1. El hábito religioso era el distintivo externo de las personas consagradas, distintivo además entre las diversas familias religiosas. Al vestirlo, en la ‘toma de hábito’, Teresa ingresó oficialmente en la Orden del Carmen y en la comunidad de la Encarnación, que la aceptaba en su seno. Tomó el hábito después de un año de vida en el monasterio. Antes de ese acto, había obtenido el consentimiento expreso de don Alonso, su padre, y el de la comunidad carmelita. Y había tenido que estipular la dote que, para la admisión se pactó ante notario público por ambas partes: de un lado don Alonso y del otro las religiosas, presididas por la priora, ‘la muy reverenda y magnífica señora doña Francisca del Aguila’ y la supriora, doña María Cimbrón. El acto solemne de dotación se realizó el 31 de octubre de 1536, ‘estando presente en el dicho monasterio… tras las redes dél la señora doña Teresa de Ahumada’, aceptada ‘en el dicho monasterio por monja e religiosa de velo y del coro…, habida consideración a ser la dicha doña Teresa hija de nobles padres y deudos, y persona de loables costumbres’.
En la carta de dote, aparte la detallada consignación de vestidos y demás ajuar monástico, a doña Teresa la dotaba su padre con ‘doscientos ducados de oro’ al año, o en sustitución de éstos con ’25 fanegas de renta, por mitad trigo e cebada’ (BMC II, 93-94).
Ese mismo día firmaba ella otro documento importante, con cesión de la legítima materna de su hermano Rodrigo a favor de la hermana menor de entrambos, doña Juana, ‘por cuanto yo [Teresa] estoy determinada, si pluguiere a la voluntad de Dios nuestro Señor, de entrar en religión e recibir el hábito de nuestra Señora en el monasterio e casa de la Encarnación, extramuros desta dicha ciudad, y dejar el mundo y las cosas dél como vanas y transitorias, como siempre por mí ha sido deseado, para la cual entrada ha muchos días que pedí licencia al dicho Alonso Sánchez, mi señor; la cual él me ha dado, con su bendición…’ (ib p. 95).
Hecho lo cual, Teresa, joven de 21 años, recibió el hábito carmelita el 2 de noviembre de 1536. Lo recordará ella más de una vez: ‘En día de las ánimas tomé el hábito. Pida vuestra paternidad a Dios que me haga verdadera monja del Carmelo, que más vale tarde que nunca’ (cta 138,5: a Gracián en 1576; de ese año es también la R 4, que comienza: ‘Esta monja ha cuarenta años que tomó el hábito’).
2. El rito de la toma de hábito de Teresa lo conocemos por las llamadas Constituciones de la Encarnación, que en apéndice consignan las rúbricas del acto. La joven novicia se postraría en el suelo, llevando ella misma las diversas piezas del propio hábito. El celebrante las iría bendiciendo una a una, y luego se las entregaría: el hábito, la correa, el velo, la capa blanca y el ‘paternóster’ símbolo de la continua vida de oración. Por fin le entregaría una candela encendida ‘in signum supernae illustrationis et inflammatae caritatis’.
Casi treinta años más tarde, Teresa recordará así aquellos momentos: ‘En tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender cómo favorece a los que se hacen fuerza para servirle, la cual nadie entendía de mí, sino grandísima voluntad. A la hora me dio un tan gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy, y mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura’ (V 4,2).
3. De lo material a lo espiritual. El pensamiento de T en la valoración del hábito carmelita va de lo material a lo espiritual, de la prenda física a su contenido simbólico.
Lo material lo presenta ella con gran meticulosidad en sus Constituciones (4,2): ‘El vestido [de la carmelita] sea de jerga o sayal negro. Y échese el menos sayal que ser pueda para ser hábito; la manga angosta, no más en la boca que en el principio, sin pliegue, redondo, no más largo detrás que delante, y que llegue hasta los pies. Y el escapulario de lo mismo, cuatro dedos más alto que el hábito. La capa de coro de la misma jerga blanca… Sean las tocas de sedeña y no plegadas. Túnicas de estameña… El calzado, alpargatas…’
Al instinto femenino de T no se le escapaba que esa opción por el sayal de los aldeanos de Castilla para el hábito de sus monjas entrañaba el fatal peligro de convertirlo en nido de insectos y parásitos. Medio en broma medio en serio, es el momento en que compone un poema jocoso y organiza una procesión del pequeño grupo de jóvenes novicias de San José para suplicar amparo ante semejante posible plaga. El poema comenzaba: ‘Pues nos dais vestido nuevo, / Rey celestial, / librad de la mala gente / este sayal’. Y el poema prosigue alegando altos motivos espirituales para justificar la apremiante súplica.
Mayor, sin embargo, es su interés por la selección de quienes han de tomar el hábito: ‘Mírese mucho… que sean personas de oración y que pretendan toda perfección y menosprecio del munto. Porque si no vienen desasidas de él, podrán mal llevar lo que aquí se lleva… Y que tengan salud y entendimiento…’ (ib 6,1).
A sus monjas, Teresa les inculcará insistentemente que el hábito carmelita es el ‘hábito de nuestra Señora’, o el ‘hábito de la Virgen’, ‘el hábito de su gloriosa Madre [del Señor]’ (V 36,6; C 13,3; M 3,1,3…). Les inculca que este hábito las solidariza espiritualmente con los grandes santos del pasado carmelitano: ‘¡Qué de santos tenemos en el cielo que llevaron este hábito!’ (F 29,33). Y que las hace también solidarias con los restantes Carmelos hermanos. Cuando en 1579 tiene que solicitar ayuda económica del Carmelo de Valladolid, recuerda a la priora María Bautista que ‘por eso traemos todas un hábito, porque nos ayudemos unos a otros…’ (cta 295,4). Entre los episodios típicos de su historial de fundadora, es conocido su interés por preparar ella misma el hábito con que fray Juan de la Cruz ha de iniciar vida de descalzo (F 10,4; 13,5). Gesto que repetirá con los pioneros de Pastrana: ‘Yo les aderecé hábitos y capas, y hacía todo lo que podía para que ellos tomasen luego el hábito’ (F 17,14).
T. Alvarez