Hablar de ‘enfermedad’ en T, no obstante ‘las muchas enfermedades que Su Majestad’ le fue dando a lo largo de su vida (V 4, tít.), casi parece un despropósito. Ella ha sabido centrarse en la salud más que en la enfermedad. De este modo se ha adelantado a nuestros tiempos.
Hoy sabemos que nuestro cuerpo, en fracciones de segundos, reacciona ante una idea que cruza por nuestra mente. Si pensamos en salud, es normal que la incrementemos. Por el contrario, somos capaces de intensificar la enfermedad si la colocamos en el centro de nuestra atención. En consecuencia se nos recomienda pensar en la salud que T tanto apreciaba. En razón de este hecho, consideramos la enfermedad como un paréntesis en la vida de T. A veces un paréntesis muy largo, pero al fin paréntesis. Ella, como toda criatura humana, fue creada para la salud.
El valor de la salud
Algunos estudiosos de la salud ponen de relieve que en los escritos de S. Freud abunda la palabra enfermedad. Más de trescientas veces. Escasea, por el contrario, el término salud. No aparece ni diez veces. T aparece como el caso contrario. No obstante sus muchas enfermedades, usa la palabra salud casi cuatro veces más (394) que el término enfermedad (103).
Este hecho lingüístico nos revela de inmediato la actitud de T frente a la enfermedad. La padece, la ofrece y la trasciende. Por otro lado, valora la salud, la procura, la recomienda y la suplica al Señor. Que ella valora altamente la salud salta a la vista, sobre todo, en sus cartas. Escribe, ‘la salud del cuerpo la deseo’ (cta 299,5). ‘Plega al Señor que vaya adelante la salud’ (cta 457,8). ‘Yo estoy de salud mejor que suelo. Désela Dios a v.m. en el cuerpo y en el alma como yo la deseo, amén’ (cta 2,14). ‘Quisiera tener mucho lugar y salud para decir algunas cosas que importan, a mi parecer (cta 53,1). ‘Estoy mejor, iba a decir buena, porque cuando no tengo más de los males ordinarios, es mucha salud’ (cta 64,4).
Cuando se trata de los demás, se diría que todavía valora mucho más el don de la salud. Comprobémoslo con algunas expresiones suyas. ‘Y V. R. mire por su salud, que tanto trabajo y malas noches como ha tenido, no querría se viniese a pagar’ (cta 63,5). ‘Vanos tanto en su salud, que todo es poco lo que podemos hacer’ (cta 109,2). ‘Pues nos hace Dios tanta merced de darle salud con tantos trabajos’ (cta 151,9). ‘Harta merced me hace Nuestro Señor en darle tanta salud. Plega a Su Majestad que sea muchos años, para que la gaste en su servicio’ (cta 182,8).
La última frase nos sugiere que la salud, para la Santa, no es un fin en sí misma. Aunque la reconoce como un auténtico valor, advierte que hay otros valores superiores a los que supeditarla.
Libertad ante la salud
En efecto, T logra conservar una actitud de libertad o desapego respecto a la salud. Ella misma nos revela cómo se las arregló para liberarse del excesivo afán por la salud. ‘Como soy tan enferma, hasta que me determiné en no hacer caso del cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada, sin valer nada; y ahora hago bien poco. Mas como quiso Dios entendiese este ardid del demonio, y como me ponía delante perder la salud, decía yo: poco va en que me muera; si el descanso: no he ya menester descanso, sino cruz; así otras cosas. Vi claro que en muchas cosas, aunque yo de hecho soy harto enferma, que era tentación del demonio o flojedad; que después que no estoy tan mirada y regalada, tengo mucha más salud’ (V 13,7).
Ilustrada por esta experiencia, sabrá animar a sus religiosas a mantener el justo equilibrio entre el desapego respecto a la salud y el cuidado de la misma. En efecto, ella advirtió que entre sus hijas carmelitas se daban los dos extremos. ‘Algunas monjas no parece que venimos a otra cosa al monasterio sino a procurar no morirnos’ (C 10,5). Al mismo tiempo advierte que también se puede caer en el exceso contrario. Incluso atribuye a un influjo del demonio el descuido de la salud por parte de los consagrados. ‘Y así tienta aquí de indiscretas penitencias para quitar la salud, y no le va poco en ello (C 19,9)’.
