Dominico. Teólogo en el Concilio de Trento. Gran colaborador de la Santa en su obra de fundadora. Sumamente apreciado por ella, que lo define ‘persona de muy santa vida y grandes letras y entendimiento’ (F 28,6).
Nacido en Vilvestre de la Ribera (Salamanca) hacia 1527. A los 19 años toma el hábito dominico (1546). Profesa al año siguiente en San Esteban de Salamanca (1547), donde es connovicio de Bartolomé de Medina y Domingo Báñez. Tiene la suerte de cursar estudios en las aulas de grandes discípulos de Francisco de Vitoria, cuales Domingo Soto, Diego de Chaves, Pedro de Sotomayor, Melchor Cano… En las clases de éste último inició en 1550 su curso de teología. A los 30 años, él mismo ocupa la cátedra de teología en Santa Cruz de Segovia (1557). Será nombrado Maestro de Teología por el Capítulo General de la Orden en Roma, 1571.
En enero de 1562, él y el dominico Juan Gallo son enviados como teólogos del rey al concilio de Trento, donde el P. Pedro presentará su ‘Votum’ sobre el sacramento del matrimonio el 15.2.1563. Terminado el Concilio, tras breve paso por Roma, regresa a su convento de Segovia, del que es nombrado superior en 1564. Años después, será elegido provincial de los dominicos castellanos en el capítulo celebrado en Toledo, 1572.
El 20 de agosto de 1569, san Pío V lo había nombrado comisario y delegado apostólico para la provincia de los Carmelitas de Castilla (cf MHCT 1, 78), cargo de visitador que lo pondrá en estrecha colaboración con la Madre Teresa y su obra. Al visitar en 1571 el monasterio de la Encarnación, el P. Fernández nombra a la Santa priora de la comunidad, convencido en un primer momento del cese de la actividad de fundadora por parte de la Madre (F 2 1, 1: ‘no había (el P. Pedro) gana que (yo) fundase más’. ‘Era enemigo, o al menos no amigo de que fundase’: F 22,2). Pero bien pronto cambia de parecer y le otorga poderes para proseguir la tarea. La apoya y asesora. Con sus ‘actas’ de visitador, completa las primitivas Constitucionesteresianas (MHCT 1, 114). Y, a pesar de su resistencia a ciertas propuestas de la Santa para no endurecer la ascesis penitencial de los Carmelos (‘nunca pude acabar con él, sino que la pusiese’ o impusiese cierto tipo de abstinencia, cta 376,5 a Gracián: 21.2.158 1), ella asegurará que ‘entre él y mí pasó el concertar las actas que puso, y ninguna cosa hacía sin decírmelo: eso le debo’ (ib 4). De él fue la decisión de asignar a fray Juan de la Cruz la misión de confesor en la Encarnación, al lado de la Madre Teresa (cta del 16.1.1578, n. 10, a Teutonio de Braganza).
Tras el cese en su cargo de visitador y comisario apostólico en virtud del breve de Gregorio XIII, del 13 de agosto de 1574 (MHCT 1, 192), la presencia del P. Fernández en la escena teresiana se reanudará bajo el nuncio Ormaneto, y sobre todo durante la nunciatura de F. Sega, en que formará parte del grupo de asesores ’acompañados’ los llama la Santa que aplacan al nuncio y sacan a la reforma teresiana del atolladero. Al enterarse ella de que en el grupo de ‘acompañados’ figura el P. Pedro Fernández, se apresura a escribir: ‘Es todo el bien que nos puede venir, porque conoce a los unos y a los otros. Parece traza venida del cielo’ (cta del 2.12.1578, n. 3, a María Enríquez). ‘En sabiendo yo que el Rey le había nombrado, di el negocio por acabado, como por la misericordia de Dios lo está’ (F 28,6).
Por fin, el P. Fernández será designado para ejecutar el breve ‘Pia consideratione’ de Gregorio XIII (22.6.1580) para erigir la provincia de los descalzos (MHCT 2, 192). Sólo que, al presentarse en Salamanca el P. Gracián con el respectivo breve (del 30.8.1580: cf MHCT 2, 216), el padre Pedro, que era superior de San Esteban, yacía moribundo en el lecho. Fallecería, efectivamente, el 22.11.1580. Poco antes (1579) había sido presentado en primera fila en una lista de episcopables. Este mismo año, el rey de Portugal, Cardenal Enrique de Braganza, escribía a Felipe 11 proponiendo ‘que se elija por General de toda la Orden de Santo Domingo al padre fray Pedro Fernández, que fue provincial de la Provincia de Castilla, de la cual elección entiende que se seguirá gran beneficio a toda la Orden’ (Carta del 19.12.1579: Archivo de Simancas, ‘Estado’, legajo 403, f. 66).
En la biografía de la Santa fundadora, la figura del padre P. Fernández ocupa un primer plano. En él tuvo la Santa el mejor anillo de conexión con la letra y el espíritu reformista del concilio de Trento.
En los escritos teresianos, el dominico está especialmente presente en las Fundaciones y en numerosas cartas. Siendo visitador en 1571, había establecido que las carmelitas venidas de la Encarnación renunciasen formalmente a la Regla mitigada y en cierto modo renovasen su profesión. Así lo hace la Santa el 13 de julio de ese año (MHCT 1, 112), renuncia solemnemente confirmada por el Visitador el 6 de octubre siguiente (ib p. 121. Cf ‘Estudios Teresianos’ 1, 193-205).
La contribución del P. Fernández al establecimiento de las Constituciones teresianas puede verse, siquiera sea parcialmente, en las ‘actas’ por él dictadas a partir de 1571, sobre la praxis penitencial de las carmelitas, sobre reelección de superioras, sobre el número de religiosas en cada Carmelo teresiano, así como sobre capellanes y confesores (MHCT 16, 3 87- 3 89).
Las numerosas alusiones del epistolario teresiano a su figura y actuación de visitador, tejen el mejor elogio de este insigne dominico: ‘Es muy avisado y letrado’. ‘Es el mayor prelado que ahora tenemos’. ‘Es con quien más me entiendo’. ‘Este Padre visitador me da la vida’. ‘A él debemos todo el bien que tenemos’… (Cartas de la Santa, passim). Único lunar: que él no nos haya trasmitido carta alguna de las muchas que le escribió la Santa en la década de los años setenta. Dominicos.
BIBL.Alvaro Huerga, Pedro Fernández, O.P .1 teólogo en Trento, artífice en la reforma teresiana, hombre espiritual. En ‘Attl del Convegno Storico Internazionale. Trento 2-6 settembre 1963. Roma II, pp.647-665; Francisco Delgado, Apunte autógrafo de fray Pedro Fernández, O.P., sobre el Regale sacerdotium… En ‘Antologica Annua’ 38 (1991) 379-386; Felipe Martín, Santa Teresa de Jesús y la Orden de Predicadores. Avila, 1909. Pp. 682-683 y passim.