Dominico, gran amigo y excepcional asesor de la Santa. Nacido en Calahorra, hijo de Diego Ibáñez y de María Díaz. Profesó el 5.4.1540 en San Esteban de Salamanca, ‘en manos de Domingo de Soto, catedrático de Vísperas en aquel tiempo’. Fue luego profesor en San Pablo de Valladolid y en Santo Tomás de Avila; rector de San Gregorio de Valladolid. Muy entregado a la formación de los jóvenes dominicos. Murió el 2.2.1565 en el convento de Trianos (León), del que era prior. Sus relaciones con la Madre Teresa parecen haber comenzado durante los primeros rumores diseminados en la ciudad contra el intento de fundación de San José. Las fundadoras Teresa y doña Guiomar recurrieron a pedirle consejo, por ser él ‘el mayor letrado que entonces había en el lugar y pocos más en su Orden’ (V 32,16). Aunque adverso también él en un primer momento, rápidamente se adhirió al proyecto de la fundadora, y pasó a ser su defensor incondicional. Se interesa por la vida espiritual de ésta, que escribe para él las primeras Relaciones, a modo de instantáneas de su alma y vida en aquel momento (años 1560-1563), que en cierto modo constituyen el primer esbozo de su futuro Libro de la Vida. Al final de ellas (R 3,13), escribió la Santa: ‘Esta Relación, que no es de mi letra, que va al principio, es que la di yo a mi confesor, y él, sin poner ni quitar cosa, la sacó de la suya. Era muy espiritual y teólogo con quien trataba todas las cosas de mi alma y él las trató con otros letrados’. Efectivamente, Ibáñez escribió, para éstos, dos admirables reportajes teológicos, que son probablemente el primer enjuiciamiento crítico que poseemos del ‘hecho místico’ teresiano. El primero de los dos, titulado generalmente Dictamen del P. Pedro Ibáñez…, consta de 33 brevísimas afirmaciones, a modo de postulados, que hubieron de ser expuestos y razonados en mesa redonda, y que reflejan el conocimiento íntimo, profundo y emocionado que Ibáñez, como teólogo, tiene de la Santa. El segundo, titulado igualmente Informe del P. Pedro Ibáñez, es ya un estudio de los hechos místicos vividos por ella, y esclarecidos a la luz de la teología de santo Tomás, comparando ocasionalmente a T con santa Catalina de Sena (cf ambos textos en la BMC 2, 130-132; y 133-152). Todavía en 1575, al hacer ella la enumeración de sus confesores de antaño, escribirá: ‘el segundo fue fray Pedro Ibáñez, que era entonces lector en Avila y grandísimo letrado’ (R 4,8: ‘el primero’ había sido el dominico Vincente Barrón). En Vida consignó la Santa el apoyo recibido del P. Ibáñez: ‘nos respondió nos diésemos prisa a concluirlo, y dijo la manera y traza que se había de tener…; que quien lo contradijese fuese a él, que él respondería… Siempre nos ayudó’ (V 32, 17). Le costó rendirse al criterio de pobreza absoluta defendidos por T y Pedro de Alcántara (cf V 35,4; y BMC 2,125). Hizo de audaz intermediario entre la Santa y García de Toledo, futuro destinatario del relato de Vida (cf V 34,10; BMC 2,149-150). Es él quien ‘procura’ el primer breve pontificio para la fundación de San José. Y a su vez, es objeto de ciertas gracias místicas de la Santa: ella ve una simbólica ‘paloma sobre la cabeza de un padre de la Orden de Santo Domingo…'(V 38,12): ‘fray Pedro Ibáñez’, anota Gracián al margen del texto. ‘Otra vez vi a nuestra Señora poniendo una capa muy blanca al Presentado de esta misma Orden…’ (V 38,13); de nuevo anota Gracián: ‘Fray Pedro Ibáñez’. Ya el mismo P. Ibáñez había escrito acerca del realismo profético de Teresa: ‘Ninguna cosa le han dicho jamás [en las hablas místicas] que no haya sido así y no se haya cumplido, y esto es grandísimo argumento’ (Dictamen, nº 31, BMC 2,132). No es improbable que estos episodios místicos referidos en Vida previamente fuesen confidencias orales comunicadas al interesado. Quizá lo más precioso del relato de la Santa sobre Ibáñez es el pasaje referente a su muerte (V 38,13), que nos deja constancia de que incluso en la última enfermedad del P. Ibáñez, medió entre los dos correspondencia epistolar: ‘escribióme poco antes que muriese, que qué medio tendría, porque como acababa de decir misa se quedaba en arrobamiento mucho rato…’ (ib), lo cual indica hasta qué punto ambos habían empatizado en las experiencias místicas. Desafortunadamente, nada de ese carteo recíproco ha llegado hasta nosotros. Dominicos.
Por