace del tema, Eulogio de San José que puntúa en su largo estudio «qué es lo que le falta para que sin distingos ni clase alguna de restricciones se la pueda engalanar con este honroso título en toda la extensión de la palabra» (Eulogio de San José, «Doctorado de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz», Córdoba 1896, p. 41-138). Fue en la última década del siglo XIX cuando se produjo el encuentro de dos auténticos genios: S. Enrique de Ossó y Antonio Gaudí, quienes idearon y realizaron el más egregio monumento al doctorado teresiano en el ‘Colegio de las Teresianas, de Gaudí’, coronado todo él con los simbólicos birretes doctorales de la Santa.
7. El Doctorado teresiano es sometido a la decisión del Papa. Hasta 1922 se había defendido que T era «Maestra y Doctora». Es este año, con motivo del tercer centenario de su canonización, cuando se somete la cuestión a la decisión del papa Pío XI. Quienes promovían el Doctorado, como previendo dificultades, estudian el tema en todos sus aspectos: bíblicos, teológicos e históricos, recogiendo testimonios fuertes y muy significativos en favor de la declaración. Escrituristas de la Comisión Bíblica responden que los textos de Pablo (1Cor 11,3-5; 14,34-35 y 1Tim 2,11-12) no son obstáculo. Pero la dificultad estaba en el mismo Papa, Pío XI. Este, a quien le presentan una «Positio» bien documentada el 1 de febrero de 1923, remitía la causa del Doctorado teresiano al juicio maduro de sus sucesores, limitándose a recordar sencillamente: «Obstat sexus». Y eso que él la había calificado de «sapientísima» y «maestra altísima de contemplación».
8. Doctora por la Universidad de Salamanca. Mientras esto sucedía en Roma, en Salamanca, su Universidad, en presencia de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, nombra doctora a Teresa de Jesús, la monja carmelita descalza, que sabía mucho de Dios y también de letras y hablares castellanos. El acto tuvo lugar el día 6 de octubre de 1922 en el paraninfo de la Universidad (cf Silverio de Santa Teresa, Las Fiestas Teresianas en Salamanca, Alba y Avila (Sta. Teresa Doctora y académica). MteCarm. 26 (1922) 457-265, 490-503). Era repetición de otro acontecimiento parecido, promovido por los catedráticos de este centro universitario salmantino, que decidieron en 1622 laurear a la gran Teresa por maestra y doctora mística de la Iglesia, colocándola en ceremonia pública el birrete y demás insignias correspondientes.
II. Caminando hacia la declaración de Doctora por la Iglesia
1. Los carismas en la Iglesia son comunes a todos. La cuestión del Doctorado de T nunca perdió actualidad. Era algo que estaba llamado a hacerse realidad. Contribuyen a ello los avances que se habían dado en la teología de los carismas en la Iglesia, a raíz del Vaticano II, derribabando barreras antes infranqueables. El Concilio adopta una franca postura de igualdad entre el hombre y la mujer, afirmando la concesión de los carismas en la Iglesia a todos, pues el Espíritu Santo «distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición» (LG 12). El «obstat sexus» deja de ser obstáculo para que una mujer pueda ser Doctora de la Iglesia. Se acepta que también la mujer en la Iglesia podía disfrutar de doctrina eminente que sólo los hombres parecían poseer.
La eminente doctrina teresiana, reconocida durante cuatro siglos, podía ahora ser doctorado. Desde su trayectoria histórica a partir de su muerte, contaba a su favor «el voto de la tradición de los santos, de los teólogos, de los fieles, de los estudiosos», como dice Pablo VI en la Homilía de la celebración eucarística para la concesión del título doctoral a T de Avila.
Incluso la doctrina teresiana había sido estimada y altamente valorada por el magisterio de la Iglesia. Gregorio XV ensalza la sabiduría celestial de T. Pío IX (1873) creía ser «muy útil y oportuno» que los libros de T «se difundieran cada vez más y cayeran en las manos de los hombres». León XIII alababa los escritos teresianos «como documentos de celestial doctrina». Pío X la llama «Maestra preclara» y afirma no desmerecer mucho, y quizás nada, de los grandes Santos Padres y Doctores: Gregorio Magno, Juan Crisóstomo, Anselmo de Aosta. Benedicto XV asegura «que a la corona de la santidad unió la de la doctrina». Pío XI la llama «sapientísima» y «maestra eximia de la contemplación». Pío XII la califica de «maestra singular de santidad y de ascesis cristiana». Para Juan XXIII era «lumbrera extraordinaria de la Iglesia».
