La relación de T con los jesuitas es uno de los capítulos importantes de su biogragfía personal y de su actividad de escritora y fundadora. Para designarlos, ella no utiliza el término jesuitas, sino: ‘los de la Compañía de Jesús’ (V 5,3 etc), o más rara vez: ‘los teatinos’ (cta 2,12…). Reunido por san Ignacio el pequeño grupo de seguidores y reconocido oficialmente por Paulo III en 1540 (Bula ‘Militantis Ecclesiae’), se expandió con pujanza tan excepcional, que al morir el fundador en 1556 los jesuitas rondaban ya el millar y estaban presentes en varias naciones de Europa, de América del Sur y Extremo Oriente. En Avila se instalan en 1551, fundando el Colegio de San Gil. Teresa los conoce y trata cuando aún está en vida ‘el padre Ignacio’ como ella le llama, a quien no llegó a conocer, pero al que alude con admiración, emparejándolo con san Francisco y santo Domingo (M 5,4,6). Equivalente en quilates es su permanente estima de la Compañía. Aquí resumiremos esas múltiples relaciones de la Santa con los jesuitas en cuatro apartados: a/ punto de partida en Avila; b/ los jesuitas colaboradores de T; c/ jesuitas en los escritos teresianos; d/ pequeños problemas de los últimos años.
El punto de partida es la crisis que padece T al verse sorprendida por los primeros y avasalladores síntomas de experiencia mística (1554), a raíz de lo que hemos llamado ‘su conversión’ (V 9. 10,1). Los jesuitas, recién instalados en Avila, venían precedidos de gran fama de espirituales, discernidores de espíritu y hombres de oración. Los presenta así la Santa: ‘habían venido aquí los de la Compañía de Jesús, a quien yo -sin conocer a ninguno- era muy aficionada, de solo saber el modo que llevaban de vida y oración’ (V 23,3). Ella, que en ese momento no se siente diagnosticada ni bien orientada por sus dos asesores primerizos, Daza y Salcedo, es instada por este último para que recurra al asesoramiento de un jesuita cualquiera: ‘que lo que me convenía escribe ella era tratar con un padre de la Compañía de Jesús, que como yo le llamase diciendo tenía necesidad vendría, y que le diese cuenta de toda mi vida por una confesión general…’ (V 23,14). En un primer momento T se resiste. Luego accede. Su primer confesor y asesor es un jesuita joven (quizás el más joven del Colegio de San Gil), padre Diego de Cetina, de 24 años y todavía en período de estudios. Su dictamen fue certero: ‘dijo ser espíritu de Dios muy conocidamente’ (V 23,16). A Cetina sucede, un año después (1555), otro jesuita joven, Juan de Prádanos, de 27 años, tan acertado o más que el anterior en el diagnóstico de la experiencia mística de T: ‘este padre me comenzó a poner en más perfección’ (24,5). Uno de los dos Cetina o Prádanos pone a T en contacto con san Francisco de Borja, de pasada en Avila: ‘al P. Francisco, que fue duque de Gandía, trató dos veces’ (R 4,3). También éste la ‘asegura’: ‘díjome que era espíritu de Dios… Como quien iba bien adelante, dio la medicina y consejo, que hace mucho en esto la experiencia’ (V 24,3). A todos ellos les sucede otro hombre excepcional, P. Baltasar Alvarez, que la confiesa ‘seis años’ y se hará cargo, de por vida, de las cosas de T, aun a costa de no pequeñas contrariedades. A él le tocará discernir y comprometerse cuando a la carmelita le sobreviene el carisma de fundadora y emprende, contra viento y marea, la puesta en marcha de su primer Carmelo (V 32…). Todavía en Avila y en esa década 1554-1564 trató la Santa con varios otros jesuitas de calidad, el más destacado de todos el nuevo rector de San Gil, Gaspar de Salazar, ‘muy espiritual y de gran ánimo y entendimiento y buenas letras’ (V 33,7-10), sucesor del adusto y adverso P. Dionisio Vázquez (cf F. Ribera, Vida de T, l.1, c.14).
