En la enseñanza práctica de la oración, T habla frecuentemente de grados. Los ‘grados de oración’ indican a la vez una posible escala de crecimiento en la relación del hombre con Dios, y diversas maneras de articularse la oración misma por parte del orante. Para entender correctamente el pensamiento de la Santa hay que tener en cuenta varias cosas: a) que la oración se mide por la vida del orante, y a la inversa, porque hay correlación entre una y otra, entre oración y acción (‘obras’, dice la Santa), o entre oración y conducta, pues no hay relación con Dios sin una sensibilización hacia los hermanos, o hacia la Iglesia y la humanidad. La mejor oración aconsejará ella ‘es la que deja mejores dejos…, llamo dejos confirmados con obras’ (cta 136,4). b) Y lo segundo, habrá que tener en cuenta la idea básica que T tiene de oración, no como simple práctica de entrenamiento (acto solipsista) del orante, sino como ‘trato de amistad’ entre dos (V 5,8), es decir, como relación recíproca entre los dos amigos que son Dios y el hombre. Él precede siempre, aunque misteriosamente (‘amistad con quien sabemos nos ama’, insiste ella: (ib); en la relación recíproca, sigue la parte del hombre; y ésta prepara de nuevo la acción misteriosa de Él; pero de suerte que también en el segundo tiempo la ‘parte’ que corresponde al orante esté impregnada de la presencia y la acción de Él. La oración, así concebida como ‘trato de amistad’ no queda confinada en una práctica (aunque la requiera), sino que es una forma de vida. Y lo normal es que la amistad y la vida crezcan. Lo anormal será que el amor y la vida se estanquen o involucionen. ‘El amor tengo por imposible contentarse estar en un ser [estacionado o estancado], donde le hay’ (M 7,4,9); ‘el amor jamás está ocioso’ (ib 5,4,10). c) Es ahí donde comparecen los ‘grados de oración’, como niveles de amistad y de vida. Y dada esa peculiar concepción de la oración como relación bipolar, es normal que T distinga siempre entre ‘grados de oración que dependen del orante humano’ (oración ascética), y ‘grados superiores que derivan de la misteriosa iniciativa del Amigo divino (grados místicos). Y en una escritora mística como T, lo normal es prestar atención especial a éstos últimos. De hecho, así lo hará en todos los pasajes de sus escritos que planteen el problema de los grados. d) Efectivamente lo hace en numerosos contextos. Expone libremente esa graduatoria. Lo veremos al menos en cuatro pasajes importantes de sus escritos. Helos aquí esquemáticamente. Luego los analizaré uno a uno:
1) en Vida 11-21: expone los grados desde la propia experiencia autobiográfica. Año 1565.
2) en Camino: 22 y siguientes. Los propone con intención pedagógica, para una comunidad de jóvenes contemplativas. Año 1566/1567.
3) en la Relación 5: los enumera a petición de un teólogo consultor de la Inquisición de Sevilla. Año 1576.
4) en las Moradas: en el intento de codificación de la vida espiritual en su pleno desarrollo. Año 1577.
Seguiré ese orden cronológico.
1) En Vida. Teresa escribe su autobiografía para someterla y someterse al discernimiento de los teólogos asesores. A éstos les interesa, sobre todo, discernir sus experiencias místicas. Y T, para hacérselas más inteligibles, antes de narrarlas (c 23…) interrumpe el relato e intercala un tratadillo de ‘cuatro grados de oración’. Son ‘cuatro grados de oración, en que el Señor, por su bondad, ha puesto algunas veces mi alma’ (V 11,8). En coherencia con ese planteamiento, es normal que en el ‘tratadillo’ se preste atención especial a los grados místicos, los únicos que en realidad interesan a los lectores teólogos en su intento de discernir y evaluar la subsiguiente narración autobiográfica. Teresa procederá así: introduce el símbolo del jardín y el riego. Jardín es el alma. Dueño del Jardín es el Señor. Riego es la oración. Hay diversas maneras de riego (grados de oración): unas se deben al hortelano (el orante humano): primer grado de oración. Otras se deben a la misteriosa intervención del Dueño supremo del huerto: segundo, tercero y cuarto grado. Obviamente, los más importantes son estos tres últimos. Fuera ya de la alegoría, Teresa los describe así:
Grado 1º: oración ascética (cc. 11-13), que puede ser simple meditación de la Palabra o de los misterios del Señor, o puede (y debe) desarrollarse en forma de atención amorosa y callada (c 13,22: es importante este número final).