La historia de este largo proceso doctoral culmina cuando el 15 de octubre de 1967, en la basílica de San Pedro, Pablo VI, en su alocución al Tercer Congreso Mundial de Apostolado Seglar, y ante los miembros del Sínodo Episcopal, sorprende con estas palabras: «Nos nos proponemos reconocerle a ella (Teresa) un día, igual que a santa Catalina de Siena, el título de Doctora de la Iglesia» (LOsservatore Romano, 16-17 de octubre de 1967, p. 2).
2. «Positio Peculiaris». Además de ese votode tipo general, emitido por los santos, teólogos, juristas, expertos en la Palabra de Dios, estudiosos y fieles en general, la Iglesia necesitaba aún una información detallada de todos los hechos. Esto lo prepara la Congregación de Ritos, quien plantea formalmente el problema, preguntando: «¿Se puede conceder el título y culto de Doctor de la Iglesia a las santas Mujeres, que por razón de su santidad y eximia doctrina han contribuido de modo especial al bien común de la Iglesia?» La respuesta a esta pregunta la darán cuatro especialistas: un escriturista, Pedro Barbagli, OCD; un teólogo espiritual, Alejo Benigar, OFM; un teólogo de todos conocido, Carlos Boyer, SJ, y finalmente un historiador de la espiritualidad, Alvaro Huerta, OP. En el verano de 1967, los cuatro votos son editados en un fascículo reservado. Tienen particular interés las conclusiones del primero y del cuarto. P. Barbagli aclara que los clásicos textos paulinos (1Cor 14,34 y 1Tim 2,12) sobre la actuación de las mujeres en la asamblea, tienen carácter disciplinar y local, no doctrinal y dogmático; sobre todo, carecen de relación con la institución del «doctorado»; A. Huerga afirma que no sólo no existe dificultad de orden dogmático o disciplinar en la promoción de figuras femeninas al doctorado eclesial, sino que en la historia de la Iglesia hay dos figuras eminentes que parecen desempeñar de hecho esa alta función: santa Catalina y santa Teresa.
3.«Positio» preparada por el Teresianum de Roma. A todo esto hay que añadir la Positio elaborada por el Teresianum de Roma. Consta de diez capítulos o apartados distintos. El apartado 5 recoge el voto de la Pontificia Facultad Teológica de los Carmelitas Descalzos del Teresianum de Roma. Constituye sin duda la parte más importante de la Positio.Este voto prueba la conveniencia de declarar Doctora de la Iglesia a T de Jesús, apoyándose en cuatro razones: histórica, litúrgica, teológica y la que brota de la vida actual de la Iglesia. Esto era el último eslabón de una cadena ininterrumpida, dispuesta a recibir el broche final con la proclamación oficial de T como Doctora de la Iglesia.
III. Pablo VI la declara Doctora el 27 de septiembre de 1970
1.Intervenciones de Pablo VI. Son las siguientes:
a) Manifiesta, 15 de octubre de 1967, su propósito de declarar Doctoras de la Iglesia a T de Jesús y Catalina de Siena.
b) Proclamación oficial del Doctorado teresiano en la misma Basílica Vaticana, el 27 de septiembre de 1970.
c) Letras Apostólicas «Multiformis Sapientia Dei», que notifican oficialmente el acontecimiento de la proclamación, datadas el mismo 27 de septiembre de 1970.
d) Homilía pronunciada en la misa solemne de la proclamación.
e) Alocución a la misión diplomática española el mismo día en que doctora a T (Para estos documentos, cf Acta OCD. 12-15 (1967-1970) 77-103. Para la edición española de la Homilía, cf LOsservatore Romano, 28-29/IX/1970, p. 2).
Se hace notar que fue la primera vez en la historia de la proclamación de los doctores en la Iglesia que interviene personalmente el Papa de forma tan solemne. Es además la primera mujer agraciada con este título, «en atención a su sabiduría de las cosas divinas y al magisterio que ejerce con sus escritos».
2.Letras Apostólicas «Multiformis Sapientia Dei». Es el documento decisivo. Por él se confiere el título doctoral a T de Avila, con esta fórmula: «Así pues, con seguro conocimiento y después de madura deliberación, en plenitud de la potestad apostólica, declaramos a Santa Teresa de Jesús, virgen abulense, Doctora de la Iglesia Universal». A esta declaración precede una rica exposición de los fundamentos doctrinales e históricos del Doctorado, que en síntesis podrían reducirse a los siguientes puntos:
Primero se pone de manifiesto que el carisma teresiano es sabiduría del misterio cristiano, y su función en la Iglesia, transmitirlo y comunicarlo.
