Apenas llegan a diez las referencias explícitas a la Inquisición-inquisidores que se encuentran en los escritos teresianos. Demasiado escasas para lo que de hecho fue y significa el mutuo encuentro. Todas ellas de menor importancia y muy breves. A veces simple indicación de la condición de algunos personajes en relación con sus tareas o cargos en favor del tribunal: dominicos «consultores». Algunas como la de Vida (33, 5) con doble e intencionada alusión. En primer lugar al ambiente de precaución y de miedo que envolvía las manifestaciones de visionarios y alumbrados en momentos en que esta compleja excitación alcanzaba cotas altísimas y había provocado la drástica tarea de la Inquisición. Eran los tiempos «recios», calificados así por quienes manifestaban interés para que su caso no llegara al vigilante y atento tribunal. En segundo lugar era una declaración de su estado de ánimo, y su falta de temor, derivada de la plena conciencia de fidelidad a la fe y a la Iglesia y a la Escritura. Desde esa seguridad íntima y refleja, que la acompañó siempre, se podía permitir hasta tomar a broma el miedo que acompañaba siempre cualquier posible denuncia. Así lo apunta irónicamente a uno de los interlocutores del Vejamen,1577, cuando ya había gustado esa misma experiencia de la denuncia de Córdoba, 1574-1575. Esas contadas y rápidas alusiones no son suficientes para sospechar el intenso capítulo que hay detrás y que la afectó en su persona y especialmente en sus escritos.
Para seguir e iluminar mejor el cuadro seguimos el siguiente esquema. En primer lugar se apuntan las denuncias que tuvieron lugar durante su vida y afectaron a su persona y escritos, sobre todo con ocasión de su experiencia de oración y de los fenómenos espirituales tan repetidos e inéditos para ella. En segundo lugar las denuncias contra sus escritos, durante su vida y después de su muerte. La comprensión de cuanto sucedió se facilitará desde su concreta situación y desde la evolución o ritmo de su experiencia religiosa. También, y desde la parte opuesta, porque coincide con la llegada de la Inquisición a su pleno desarrollo y a su eficaz acción como consecuencia de la organización madura y eficaz de sus estructuras y procedimientos.
El desarrollo o despliegue de la vida espiritual de Teresa tiene un momento, la visión de Cristo llagado en la cuaresma de 1554, como data más aceptable. Fue sobre todo un cambio cualitativo, manifestado en la irrupción de gracias místicas: locuciones, visiones con cadencia e intensidad imprevisibles. Esta etapa duró aproximadamente un decenio, hasta 1562, cuyos límites están marcados por una experiencia psicológica dolorosa, que se resolvió en virtud de una nueva gracia. En primer lugar la incapacidad de entender el origen de lo que sucedía en ella, y en segundo lugar la incapacidad de reducir esa experiencia a términos o expresiones adecuados para darlo a entender a los demás (V 18, 14). El impasse se resuelve cuando el Señor le concede «que sepa entender como ahora para saberlo decir» (V 30, 4). Esos años han sido de dolorida tortura interior, provocada por la exigencia agobiante de encontrar la verdad, de la que nunca quiso ni podía salir, pero sintiendo el riesgo de que pese a ella misma pudiera caer en error. La necesidad de que alguien garantizara su actitud como correcta ante Dios, liberándola de posibles engaños, en un ambiente de excitación y frecuentes falseamientos por la acción siempre posible del demonio y por las temerosas preocupaciones de los directores de espíritu, se sumaban para alterar su espíritu.
La necesidad de hacer pie en la tierra movediza de su estado de ánimo, la empujó a buscar ansiosamente luz en quien se la pudiera ofrecer. Comenzó así un doloroso itinerario de consultas. Primero se abrió a sus amigos y consejeros inmediatos. Luego acudió a otro medio, la lectura de textos donde encontrar un rayo de luz, es decir, un lenguaje al que pudiera traducir su experiencia de oración. Se encontró con la Subida del Monte Sión,de Bernardino de Laredo; en su texto señaló con «unas rayas» los lugares que concordaban con su experiencia. Esa podía ser la cartilla para que sus consejeros entendieran lo que le sucedía a ella. Pero no fue así. Por eso la situación llegó al límite, «como el que está metido en un río, que a cualquier parte que vaya de él teme más peligro y se está casi ahogando» (V 23,12).
