Dominico insigne. Nacido en Medina de Rioseco (Valladolid), 1527. Hijo de Andrés de Lillo y de Ana de Santallana. Profesó en San Esteban de Salamanca el 26.11.1546, donde había sido connovicio de Domingo Báñez. Fue profesor en Santa María la Real de Trianos (León). Luego tuvo cátedra en San Esteban de Salamanca, y de ella pasó a la cátedra de Durando en la Universidad. Al morir el P. Mancio del Corpus Christi (1576), le sucedió en la cátedra de Prima. Fue por esas fechas cuando tuvo noticia de la M. Teresa, con ocasión de las fundaciones de los Carmelos de Salamanca (1570) y Alba (1571). O quizás más tarde, en los viajes de la Santa a Alba y Salamanca (1574). En un primer momento, Medina desestimó e incluso reprobó a la ‘Fundadora’. Lo testifica uno de sus discípulos de entonces: ‘…al tiempo que la dicha santa Madre fue a Salamanca a fundar…, el maestro fray Bartolomé de Medina…, catedrático de prima de teología, cuyo discípulo fue este testigo [Francisco Mena], al principio recibió mal las cosas de la santa Madre, en tanta forma que públicamente en su cátedra dijo que era de mujercillas andarse de lugar en lugar, y que mejor estuvieran en sus casas rezando e hilando…’ (BMC 19, 349). Al saber la interesada que Medina ‘mofaba de ella, le estimó tanto’, testifica Ana de Jesús (Lobera. Ib 18, 467). Pero al conocerla personalmente, Medina cambió de parecer. Incluso se trasladó algunas veces a Alba (1574) para confesarla. Ella misma lo resume todo en su Relación 4, escrita a finales de 1575 (o principios de 1576) para los examinadores de Sevilla: trató ‘con el padre maestro fray Bartolomé de Medina, catedrático de prima de Salamanca, y sabía que estaba muy mal con ella, porque había oído de estas cosas; y parecióle que éste le diría mejor si iba engañada que ninguno…, y procuróse confesar con él, y diole larga relación de todo, lo que allí estuvo, y procuró que viese lo que había escrito, para que entendiese mejor su vida. El la aseguró tanto y más que todos, y quedó muy su amigo’ (R 4,8; cf.R 6,). En el epistolario teresiano abundan las alusiones a él en las cartas de 1574-1575, especialmente en las dirigidas a Báñez y a María Bautista. A Báñez le segura: ‘Con el padre Medina me va bien; creo si le hablase mucho, se allanaría presto. Está tan ocupado que casi no le veo’. Escribe así a principios de enero de 1574 (cta 58,6: desde Salamanca a Valladolid). Y unos días después, al mismo P. Báñez, desde Alba a Salamanca: ‘Esa trucha me envió hoy la duquesa; paréceme tan buena, que he hecho este mensajero para enviarla a mi padre el maestro fray Bartolomé de Medina. Si llegare a la hora de comer, vuestra reverencia se la envíe luego con Miguel, y esa carta’ (cta 59,2). Con todo, aún ese mismo año parecen subsistir sombras en las relaciones de entrambos. Se lo escribe a la priora de Valladolid, María Bautista: ‘de lo del P. Medina, aunque sea mucho más, no haya miedo me alborote, antes me ha hecho reír…’ (cta 63,4). Y pocos meses después, a la misma María Bautista: ‘Si, por dicha, el padre maestro Medina acudiere por allá, haga darle esta carta mía, que piensa estoy enojada con él…’ (cta 71,7). Y todavía una confidencia más, a finales de septiembre, no sin cierta reticencia, recomendando a la priora de Valladolid ‘no desgraciar al maestro Medina…; no le deje de enviar la carta, ni se le dé nada aunque no sea tan amigo, que ni él lo debe tanto ni importa nada lo que dijere de mí. ¿Por qué no me lo dice?’ (cta 73,1: fechada en Segovia a finales de septiembre de 1574). Así terminan las alusiones expresas de la Santa al P. Bartolomé. Falleció éste el 30.12.1580. De todas esas cartas a él, no nos ha llegado ninguna. Alvaro Huerga, Bartolomé de Medina y Santa Teresa… ‘Angelicum’ 64 (1987) 218-246. Medina, Blas de Es uno de los mercaderes de Medina del Campo amigos de T. Ante el estado ruinoso del edificio en que se instaló inicialmente el Carmelo de la villa, Blas tuvo un gesto generoso: «ya después de ocho días cuenta T, viendo un mercader la necesidad (que posaba en una muy buena casa), díjonos fuésemos a lo alto de ella, que podíamos estar como en casa propia. Tenía una sala muy grande y dorada, que nos dio para iglesia» (F 3,14). Julián de Avila detalla más: «y como Medina estaba entonces en su antigua prosperidad, estaba todo tan ocupado, que no había remedio adónde nos meter; fasta que vino Dios en un mercader que se llamaba Hulano de Medina, y de la casa en que vivía hizo dos moradas, y en la una se recogió él y su gente, y en la otra admitió a las monjas fasta que labraron en esta casa primera, donde se pudieran meter…» (Julián de Avila, Vida, p. 256; cf Ribera, 2,9, p. 169). Ahí, en la casa del mercader, tendría probablemente la Santa su primer encuentro con fray Juan de Santo Matía (S. Juan de la Cruz).
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