Opción por la salud
En las últimas palabras de la Santa palpita, a mi parecer, una opción decidida por la salud. La actitud de libertad o de equilibrio afectivo ante la salud, no significa infravaloración de la misma. En absoluto. La salud aparece como un valor auténtico. En consecuencia, se puede optar por ella, dejando a Dios la última palabra. De hecho, T se atreve a escribir a María de san José, priora de Sevilla, ‘Mire mucho por sí, que más vale regalarse que estar mala’ (cta 234 = 114,6). Se comprende entonces que para la Santa no hay imperfección en el cuidado prudente de la salud. Así lo da a entender a la misma María de san José, cuando le dice:’Ahora no la queremos penitente sino que no la dé (penitencia) a todas con sus enfermedades, y que sea obediente, y no me mate’ (cta 256).
A María Bautista escribe: ‘Es gran bobería andar mirando imperfecciones en cosa de su regalo, pues ve lo que va en su salud’ (cta 266). En esta afirmación, igual que en otras, la Santa deja traslucir la cautela con que ella tomaba las penitencias corporales. Las acepta, sin lugar a dudas, pero no a expensas de la salud. Ella, después de recomendar con entusiasmo la virtud de la humildad, aclara, ‘estas virtudes grandes, hermanas mías, querría yo estudiásemos mucho e hiciésemos penitencia, que en demasiadas penitencias ya sabéis que os voy a la mano, porque pueden hacer daño a la salud si son sin discreción’ (C 15,3).
No sólo con las palabras, como las apenas transcritas, sino también con su comportamiento, T revela su opción por la salud. No siente escrúpulos al tener los cuidados necesarios para conservarla. Así lo revela a su hermano Lorenzo: ‘Yo me regalo todo lo que veo es menester, que no es poco, y aun algo más que acá usan’ (cta 10). Cierto, la frase, ‘todo lo que veo es menester’ sugiere una medida. Ni tanto ni tan poco. Entre estos extremos, T sabe moverse con libertad. En efecto, en otro momento escribe a María de san José, ‘como estoy mejor, no he menester tanto regalo, que algún día he de ser mortificada’ (cta 239).
Seguramente confía que los otros son capaces de cuidar su salud con la misma mesura. Por lo mismo se permite recomendar a Ambrosio Mariano: ‘Mire por sí, por amor de Dios, que como esté bueno todo se hará bien’ (cta 186). A María de san José escribe:’Cate que mire mucho por su salud; ya ve lo que importa’ (cta 236,14).
La enfermedad en la experiencia de Teresa
Una vez que está clara la saludable actitud de T frente a la vida, en cuanto que opta por la salud, ya podemos abordar la delicada cuestión de la enfermedad en su vida y experiencia. La Santa, de acuerdo a su estilo, no hace reflexiones teóricas sobre la enfermedad. Se refiere a ella en forma directa, desde su propia experiencia de enferma crónica. Sin embargo, dada su agudeza mental, logra acercarse a la esencia de la enfermedad, en cuanto quiebra radical en la tendencia de la vida hacia el equilibrio y el bienestar en cada organismo viviente.
En tal sentido, y refiriéndose a las pruebas que acompañan los más elevados estadios del desarrollo espiritual, T explica: ‘También suele dar el Señor enfermedades grandísimas. Este es muy mayor trabajo en especial cuando son dolores agudos, que en parte, si ellos son recios, me parece el mayor que hay en la tierra digo exterior aunque entren cuantos quisieren; si es de muchos recios dolores, digo, porque descompone lo interior y lo exterior de manera que aprieta un alma que no sabe qué hacer de sí; y de muy buena gana tomaría cualquier martirio de presto, que estos dolores, aunque en grandísimo extremo no duran tanto, que en fin no da Dios más que lo que se puede sufrir…’ (M 6, 1, 6). Después de estas palabras comprendemos la profundidad de las expresiones teresianas como, ‘¡qué cosa es la enfermedad, que con salud todo es fácil de sufrir’ (F 24,8).
La enfermedad hace que T logre palpar la unidad sustancial alma-cuerpo o mente-cerebro. La falta de salud le parece como una rémora que frena el ímpetu de sus empresas espirituales. Por lo mismo, escribe: ‘Hartas veces me quejo a nuestro Señor lo mucho que participa la pobre alma de la enfermedad del cuerpo’ (F 29,2).