Acuciada por su necesidad interior acudió a otro recurso que le había sido aconsejado, como si fuera un verdadero autoprocesamiento: poner por escrito cuanto le sucedía. Así nacieron las primeras Relacioneso «cuentas de conciencia». La llegada de nuevos consejeros, S. Francisco de Borja entre ellos, la aliviaron momentáneamente. Pero la calma duró poco, y el agobio interior se le hizo insoportable: «Ni podía rezar ni leer, sino como persona espantada de tanta tribulación y temor si me había de engañar el demonio, toda alborotada, sin saber qué hacer de mí… sin consuelo del cielo ni de la tierra (V 25, 17). Es el momento de S. Pedro de Alcántara que la entendió «por experiencia» (ib 14). Todavía no se hizo la luz definitiva «porque el Señor me llevaba por caminos de temer» (ib 8).
Pero su situación se había convertido en un caso «su caso»; había trascendido pese a toda la discreción y sigilo. Se hizo comidilla de cuchicheos y habladurías. Además se convirtió en caso polémico entre defensores y detractores. Demasiado para que los rumores no llegaran a la Inquisición, que estaba llegando a un momento de singular presencia.
Un singular momento de la Inquisición
Superado el primer momento del establecimiento y comprometida andadura hacia 1521 la Inquisición entró en la etapa de desarrollo y consolidación en una fase con dos momentos importantes. El primero desde 1517 a 1569, en el que culmina el proceso de consolidación. El segundo desde esa fecha a 1621 en el que alcanza su plenitud y eficiencia más logradas de toda su historia. Fueron particularmente decisivos los decenios, 1530 al 60 del XVI, que corresponden en buena parte a los años del Inquisidor General, Fernando de Valdés, buen organizador, probado jurista y acendrado conservador. El fue quien más contribuyó a dotar a la institución de una eficaz estructura y ordenación en todos los aspectos: ordenación territorial, la que resultó definitiva; saneamiento de la economía; complejo y completo organigrama del personal, en sus múltiples cargos, competencias y radio de acción; obtención de nuevos recursos y privilegios pontificios. Sobre todo diseñó todo el procedimiento inquisitorial, desde las primeras diligencias hasta la sentencia final, según las Instrucciones de 1561, cuyo sello valdesiano, aunque no hizo olvidar la tradición, quedó patente en todo el texto y contexto. Fueron bien definidas y delimitadas las competencias de la misma, no sólo las de carácter teológico, sino también moral, apuntando un flexible y fácil alargamiento de las sospechas contra la fe, apreciadas por los inquisidores en uso y ejercicio de su «legítimo arbitrio». Otro de los aspectos más cuidados, con fijaciones legales y prácticas más duras, fue la vigilancia y el control de escritos. Se depuraron los métodos de control y vigilancia hasta límites de verdadero preciosismo, que siempre se quedaron más acá de la siempre existente y mucho más imaginativa habilidad y picaresca. Los primeros índices iniciados hacia 1557 culminaron en el modelo y paradigma, como lo fue el de 1559, que se repitió posteriormente en fuerza de su propia institucionalización.
Sentirse seguro en este ambiente no era presunción razonable. Como tampoco era posible sentirse libre de miedos y ansiedades en quienes se habían embarcado en la aventura de una vida espiritual por caminos nuevos, por cuanto lo que fuera, sobre todo, lo que se creyera novedad, se percibía siempre como tocado y peligroso. Santa Teresa «sintió mucho» (V 26, 5) la pérdida de lecturas que le daban recreación y fueron incluidas en el Indice del 59. Los escritos eran, pero sobre todo ahora, se convirtieron en las piezas de más alta calidad para la Inquisición.
Cronología de los escritos teresianos
La Santa escribió por obediencia. Pero se trata de una obediencia connotada. En primer lugar por la exigencia o necesidad de sus consejeros y maestros para poder leer y discernir la intensa y compleja fenomenología de los movimientos espirituales que pululaban en el ambiente. En segundo lugar por la necesidad de ella misma por sentir el respaldo de los «letrados». La Inquisición seguía la praxis siguiente: las declaraciones de los interrogados se transcribían y luego se recababa el refrendo de los imputados sobre sus propias declaraciones. Es decir, se producía un texto que debía tenerse como base firme para continuar los procesos. Cuando el delatado tenía ya escritos los textos se contaba con el documento requerido. Así se comprende la urgencia de la Inquisición reclamando los textos teresianos, en todas las fases del correspondiente y largo proceso de la Santa.
