De la importancia de la lectura escribía Teresa en las Constituciones primitivas del Carmelo de San José de Avila: ‘es, en parte, tan necesario este mantenimieno para el alma, como el comer para el cuerpo’ (2,7).
Alentar la afición a la lectura en la comunidad religiosa es uno de los indicios del humanismo teresiano y a la vez un reflejo de la propia experiencia espiritual. En la presente síntesis presentaré primero las lecturas de T misma. Luego, las lecturas que ella propone a la comunidad.
1. Teresa lectora
Teresa fue lectora de por vida. Pero en la historia de sus lecturas se distinguen y suceden dos fases de signo diverso. Ella es lectora apasionada en la primera mitad de su vida. Sólo lectora de ocasión, en la mitad segunda. De sí misma en los años de adolescencia, escribe: ‘Si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento’ (V 2,1). Esa afición a los libros termina bruscamente con el episodio del Indice de Libros prohibidos, que en el verano de 1559 diezma su pequeña librería personal: ‘Yo [lo] sentí mucho, porque algunos [de los libros eliminados] me daba recreación leerlos, y yo no podía ya por dejarlos en latín’ (V 26,5). En esa fecha, ya había cumplido ella los 44 de edad. Y el cambio inducido consiste en que a partir de ese episodio se siente convocada a leer el ‘libro vivo’, de suerte que ‘muy poco o casi ninguna necesidad he tenido de libro: Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades’ (V 26,5).
El episodio marca otra neta división en la vida literaria de Teresa: hasta esa fecha, ha precedido un período de ‘Teresa lectora’; a partir de él, sigue la ‘Teresa escritora’. Sus primeros ensayos de pluma datan de 1560. La escritora va a depender mucho más de la experiencia que de las lecturas. Serán sus postreros 23 años. Es necesario tener presente ese dato, para no desorbitar la relación existente entre las fuentes literarias de T (sus lecturas) y su legado doctrinal. Aun teniendo en cuenta que en esta fase final es indubitable que las viejas lecturas se filtran en ella precisamente a través de esa misma experiencia.
De momento, nos interesa la fase de lectora. Teresa misma nos pone al corriente de ella en su propia autobiografía. De ella recabamos los datos más relevantes:
a) Teresa nace y crece en un hogar donde se leen libros. Es el primer dato que ella consigna en el relato de Vida: ‘era mi padre aficionado a leer buenos libros, y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos’ (1,1). Efectivamente en el inventario de bienes de don Alonso se menciona una pequeña serie de libros clásicos (Cicerón, Virgilio, Séneca, Boecio), más varios libros modernos, entre ellos ‘un Tratado de la Misa’ y ‘los siete pecados’. La afición lectora se extendía a toda la familia. La madre de Teresa ‘era aficionada a libros de Caballerías’ (2,1). En el marco familiar de la rama paterna, en el arranque del famoso pleito de hidalguía, el alguacil toma prendas de los encausados: ‘fue a casa de los susodichos, e traxo de casa de Alonso Sanches de Cepeda un bacín de latón, e de casa de Pedro Sanches de Cepeda un libro de Espejo de conciencia, e de casa de Rui Sanches de Cepeda un almirez de cobre, e de casa de Francisco Alvares un libro que se dice de Las Partidas…’ (cf Teófanes Egido, El linaje judeoconverso de santa Teresa, p. 36). Del segundo de los cuatro mencionados, el tío don Pedro, recordará Teresa que ‘su ejercicio era buenos libros’ (3,4). Es él quien la hace encontrarse por primera vez con el Tercer Abecedario (4,7), y quien de hecho influyó en el positivo afán de lectura espiritual de la joven: ‘diome la vida haber quedado ya amiga de buenos libros’ (3,7). Por ‘buenos libros’ entiende ella ‘libros espirituales’ en contraposición a las novelas de caballerías que antes la habían apasionado.
