La presencia del Espíritu Santo en Teresa de Jesús, aunque es más limitada que la presencia de Dios Padre y de Jesucristo, aparece bajo las perspectivas fundamentales de la revelación y se manifiesta como fuerza renovadora y santificadora en los momentos cumbre de su vida. A partir de su acción en ella, llega a percibir la realidad personal del Espíritu Santo dentro del misterio trinitario y de inhabitación.
El proceso de este descubrimiento es similar al de la misma revelación. Esta, partiendo de las manifestaciones del Espíritu Santo en la vida de Cristo (nacimiento, bautismo, predicación, resurrección), guía al creyente a la fe en Él (V 22,1), a la comprensión pneumatológica de la vida cristiana y al misterio trinitario, que es el principio y la meta final de la vida en Cristo suscitada por el Espíritu. La Sagrada Escritura concentra sus afirmaciones en la acción del Espíritu Santo, mientras que las referencias a su esencia de ordinario sólo son indirectas.
De acuerdo con esta perspectiva de la revelación, en la Pneumatología o reflexión teológica sobre el Espíritu Santo, el primer elemento es la experiencia y la acción del Espíritu, para tener acceso a Él. Es ésta una de las características de la pneumatología actual, en contraposición a la pneumatología anterior. Es una pneumatología «desde abajo» o desde la experiencia cristiana. No hay otro acceso a la Trinidad en sí (Trinidad «inmanente») más que a través de su manifestación en la historia de la salvación (Trinidad «económica»). Así define el Concilio Vaticano II la salvación cristiana, como acceso al Padre, en Jesucristo, por el Espíritu Santo (LG 2-4).
La experiencia que Teresa de Jesús tiene del Espíritu Santo entronca de lleno con este planteamiento soteriológico. Es una experiencia esencialmente soteriológica, que sella su proceso de renovación y santificación, hasta su culminación en el misterio de la inhabitación, y que tiene, en fin, en su vida una manifestación fuertemente carismática. Esta es en síntesis la experiencia del Espíritu que tiene Teresa y que intentamos desarrollar en los apartados siguientes.
1. Experiencia soteriológica del Espíritu
Por experiencia soteriológica del Espíritu entendemos la acción del Espíritu Santo que prolonga la presencia del Resucitado y su obra salvífica en la historia, llevando por doquier los frutos de la muerte y resurrección del Señor y abriendo el corazón de los fieles a la verdad del Evangelio.
En la vida de Teresa hay un hecho central que dice relación a esta experiencia. Es la gracia de su conversión definitiva al Señor, obtenida tras la invocación del Veni Creator Spiritus, que obra en ella la liberación afectiva de algunas amistades, que impedían que su corazón estuviese entero en Dios. Escucha estas palabras: «Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles» (V 24,5).
Comenta la Santa que estas palabras se le dijeron «muy en el espíritu» y que desde aquel día quedó «tan animosa para dejarlo todo por Dios como quien había querido en aquel momento dejar otra a su sierva… Debía aguardar [el confesor] a que el Señor obrase, como lo hizo» (V 24,7).
La fuente pneumatológica de esta experiencia aparece claramente en el relato autobiográfico. Su confesor, el P. Prádanos, ante su resistencia para «dejar algunas amistades» le hizo esta encomienda:
«Me dijo que lo encomendase a Dios unos días y rezase el himno de Veni, Creator, porque me diese luz de cuál era lo mejor. Habiendo estado un día mucho en oración y suplicando al Señor me ayudase a contentarle en todo, comencé el himno, y estándole diciendo, vínome un arrebatamiento» (V 24,5). Así escuchó las palabras dichas.
Es importante destacar esta invocación del Espíritu. La Santa, más que hablar del Espíritu Santo, ora e invoca al Espíritu Santo. La invocación, dice J. Moltmann, es la manera de hablar del Espíritu, pues abre el espíritu del hombre para acoger la verdad de Dios manifestada en Cristo: es apertura, receptividad. La medida de la invocación es la medida del Espíritu. De ahí la importancia de la invocación al Espíritu en la vida cristiana.
En el comentario de la Santa hay otro dato que no podemos pasar por alto: la libertad.
«Sea Dios bendito por siempre, que en un punto me dio la libertad que yo, con todas cuantas diligencias había hecho muchos años había, no pude alcanzar conmigo» (V 24,8).
La libertad aparece como el fruto de la acción del Espíritu Santo en ella, dentro de la más pura línea paulina: «Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2Cor 3,17). En Teresa de Jesús la libertad en el Espíritu constituye uno de los puntos neurálgicos de su espiritualidad.
Finalmente, cabe interpretar en el contexto de su experiencia soteriológica del Espíritu, el saludo de sus cartas como un saludo pascual, deseando a sus interlocutores la gracia del Espíritu Santo.
2. Experiencia santificadora
En la tradición de la Iglesia el Espíritu Santo es considerado como el alma de la santidad cristiana. Teresa, que impulsada por el Espíritu, emprende decididamente el camino de la santidad, experimenta su fuerza renovadora a través de una de las gracias místicas más significativas de su vida. Representa una especie de «pneumofanía» o manifestación del Espíritu Santo, semejante a la «cristofanía» (V 22) o la «mariofanía» (V 33,14), que aparecen en las fuentes de su vida cristiana y de su espiritualidad.
Al lado de Cristo y de la Virgen María, aparece el Espíritu Santo, como fuente de gracia y de santidad. En una de sus Relaciones cuenta cómo el Padre la llevó cabe sí y le dijo: «Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esta Virgen» (R 25,2).
