La práctica vulgar de ‘dar higas’, bien fuera contra el supuesto ‘mal de ojo’, bien en señal de desprecio contra alguien, aparece en el tristemente célebre pasaje de Vida 29, 5-6, poco antes de referir la ‘gracia del dardo’ (transverberación: 29, 13). Episodio doloroso, tan grabado en la mente de la Santa, que vuelve a recordarlo en Fundaciones 8, 3 (año 1573), y en las Moradas 6, 9, 13 (año 1577). Ocurrió estando ella en Avila, por los años 1560-1561, coincidiendo con las primeras y reiteradas visiones místicas de Jesucristo glorificado.
El mejor resumen del episodio se halla en el citado pasaje de las Fundaciones, donde omite (como en Vida y Moradas) el nombre del autor del burdo consejo, pero nos informa sobre el teólogo que lo desautoriza. Escribe la Santa en anonimato: ‘Yo sé de una persona que la trajeron harto apretada los confesores… Y harto tenía, cuando veía su imagen en alguna visión, que santiguarse y dar higas, porque se lo mandaban así. Después, tratando con un gran letrado dominico, el maestro fray Domingo Báñez, le dijo que era mal hecho que ninguna persona hiciese esto, porque adonde quiera que veamos la imagen de nuestro Señor, es bien reverenciarla, aunque el demonio la haya pintado; porque él es gran pintor, y antes nos hace buena obra queriéndonos hacer mal, si nos pinta un crucifijo u otra imagen tan al vivo, que la deje esculpida en nuestro corazón. Cuadróme mucho esta razón…’ (F 8, 3).
No sólo Báñez, sino el gran Maestro de Andalucía, san Juan de Avila, aclarará a la Madre Teresa lo desacertado del consejo de ‘dar higas’. Cuando ella le envíe en 1568 el manuscrito de Vida, para su revisión y aprobación, le responderá aquél: ‘Visiones imaginarias o corporales son las que más duda tienen…; se han de huir lo posible, aunque no por medio de dar higas, si no fuere cuando de cierto se sabe ser espíritu malo; y, cierto, a mí me hizo horror las que en este caso se hicieron, y me dio mucha pena…’ (cta del 12.9.1568: BMC II, 209).
El mismo rechazo de horror lo repetirá el primer biógrafo de la Santa, al historiar el episodio: ‘Terrible cosa fue ésta para ella, porque tenía para sí por averiguado que era Dios’ (libro 1º, c. 13, p. 86). Pero F. de Ribera añade una pista sobre el autor del mal consejo: ‘Yendo pues creciendo las visiones (de la Santa), otro Padre del mismo Colegio (de san Gil) que antes la ayudaba, y la confesaba algunas veces cuando el P. Baltasar Alvarez no podía, la dixo que claramente era el demonio y que ya que ella no podía resistir, se santiguase… y diese higas…’ (L. 1º, c. 11, p. 85.).
El lector de hoy difícilmente se hace idea de las implicaciones del grotesco gesto de dar higas. El Tesoro de la Lengua de Cobarruvias lo definía así: ‘Higa: es una manera de menosprecio que hacemos cerrando el puño y mostrando el dedo pulgar por entre el dedo índice y el del medio, en disfrazada pulla. La higa antigua era tan solamente una semejanza del miembro viril, extendiendo el dedo medio y encogiendo el índice y el auricular…’ El autor del Tesoro hace ascender esa práctica al tiempo de Marcial y Juvenal. En el ambiente de la Santa, existía un amuleto, generalmente de azabache, con que se daban las higas. Probablemente fue ese amuleto el que desechó ella para sustituirlo con la cruz, dada la fuerza de ésta contra el demonio: ‘Dábame este dar higas grandísima pena cuando veía esta visión del Señor, porque cuando yo le veía presente si me hicieran pedazos no pudiera yo creer que era demonio… Y por no andar tanto santiguándome, tomaba una cruz en la mano. Esto hacía casi siempre. Las higas, no tan continuo, porque sentía mucho… Una vez, teniendo yo la cruz en la mano…, me la tomó (el Señor) con la suya, y cuando me la tornó a dar, era de cuatro piedras grandes, muy más preciosas que diamantes… Mas no lo veía nadie sino yo’ (V 29,6-7).
De todos modos, en el tiempo y el ambiente de la Santa, es probable que la práctica vulgar de las higas hubiese rebajado la grosería de su significado primitivo. Así, cuando la Santa exclama ‘¡Una higa para todos los demonios, que ellos me temerán a mí’ (V 25,22), se limita a expresar un sentimiento de burla y desprecio sin otras connotaciones.
T. A.