Grado 2º: ingreso esporádico en la oración mística (cc 14-15). La ‘llaman oración de quietud’ (c 14 tít), nombre que retiene T para su exposición. Consiste en un reposo pasivo y amoroso de la voluntad, fascinada por el misterio divino. Fascinación que se le otorga intermitentemente, pero que constituye una nueva manera de relacionarse con el Amigo divino.
Grado 3º: formas varias de oración fuerte, preextática, o ‘sueño de potencias, resultado de una intensa infusión de amor en la voluntad. La Santa recurre a las imágenes del ‘glorioso desatino’, la ‘locura celestial’, la ‘embriaguez’ de la voluntad, ‘verdadera sabiduría y deleitosísima manera de gozar el alma’ (cc 16-17).
Grado 4º: mística unión (18,3) que unifica toda la actividad de la mente (todas las potencias) y las une al interlocutor divino. Y se expresa en fenómenos místicos como el éxtasis, el ‘vuelo de espíritu’ (cc 17-21), los incontenibles ímpetus amorosos, las heridas de amor (c 29).
La escala graduatoria de esas diversas formas de oración se mide por sus ‘efectos’ en la vida cotidiana del orante. Se mide también por la experiencia que el orante adquiere del Amigo divino y de su misterio.
2) En Camino: Teresa sitúa su exposición en plan pedagógico. El libro entero sirve para formar a las jóvenes de su primer Carmelo, novicias o recién profesas, pero entusiastas de la vida contemplativa. Por eso, les esquematiza la vida de oración en tres momentos: oración vocal, oración mental, contemplación. Pero, aunque así diversificadas, no son necesariamente sucesivas: en plena oración vocal pueden sobrevenir momentos de auténtica contemplación. Y, por otro lado, nunca habrá verdadera oración vocal sin la componente de atención mental. En este planteamiento, es obvio que los altos grados de oración (lo místico) queda en segundo lugar, apenas esbozado. Camino hace así el contrapunto de la exposición de Vida. Repetidas veces dirá a las lectoras de Camino que a su tiempo leerán el otro libro, si el teólogo P. Báñez se lo diere. Al principiante le interesa:
a) ante todo, la oración vocal: aprendizaje de los contenidos de la oración dominical enseñada por el Maestro: el Padrenuestro (cc. 22…).
b) le interesa iniciarse en la oración mental, que lo acerque más y más a la Humanidad de Jesús: aprender a mirarle, a escuchar sus palabras, asimilar sus sentimientos, callar ante él… (c 22…)
c) le interesa iniciarse en el ‘recogimiento’ (el ‘modo para recoger el pensamiento’: tit. de los caps. 26 y 28): interiorizar la oración, aprender a silenciar los sentidos exteriores, celebrar a fondo la Eucaristía… y así ‘disponer el alma’ para posibles formas de oración contemplativa infusa… (c 29,8).
d) sigue un simple esbozo de las primeras formas de oración mística…, que el Señor dará a quien Él quiera, pues ‘no porque en esta casa todas traten de oración, han de ser todas contemplativas’ (c 17,1). ‘Santa era santa Marta, aunque no dicen era contemplativa’ (ib 5). Eso sí, a todas les dará Él esa agua viva, si no en esta vida, sí en la otra.