La historia de la composición y los avatares de los escritos teresianos ha sido ya fijada. Algunos, como Vida, tienen otra doble historia, la de sus peripecias hasta llegar a la Inquisición. Por más que se quiera suponer que el roce con el temeroso tribunal era una pesadilla, no parece éste el caso de santa Teresa. Para aludir a los inquisidores acudió a su fórmula, jocosa y chispeante de los apodos; los que reserva a los inquisidores no son precisamente ni despectivos ni duros. Los inquisidores son los «ángeles»; el Inquisidor mayor es el «ángel mayor». Precisamente esa segunda historia del libro de la autobiografía, es decir, su denuncia a la Inquisición, se abre y se cierra con una presencia y el testimonio de inquisidores. En 1564 el inquisidor Soto y Salazar aconsejó a la Santa que enviara el manuscrito de la autobiografía al Maestro Avila no le llegó hasta la primavera de 1568. En 1580, otro inquisidor, Quiroga, le anunció el veredicto más favorable que pudiera esperar, asegurando: «que ha leído su libro personalmente», que fue presentado a la Inquisición «y se ha examinado aquella doctrina con mucho rigor» (Jerónimo Gracián, Dilucidario del verdadero espíritu, BMC 15, 15).
Los inquisidores trataron siempre respetuosamente a la M. Teresa. Pero no podían estorbar las iniciativas de otros, ni la metodología procesal de la institución. El incidente más sentido por la Santa fue la entrega del original a la princesa de Eboli, y la mezquina venganza de ésta cuando se sintió desairada por la Santa, denunciando el libro a la Inquisición. Era el año 1574. Las cautelas para mantener el secreto se habían demostrado inútiles, incluso para evitar que se hicieran nuevas copias. Pero cuando cayó en manos de la princesa era como entregarlo a las turbas. Así, «su alma» quedaba a la intemperie y expuesta a las pequeñas malicias de los sabidillos. Sobre todo se exponía al mayor riesgo, que llegara al santo Tribunal. La historia entraba en otro momento.
Denuncias y proceso de Córdoba, 1574-1575
Andalucía por estos años era una reserva de efervescencia espiritualista y alumbrada, sobre todo en el territorio que correspondía a la Inquisición de Córdoba. En otoño de 1574 fue enviado para que visitara los centros de mayor sospecha, Ubeda, Baeza, etc., Alonso López. Este trabajó con diligencia y eficacia. Fueron interrogados muchos sospechosos, Licenciado Núñez, Francisco García, Molina y algunas beatas, María Robles, Catalina de Sena, Leonor de Molina, Ana de Herrera, etc. Pero fue María Mejías quien apuntó un dato comprometedor: la estrecha relación de Carleval con la Madre Teresa. Además que el dicho Carleval conocía el libro de la misma en cuyas revelaciones y profecías se apoyaban los denunciados. Son conocidas las relaciones de Carleval con la Santa. Es posible que conociera y utilizara su Vida.
No es extraño que las investigaciones del enviado de Córdoba apuntaran a la M. Teresa. Así lo aseguraba el informe enviado a Madrid, pero salvando «que era gran sierva de nuestro Señor, y que tenía un libro de revelaciones más alto que el de santa Catalina de Sena, y entre ellas que había de haber muchos mártires de su Orden». Alusión al texto de Vida (40,13) (cf Tomás Alvarez, Pleito sobre visiones, Teresianum =EphCarm. 8. 1957, 3-43). Ni Alonso López ni los inquisidores cordobeses habían encontrado todavía el libro, cuya búsqueda se urge tras la denuncia de la Eboli, fines de 1574, comienzos de 1575. Era la pieza indispensable para intentar un veredicto. Las investigaciones continuaron a comienzos del 75 sobre los dos imputados, Carleval y la M. Teresa. El resultado fue un nuevo informe no se conserva enviado al Consejo el 12 de marzo siguiente. No aportó nada nuevo. Mientras tanto la M. Teresa continuaba su vida normal de fundadora. A fines del 74 y primeros del 75 estaba en Salamanca. Y viajó a Avila y Segovia. El 16 de febrero llegó a Beas de Segura. En la correspondencia de esos meses no se encuentra ni una velada alusión a lo que estaba sucediendo. El Consejo seguía intentando hacerse con el manuscrito y hacía su propio balance: «Todo o más de lo que se puede hacer cargo a Teresa de Jesús, según entendemos, son embustes y engaños muy perjudiciales para la república cristiana» (AHN, Inquisición,leg. 2.946).