Otros jesuitas colaboradores de T. En lo sucesivo, ella les deberá ayuda en tres planos distintos: en su vida interior; en la aportación de vocaciones a sus Carmelos; y en las fundaciones de éstos. Al hacer ella en 1576 el listado de sus confesores y asesores espirituales, menciona expresamente a once, entre los que no figuran ya los dos primeros, Cetina y Prádanos. He aquí ese listado, tal como ella lo elaboró (R 4,3):
Antonio Araoz, ‘comisario de la Compañía’
San Francisco de Borja, al que ‘trató dos veces’
Gil González, ‘provincial, que está ahora en Roma’
Juan Suárez, ‘que ahora es provincial en Castilla’
Baltasar Alvarez, ‘que es ahora rector en Salamanca’
Gaspar de Salazar, ‘que es ahora [rector] de Cuenca’
Luis de Santander, rector ‘de Segovia’
Jerónimo de Ripalda, ‘rector de Burgos’
Pablo Hernández, ‘que era consultor de la Inquisición’
Juan Ordóñez, ‘que fue rector en Avila’
Martín Gutiérrez, ‘rector que era de Salamanca’
A esa copiosa lista, con todo un abanico de referencias geográficas (Avila, Salamanca, Gandía, Cuenca, Segovia, Toledo, Burgos, Roma), añade ella la coletilla: ‘y a otros padres algunos de la Compañía, que se entendía ser espirituales, que como estaba en los lugares que iba a fundar los procuraba (en la otra redacción: procuraba los que de ellos eran más estimados)’. Tales fueron: Pedro Doménech (Domeneque,escribe T), B. Bustamante, D. de Acosta, Jorge Alvarez, Juan del Aguila, F. Arias, Hernandálvarez… Años más tarde (1578), escribirá a Gracián: ‘en la Compañía me han como dice criado y dado el ser’ (cta 270,10). De una u otra forma, los jesuitas la asistirán en la mayoría de sus fundaciones: Avila, Medina, Toledo, Valladolid, Segovia, Alba y Salamanca, Beas, Sevilla y Burgos… En más de una ocasión son ellos quienes tienen la iniciativa de la nueva fundación. Ocurre alguna vez que, mientras se frustra la fundación de un Carmelo, se actúa la de un colegio jesuita: así, por ejemplo, en Segura de la Sierra (cta 11). También hubo por parte de éstos más de una propuesta de fundación carmelita que la Santa no llegó a realizar: así, por ejemplo, en Aguilar de Campoo (cta 159,7) y en Orduña (cta 401,3).
Jesuitas en los escritos teresianos. Aunque el primer libro de la Santa, su autobiografía, no haya sido escrito por iniciativa de alguno de los confesores arriba mencionados, en sus páginas se contienen los más netos elogios de la Compañía. Baste recordar el adosado a una de las gracias místicas de T misma: ‘De los de la orden de este padre [B. Alvarez], que es la Compañía de Jesús, toda la orden junta, he visto grandes cosas…’ (38, 15), pasaje tristemente célebre por haber sido omitido en la edición príncipe y por haber dado lugar a contrastes y polémicas (cf además: V 38,14. 30; 39,27). Dos de las más importantes Relaciones de la Santa, la 4ª y la 5ª, tienen por destinatarios a dos jesuitas de Sevilla, PP. Rodrigo Alvarez y Enrique Enríquez, en parte comisionados por la Inquisición hispalense justamente cuando la Santa y su Libro de la Vida habían sido delatados a la Inquisición de Andalucía. Es probable que la deliciosa Relación 15 (que refiere el éxtasis de Salamanca en la Pascua de 1571) tenga por destinatario al P. Martín Gutiérrez. Si en Camino 31,5 había aludido sólo veladamente a la experiencia mística de san Francisco de Borja, una vez muerto éste (1572) al preparar el libro para la primera edición, en el códice de Toledo añadirá una aclaración expresa: ‘que era el P. Francisco, de la Compañía de Jesús, que había sido duque de Gandía, y lo sabía bien por experiencia’. Apenas