Novelas de origen medieval y de escaso gusto, que constituyeron un género literario definitivamente derrocado por ‘El Quijote’ de Cervantes. Fueron la lectura preferida de Teresa adolescente, en torno a los 13/14 años. Su afición a la lectura había comenzado con el ‘Flos Sanctorum’, leído hacia los siete de edad en compañía de su hermano Rodrigo. Sólo después de superar la afición a los novelones caballerescos se entregará a la lectura de libros espirituales; ‘buenos libros’, dirá ella. Para los libros de caballerías tiene la complicidad de su madre. Ambas a escondidas de don Alonso. Teresa lee con apasionamiento, hasta ‘gastar muchas horas del día y de la noche’. De suerte que ‘si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento’ (V 2,1). Ella misma llegó a escribir una novela de ese género, para solaz de sus amigos. (Lo refiere Ribera, Vida… I, 5; y Gracián en glosa a ese pasaje de Ribera).
No podemos precisar los títulos leídos por ella. Nos falta documentación al respecto. Con todo, la famosa descripción del asceta fray Pedro de Alcántara como hombre de ‘tan extrema flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles’ (V 27,18) coincide con un pasaje de ‘Las Sergas de Esplandián’, lo cual ha hecho suponer fundadamente que ésta sería una de las novelas leídas por T. Otros títulos probables, escogidos entre los más editados en el primer tercio del siglo XVI, son: el ‘Amadís’ (del que se hicieron más de treinta ediciones en el siglo XVI), ‘Florisandro’, ‘Oliveros de Castilla’, ‘Tirante’, ‘Tristán’, ‘Palmerín de Oliva’, ‘Florambel de Lucea’, ‘Lanzarote del Lago’, ‘Bolardo de Merlín, y quizás ‘Cárcel de amor’ de D. de Sampedro, etc. En la librería privada de don Alonso figuraba también ‘La Conquista de Ultramar’, que podría haber sido leído por T.
Esas lecturas influyeron ciertamente, no en el ideario, pero sí en el estilo y en el quehacer literario de T. En una joven como ella, que no pasó por las aulas ni pudo someterse a prácticas de redacción, las novelas provocaron de hecho su primer ejercicio de pluma con un libro de fantasía. Es probable también que la abundante imaginería guerrera de los escritos de T castillos, alcaides y jayanes, armas y banderas, capitanes, alféreces y soldados, batería y artillería, arcabuz, pelotas y bodoques, batallas y peleas (‘encerradas peleamos’: C 3,5), derrota y victoria, etc. tengan su semillero remoto en las páginas de aquellos novelones. Buen botón de muestra de ese subsuelo inspirador, es su agilidad en el arte de ‘volver a lo divino’ un torneo de caballeros, tal como aparece en su ‘Respuesta a un Desafío’, incluso con el léxico juguetón de esa página: maestre de campo, mantenedor, venturero, tan valerosos y esforzados caballeros, entrar en campo, ejercitarse en gentilezas, ‘que el mantenedor no vuelva las espaldas’… Probablemente el aspecto más relevante derivado de la lectura teresiana de los ‘Libros de Caballerías’ es el hecho de su empalme directo con una de los flecos de la cultura y literatura de su tiempo. No era negativa sin más, la valoración de los ‘libros de caballería’ por parte de Teresa. Cuando en 1561 ella se hace cargo de la educación de su sobrina María Bautista (Ocampo), que a sus 18 años es apasionada de esas lecturas, T no se los retira. Cuenta la interesada que ‘cuando me veía leer libros de caballerías y otros semejantes, decía que no le pesaba porque esperaba que de aquello vendría a leer los buenos, y me aprovecharía esa inclinación, que así había hecho a ella’ (relato autobiográfico de María Bautista, publicado por José María G. Echávarri, en ‘Santa Teresa de J. en Valladolid’. Valladolid 1915, p. 48).
Bibl. Marcel Bataillon, Santa Teresa, lectora de libros de caballerías, en ‘Varia lección de clásicos españoles’, Madrid 1964, pp. 21-23.
T. Alvarez