Ante la Inquisición de Sevilla, 1575-1576
La fundación de Sevilla tuvo lugar en una situación de crisis y marea alumbrada. Gracián habla de la impresión que ese mismo año causó la sentencia contra una tal doña Catalina a quien la Inquisición «sacó al cadalso por cosas de ilusiones y la azotaron» (Scholias y adiciones, MteCarm. 68 [1960] 130). María de San José indicaba que era «en tiempo que se habían levantado los alumbrados de Llerena (Ramillete de mirra,ed. Monte Carmelo, Burgos 1966, 377).
El incidente tuvo lugar entre los últimos meses de 1575 y el primer trimestre del 76. En junio de este año todo había pasado y lo pasado se transfiguró en la apoteosis en el traslado al lugar definitivo de la fundación (F 25, 26). Al día siguiente salía la Santa de Sevilla donde había prolongado la estancia por causa de lo sucedido.
Y lo sucedido había sido lo siguiente. Entre las primeras vocaciones llegó al convento una viuda otoñal. Fue para ella un refugio, y en él permaneció unos meses, septiembre a diciembre del 75. Pero a María del Corro no le sentó bien el monasterio. La «sacó de su juicio», asegura la misma Santa (cta a María de San José, 29.4.76). Tuvo que dejar la clausura. Pero puso un precio a su fracaso con ayuda de un clérigo anónimo y melancólico, denunciando el convento a la Inqusición. En la denuncia se implicaba a la M. Teresa y a una joven enfermiza y poco madura llamada Isabel de San Jerónimo. La Santa no pudo reconducirla por su «falta de entendimiento». Las acusaciones que llegaron a los inquisidores sevillanos, que lo eran, Carpio, tío de Lope de Vega, y Páramo, y que éstos resumieron eran de «doctrina nueva, superticiosa, de embustes y semejante a la de los alumbrados de Extremadura». Pidieron que el libro que estaba en poder de fray Domingo Báñez «se haga diligencia en hallarlo y que se nos remita, pues en él está todo o lo más de que se puede hacer cargo a Teresa de Jesús» (Enrique Llamas Martínez, Santa Teresa de Jesús y la Inquisición Española. CSIC, Madrid 1972, 78).
Las investigaciones del Tribunal se prolongaron el tiempo suficiente para que resultaran pesadas, «un día y otro», «no una sola vez», dice la Santa (cta citada arriba a María de San José). Los interrogatorios tenían lugar en el mismo convento, a «deshora», y es posible que también fueran citadas en la mismísima sede del Tribunal y del ordinario. El resultado de los interrogatorios resultó extraño. Enviaron un informe a Madrid, recabando instrucciones, el día 23 de enero del 76. Podemos asegurar que todo quedó en tablas, al menos historiográficamente así está, pues dicho informe se ha perdido. Todo debería haberse ultimado conforme a las instrucciones de Madrid enviadas el 3 de febrero. Pues bien, no hay rastros de nuevas diligencias o interrogatorios. Lo sucedido queda entre interrogaciones. Veinte años después y también desde Madrid se reclamaron los informes sevillanos; pero tampoco hubo respuesta. Posiblemente porque no existían.
Parece ser que el sobreseimiento del proceso fue la imposición que se hizo a la Santa: Que nuevamente hiciera una clara relación de su espíritu. Y lo hizo a dos insignes «censores de la Inquisición», los PP. Rodrigo Alvarez y Jorge Alvarez, jesuitas que se lo exigieron «con muchas veras, como si hubiera mucho peligro» (Scholias, p. 132). Así nacieron otros dos textos teresianos, las Relaciones4 y 5.
