El mundo de las «misiones» entra con fuerza en la vida de Teresa de Jesús y en su tarea carismática en la Iglesia, al abrirse en plenitud el horizonte apostólico, que ha presidido su vida desde 1560. A los «ímpetus grandes de aprovechar almas» y disposición a sufrir mil muertes «por salvar una sola alma de tan gravísimos tormentos» (V 32,6) que brotan en ella en 1560, se añade el progresivo descubrimiento y la vivencia de la iglesia concreta, en que vive. Es la cristiandad con sus «grandes males y necesidades», con la división protestante dentro, y con los moros y judíos más allá de sus fronteras. Una gran pena le «llega a lo íntimo de sus entrañas»: la de «las muchas almas que se pierden, así de herejes, como de moros; aunque las que más le lastiman son las de los cristianos» (M 5,2,11).
La respuesta de Teresa no se limita a sentimientos. Descubre en esa realidad histórica y eclesial una llamada de Dios para actuar activamente en ella, y convoca con fuerza a sus hijas y hermanas de la nueva comunidad de San José de Avila a unirse en esa misión urgente, imprimiendo un sentido apostólico a todos los elementos que componen el tejido de la vida del carmelo renovado. Es un gran reto, que debe afrontar el grupo en comunión de vida (C 3,10). A ese fin iban orientados sus deseos y pláticas con sus hermanas durante los cuatro años (1562-1566) vividos en la pequeña comunidad de San José (F 1,6).
Apertura al mundo de las misiones (1566)
Herejes, moros y cristianos; era el mundo, que dominaba su conciencia a lo largo de su vida hasta este momento. De repente su visión apostólica se extiende a la totalidad del misterio de la Iglesia y del mundo, con apertura apostólica vivencial al área de los infieles, a la geografía más allá de la cristiandad, al mundo misionero.
Sabemos la fecha y la ocasión exactas. Finales del verano de 1566. Es cuanto tiene el encuentro con el misionero franciscano venido de las Indias occidentales, padre Alonso Maldonado de Buendía. Tras sus años de actividad misionera (1551-1561), Maldonado está inmerso en tareas de defensa de los «indios» ante el Consejo de las Indias contra los abusos de los conquistadores. Lo hace con palabras vehementes y con gestos a veces exagerados.
Camino de Madrid, Maldonado se detiene en Avila, y tiene un encuentro con Teresa y sus monjas de San José. Lazos de familia y de amistad hermanos, sobrinos y amigos residían en América unían a la Santa con los reinos de las Indias. Las palabras de fuego de Maldonado presentan, sin embargo, ante sus ojos un panorama nuevo. «Comenzóme a contar afirma la Santa de los muchos millones de almas que allí [en las Indias] se perdían por falta de doctrina. Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí» (F 1,7). Tierras conquistadas, pero no evangelizadas, con almas, que, al no conocer a Cristo, se pierden. Se produce una sacudida interna muy fuerte en Teresa. De nuevo brota en su espíritu un hontanar vibrante de deseos, de oraciones y de lágrimas: «clamaba al Señor, suplicándole diese algún medio para ganar algún alma para su servicio,… que pudiese mi oración algo, ya que no era para más» (ib).
Al recordar Teresa en 1573 este encuentro con Maldonado y la llamada interior a abrazar en su oración a toda la humanidad que no conoce a Cristo, nos revela sus aspiraciones íntimas con palabras, que van a ser clave en la historia misionera del nuevo Carmelo. «Había gran envidia a los que podían por amor de nuestro Señor emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes. Y así me acaece que cuando en las vidas de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace y más ternura y más envidia que todos los martirios que padecen, por ser ésta la inclinación que nuestro Señor me ha dado, pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos, mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer» (ib).
El Señor respondió a sus ansias y súplicas apostólicas con una promesa: «Espera un poco, hija, y verás grandes cosas» (F 1,8). La promesa profética viene a cumplirse según entendió la misma Teresa, en lo que sucede tras el encuentro unos meses más tarde, con el General de la Orden, padre Juan Bautista Rubeo. El encuentro con el General en Avila fue transcendental para la obra carismática de Teresa en la Iglesia. Además de recibir una impresión inmejorable de la comunidad de San José, Rubeo comprendió sus aspiraciones apostólicas y decidió apoyar la «manera de vivir» implantada por la Santa. «Entendió de mi manera de proceder en la oración anota Teresa que eran los deseos grandes de ser parte para que algún alma se llegase más a Dios» (F 2,3).
