En el tardo medievo y en los primeros momentos de la época moderna, corte era todo el conjunto jerarquizado de los participantes en funciones administrativas y servicios del rey, estacionados en la residencia real, que seguía siendo trashumante, con las inevitables dificultades derivadas de este hecho. Las cortes como residencias, viviendas de la realeza y sede del gobierno aumentaron su aparato y sus instalaciones, y se complicó la vida cotidiana en ellas como resultado de varios factores: aumento del peso y poder de las monarquías, del poder político y de las riquezas. Sobre todo se dotaron de reglamentos meticulosos y complicados, especialmente en lo que se refiere al protocolo y rituales palaciegos.
En el siglo XVI, a pesar de las predilecciones de los reyes por alguna ciudad, como Carlos V por Granada, la corte siguió siendo itinerante, aunque su estancamiento en algunas ciudades, como Toledo, fuera más frecuente que en otras.
La fijación definitiva y estable en Madrid tuvo lugar en 1561, aunque estaba ya previsto con mucha anticipación. Las razones de esta elección fueron diversas y de distinto valor, aunque se ha preferido, sobre los motivos personales y sentimentales, los de carácter práctico, apuntados por Cabrera, como encontrar una ciudad que fuera ‘el corazón de todo el cuerpo del reino, y por eso debía estar en el medio’. Pese a todo no debe olvidarse el peso de los deseos de Felipe II por complacer a Isabel de Valois, que no se acostumbraba a vivir en Toledo.
La fijación definitiva en Madrid fue ratificada por la construcción de El Escorial, y en Madrid ha continuado, aparte el momentáneo traslado a Valladolid en los primeros años del siglo XVII.
La casa real se ordenó de una forma absolutamente nueva respecto de las tradicionales de Castilla y Aragón cuando Carlos V impuso el nuevo estilo en la casa del príncipe, Felipe II, ya desde 1547. Esta fue la complicada, ostentosa y ritualizada etiqueta de Borgoña, mal recibida por los españoles, pero muy apta para conferir un halo distinto y distante a la institución. Lo más significativo fue el inmenso despliegue de personal adscrito a la llamada casa del rey, de la reina, de los príncipes o infantes, todo incorporado a la residencia física del rey y su familia. El personal estaba rigurosamente jerarquizado; se distinguía por sus funciones, por su vestuario y todo ello ordenado por un reglamente puntilloso.
La corte en su sentido pleno estaba constituida por los instrumentos de gobierno, organizados en consejos, cuyo número y entidad, siguiendo la tradición de los Reyes Católicos, fue aumentando en todos los sentidos por el ingente volumen de la herencia recibida por Carlos V. El número de consejos quedó fijado en 1525, pero siempre con la posibilidad abierta a nuevas instituciones complementarias o remodelación de las existentes como sucedió en 1588 con el Consejo de Castilla.
Como centro de toda la vida del reino, por la corte pasaban todos los asuntos, no solo los graves asuntos de estado, sino la infinita variedad de problemas de todo tipo que la centralización y meticulosidad de Felipe II, había concentrado en la sede del gobierno. Como ha sucedido siempre era una pesada pero inevitable servidumbre. Santa Teresa distinguió acertadamente el hecho concreto de la corte como centro neurálgico del gobierno; pero también se refiere a ella en el sentido extenso de la capital, como lugar de agitación, de intrigas y de conflictos. Así la evoca en la vieja asimilación como nueva y eterna Babilonia (cta a María de San José, 22.10.1577). En este sentido parece que le producía especiales reservas. Así manifestó que aunque le agradaba una fundación en Madrid ‘me hace una resistencia extraña’ (cta a D. Teutonio de Braganza, 2.1.1575), ‘debe ser tentación’. Pero en su caso, como en el de tantos, acudir a la corte era una fuerza mayor por causa de sus tareas fundacionales que implicaban dificultades y problemas sobreañadidos. Cortando por lo sano ella misma acudió a la corte y al mismísimo rey, cuando circunstancias más graves lo exigieron. Con todo, lo habitual y más oportuno era dotarse de otros medios. Santa Teresa los tuvo y los utilizó. Así, por ejemplo, la saga de los Gracián, padre y los tres hermanos, Antonio, Diego, Tomás, convertidos en agentes, siempre cuidadosos, activos y fieles a cuanto la M. Teresa les confiaba. Un agente especial, de plena confianza en los años críticos para la obra teresiana, tuvo la Santa en Roque de Huerta desde 1577 hasta unos meses antes de 1582. Por su cargo de ‘guarda mayor de los montes de su majestad’ la Santa no omite nunca este detalle en las cartas que le envía estaba bien colocado para prestar eficaz ayuda ante el rey. Otro colaborador para asuntos en Madrid fue Pedro de Casademonte, eficaz colaborador en las gestiones para la separación de Provincia en 1581. Asistió al Capítulo de Alcalá en marzo de dicho año y en nombre del rey.
La corte es un mundo especial en cuyo entramado y secretos era necesario iniciarse. El P. Gracián tuvo especial habilidad y ‘hace mucho en un día y que, hablando con unos y otros, y de los que vuestra paternidad tiene en palacio… se podría hacer mucho para con el rey’ (cta a Jerónimo Gracián, 14.4.1578).
A. Pacho