En tiempo de T apenas existía la medicina preventiva o la simple promoción de la salud. Más bien se ocupaba de poner remedio a las dolencias, especialmente a las físicas, frente a las cuales el común de la gente tenía tres posibles soluciones: o la científica, recurriendo al médico profesional; o la popular, acudiendo al curandero de renombre; o la religiosa, encomendándose a algún santo protector de alguna enfermedad particular (por ej., para los males de garganta, san Blas; para las epidemias san Roque, etc, o en las pestilencias asoladoras, a todos los santos). En el caso personal de T queda constancia del recurso a los dos primeros, y a los remedios caseros. Lo resumiremos en tres puntos: a/ los médicos; b/ los curanderos; c/ las recetas caseras.
El médico era ya entonces un profesional con título universitario de licenciado o de doctor. Cada hospital contaba, según su categoría y posibilidades económicas, con dos o más médicos, generalmente obligados a visitar a los enfermos hospitalizados, al menos dos veces al día. T conoció esa usanza en el Hospital de la Concepción de Burgos, donde efectivamente ejercían dos doctores, contratados por los regentes del hospital. En éste residió ella temporalmente, aunque no en calidad de enferma sino como solicitante de hospedaje de emergencia (F 31,27). Pero ahí conoció de cerca el sistema de curas aplicado a enfermos graves, y entabló amistad con uno de los médicos, el Dr. Aguiar, que le correspondió con admiración, asistencia y ayuda económica y le diagnosticó alguna de sus muchas dolencias. Al servicio de los médicos estaban, en grado inferior, los cirujanos y los sangradores. En el caso de T intervinieron estos últimos reiteradas veces. La sangría era ejecutada por el ‘barbero’ y se hacía en uno de los brazos para ‘librar el organismo del exceso de humores’. Las Constituciones teresianas preveían la entrada en clausura del ‘médico o barbero’ (5,2). T misma se sometió a la sangría numerosas veces, acusando con frecuencia la debilidad subsiguiente. Así, en mayo de 1568 llega a Toledo cansada y enferma: ‘con el sol y el camino, el dolor que tenía… me creció de suerte que cuando llegué a Toledo me hubieron de sangrar luego dos veces… y me parto [camino de Avila] bien desflaquecida (porque me sacaron mucha sangre), mas buena’ (cta 8,3). Las sangrías la obligan a escribir de mano ajena: ‘la mano ajena suplico a vuestra merced perdone, que me tienen las sangrías flaca y no está la cabeza para más’ (cta 28,2: agosto de 1570). ‘Yo no entiendo sino en regalarme…, que sobre las cuartanas me dio dolor en un lado y esquinancia… Con tres sangrías estoy mejor’ (41,1: marzo de 1572). Y en la primavera de 1577: ‘sangréme ayer, y mándanme sangrar hoy…’ (191,1). Aun así, no es fácil hacerse una idea de la frecuente intervención del barbero.
Cuando T enfermó gravemente a los 23-24 años, los médicos se dieron por fracasados ante su enfermedad. Su padre, don Alonso hubo de recurrir a la famosa curanderade Becedas. T se sometió, de buena fe, a las pócimas y terribles purgantes de la aldeana quien expresamente condicionó la cura a la temporada de verano (V 4,6), curas que la dejaron extenuada y casi moribunda. Cuando don Alonso decidió la retirada y el regreso a Avila, los médicos intervinieron de nuevo: ‘tornaron a verme médicos. Todos me desahuciaron, que decían sobre todo este mal, decían estaba hética’ (V 5,8). Luego, diagnostican su muerte, si bien T sobrevive y pasa tres años de parálisis (ib 6,2). No sabemos hasta qué punto volvieron a intervenir los galenos. T hubo de someterse nuevamente a las mañas de otra curandera a los 63 años. En la nochebuena de 1577 había caído por la escalera en San José de Avila (‘escalera del diablo’) dislocándose el brazo izquierdo. Y con él inmovilizado pasó los cinco meses siguientes (enero-mayo). Al parecer, no hubo en Avila médico alguno capaz de recolocarle el brazo. Fue la priora de Medina, Inés de Jesús, quien le envió una curandera experta en tirones salutíferos. Lo cuenta T misma en carta del 7 de mayo: ‘¡Oh, mi padre, que se me olvidaba! La mujer vino a curarme el brazo, que lo hizo muy bien la priora de Medina en enviarla, que no le costó poco ni a mí el curarme. Tenía perdida la muñeca, y así fue terrible el dolor y trabajo, como había tanto que caí… Parece que quedo curada, aunque ahora con el tormento poco se puede entender si lo está del todo… Fue tanta la gente que acudió a ella [a la curandera], que no se podían valer en casa de mi hermano’ (cta 244,4). Como si el éxito de la curandera subrayara más expresamente la derrota o la impotencia de los médicos abulenses.
En tiempo de T la botica era ya una institución oficial y veterana, si bien expuesta a toda clase de trucos y adulteraciones, que motivaron más de una pragmática regia. Pero al margen de las boticas oficiales existía el tráfico popular de triacas, medicinas y recetas. De estas últimas son buen testigo los escritos teresianos, especialmente las cartas (cf además M 2,9, en que recuerda a los vendedores de triacas y venenos). La Santa es bastante adicta a las ‘aguas medicinales’: al agua de Loja, o a la de Fuentepiedra (Antequera), o al ‘agua de azahar’, o al ‘agua rosada’, si bien decididamente opuesta al agua de zarzaparrilla. Favorable a los sahumerios, a ciertas píldoras maravillosas y a pastillas para el brasero, al ruibarbo, a jarabes especiales, alguna vez para uso propio, las más de las veces para aconsejarlo a otros. Uno de los más famosos es su ‘jarabe del rey de los medos’ (cta 143,7), aunque no llegamos a saber en qué consistía ese brebaje; pero ‘este jarabe me da la vida’ (cta 105,7). Con todo, la más famosa de sus recetas es la de los ‘sahumerios con erbatum y culandro y cáscaras de huevos y un poco de aceite y poquito romero y un poco de alhucema…’ (cta 163,1). Casi adelantándose a la medicina de su tiempo, más preocupada de remediar que de prevenir, T dará a la priora de Sevilla la receta, entre espiritual y clínica: ‘mire mucho por sí, que más vale regalarse que estar mala’ (cta 114,6). Enfermedades.
BIBL.P. Bilbao Aristegui, Santa Teresa enfermera. Burgos 1982; M. Izquierdo, Enfermedades y muerte de santa Teresa. Madrid 1963.