Duruelo Duruelo es un ‘lugarcillo’ de la provincia de Avila. Pero en el contexto histórico y de la espiritualidad teresiana, Duruelo es la primera comunidad de carmelitas, fundada por iniciativa de santa Teresa y realizada de hecho por san Juan de la Cruz y Antonio de Jesús (Heredia).
La fundación tuvo la fortuna de ser historiada por la propia Santa. Contaba ya ella con la licencia del P. General, Juan Bautista Rubeo (del 10. 8. 1567: F 2,5), para fundar dos conventos de religiosos carmelitas, que compartiesen el mismo estilo de hermandad implantado en los carmelos femeninos (cf MHCT 1, pp. 68-71). Busca lugar -de nuevo ella personalmente- para el estreno de ese género de vida. Y se lo ofrece un caballero de Avila, don Rafael Mexía (o R. Velázquez Mexía), ‘con quien yo jamás había tratado’, escribe la Santa. Vino a ofrecerle ‘una casa que tenía en un lugarcillo de harto pocos vecinos , que me parece no serían veinte…’ (F 13,2). Teresa aceptó la oferta cuanto antes. Y fue a ver el lugar y la casa. Era ésta tan pobre, tan sucia, tan desmantelada, que ni ella ni sus compañeras se atrevieron a pasar allí la noche. La pasaron en la iglesia del lugar, probablemente en la exigua iglesia parroquial de Bercimuelle. Y pese a la franca oposición de los otros visitantes y pese a la miseria del inmueble, a Teresa le pareció apto para comenzar… (F 13, 3-4). Después, Dios dirá.
Llegada a Medina del Campo, se lo describió sin paliativos a los dos futuros inquilinos, y tanto fray Juan como fray Antonio aceptaron erigir allí la fundación. De hecho, la estrenaron en pleno rigor de invierno, el 28 de noviembre de 1568, primer domingo de adviento: ‘Nos, fray Antonio y fray Juan, comenzamos hoy 28 de noviembre de 1568 a vivir según la Regla primitiva’ (MHCT 1, p. 75). Habían hecho un urgente acomodo de limpieza y de poco más, ‘porque no había dinero, aunque quisieran hacer mucho’ (F 14,2; y MHCT 1, 74-75).
Cuando T visitó de nuevo la casa y su minúscula comunidad, en la cuaresma de 1569, la describe así: ‘Como entré en la iglesia, quedéme espantada de ver el espíritu que el Señor había puesto allí. Y no era yo sola, que dos mercaderes que habían venido de Medina hasta allí conmigo, que eran mis amigos, no hacían otra cosa sino llorar. ¡Tenía tantas cruces, tantas calaveras! Nunca se me olvida una cruz pequeña de palo que tenía para el agua bendita, que tenía en ella pegada una imagen de papel con un Cristo, que parecía ponía más devoción que si fuera de cosa muy bien labrada. El coro era el desván…Tenían a los dos rincones, hacia la iglesia, dos ermitillas, adonde no podían estar sino echados o sentados, llenas de heno, porque el lugar era muy frío…’ (F 14, 6-7).
La comunidad estaba compuesta por los dos ya mencionados, P. Antonio y P. Juan de Santo Matía, que en adelante se apellidará ‘de la Cruz’. Y por otros dos compañeros de empresa: el joven fray José de Cristo, ‘que no era ordenado (no sacerdote)’, advierte la Santa. Y el P. Lucas de Celis, ‘que no mudó hábito, porque era muy enfermo’, escribe ella (F 14, 7).
Pero el convento tuvo vida corta. Antes de dos años (11.6.1570), se trasladaba a la próxima aldea de Mancera, como refiere la propia Santa (F 14, 9). Y esta misma comunidad, ya en 1600, se trasladó a Avila. En el siglo XVII se sucederá una serie de intentos por recuperar el solar que había sido cuna de la Reforma. En 1612, la Orden lo compra a los herederos del donante, don Rafael, que habían recuperado la propiedad del inmueble. Pero sin rehacer la fundación. Sólo en 1633, al hacerse carmelita la Condesa de Santa Gadea con el nombre de Luisa del Santísimo Sacramento, destina parte de sus bienes para restaurar la antigua alquería-monasterio de Duruelo. A él se acoge poco después el P. Juan del Espíritu Santo, al terminar su segundo cargo de General de la Orden en 1640. En torno a él reflorece una pequeña comunidad, que en 1648 obtiene el patronato regio y la protección de Felipe IV. Siguen años de normal andadura religiosa, hasta que, siglo y medio después, el pequeño monasterio es arrasado por la soldadesca de Napoleón (1809), y aunque restaurado bajo Fernando VII, es definitivamente desalojado y abandonado tras las leyes desamortizadoras de 1835-1836.