Actitud ante la enfermedad
Consciente del impacto que la enfermedad tiene en la mente y en el ánimo, T procura encararla en modo directo. Lejos de limitarse a padecerla en actitud pasiva, despliega su libertad ante ella y sus efectos. A este respecto, ya hemos leído su propia confesión, ‘como soy tan enferma, hasta que me determiné en no hacer caso del cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada sin valer nada’ (V 13,7). Esta determinación radical de ‘no hacer caso del cuerpo ni de la salud’, le da, junto con la gracia, la energía necesaria ‘para poder sufrir las terribles enfermedades que tuve, con tan gran paciencia’ (V 9, 4).
No sólo enfrenta la enfermedad con paciencia, sino también con fe. T advierte que los males físicos no escapan al control poderoso del amor divino. Aunque el Señor, de ordinario, respeta las leyes naturales, tiene poder total para conservarnos la salud o para devolvérnosla.’Así cuando el Señor ve que es menester para nuestro bien, da salud; cuando no, enfermedad. Sea por todo bendito’ (cta 2, 4).
Sobre todo, la Santa recomendaba la actitud de amor para afrontar la enfermedad. Esta posibilidad se torna urgente cuando, no obstante que se halla enfermo, el creyente tiene la voluntad de orar. ‘Y en la misma enfermedad y ocasiones es la verdadera oración, cuando es alma que ama, en ofrecer aquello y acordarse por quién lo pasa y conformarse con ello y mil cosas que se ofrecen. Aquí ejercita el amor’ (V 7, 12). Según leemos en esta cita, la enfermedad y dificultades son portadoras de auténticos valores. Entre éstos se encuentra el hecho de autentificar ‘la verdadera oración’. Cuando se ora a pesar de las molestias causadas por la enfermedad y los problemas, esto es, sin el apoyo de la sensibilidad o del gusto, hay una verdadera oración en cuanto que, a fuerza de amor y libertad, procuramos un encuentro amistoso con quien sabemos nos ama. En este contexto, suena posible que, de acuerdo a la sugerencia de T, escojamos también la actitud de paz ante la propia enfermedad. Se trata de una paz y quietud que raya en la alegría y es fruto de la unión con Dios. ‘Ninguna cosa de los sucesos de la tierra la afligirá… ni enfermedad, ni pobreza, ni muertes…’ (M 5, 3,3).
Enseguida, sin negar esta posibilidad, deja traslucir el profundo humanismo que corre por sus venas, y aclara: ‘No penséis que está la cosa en si se muere mi padre o hermano, conformarme tanto con la voluntad de Dios que no lo sienta; y si hay trabajos y enfermedades, sufrirlos con contento. Bueno es, y a las veces consiste en discreción, porque no podemos más, y hacemos de la necesidad virtud’ (M 5,3,7).
Las enfermedades de Teresa
La propia T, en sus escritos, describe las enfermedades que la afligieron a lo largo de su existencia. Empieza narrando que su madre, fallecida a los treinta y tres años, ‘pasó la vida con grandes enfermedades’ (V 1,2). Más adelante nos cuenta que, ya en su adolescencia, se vio víctima de la enfermedad. Como educanda en el monasterio de Santa María de Gracia, escribe ella misma, ‘diome una gran enfermedad, que hube de tornar en casa de mi padre’ (V 3, 3). Por aquella época, añade, ‘habíanme dado, con unas calenturas, grandes desmayos, que siempre tenía bien poca salud’ (V 3, 7). En este tiempo, con 20 años de edad, elige consagrarse como monja en el monasterio carmelitano de la Encarnación. Allí, durante el noviciado, advierte la ayuda que le brinda la gracia ‘para poder sufrir’ explica ella ‘las terribles enfermedades que tuve, con tan gran paciencia como Su Majestad me dio’ (V 4, 9).
Poco después, cuenta T, ‘la mudanza de la vida y de los manjares me hizo daño a la salud, que aunque el contento era mucho, no bastó. Comenzáronme a crecer los desmayos y diome un mal de corazón tan grandísimo, que ponía espanto a quien lo veía, y otros muchos males juntos, y así pasé el primer año con harta mala salud… casi me privaba el sentido siempre y algunas veces del todo quedaba sin él…’ (V 4, 5).