Nuevo proceso en Sevilla, 1578-79
Poco tiempo disfrutaron de paz y calma en la comunidad de Sevilla, la más probada de todas las fundadas por santa Teresa. Apenas dos años después surgió en ella otro grave incidente, que también la salpicó a ella. Tenemos sobre él una crónica de excepción. Las páginas de María de San José, que estuvo en el centro del torbellino, y nos dejó las mejores páginas de sus escritos, en Libro de las recreaciones y Ramillete de mirra. Fue un episodio más según el modelo del tiempo: los mismos motivos, las mismas acusaciones, el mismo desarrollo, el mismo desenlace. Unas monjas en este caso: Isabel de San Jerónimo, la protagonista del sainetillo anterior, Beatriz de la Madre de Dios, Chaves; Juana Beatriz de la Cruz, su madre; Margarita de la Concepción. La más importante ahora fue Beatriz. Y un clérigo, Garciálvarez, que más que orientarlas espiritualmente se dejó influir y seducir por ellas. Era «siervo de Dios, aunque ignorante, confuso y sin letras ni experiencia» (Libro de las recreaciones,ed. Monte Carmelo, Burgos 1966, 334). Esta vez también hubo otros confesores desorientados y conniventes, PP. Diego Acosta y Hoyos, SJ.
La priora, María de San José, agotó paciencia, equilibrio y templanza. Hasta que la situación llegó al límite. Entonces tomó medidas: Limitó los encuentros entre confesor y penitente. Por fin despidió a aquél. Fue en ese instante cuando todo se precipitó. Garciálvarez fue rehabilitado y repuesto por el visitador, el calzado P. Cárdenas «con patentes con muchos poderes para confesar monjas, aunque yo no quisiese, y hacer y deshacer» (ib 335). No debe olvidarse que los hilos oscuros de la trama se tejían en el conflicto desencadenado por los Calzados para acabar con la Reforma Teresiana. En esas aguas turbias nadaba Garciálvarez.
En fecha desconocida de fines de 1578, el clérigo y las monjas redactaron y enviaron a la Inquisición unos memoriales «contra la madre Teresa» (ib 336); se los pasaron también a los padres del Carmen. María de San José que los leyó dijo que no quería «ensuciar su pluma escribiéndolas», es decir, las vilezas y groserías imputadas (Ramillete,385). Las religiosas, sometidas a chantaje bajo amenazas, incluso de excomunión, testificaron sobre cuanto se les interrogaba.
María de San José fue depuesta de su cargo, que se dio a su acusadora. Pero contra la ingenua presunción de los denunciantes no se pronunció sentencia condenatoria. La Inquisición hizo memoria de lo sucedido apenas tres años antes: «Al fin apuntó María de San José, como debían ser las cosas como las que la otra, [María del Corro] dijo, que ya las habían averiguado, no hicieron caso de ellas» 339). Garciálvarez fue apartado de su cargo por el arzobispo; María de San José repuesta en el suyo por el nuevo Vicario, P. Angel de Salazar. La paz volvió a la comunidad, donde continuaron arrepentidas las responsables de lo sucedido. El cierre final de todo el ‘affaire’ lo preparó y condujo al mejor término, María de San José, que se colocó en el justo medio entre la justicia y la bondad, obteniendo la retractación de las responsables de la larga pesadilla.
Los escritos teresianos y la Inquisición
Las reservas, suspicacias y procesos de la Inquisición sobre la M. Teresa no terminaron con su muerte. Seguía viva y presente en sus escritos. Y éstos, los escritos, eran cotos siempre abiertos y privilegiados del vigilante Tribunal. El primer texto teresiano, la Vida, había sido también la primera pieza recabada por los inquisidores. Cuando se editaron los restantes, aunque la edición no fue completa, se apuntaron y denunciaron como pieza de nuevos procesos. Fray Luis de León quiso anticiparse a las posibles objeciones, Carta dedicatoriade su edición. Pero no fue suficiente. Los escritos y su autora crecían en fama, en extensión y en aceptación; eso era demasiado para no tentar a los celosos vigilantes de la sana doctrina espiritual. Por lo tanto los escritos teresianos terminaron denunciados a la Inquisición. Esta vez el empeño fue más largo que los anteriores, desde 1589 hasta 1598, aunque en distintos momentos o fases según los protagonistas de las denuncias.
Alonso de la Fuente, dominico de Llerena, gran adelantado en la denuncia y persecución de los alumbrados en Andalucía y Extremadura, había dedicado a esa empresa diecisiete años. Lo que él consideraba privilegiada credencial para ser enviado y ungido para denunciar todo escrito sospechoso, que lo eran los que no cuadraban con sus propios esquemas.