En nuestro siglo resurgirá nuevamente de sus ruinas, ya no para poner en pie una comunidad de religiosos carmelitas, sino para establecer un carmelo teresiano, por iniciativa de la B. Madre Maravillas, e inaugurado por el P. Silverio de Santa Teresa, General de la Orden, el 20.7.1947.
El espíritu de Duruelo.A pesar de esa historia accidentada y quebradiza, Duruelo representa para los carmelitas descalzos lo que San José de Avila para las carmelitas de la Madre Teresa. Idéntica pobreza de orígenes, pioneros decididos y radicales en ambos casos, similar vida evangélica y carmelita. Con la ventaja de que en Duruelo convergen ya las iniciativas de fray Juan de la Cruz y de la Santa. Y con nuevos matices en el estilo de vida instaurado por ésta en San José. Podríamos reseñarlos así:
Cuando en 1567 el P. General, Juan Bautista Rubeo, da su licencia a la Madre Teresa para fundar en Castilla dos conventos de la Regla carmelitana no mitigada, el P. General piensa en sendos conventos de ‘carmelitas contemplativos’, que ‘se ejerciten en decir misas, rezar y cantar los oficios divinos, dar obra en horas convenientes a las oraciones, meditaciones y otros ejercicios espirituales’. Y a la vez, ‘que ayuden a los prójimos quien se le ofreciere, viviendo según las constituciones antiguas’ (MHCT 1, 69). En el clima de reforma promocionada por los decretos tridentinos, el P. General se propone la recuperación de la vida eremítica del primitivo Carmelo, tal como se perfilaba en la Regla ‘primitiva’, con un pequeño margen de posible ministerio pastoral. Los ‘contemplativos’ serían, en cierto modo, un calco de la vida estrictamente contemplativa instaurada en San José de Avila.
De hecho no fue exactamente así. Ni la madre Teresa ni fray Juan de la Cruz entendieron en clave eremítica la vida carmelita de Duruelo. El caso de fray Juan es claro. También él, cuando se encuentra por primera vez con la madre fundadora está acariciando el proyecto de entrar en la Cartuja, aspirante a la vida contemplativa. La M. Teresa lo convence de que opte por ‘el estilo de hermandad y recreación’ de sus carmelitas de Avila y Medina, pero adaptando el ideal eclesial apostólico de éstas a las condiciones y posibilidades de una comunidad de varones sacerdotes. Y, de hecho, desde el primer momento fray Juan y fray Antonio, en Duruelo, lejos de vivir como cartujos, ejercen el apostolado en los pueblos de los aledaños: ‘Iban a predicar a muchos lugares que están por allí comarcanos sin ninguna doctrina, que por esto también me holgué se hiciese allí la casa; que me dijeron que ni había cerca monasterio ni de dónde le tener, que era gran lástima. En tan poco tiempo era tanto el crédito que tenían, que a mí me hizo grandísimo consuelo cuando lo supe. Iban como digo a predicar legua y media, dos leguas, descalzos…y con harta nieve… Con el contento, todo se les hacía poco’ (F 14, 8).
Rendidos al liderazgo de la M. Teresa, renuncian de momento a elaborar estatutos propios para la naciente comunidad, y optan por trasladar del femenino al masculino casi literalmente las Constitucionesque ella había pergeñado para las monjas de San José de Avila. Con pequeñas adaptaciones litúrgicas. Y dejando abierta la vida comunitaria a la acción pastoral.
Ese enfoque es refrendado categóricamente por la Santa. Cuando ella regresa a Duruelo para medir el pulso a la comunidad en marcha, toma nota de su pobreza, de su vida de oración, de su liturgia, de su ascesis penitencial y, muy realísticamente, de la labor pastoral desplegada entre los pobres labriegos. Ella misma hace una especie de balance valorativo: admira incondicionalmente la vida de pobreza, patente en el grupo; aprueba con gozo (‘me holgué…’) el espíritu contemplativo y apostólico de la comunidad; en cambio, no se solidariza en los rigores penitenciales, sino que trata de poner freno a lo extremoso de la ascesis establecida en la casa.Juan de la Cruz. Antonio de Jesús (Heredia). José de Cristo. Celis, Lucas de. Velázquez Mejía, Rafael.
BIBL.’El lugarcillo de Duruelo’, por ‘Carmelitas Descalzas de Duruelo’. Avila, 1996.