Afirma luego la dimensión histórica del magisterio teresiano: servicio doctrinal prestado a la Iglesia durante cuatro siglos y a niveles varios. Por tanto, se trata de un carisma que rebasa los límites de la existencia personal de la Santa y de su generación, e incluso los de una u otra situación o época de la Iglesia.
Presenta su Doctorado como realidad actual, gracias a la calidad de su mensaje que se mantiene en función de servicio a nuestra Iglesia y a nuestro tiempo.
La verdad es que se trata de un Doctorado concedido no para canonizar méritos viejos o servicios prestados, sino de uno que preconiza un mensaje no gastado por el paso del tiempo, sino vivo en el presente y con fuerza para seguir en el futuro (cf T Alvarez, «Glosa a la Bibliografía del Doctorado Teresiano», EphemCarm22 (1971) 501-502).
3. Homilía: interpretación auténtica del Doctorado. Pablo VI en la Homilía comienza aclarando que la presente proclamación oficial más que «conferir» a santa T el Doctorado, se lo «reconoce» y «convalida». «Acabamos de conferir o, mejor dicho: hemos reconocido el título de Doctora de la Iglesia a Santa Teresa de Jesús». Confirma con estas palabras que la nueva Doctora ha ejercido de hecho y desde hace cuatro siglos un magisterio de proporciones eclesiales. En la Iglesia se la ha escuchado como «a madre y maestra». Define el magisterio teresiano como «carismático». Su mensaje resplandece «con los carismas de la verdad, de la conformidad con la fe católica, de la utilidad para la erudición de las almas», y sobre todo «el carisma de la sabiduría». Aclara que el nervio del mensaje teresiano es su doctrina sobre la oración. «Este es el mensaje para nosotros». Viene a decir que la hace Doctora no por razones históricas, sino por la sintonía de su mensaje con el alma y las necesidades de nuestro tiempo. Reafirma la actualidad del mensaje teresiano. «A distancia de cuatro siglos, santa T de Avila sigue marcando las huellas de su misión espiritual».
Además, la proclamación doctoral de la primera mujer «a quien la Iglesia confiere el título de Doctora», no soslaya las palabras de Pablo de que las mujeres en la asamblea callen; aclara diciendo que no se trata de «un título que comporte funciones jerárquicas de magisterio»; el doctorado no implica un carisma jerárquico, sino el carisma de la palabra, enclavado en el sacerdocio común de los fieles. «Sirve para poner en evidencia cómo la exclusión del sacerdocio ministerial no es degradante para la mujer, cuya dignidad cristiana, basada sobre el otro carisma bautismal, tiene desarrollo y dimensiones especiales, hasta alcanzar las formas más elevadas de la oración mística» (T. Alvarez, ib pp. 505-506).
Conclusión
T, desde sus escritos, sigue siendo «luz» y «guía» de sus hermanos. La Iglesia avala su mensaje y su magisterio sigue siendo prometedor. Ahora es Doctora con título especial concedido por la Iglesia. Corrobora además los calificativos que anteriormente sus admiradores le habían aplicado: Doctora Angélica, Doctora clarísima de la Iglesia, Doctora de celestial inteligencia, Doctora Seráfica, Doctora Mística, Doctora portentosa, Doctora del Espíritu, Doctora hasta hoy «única» en la Iglesia, Doctora dulcísima de las almas, Doctora graduada en la Universidad de la Experiencia, Doctora Universal, Doctora de la Sagrada Teología… Escritos. Patronato.
BIBL.AA.VV., Fe y Magisterio eclesiástico. Doctorado de Santa Teresa, Madrid, 1971; AA.VV., Jerarquía y Magisterio Teresiano, Burgos, 1982; T Alvarez, Glosa a la bibliografía del doctorado Teresiano, en «EphCarm.» 22 (1971), 495-542; E. Llamas, Datos hitóricos sobre el doctorado de s. Teresa, en «Fe y Magisterio eclesiástico», Madrid, 1971, pp. 317-372; G. della Croce, Il dottorato di Santa Teresa dAvila…, en «VitaRel.» 5 (1969), 590-601; B. Hernández, Antonio Machado y el doctorado de Santa Teresa. Su correspondencia con J. M. Bartolomé, en «MiscelComillas» 40 (1982), 339-350. Es interesante el anticipo de Reforma, 1,5 cap. 42.
E. Renedo