En tiempo de la Santa, el rezo de Laudes no revestía la importancia que tiene en nuestra actual liturgia de las Horas. En realidad, hacían una unidad con las Horas matutinas, integradas por los tres nocturnos de maitines y los correspondientes salmos de laudes. No se les concedía relieve especial ni en las Constituciones de la Encarnación (parte 1ª, capítulo 1º), ni en las de San José (c. 1), ni tampoco en el breviario de rito jerosolimitano usado por la Santa (Venecia 1568: ‘De matutinis diei in generali, rubrica duodecima’ ). Por tanto, no se celebraban al amanecer del día, sino en la noche. Y la Santa no retuvo para sus Carmelos el horario de media noche (con interrupción del sueño), sino que lo anticipó a las primeras horas de silencio nocturno: ‘Los maitines se digan después de las nueve [de la noche] y no antes; ni tan después, que no puedan, cuando sean acabados, estar un cuarto de hora haciendo examen en qué han gastado aquel día’ (Cons 1,1). Generalmente no eran cantados, a excepción de los días solemnes: ‘Los domingos y días de fiesta se cante misa y vísperas y maitines. Los días primeros de Pascua y otros días de solemnidad podrán cantar laudes, en especial el día del glorioso San José’ (Cons 1,4: texto de lectura dudosa).
T reza con gran devoción el Oficio de las Horas. En cada nueva fundación, una de sus primeras preocupaciones será normalizar el rezo del Oficio divino (F 3,15; 14,7; 24,16…). Cuando admite en el Carmelo de Sevilla a su sobrina Teresita, de pocos años, también a ella la entrena en el rezo litúrgico, gracias a un diurnal que el provincial, P. Gracián, regala a la niña (cta 423,4; 426,9). Cuando está enferma, se procura la compañía de otra hermana con quien alternar en la salmodia (cta 63,8; 459,1). En sus viajes de fundadora, lo reza comunitariamente a pesar de las increíbles incomodidades del carromato o de la venta donde se aloja el grupo. En alguna ocasión, ella y sus monjas lo rezan al aire libre, frente al paisaje, haciendo un alto en el camino. Más de una vez, mientras lo reza, recibe altas gracias místicas (V 34,2; 40,5…)
Con todo, a causa de la inacabable monotonía del latín y del propio cansancio físico, T incurre más de una vez en el escollo de las distracciones. Se lo dice confidencialmente al sacerdote D. Sancho Dávila, para consolarlo en las que él mismo padece (cta 409,2).
De hecho, la liturgia de las Horas fue una escuela de vida y una constante fuente de formación para T. No sólo porque en ella podía gustar la belleza de los salmos, sino porque desde ellas podía internarse en los más diversos pasajes de la Biblia. Para superar el escollo del latín, la Santa tuvo siempre al alcance de la mano los libros del Cartujano Landulfo de Sajonia, cuyo índice de adaptación de los comentarios bíblicos al ciclo litúrgico le permitía leer en castellano los pasajes de la Biblia alegados en la Misa o en la liturgia de las Horas. Las ‘Meditaciones de la vida de Cristo’ fueron para ella un excelente libro de formación bíblica y litúrgica.
T. A.