b) La lectura primera de Teresa, según el recuerdo que ella conserva a los cincuenta años, es el de las ‘vidas de santos’ (1,4), es decir, uno de los ‘Flos Sanctorum’ de la época, muy para su talante infantil. Ella eleva el recuerdo a sus ‘seis o siete años’ de edad (1,1). Lee con su hermano Rodrigo, dos o tres años mayor que ella: ‘Juntábamonos entrambos a leer vidas de santos’ (1,4). Leen probablemente en voz alta. Y sufren el impacto de aquellos relatos heroicos, que ‘imprimieron’ en el alma de T ‘la verdad de cuando niña’ (3,5): ‘era el Señor servido me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad’ (1,4). Son aproximadamente los años en que el ‘Flos Sanctorum’ cae en manos de otro lector famoso, Ignacio de Loyola, que ha regresado a casa tras la herida de bombarda en Pamplona, y que lee vidas de santos en situación anímica muy diversa de Teresa niña. Pero la yuxtaposición de ambos lectores nos permite, en cierto modo, adivinar el impacto que aquellos relatos, orlados de viñetas preciosas, hubieron de causar en el ánimo de Teresa niña. No olvidemos que para aquellas mentalidades primerizas las ‘vidas de santos’ equivalían no sólo a un desfile de modelos de santidad, sino a tratados concretos de perfección cristiana. (Quizás el ejemplar leído por T sea: Leyenda de los santos (que vulgarmente Flossantorum llaman) agora de nuevo empremida: y con gran estudio y diligencia extendida y declarada… Impresa probablemente en Toledo, posterior a 1521).
c) El apasionamiento de T por la lectura sobreviene al entrar en la adolescencia. Quizás en torno a los 12 ó 14 años. Le gustan las novelas caballerescas. Las lee a escondidas de don Alonso, en connivencia con D.ª Beatriz. Hasta el punto de imitarlas escribiendo ella misma una pequeña novela de Caballerías (Ribera, La vida de la Madre Teresa, L. I, c. 4, p. 54). ‘Era tan en extremo lo que en esto me embebía, que si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento’ (2,1). No es fácil identificar los títulos de las novelas leídas por D.ª Beatriz y su hija. Quizás, el único título seguro que podamos citar sean Las sergas de Esplandián (cf M. Bataillon, Varia lección de clásicos españoles, c. 2: ‘Santa Teresa lectora de Libros de Caballerías’). El esquema monocorde de esos novelones la dama, el caballero y los castillos encantados es difícil no verlo reflejado en el tardío esquema del Castillo Interior de T: el alma, el Señor, el Castillo.
d) En los capítulos siguientes del relato de Vida, la autora sigue inventariando recuerdos de sus lecturas. El primer libro espiritual que la impresiona profundamente es el Tercer Abecedario de Francisco de Osuna. Era uno de los libros espirituales más difundidos en ese momento, leído asiduamente en Hortigosa por el tío don Pedro (3,4 y 4,7). Es él quien proporciona a T el libro de Osuna para que lo lleve consigo a Becedas: ‘no sabía [yo] cómo proceder en la oración ni cómo recogerme, y así holguéme mucho con el [libro], y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas’ (4,7). La oportunidad del libro de Osuna consiste en haber llegado a manos de T en el momento en que ésta se empeña en el camino de la oración. ‘Teniendo aquel libro por maestro’ (ib), llega ella a ‘oración de quietud, y alguna vez llegaba a unión’, es decir, al umbral mismo de la experiencia mística. El Tercer abecedario será probablemente uno de los libros que T ponga en manos de don Alonso para entrenarlo en la oración (7,10; 9,5). Sin duda, es uno de los libros que mayor huella dejaron en ella como lectora espiritual.
e) Por esos mismos años, sobreviene el encuentro de T con los grandes autores espirituales: tres Padres de la Iglesia. Tiene ella la suerte de leerlos en tres coyunturas anímicas que la vuelven especialmente receptiva: lee las Cartas de san Jerónimo en los días de forcejeo por dirimir el asunto de su vocación personal, entre los 18 y los 20 años. Lectura sumamente importante, porque las Epístolas del Santo en la traducción de Juan de Molina están ordenadas por grupos de destinatarios ’cartas comunes, cartas del estado eclesiástico, epístolas del estado heremítico, cartas del estado virginal…’ etc. en correspondencia con otras tantas formas de vida espiritual. Ahí pudo T ahondar en el sentido y las exigencias de la vida religiosa. El episodio conflictivo entre ella y su padre (3,7) parece ser un duplicado del propuesto por Jerónimo al amigo Heliodoro: ‘que si vieses (queriendo salir a la batalla) que se te pone delante padre, madre, hijos, nietos, con ruegos, lágrimas y sospiros, por detenerte, tú debes cerrar los ojos y orejas y (si menester fuere) hollando por cima de todos volar al pendón de la cruz, donde tu gran capitán te espera…’ (fol. Lxxvi). Ya religiosa, antes de caer enferma, lee T Los Morales de san Gregorio, comentario difuso al Libro de Job. Cuando ella entra en su dura crisis de salud y de soledad, ‘mucho me aprovechó haber leído la historia de Job en los Morales de san Gregorio’ (5,8). De ellos toma literalmente la jaculatoria que ‘traía muy ordinario en el pensamiento..: Pues recibimos los bienes de la mano del Señor, ¿por qué no sufriremos los males?’ (5,8). Y por fin será decisiva para su vida espiritual la lectura de las Confesiones de san Agustín, realizada cuando ella misma está en trance de conversión (9,7-8). Del Santo de Hipona retendrá, sobre todo, la llamada a la interioridad, que ha leído en las Confesiones (V 40,6) y muy probablemente en alguno de los libritos pseudoagustinianos, como los Soliloquios, reiteradamente aludidos por ella (C 28,2; M 4,3,3; 6,7,9; E 5,2: es más que probable que T haya leído la terna de escritos pseudoagustinianos: Soliloquios, Meditaciones, Manual; a las Meditaciones alude expresamente en M 6,7,9).