Como los médicos de Avila no lograban ayudarla a sanar, el padre de T decide llevarla a Becedas, a unas 14 leguas de Avila. Quiere ponerla en manos de una famosa curandera. Allí va a sufrir un tratamiento mucho peor y más nocivo que la misma enfermedad. ‘Estuve en aquel lugar tres meses con grandísimos trabajos, porque la cura fue más recia que pedía mi complexión. A los dos meses, a poder de medicinas, me tenía casi acabada la vida, y el rigor del mal del corazón de que me fui a curar era mucho más recio, que algunas veces me parecía con dientes agudos me asían de él, tanto que se temió era rabia. Con la falta grande de virtud (porque ninguna cosa podía comer, si no era bebida, de grande hastío) calentura muy continua, y tan gastada, porque casi un mes me había dado una purga cada día, estaba tan abrasada, que se me comenzaron a encoger los nervios con dolores tan incomportables, que día ni noche ningún sosiego podía tener. Una tristeza muy profunda’ (V 5,7).
Al ver que no mejoraba, sino todo lo contrario, su padre decidió llevarla de nuevo a Avila. Los médicos la desahuciaron. Decían que estaba tísica. ‘Los dolores eran los que me fatigaban, porque eran en un ser desde los pies hasta la cabeza… En esta reciedumbre no estaría más de tres meses’ (V 5, 8). Lo peor vino, según su propia narración, la noche del 15 de agosto de 1539. Tenía entonces 24 años de edad. ‘Diome aquella noche un paroxismo que me duró estar sin ningún sentido cuatro días, poco menos…’ (V 5, 9). ‘Quedé de estos cuatro días de paroxismo de manera que sólo el Señor puede saber los incomportables tormentos que sentía en mí: la lengua hecha pedazos de mordida; la garganta, de no haber pasado nada y de la gran flaqueza que me ahogaba, que aun el agua no podía pasar; toda me parecía estaba descoyuntada; con grandísimo desatino en la cabeza; toda encogida, hecha un ovillo, porque en esto paró el tormento de aquellos días, sin poderme menear, ni brazo ni pie ni mano ni cabeza, más que si estuviera muerta, si no me meneaban; sólo un dedo me parece podía menear de la mano derecha…’ (V 6,1).
Muchos años después, cuando escribe el libro de su Vida con casi 50 años de edad, describe algunas de sus enfermedades habituales. ‘Que, aunque sané de aquélla tan grave, siempre hasta ahora las he tenido y las tengo bien grandes, aunque de poco a acá no con tanta reciedumbre, mas no se quitan, de muchas maneras. En especial tuve veinte años vómitos por las mañanas, que hasta más de mediodía me acaecía no poder desayunarme; algunas veces más tarde. Después acá que frecuento más a menudo las comuniones, es a la noche, antes que me acueste, con mucha más pena, que tengo yo de procurarle con plumas y otras cosas, porque si lo dejo, es mucho el mal que siento. Y casi nunca estoy, a mi parecer, sin muchos dolores, y algunas veces bien graves, en especial en el corazón, aunque el mal que me tomaba de continuo es muy de tarde en tarde. Perlesía (parálisis) recia y otras enfermedades. De calenturas que solía tener muchas veces, me hallo buena ocho años ha. De estos males se me da ya tan poco, que muchas veces me huelgo, pareciéndome en algo se sirve al Señor’ ( V 7,11).
Diagnóstico
¿Qué nombre damos a las enfermedades de T? En concreto, ¿de qué estuvo enferma? Sobre todo, ¿en qué consistió la enfermedad tan grave que padeció en su juventud?
Las opiniones médicas, hasta el presente, no logran el consenso que pudiera emitir un diagnóstico para todos aceptable. Se diría que la Santa, viva y muerta, ha tenido poca fortuna con los galenos. En razón de aquella enfermedad tan grave, algunos señalan a T como ‘histérica’, otros como ‘neurótica’, víctima de una ‘infección tuberculosa con graves complicaciones en el sistema nervioso’, más recientemente como ‘epiléptica’.
Digo una palabra respecto a este diagnóstico más reciente. Quienes lo sustentan dan la impresión de excesiva parcialidad en el esfuerzo por demostrar su hipótesis. En consecuencia:
No toman en cuenta suficientemente la historia de T en lo que respecta a su vida, desarrollo personal e interacción extraordinaria con entornos social y religioso.
Se centran exclusivamente en el aspecto patológico de T, excluyendo el resto de su personalidad total, en particular, los evidentes rasgos de salud y madurez mental, social y espiritual.
No llegan a configurar totalmente el síndrome correspondiente a la epilepsia parcial, no obstante la presencia de síntomas convulsiones, mordeduras en la lengua, pérdida del sentido, etc., que podrían sugerir la presencia de semejante padecimiento.
