A la Santa la afectó profundamente el Indice de libros prohibidos publicado en el verano de 1559 por Fernando de Valdés en Valladolid, con el título: ‘Cathalogus librorum qui prohibentur mandato Illustrissimi et Reverendissimi D.D. Ferdinandi de Valdés Hispalensis Archiepiscopi, Inquisitoris Generalis Hispaniae. / Necnon et Supremi Sanctae ac Generalis Inquisitionis Senatus’. A él se refiere la Santa en Vida 26,5: ‘Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos’. Entre los libros prohibidos que más probablemente mermaron en esa ocasión la biblioteca conventual de la Encarnación o la privada de Teresa, estaban en primer lugar las numerosas traducciones de libros de la Biblia: el Salterio, o salmos selectos (la ‘Exposición sobre el primer salmo de David, Beatus vir’, pp. 38 y 40 del Catálogo), los Proverbios, las Cartas de san Pablo o el Nuevo Testamento íntegro en romance. Seguramente, alguno de los numerosos Libros de Horas de las pp. 41-43 del mismo Catálogo. O las Horas de Nuestra Señora en romance. Y entre los libros espirituales coetáneos, el Audi Filia de san Juan de Avila, el Catecismo de Carranza o cualquier otro catecismo o ‘sumario de la doctrina cristiana’ allí mencionados (p. 48). El Flos Sanctorum y las Vitae Patrum en romance (p. 50). Obras de Luis de Granada y de san Francisco de Borja. O el Via spiritus de Francisco de Evia (p. 50). Sin duda, algunos de todos esos constituirían la delicia de la Santa lectora en la década de los años 50. Es probable que ella estuviese al corriente de la pronta rehabilitación de los libros de Granada, ya que en sus Constituciones (2,7) recomienda expresamente, entre los libros de la comunidad, los de fray Luis de Granada y del padre fray Pedro de Alcántara. Inquisición.
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