ultimada la redacción del Castillo Interior, la autora confía el autógrafo a la custodia de María de san José, en Sevilla. Sabedor de ello Rodrigo Alvarez, desea conocerlo, y la Santa hace leerle en voz alta las séptimas moradas, para que sepa que ‘en aquel punto llegó aquella persona [Teresa misma]’ (cta 412,18). Escuchado el texto, el P. Rodrigo escribe en la última página del manuscrito teresiano el primer incondicional elogio del libro y de la autora: ‘alaben todos los santos a la bondad infinita de Dios que tanto se comunica…’ El Libro de las Fundaciones lo escribió T por orden del famoso P. Jerónimo de Ripalda, como ella misma informa en el prólogo de la obra (n. 2). De las numerosas cartasdirigidas por T a sus asesores jesuitas son relativamente pocas las que han llegado hasta nosotros. Con todo, sus destinatarios son representativos: en el epistolario de T quedan sendas cartas a los PP. Baltasar Alvarez (90) y Antonio Lárez (44); dos cartas a cada uno de los siguientes: Gonzalo Dávila (229.249), Pablo Hernández (15.269), Juan Ordóñez (50.53), Gaspar de Salazar (48.219) y Juan Suárez (228.475). Para documentar la vida interior de T hubiera sido de especial interés su correspondencia con el P. Baltasar Alvarez, casi totalmente perdida.
Episodios finales.Hubiera sido igualmente importante esa correspondencia para conocer el complejo problema de la oración compartida por T y el P. Baltasar, especialmente en los años vividos por éste en Villagarcía. Otros episodios conflictivos entre T y la Compañía fueron los ocasionados por Gaspar de Salazar y el provincial Juan Suárez, cuando ambos polemizaron entre sí, y aquél simuló abandonar la Compañía para pasar a los descalzos Suárez, Juan. De ahí ciertos momentos de distanciamiento intencionado (cta 433,3), y de recelos respecto de la oración al estilo de Teresa (cta 450,3). Un nuevo episodio de tirantez lo provocó la fundación del Carmelo de Burgos (‘verdaderamente parece comienzan enemistad formada’: cta 450,2), esta vez con motivo de la hacienda de la fundadora burgalesa Catalina de Tolosa, en cuya casa se habían alojado primero los jesuitas y luego la M. Teresa y sus carmelitas. A esos roces, y más probablemente al injusto acoso sufrido por los jesuitas en las décadas finales del s. XVI, se debe un último episodio: la oposición del General de la Compañía, Claudio Aquaviva, a que la biografía de la M. Teresa fuese escrita y publicada por un jesuita, el biblista de Salamanca P. Francisco de Ribera, el cual había tenido en vida de la Santa íntima relación espiritual con ella y se había propuesto historiarla por gratitud, pero con absoluta seriedad documental. Ribera había preparado a la vez una primera edición de los escritos teresianos, que no llegó a publicar. Es patético e indicativo el epílogo de su biografía de la Madre, publicada por fin en 1590: ‘Y tú, madre mía sancta, por cuya gloria y memoria he trabajado…, bien sabes cuán de buena gana lo he hecho, y lo que tú has hecho para que se hiciese… Perdona la cortedad de mi ingenio… Y pues el Señor en esta vida me hizo tanto bien que yo te conociese y tú me quisieses bien… alcánzame lo que le he suplicado…’ (Ribera, p. 563).
BIBL.-Francisco de Ribera, La vida de la M. Teresa de Jesús… Salamanca 1590; Dalmases, C. de, Santa T y los jesuitas. En ‘Archivo Histórico S.J.’ 35 (1966) 347-378; Iglesias, I., Santa T y la espiritualidad ignaciana. En ‘Manresa’ 54 (1982) 291-311; Jorge Pardo, E., Estudios Teresianos. Comillas 1964); Juan A. Zugasti, Santa Teresa y la Compañía de Jesús. Madrid 1914.