f) El Libro de la Vida sigue todavía documentando otras lecturas de Teresa. Terminado el tratadillo de los grados de oración, al afrontar el delicado tema de la Humanidad de Cristo y el recurso a ella en los altos grados de contemplación, se ve precisada a contradecir lo leído e inculcado en diversos libros espirituales: ‘En algunos libros que están escritos de oración, tratan…’ lo contrario de lo que ella quiere defender (V 22,1). Lo que en ellos se trata es disuadir el recurso a la Humanidad de Jesús, una vez que se ha ascendido a las cimas de la contemplación. Ella defenderá precisamente todo lo contrario. No es fácil identificar esos libros leídos o aludidos por Teresa. Uno, al menos, parece seguro: la ‘Via spiritus’ de Bernabé de Palma, cuya teoría de cuadrar el entendimiento (‘considerarse en cuadrada manera’) reseña la Santa brevemente (V 22,1), y que sería probablemente uno de los entregados por ella en 1559 al ejecutor de la Inquisición.
g) Ya mar adentro en la oración mística, cuando sus directores primerizos le impongan un esfuerzo de autodiscernimiento, Teresa recurre certeramente a libros de mística, de uso corriente, y entre ellos al libro de Bernardino de Laredo, Subida del Monte Sión: ‘Mirando libros para ver si sabría decir la oración que tenía, hallé en uno llamado Subida del Monte, en lo que toca a unión del alma con Dios, todas las señales que yo tenía…’ (23,12). Es el único caso en que sorprendemos a la Santa buceando entre libros por acertar con uno que sea de su propósito, estudiándolo y subrayándolo para alegarlo en plan de prueba: ‘señalé con unas rayas las partes que eran, y dile el libro [al caballero santo] para que él y el otro clérigo… lo mirasen y me dijesen lo que había de hacer…’ (ib). En realidad, T no sólo les dio el libro, así leído y subrayado, sino que agregó en refrendo una ‘relación’ escrita, que no ha llegado hasta nosotros (23,14). Tocamos el punto culminante de sus lecturas, esta vez convertidas en ‘estudio’, ya que un par de capítulos después, ella misma contará el episodio del Indice de libros prohibidos y la sustitución de éstos por el ‘libro vivo’ interior (26,5).
h) A partir de ese momento, las lecturas de T y la alusión a los libros leídos disminuirá visiblemente. No sólo en Vida, sino también en los restantes escritos. Pero queda todavía uno de sus preferidos, ‘los Cartujanos’: cuatro volúmenes con la ‘Vita Christi’ del cartujo Landulfo de Sajonia, traducidos por el franciscano Ambrosio Montesino y editados ‘por mandamiento de los cristianísimos Reyes de España’ en Alcalá, a partir de 1503, y que T leerá de por vida (V 38,9; R 67,1). Parece incuestionable que ‘los Cartujanos’ le prestaron un servicio excepcional: le sirvieron de manual propedéutico a la lectura de una infinidad de textos bíblicos, la iniciaron en numerosos aspectos de la cristología, y enriquecieron su sentido litúrgico. Quizás depende de ellos la espontaneidad con que T alterna en sus escritos el diálogo con el lector y la palabra a Dios, a la manera sencilla y sentida de las oraciones del Cartujano.