Para hacerla entrar en la categoría de la epilepsia de Dostoievski, en que predominan los síntomas afectivos positivos, sus éxtasis o arrobamientos son reducidos a meras alucinaciones con una tonalidad afectiva de tipo positivo. Se ignora, por tanto, la investigación realizada por A.H. Maslow sobre la capacidad de éxtasis ’Peak experience’ que distingue a las personas maduras o ‘autorrealizadas’ (A. H. Maslow. Motivation and Personality. New York, Harper & Row, 1970. p. 164-165).
Se sugiere que el fenómeno religioso no posee un valor peculiar y, porque las alucinaciones de ciertos pacientes presentan un contenido religioso, la experiencia espiritual queda reducida al ámbito psicológico e, incluso, patológico. (En ese caso se ignoran las investigaciones de tipo fenomenológico sobre la religión, que fueron inaugurados por R. Otto, Lo Santo. Madrid, Revista de Occidente, 1965).
Al eliminar el carácter original y específico de la experiencia religiosa, no se entiende lo que T quiere afirmar en realidad. Por ejemplo, distingue las experiencias que ella puede generar y las que proceden, de acuerdo a su parecer, de una esfera sobrenatural o divina. En cambio, el enfoque médico interpreta esa distinción en clave de normalidad y anormalidad.
Se echa de menos, en quienes diagnostican una ‘epilepsia del lóbulo temporal’ en T, el instrumental lingüístico que permita analizar las afirmaciones de la Santa en el contexto sistemático de sus escritos, su pensamiento, su historia, su desarrollo humano y espiritual.
Conclusión
Salta a la vista la urgente necesidad de un estudio médico serio sobre las enfermedades en T. Pero se requiere un estudio multidisciplinar que incluya no sólo distintas especialidades médicas, sino también los diferentes aportes de las ciencias del comportamiento humano, tomando en cuenta también la perspectiva religioso-espiritual.
Todavía más importante resulta el estudio de los recursos que T logró desplegar para llegar a convertirse, no obstante sus enfermedades, en una de las más grandes figuras de la historia humana.
Termino poniendo de relieve algunas formas que T empleaba para cuidar de la salud. Destaca su afán de higiene. Escribe al P. Gracián: ‘Por amor de Dios, procure Vuestra Paternidad haya limpieza en camas y pañizuelos de mesa, aunque más se gaste, que es cosa terrible no la haber’ (cta 160,2).
Atiende con especial esmero la alimentación, consciente de que, ‘el manjar que se pone en el estómago da fuerza a la cabeza y a todo el cuerpo’ (M 7, 4,11). Por ello refiriéndose a los primeros carmelitas reformados, escribe: ‘en lo que yo puse muy mucho con él (P. Gracián) fue que hiciese les diesen muy bien de comer’ (cta 185,7).
Por último, con enorme sentido práctico recomienda a su hermano Lorenzo que sus horas de sueño ‘no sean menos de seis’ (cta 9,7). Advierte al P. Gracián: ‘Yo digo, mi Padre, que será bien que vuestra paternidad duerma. Mire que tiene mucho trabajo, y no se siente la flaqueza hasta estar de manera la cabeza que no se puede remediar, y ya ve lo que importa su salud’ (cta 106,2).
Estos textos dejan en claro que T se comporta como una persona biófila. Ama la vida, la salud, el desarrollo, la creatividad, la plenitud del ser. Sin rasgo alguno de necrofilia, considera la enfermedad como auténtico estímulo para desplegar la libertad interior. Sabe, por experiencia, que somos libres para elegir la actitud con que queremos reaccionar ante la enfermedad. Así, tal como ella demuestra con su vida, la enfermedad puede convertirse en una ocasión de crecimiento personal y espiritual.
Sin embargo, llevada de su abundante salud mental y espiritual, la Santa procura, con profunda libertad, la recuperación y conservación de la salud corporal. Sabe buscarla, con realismo, no sólo para sí misma, sino también para los demás. Ha logrado intuir que Dios nos creó para la salud y que, en condiciones normales, nos quiere ordinariamente saludables.
BIBL. J. M. Poveda Ariño, Enfermedades y misticismo, en «RevEsp.» 22 (1963), 251-266; Id., La psicología de Santa Teresa de Jesús, Madrid, 1984; J. Sanmiguel Eguíluz, Límites sin fronteras. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz a la luz de la psicología, Madrid, 1994; M. Izquierdo, Enfermedades y muerte de Santa Teresa, Madrid, 1963.
Luis Jorge González