Es una de las mujeres que siguen a Jesús durante su ministerio público. La exégesis moderna distingue en los Evangelios dos o tres personas bajo esa denominación: a) María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro, que «ha elegido la mejor parte» (Lc 10,38-42), que logra de Jesús la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45), que derrama un precioso perfume sobre la cabeza de Jesús (Jn 12,1-8)… b) María de Mágdala, de la que Jesús expulsó siete demonios (Lc 8,2), que lo sigue al pie de la cruz (Jn 19,25), que en la mañana de Pascua lo encuentra resucitado (Jn 20,1-10)… c) la pecadora anónima que en casa de Simón el Fariseo unge los pies de Jesús y de quien ésta afirma que «ha amado mucho» (Lc 7,36-50).
Siguiendo la iconografía, la liturgia y la devoción populares, T las unifica a todas ellas en un solo personaje y bajo un solo nombre «la Magdalena», que es para ella «la pecadora convertida», la contemplativa de Betania, la que unge los pies del Señor, la de la mañana de Pascua, la que recibe de El la paz. De ahí que su figura se convierta en denso y complejo motivo de inspiración:
a) Ante todo, T ve en M.ª Magdalena un maravilloso «tipo de conversión». Ella es una de las santas «pecadoras» que figuran en la lista de sus devociones predilectas (la enumera después de «los patriarcas» y antes de «las diezmil mártires»). T se identifica con ella en el momento de la propia conversión (V 9,2). Por su fulminante tránsito del amor profano al ardiente amor de Cristo, T la coloca a la altura de Saulo de Tarso: «Pablo… en tres días estaba enfermo de amor. La Magdalena desde el primer día» (C 40,3). «Ella con brevedad… da del todo con todo en el suelo» (V 22,15)…
b) De acuerdo con la tradición espiritual, T ve también en la Magdalena el gran modelo de la vida contemplativa: recuerda el texto evangélico según el cual ella escogió la porción mejor (Lc 10,40; V 17,4; M 7,4,13); Jesús mismo sale en defensa de ella y de su («ocio santo»: V 17,4), y así lo hará para con todos los contemplativos (C 15,7; M 6,11,12). Es su vida contemplativa la que da quilates a su amor (evocando el texto de Jesús: «porque amó mucho»: Lc 7,47). «Tengo para mí que el no haber recibido martirio fue por haberle pasado en ver morir al Señor» (M 7,4,13). Fue ese «fuego de amor» el que la mantuvo firme al pie de la Cruz (V 21,7; C 26,8). El recuerdo de sus pecados y del perdón de Jesús, «yo pienso que fue éste un gran martirio de San Pedro y la Magdalena, porque como tenían el amor tan crecido y habían recibido tantas mercedes y tenían entendida la grandeza y majestad de Dios, sería harto recio de sufrir, y con muy tierno sentimiento» (M 6,7,4). Teresa misma se siente émula de esa su pasión de enamorada, y quiesiera en cierto modo suplantarla al lado de Jesús (especie de idilio místico, insinuado en las Relaciones 21, 32, 42, y en el episodio referido por D. de Yepes, Vida y virtudes…, I, 19).
c) Ya en el plano doctrinal, la Magdalena sirve a T para fijar ciertas tesis fuertes respecto del camino espiritual: la determinada determinación para convertirse y seguir a Cristo (V 21,7; C 26,8); la posibilidad de pasar desde el estado de pecado a la experiencia contemplativa por pura gracia de Dios (C 40,3; M 1,1,3 y 7,2,7); la seguridad de contar con la asistencia misteriosa de Jesús en los trances de persecución o incomprensión humana (C 15,7); la certeza de la fecundidad apostólica de la vida contemplativa (R 5,5; M 7,4,12; R 5,5; Conc 7,3); Marta y Magdalena, como Lía y Raquel, son los tipos de acción y contemplación, vida activa y vida contemplativa (V 17,5; 22,9; M 7,4); pero ella es, sobre todo, el tipo del amor total a Cristo Jesús (V 21,7; R 21,32,42).
d) La misma piedad eucarística de T se inspira en las actitudes amorosas de la Magdalena. Durante «más de treinta años» cuenta ella, el Domingo de Ramos «procuraba aparejar mi alma para hospedar al Señor» como lo hicieron ese día las hermanas de Betania (R 26). Y «muchos años, cuando comulgaba, ni más ni menos que si viera con los ojos corporales entrar en su posada al Señor, procuraba esforzar la fe… Considerábase a sus pies y lloraba con la Magdalena, ni más ni menos que si con los ojos corporales le viera en casa del Fariseo…» (C 34,7).
e) La Santa conoce, a través de los «Flos Sanctorum», la leyenda de la Magdalena, que después de la Ascensión de Jesús emprende el camino del desierto, donde vive 30 años haciendo ingentes penitecias (plásticamente recordadas por la imaginería medieval y del renacimiento). Teresa se hace eco de esa leyenda al hablar en Vida 22 del indispensable amor a la Humanidad de Jesús: «Pues para que esté a los pies de la Cruz de Cristo le dan licencia, procure no quitarse de allí, esté como quiera; imite a la Magdalena, que de que esté fuerte, Dios la llevará al desierto» (V 22,12; cf Oseas 2,16).
f) En el breviario carmelitano la fiesta de santa María Magdalena se celebraba el 22 de julio. En el breviario usado por T en sus últimos años (edición de Venecia 1568), se le dedica un amplio oficio (folios 303v-306v), que engloba los datos evangélicos alusivos a «las tres Marías» y que está presidido por una viñeta que ostenta a la Magdalena llevando en alto el vaso de ungüento y aromas. Las lecciones 7ª, 8ª y 9ª de maitines toman el texto de san Gregorio, que en una de ellas refiere: «hanc vero, quam Lucas peccatricem mulierem, Joannes Mariam nominat, illam esse Mariam credimus de qua Marcus septem demonia eiecta fuisse testatur» (p. 305). Todavía los textos finales del oficio recogen copiosamente la leyenda postbíblica de la Magdalena, su viaje por mar, su vida cerca de Marsella, su predicación y la milagrosa conversión del príncipe y la princesa de aquella región. Relato breve, pero tupido de peripecias.
A T se debe la gran difusión de imágenes de la santa (pecadora, penitente, encendida en amor a Cristo, etc.) en los primeros Carmelos teresianos, y su copiosa presencia en los florilegios poéticos de la primera generación de carmelitas (cf Víctor G. de la Concha, Libro de romances y coplas del Carmelo de Valladolid… I (Salamanca 1982), pp. 147-150). Breviario. conversión. Devociones,
T. Alvarez