i) La Santa ha leído asiduamente otros libros de su tiempo. Tiene gran estima de los escritos por fray Pedro de Alcántara, que ‘es autor de unos libros pequeños de oración, que ahora se tratan mucho, de romance…’ (V 30,2). Son numerosas las alusiones veladas a otro gran autor de su tiempo, fray Luis de Granada, ciertamente leído por ella, al que expresamente sólo mencionará en F 28,41 y en las Constituciones de las Descalzas. En 1575 le enviará una carta agradecida y elogiosa: ‘De las muchas personas que aman en el Señor a vuestra paternidad, por haber escrito tan santa y provechosa doctrina…, soy yo una’ (cta 82,1). Igualmente, es casi seguro que T ha leído el ‘Audi, filia’ de san Juan de Avila, aunque nunca lo menciona expresamente. Entre los clásicos de la reciente devotio moderna, ella ha leído, sin duda, el ‘Contemptus mundi’, de T. de Kempis. Lo citará expresamente en las Constituciones (2,7).
j) Mención aparte merecen los libros ‘carmelitanos’, tanto los leídos por T como los de uso cotidiano. No todos son libros de lectura. Los hay de estudio, y también de rezo. Entre los libros de estudio, habrá que mencionar especialmente dos: la Regla del Carmen y las Constituciones de la Encarnación. Ante todo, la Regla. Es la norma fundamental de vida de la carmelita. Teresa la ha profesado al emitir sus votos. Se empeñará especialmente en su estudio, cuando inicie la fundación de San José de Avila. No sin dificultades. No conocemos textos impresos de la Regla en castellano, anteriores al que ella misma promoverá en 1581. Al lado de la Regla, las Constituciones de la Encarnación: Aparte el problema del texto material usado o conocido por la Santa, sabemos que las Constituciones eran simple calco de las antiguas Constituciones de los religiosos de la Orden. Por ellas se formó T en la vida religiosa. La rúbrica doce prescribía: ‘Debe la priora aseñalar a las novicias y escolares maestra diligente y sabia, que las enseñe en las cosas de la orden y las despierte y haga velar en la doctrina de la Iglesia’ (BMC 9,493). Será ella quien forme a la joven T según las Constituciones. Cuando ésta prepare las propias Constituciones de sus monjas, las estudiará de nuevo y a fondo (cf V 35,2: ‘yo, con tanto haber andado a leer las Constituciones…’). Y de por vida seguirá refiriéndose a ellas: ‘es constitución de las antiguas’, escribe en Apuntes 2 (cf cta 377,4). ¿Leyó T el precioso libro carmelitano ‘De Institutione primorum monachorum’? Sería importante poder comprobarlo. Hasta el momento no ha sido posible esa comprobación.
k) Teresa había comenzado sus lecturas personales con el uno de los ‘Flos Sanctorum’, que le hacía accesibles las vidas de los santos. Parece haber sido afecta toda su vida a este género de lecturas. Conoció las Colaciones de Casiano. A ellas alude expresamente en C 19,13 (cf A 4,2). Una de sus íntimas testifica en el proceso de Avila 1610: ‘Imitando al dicho padre santo Domingo, era muy devota de las Colaciones de Casiano y Padres del Desierto, y así cuando esta declarante estuvo con ella, la santa madre la mandaba cada día que leyese dos o tres vidas de aquellos santos, por no tener ella siempre lugar por sus justas y santas ocupaciones, y que a las noches se las refiriese esta declarante y así lo hacía, deseando la santa madre que en esto y en todas las demás virtudes sus hijas imitasen a los santos’ (BMC 19, 591).
2. Lecturas propuestas a la comunidad
Desde sus primeros años de vida religiosa, T es propagandista decidida de la lectura y de los libros. La aconseja a su padre, ya anciano, y le da libros para que se inicie en la oración (V 7,10). Hace otro tanto con las más amigas entre las carmelitas de la Encarnación. También a ellas ‘dábales libros’ para que se entrenasen y fomentasen la oración. (V 7,13). A los principiantes les aconseja la lectura de un autor concreto: puede leer el principiante ‘un libro llamado Arte de servir a Dios, que es muy bueno y apropiado para los que están en este estado’ (V 12, 2). Es el libro del franciscano Alonso de Madrid. Y en el mismo Libro de la Vida se hará propagandista de los escritos de fray Pedro de Alcántara, que ‘es autor de unos libros pequeños de oración, que ahora se tratan mucho, de romance’ (V 30, 2). En aparente contraste con su propensión afectiva, Teresa es netamente favorable a la oración desde la lectura. Especialmente, para el principiante: ‘conviénele ocuparse mucho en lección (=lectura)’ (V 4,8), ‘que ayuda mucho para recoger’. ‘Que si el maestro que enseña aprieta en que [la oración del principiante sea] sin lección…, será imposible durar mucho en ella…’ (ib). De sí misma, en los comienzos, confiesa: ‘Jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro, que tanto temía mi alma estar sin él en la oración, como si con mucha gente fuera a pelear…’ (V 4,9). Para ella, la lectura por excelencia es el Evangelio: ‘Siempre… me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados’ (C 21,4).
