Escribanos y notarios fueron una de las profesiones más frecuentadas por la Santa, especialmente en los dos postreros decenios de su vida. Ella conoce bien el atuendo de dichos funcionarios públicos, sus modales y autoridad, su mayor o menor disponibilidad, sus aranceles y honorarios. Pacientemente ha tenido que asistir reiteradas veces a la prolija lectura de los protocolos. El escribano era prácticamente imprescindible para formalizar cualquier contrato o para dar pública fe de actos y decisiones comunitarias o familiares. Había escribanos reales, escribanos de número, de la provincia, del ayuntamiento, o escribanos al servicio personal de un hacendado, de un noble o de una institución. Los conocidos por T fueron numerosos y difíciles de inventariar. Probablemente pasen del centenar. A ellos recurrió en más de 15 ciudades (castellanas, manchegas y andaluzas). Los más recurrentes son los de Avila, Salamanca, Toledo y Burgos. En Avila intervienen en los trances más extremos: para la urdimbre del pleito de hidalguía de los Sánchez-Cepeda; para formalizar la dote de T en la Encarnación; para la escalada de pleitos ocasionados por el testamento de don Alonso; para garantizar la ‘carta de pago’ correspondiente a los ‘pesos de oro’ enviados por su hermano Lorenzo; para notificar oficialmente la condena de Gracián por el nuncio F. Sega, etc. En Salamanca y Toledo, recursos sin fin a causa de los incontentables Pedro de la Banda (Salamanca) y Diego Ortiz (Toledo). Pero el dossier más conocido de escrituras notariales de T es el del Burgos. En esta ciudad, cuenta ella que al decidir la compra de los solares Mansino para el nuevo Carmelo, a la puerta del Hospital de la Concepción su propio apoderado topó con un escribano que resultó ser Juan Ortega de la Torre Frías (F 31,36). Será él quien extienda no menos de siete escrituras, actualmente conservadas en el llamado ‘Libro de Santa Teresa’ del archivo municipal de la ciudad. En esos infolios de Frías se hace presente todo un desfile de escribanos burgaleses: Pero Xuárez, Diego Ruiz, Alvaro de Carpio, Jerónimo del Río, Gregorio de Mena, Francisco de Llerena, Francisco de Rosano, Pero Arce… Poco antes, al instalarse ella con sus monjas fundadoras en el Hospital de la Concepción, se alarman los cofrades responsables del mismo y ‘pensaron refiere ella nos habíamos de alzar con el hospital… Hácennos, delante de un escribano, prometer al P. Provincial [Gracián] y a mí que, en diciéndonos que nos saliésemos de allí, luego lo habíamos de hacer’ (F 31,27). Y todavía, poco antes de abandonar la ciudad, recurrirá T a otro escribano, diverso del consabido Juan Ortega, que certifique cómo ‘dimos por ningunas’ las precedentes escrituras otorgadas por la bondadosa Dª Catalina de Tolosa (ib 48). Entre tantos episodios, quizás el más pintoresco es el referido por ella, de pasada, acerca de un ‘gran jugador’ ya agonizante e impenitente, que por fin decide cambiar de opinión y de vida ‘e hizo llamar un escribano o notario que de esto no me acuerdo- e hizo un juramento muy solemne de no jugar más y de enmendar su vida, que lo tomasen por testimonio…’ (F 16,6-7).
Por