Pero el hecho central de esta experiencia lo relata en el libro de la Vida (V 38,9-10). Ocurrió la víspera de Pentecostés o la Pascua del Espíritu Santo, como ella la denomina, el 29 de mayo de 1563. La gracia mística tiene lugar en la oración retirada y solitaria, dentro del marco de la liturgia de la Iglesia, leyendo en un Cartujano (la Vida de Cristo por Ludolfo de Sajonia) lo relativo a esta fiesta, para entender cómo el Espíritu Santo se halla presente en la vida espiritual. Y, pareciéndole, «por la bondad de Dios, que no dejaba de estar conmigo» (V 38,9), cayó en un éxtasis, en el que vio al Espíritu Santo en forma de paloma que descendía sobre su cabeza:
«Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma, bien diferente de las de acá, porque no tenía estas plumas, sino las alas de unas conchicas que echaban de sí gran resplandor» (V 38,10).
Inmediatamente se sosegó su espíritu «con tan buen huesped», y un sentimiento de quietud y de gozo la invadió, que transformó su vida:
«Desde aquel día entendí quedar con grandísimo aprovechamiento en más subido amor de Dios y las virtudes muy más fortalecidas» (V 38,11).
Los efectos de esta acción del Espíritu Santo en Teresa de Jesús (gozo interior, quietud, amor, virtudes…) no son otros que los frutos del Espíritu en la vida cristiana, descritos por San Pablo como «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gál 5,22-23).
La experiencia pneumatológica de Teresa en su vida espiritual aparece estrechamente unida a su experiencia cristológica, como en San Pablo, que habla indistintamente de «la vida en Cristo» y de «la vida en el Espíritu», porque la una conduce a la otra (cf CEC, n. 1699). La Santa establece esta relación a propósito del proceso de transformación del gusano de seda, símbolo de nuestra transformación en Cristo. Tal transformación se lleva a cabo por la acción del Espíritu Santo:
«Entonces comienza a tener vida este gusano, cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general que a todos nos da Dios y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia» (M 5,2,3).
3. Experiencia de inhabitación por el Espíritu Santo
El misterio de la inhabitación divina, que Teresa de Jesús describe en las séptimas moradas, aparece unido al Espíritu Santo, tanto en la revelación (1Cor 3,16-17) como en la tradición teológica. La Santa establece esta relación de múltiples formas. Ante todo, partiendo de la misma experiencia de las palabras bíblicas, que anuncian la divina presencia y que incluyen expresamente al Espíritu Santo en el relato teresiano:
«Aquí se le comunican todas tres Personas… y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio [Jn 14,23] que dijo el Señor: que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos» (M 7,1,6).
Las expresiones con que la Santa describe su experiencia de inhabitación son profundamente pneumatológicas. Dentro del misterio trinitario, el Espíritu es el lazo de amor entre el Padre y el Hijo: «Considera el gran deleite y gran amor que tiene el Padre en conocer a su Hijo, y el Hijo en conocer a su Padre, y la inflamación con que el Espíritu Santo se junta con ellos» (E 7,2).
El Espíritu Santo es el que realiza nuestra comunión con el Padre y el Hijo: «Entre tal Hijo y tal Padre forzado ha de estar el Espíritu Santo, que enamore vuestra voluntad y os la ate tan grandísimo amor» (C 27,7). En él se manifiesta el amor del Padre: «Mi Padre se deleita contigo y el Espíritu Santo te ama» (R 13). Es, en fin, el mediador entre Dios y el hombre: «Paréceme a mí que el Espíritu Santo debe ser medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos que la hace encender en fuego soberano» (Conc 5,5).
Aparte los textos explícitos, como observa atinadamente Jesús Castellano, «hay todo un campo vasto de alusiones bíblicas, de simbolismos, de operaciones en los que está implicada toda la teología del Espíritu Santo: oración, dones, virtudes, múltiples gracias místicas tienen marcado carácter pneumatológico» (J. Castellano, en Introducción…, p. 165).
Entre los símbolos, cabe destacar dos: el del fuego y el del agua. Los Procesos de Beatificación relatan cómo la Santa hizo pintar una imagen de la Santísima Trinidad, que llevaba en su breviario y en la que el Espíritu Santo aparece como un «hermoso mancebo, rodeado de llamas o volcanes encendidos».
Respecto al símbolo del agua, del agua viva, destaca en las cuartas moradas la fuente interior, que fluye desde dentro y lo inunda todo; es «una experiencia singular muy parecida a lo que hoy se describe como bautismo en el Espíritu Santo; es la experiencia mística de la palabra de Jesús: «Quien tenga sed, que se acerque a mí; quien crea en mí que beba; como dice la Escritura: De su entraña manarán ríos de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él» (J. Castellano, ib).
4. Experiencia carismática
Paralela a la experiencia santificadora y transformadora del Espíritu, está su experiencia carismática, reflejada en la iconografía teresiana bajo el símbolo del Espíritu Santo como paloma, que acompaña siempre la imagen de Santa Teresa. Con ello se quiere significar la inspiración carismática de su doctrina y de su obra.
Efectivamente, su obra de escritora se halla bajo el impulso del Espíritu Santo, a quien «se encomienda para que guíe su pluma», al tratar de argumentos difíciles (M 4, 1,1; M 5 4,11). Santa Teresa tuvo el don de la Sabiduría para expresar con claridad misterios y realidades inefables. Igualmente, su actividad fundadora es fruto de la acción del Espíritu, de una intensa vivencia espiritual del misterio de Cristo y de la Iglesia y del deseo que pone en ella el Espíritu de colaborar con mayor eficacia en la salvación de las almas (C 32,9-11; F 2,7-9). La presencia del Espíritu en su vida hace de ella una auténtica carismática. Solo así se explica la fuerza de su carisma, como fundadora y escritora.
Ciro García