Su primera denuncia fue una carta dirigida al Consejo de la Inquisición de Llerena el 26 de agosto de 1589. Es un ofrecimiento del autor para descubrir los errores de los escritos de la M. Teresa, que como tantos otros, comenzando por Mahoma ha sido inspirada por un ángel malo; sus escritos están «praeter naturam», es decir, exceden su capacidad de mujer… La Inquisición acusó recibo el 12 de octubre, y aceptó la invitación. Alonso de la Fuente preparó con meticulosidad su memorial, el primero, al que en el mismo año 89 siguió otro, y otro en febrero del 90. A éste acompañaba una carta de queja: el Santo Oficio parecía manifestar desinterés; ni siquiera le habían acusado recibo del memorial de diciembre. Y así sucedió también esta vez a la tercera, como lamenta en carta que acompañaba al cuarto memorial, de 4 de abril. Alonso de la Fuente era incansable, y además, tenía sus complejos, entre ellos el de sentirse más competente que nadie; hasta los «gigantes del reino» debían aceptar sus opiniones. Otro memorial suyo fue cursado el 26 de mayo.
Pero no sólo fue éste el denunciante. A su tarea se sumaron otros. Entre los que está el agustino, Antonio de Sosa, que entregó memorial en el tribunal de Valladolid, el 9 de junio del 90 y fue registrado en Madrid el 25 de junio. Otro memorial acusatorio presentó el 22 de abril de 1591 el dominico Juan de Orellana, que el propio autor ratificó más tarde el 24 de agosto de 1593, por indicación esta vez del propio Santo Oficio. Concordaba en sus opiniones con las de otro dominico, Juan de Lorenzana, que ya había enviado una denuncia en 1591. Los dos fueron registrados en Madrid el 27 de agosto del 93.
Era de verdad una campaña en regla contra los escritos de la M. Teresa. Parece ser, sin embargo, que no obtuvo resultado alguno. Al menos no se conoce el que pudiera parecer normal y lógico en los cálculos de los denunciantes. No hay ninguna sentencia inquisitoria, ni favorable ni adversa. Al menos no se conoce. La misma suerte corrieron otros memoriales redactados años más tarde, 26 de enero de 1598 por el canónigo Francisco Peña, recibido en Madrid el 19 de febrero. Tampoco parece fue atendido hasta el punto de producir sentencia alguna.
No todos fueron adversarios. La polémica estuvo servida entre adversarios y defensores de los libros y doctrina teresianas, en el último decenio del siglo. Fue la misma Inquisición quien encargó un informe al agustino Antonio de Quevedo, que lo presentó el 18 de junio del 91. También publicó otra defensa, y era obligada, fray Luis de León. El mejor alegato y la mejor defensa y presentación de la Santa fue, sin duda, la biografía del P. Francisco de Ribera, publicada en Salamanca en 1590.
Actualmente se acepta como un devengo positivo de la Inquisición, frente a las habituales y monocordes críticas sobre su tarea de censura, el haber contribuido a la fijación de una doctrina correcta en el ámbito de la extensa producción literaria de espiritualidad del tiempo. Fueron precisamente los libros de la Madre Teresa los que sirvieron de forma singular para obtener este buen resultado. La singularidad de esos escritos y su extraña e inédita calidad no necesitaron menos análisis ni esfuerzos para que pudieran ser recuperados de prejuicios, sospechas y posiciones gratuitas. Sobre este problema, no tanto por cuanto afecta a santa Teresa, sino a otros de los grandes autores contemporáneos, nos parece acertado el juicio siguiente: «No es pequeño mérito suyo de la Inquisición que en tanta confusión supiera destacar la ortodoxia de los grandes místicos. Quizá los debates que, además de los expuestos, debieron realizarse en torno a las doctrinas de santa Teresa, fueron el punto culminante de la polémica iniciada a propósito del alumbradismo de Isabel de la Cruz y Pedro de Alcaraz» (Historia de la Inquisición en España y América, Madrid 1984, I, A. Alcalá Galve, Control de espirituales, 840). Iglesia. Vida.
BIBL.Enrique Llamas Martínez, Santa Teresa y la Inquisición española. CSIC, Madrid 1972: hasta el presente, aparte otros estudios del mismo autor, es el trabajo más completo sobre el tema; T Alvarez, Libro de la Vida de Santa Teresa. Edición facsímil, T II (Burgos 1999). «Nota histórica», 557-581.
Alberto Pacho