Es la primera ‘salida’ de la Fundadora. A T se lo había permitido el P. General de la Orden, Juan Bautista Rubeo (MHCT 1, 62-66; y F 2,3). El Carmelo de Medina será, por tanto, el primero fundado por ella bajo la obediencia de la Orden.
Cuando en Avila corrió la voz del nuevo proyecto, ‘hubo mucha murmuración: unos decían que yo estaba loca; otros esperaban el fin de aquel desatino’ (F 3,3). A media distancia entre éstos y aquéllos se situaba el Obispo, don Alvaro, que ‘por no me dar pena’ otorgó su beneplácito a ciencia y conciencia de que la aventura de la Madre era un ‘desatino’ (ib). Así partió ella de Avila, con un inmenso ideal en el alma, y por provisión ‘unas blanquillas, harto poco’, insuficientes para comprar casa, pero si acaso bastantes para alquilar algo más que un local a tejavana. De mucho más valer era la comitiva que la Fundadora llevaba consigo: dos monjas de San José; cuatro más de la Encarnación; más un capellán valiente, el famoso Julián de Avila.
A medio camino, un susto: en Arévalo, donde hay que hacer noche, llega al grupo la noticia de que el proyecto de casa para fundar se ha esfumado; llega luego el aviso de que será posible instalarse en una vivienda semiderruida. En cambio, la comitiva se libra de otro buen susto al hacer su entrada a medianoche en Medina: ‘Llegamos… víspera de nuestra Señora de agosto, a las doce de la noche. Apeámonos en el monasterio de Santa Ana [de religiosos carmelitas] por no hacer ruido, y a pie nos fuimos a la casa. Fue harta misericordia del Señor, que aquella hora encerraban toros para correr otro día, no nos topar con alguno’ (F 3,7). Las restantes angustias de la fundadora y las peripecias de la fundación las refiere ella en el mencionado capítulo de su Libro de las Fundaciones. El episodio más conmovedor son los nocturnos de la Santa, cuando comprueba que ha instalado el Santísimo Sacramento en un mísero portal ruinoso. ‘¡Oh, válgame Dios, cuando yo vi a Su Majestad puesto en la calle en tiempo tan peligroso como ahora estamos…! Aunque siempre dejaba hombres que velasen el Santísimo Sacramento, estaba con cuidado si se dormían; y así me levantaba a mirarlo de noche por una ventana, que hacía muy clara luna, y podíalo bien ver’ (F 3,10.13).
El ingreso en Medina acaeció el 14.8.1567. La fundación se inauguró al día siguiente, fiesta de la Asunción. La comunidad hubo de cambiar domicilio varias veces, antes de encontrar asentamiento definitivo. Pero la Santa tuvo ahí la suerte de un primero y feliz encuentro con el joven fray Juan de la Cruz; la nueva suerte de poner en marcha su primera fundación de Descalzos; de entablar amistad con todo un florón de gentes selectas: el mercader Blas de Medina, que le cede gran parte de la propia casa; el célebre asentista Simón Ruiz, que firmará las escrituras indispensables para que la Fundadora sea aceptada por el Concejo urbano; con varias damas amigas incondicionales; y con espléndidas vocaciones carmelitas, entre ellas, la sobrina del futuro Cardenal Quiroga, Jerónima Quiroga, y la sobrina del mencionado Simón Ruiz, la joven Isabel de los Angeles, a quien T dedicará dos de sus poemas (Po 25 y 26). En la hora de la fundación fue de importancia el testimonio del célebre asentista Simón Ruiz, que en las informaciones previas a la concesión del permiso por parte del obispo de Salamanca, declaró, en calidad de regidor de Medina: ‘porqueste testigo es informado de personas religiosas, doctas y muy cristianas que viven las dichas monjas con mucha aspereza y cristiandad, dando mucha doctrina santa y buena…’ BMC 5, 345).
A este su Carmelo de ‘San José de Medina del Campo’, regresará varias veces la Santa, a lo largo de su tarea de fundadora. Ahí se detendrá a descansar en el viaje de Burgos a Alba, pocos días antes de su muerte. Aún hoy, el Carmelo medinense sigue lleno de recuerdos y reliquias de la Santa.
Bibl.Documentación sobre la fundación, en BMC 5, pp. 342-374; y MHCT 1, 62-71; 2, 317-319; E. Jorge Pardo, Siguiendo a santa Teresa: la fundación de Medina, en ‘Manresa’ 39 (1967) 245-262; P. M. Garrido, Santa Teresa, priora de la Encarnación de Avila. Intervención del P. Angel de Salazar, en MteCarm. 95 (1987) 73-82; J. L. Rodríguez, Santa Teresa en Valladolid y en Medina del Campo, Valladolid 1982; Reforma 1,2,218.
F. Domingo