De ahí la categórica toma de posiciones respecto de la comunidad contemplativa, en el texto de sus Constituciones. Mantiene expresamente la tradición monástica de la lectio divina, prescribiendo una hora de lectura comunitaria cada día: ‘en acabando vísperas…, se tenga una hora de lección’ (2,3). Con otra lectura se prepara la oración comunitaria de cada día: ‘a quien la madre priora mandare, lea un poco en romance del misterio en que se ha de pensar otro día’ (1,2).
Buen índice de la voluntad cultural de la Santa es la prescripción expresa de una elemental bibliotequilla comunitaria: ‘Tenga cuenta la priora con que haya buenos libros, en especial Cartujanos, Flos Sanctorum, Contemptus mundi, Oratorio de religiosos, los de fray Luis de Granada y del padre fray Pedro de Alcántara: porque es en parte tan necesario este mantenimiento para el alma, como el comer para el cuerpo’ (2,7).
Los seis libros indicados, aparte de reflejar el historial de lectora de la propia Santa, responden a un programa elemental. a) Los Cartujanos cubren objetivos múltiples en la línea de la formación bíblica, cristológica, litúrgica y oracional; b) el Flos Sanctorum es un auténtico clásico de la hagiografía: interesa por su carácter narrativo y por la ejemplaridad de la galería de modelos que propone; c) Contemptus mundi es el clásico libro de la ‘Imitación de Cristo’: cubre la temática fundamental del ‘seguimiento de Jesús’ y su libro cuarto ofrece deliciosas pautas de piedad eucarística; d) el Oratorio de religiosos, de Antonio de Guevara es, en definitiva, un manual de formación religiosa; e) y finalmente, libros de formación en la oración, los de Luis de Granada y Pedro de Alcántara. En conjunto, se diría que lo que ella propone a la comunidad contemplativa es un elemental programa de lecturas, desde la cultura, las posibilidades y los límites de su época.
Parece ser que la Santa cuidaba de modo especial las lecturas del refectorio. ‘Acostumbraba siempre leer libros espirituales y devotos, y cuando no podía ir al refectorio por alguna ocupación, mandaba que le trajesen la lección que se leía en él, y ella por sí la leía’ (testimonio de María de San José: BMC 18, 493). Para esa lectura, se interesa por los sermones de San Juan de Avila (cta 390,4), y más expresamente por la serie de sermones del dominico Agustín de Salucio, precisamente por corresponder a las diversas etapas del ciclo litúrgico (cta 248,15).
Cuando en 1581, los capitulares de Alcalá de Henares remodelaron las Constituciones de la Madre Teresa para sus monjas, optaron por mantener intacta la rúbrica de los libros de lectura para la comunidad (c. 10, n. 2). No se plantearon la posibilidad de incluir en ella la propuesta de algún libro de la Santa misma para sus religiosas, simplemente porque ninguno de ellos había sido publicado. Es importante notar, sin embargo, que para ellas los había escrito la Madre T. Ciertamente ella no excluía que el Libro de la Vida fuese leído por algunas de ellas, si bien acató el sentir contrario del P. Báñez (cf CE prólogo y epílogo). De suerte que en caso de perderse o terminar en el fuego, ella quisiera salvar los capítulos 32-36 los que historían la fundación del primer carmelo precisamente para que los leyesen las carmelitas. Y para lectura de ellas escribió expresamente al menos los otros tres libros mayores: Camino, Castillo y Fundaciones. Paradójicamente, los nuevos redactores de las Constituciones teresianas tardaron muchas décadas en incluir esos libros de la Santa en el programa de lecturas carmelitas ideado por ella.
BIBL. A. Morel Fatio, Les lectures de Sainte Thérèse, en «BullHisp» 10 (1908), 17-67; R. Hoornaert, Les sources thérésiennes, en «RevScPhilThéol» 14 (1924), 20-43; M. Bataillon, Santa Teresa lectora de libros de caballerías, en «Varia lección de clásicos españoles», Madrid 1964, pp. 21-23.
T. Alvarez