3) En la Relación 5. En Sevilla, Teresa ha sido citada a comparecer ante los inquisidores. Sin consecuencias, ni para su persona ni para la comunidad. Sólo para su Libro de la Vida, que será secuestrado por la Inquisición de Castilla. En ese contexto, uno de los consultores de la Inquisición hispalense pide a T que ponga por escrito la respuesta a varias preguntas. Algunas de ellas, impertinentes (R 5, 21-24). Pero es importante la pregunta por las formas de oración que ella ha vivido. Al teólogo no parecen interesarle las meditativas (n. 2). Teresa, pues, las deja de lado. Y enumera simplemente los grados místicos, o más bien los ‘fenómenos místicos’ que parecen interesar al consultor. Propone los siguientes:
a) Entrada en la experiencia de la misteriosa presencia de Dios (de que había hablado ya en V 10,1): R 5,25.
b) Recogimiento infuso de la mente (n. 3).
c) Quietud y paz de la voluntad (n. 4).
d) ‘un sueño que llaman de potencias’, que las embelese sin impedirles atender simultáneamente a las cosas de la vida (n. 5).
e) Siguen los éxtasis y arrobamientos con suspensión de todas las potencias. El espíritu mismo por momentos se une a Dios (n. 7-10).
f) ‘Vuelo del espíritu’ (n. 11-12).
g) Impetus de amor (n. 13).
h) las heridas de amor (n. 17-18: ‘esta oración se tuvo antes de los arrobamientos y los ímpetus grandes que he dicho’, n. 19).
4) Por fin, en las Moradas T desarrolla, a su modo, el proceso de la vida espiritual, desde el hecho de ser hombre y tener alma con capacidad de lo divino (morada 1ª), hasta la plenitud de gracia y de servicio a los demás (morada 7ª). Dividido todo el proceso en siete jornadas, en cada una de ellas sitúa sus grados de oración: tres grados iniciales de oración ascética (M 1ª, 2ª y 3ª), y otros tres de oración netamente mística (M 5ª, 6ª, 7ª), con un grado o momento de transición entre unas y otras (M 4ª). De suerte que niveles de vida espiritual y grados de oración comparecen emparejados. Esquematizando esa graduatoria, se presenta así:
Primer grado: oración sumamente rudimentaria. Si el orante se halla todavía inmerso en lo exterior y en el desorden interior, su relación con Dios apenas si será real: es como la relación del sordomudo con los otros (moradas primeras).
Grado 2º: comienzos de auténtica oración meditativa, fundada en la naciente sensibilización para las palabras y las cosas de Dios, y para la relación con El: el orante es dice T como un sordomudo que comienza a oír (moradas segundas).
Grado 3º: normalización de la meditación, y cierta estabilidad de la vida espiritual (moradas terceras).
Grado cuarto: simplificación y estabilidad en la meditación, con intervalos de ‘quietud infusa de la voluntad’ (moradas cuartas).
Grado quinto: comienza la oración de unión: estados más o menos prolongados de profunda unión a Cristo, a su presencia, a sus misterios. Con el consiguiente cambio en el sujeto: cambio en su psicología, en su relación con Dios, y en su actitud (de amor) con los otros (moradas quintas).
Grado sexto: período de oración extática; rica en gracias místicas de todo género… (moradas sextas).
Grado séptimo: oración de unión plena; plena conformidad con la voluntad de Dios; misteriosa unión a Él, caracterizada por la experiencia de la inhabitación trinitaria (M 7,1); por la experiencia esponsal de Cristo Señor (M 7,2); por la especial adultez del orante y su cambio de actitudes psicológicas y teologales (M 7,7), y por la total disponibilidad al servicio de los otros, en la plena configuración a Jesús (M 7,4).
En general las graduatorias de oración establecidas por T, reflejan el lema paulino: en la oración ‘nosotros no sabemos a ciencia cierta lo que debemos orar, pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos callados; y aquel que escruta el corazón conoce la intención del Espíritu, porque éste intercede por el pueblo santo como Dios quiere’ (Rom 8,26-27).
T. Alvarez