El 27 de abril de 1567, Rubeo extendía patentes para que Teresa pudiera fundar monasterios de monjas en Castilla. Unos meses más tarde, el 10 de agosto de 1567, el General otorgaba licencia para la fundación de dos casas de frailes con iglesias en Castilla en la línea que apuntaba la monja de Avila. Teresa se pone en movimiento fundacional. Nace una familia religiosa en la Iglesia, que con «su oración e industria» se emplee en llevar a Cristo a las almas que no le conocen.
En las conferencias espirituales en el locutorio de San José, Teresa y Rubeo habían hablado obviamente de los deseos y finalidad apostólica, que animaban su vida y la de la comunidad de San José. ¿Habían compartido la preocupación por la evangelización de las Indias, que ambos, tanto Teresa como Rubeo, sentían en ese momento? El santo General estaba interesado en que los carmelitas se unieran a la empresa de evangelización del nuevo mundo. Animado por ese deseo, Rubeo extendió patentes a algunos religiosos españoles para que pudieran pasar a las Indias, permanecer en ellas y abrir casas de observancia regular. El general Rubeo no logró ver realizados sus deseos.
Respecto de Teresa, la atención apostólica hacia las Indias, despertada por Maldonado, fue incrementándose con la marcha hacia esas tierras de religiosos muy cercanos a ella, y con los que mantuvo correspondencia epistolar. Por ejemplo, en marzo de 1569, parte hacia el Perú el dominico García de Toledo, confesor y discípulo suyo y principal destinatario del Libro de su Vida. Acompañaba, como asesor religioso, al virrey Don Fernando de Toledo, volviendo a España en 1581.
De la Compañía de Jesús, uno de sus confesores Francisco de Vitoria iría también de misionero al Perú, donde, según testimonio de Teresita, fue también confesor de su hermano Francisco (cf Proceso de Avila de 1610, en BMC 19, 344). A la misma Compañía pertenecía un primo suyo, el novicio Francisco Pérez Godoy, uno de los cuarenta jesuitas martirizados el 15 de julio de 1570 frente a las costas de Brasil (cf Carta do P. Pero Díaz ao Provincial de Portugal Leâo Henriques da Ilha de Madeira, Broteria 43 (1946) 193-200). Según testimonio del P. Baltasar Alvarez, su confesor en Avila, Teresa de Jesús vio subir al cielo a Francisco y compañeros a raíz del martirio, antes de que la noticia de su muerte llegara desde Madeira.
Todo esto mantuvo a la Santa sensible y sufriente ante los problemas humanos y cristianos de los «indios». Al enterarse de que su hermano Lorenzo había decidido volver a España, se alegra de ello, y considera una gracia de Dios le escribe en enero de 1570 el «que nos juntemos entrambos para procurar su honra y gloria y algún provecho de las almas, que esto es lo que mucho me lastima, ver tantas perdidas, y esos indios no me cuestan tan poco» (cta 24,13 a Lorenzo).
¿Llegó Teresa de Jesús a prestar atención apostólica al mundo de los paganos de Africa, al mundo de los negros, más allá del área de los moros? Ocasión de tomar conciencia de su evangelización se le ofreció por los años 1575, o directamente por la palabra del licenciado Juan Calvo de Padilla, amigo de los descalzos y evangelizador por los años 1560-1562 de Guinea (Africa), o por medio de Jerónimo Gracián, en quien Padilla había despertado el celo por la conversión de los «negros del reino del Congo» (J. Gracián, Peregrinación de Anastasio, Dial. 14, en BMC 17, 213).
Al Congo en Africa (1582-1586)
Africa, en concreto el Congo, recibe a los primeros misioneros del Carmelo Teresiano. Los reinos del Congo eran en ese momento meta urgente de evangelización para los religiosos de España-Portugal. D. Alvaro I, el rey africano, pedía el envío de misioneros. D. Martín de Ulloa, obispo de Santo Tomé desde 1578, y quienes llegaban de Guinea, hablaban de la «necesidad de ministros para la conversión de aquellas gentes» (cf Gracián en la Patente del 19 de marzo a los misioneros: MHCT 3, 13). El Congo aparecía, por otra parte, como el camino más directo hacia Etiopía, sorteando la frontera del Islam para darse la mano con el reino cristiano de Abisinia. Y de aquí, se abría el camino hacia el mundo de Asia.
La apertura de una casa en Lisboa en octubre de 1581, con el P. Ambrosio Mariano como fundador, puso a los carmelitas descalzos en contacto directo con esa realidad nueva misionera del área africana. El Rey Felipe II, residente en Lisboa por esas fechas, invitó a los carmelitas a participar en la evangelización de los territorios del imperio portugués, entre ellos el del Congo o Guinea. Mariano se apresuró a pasar el mensaje del Rey al nuevo provincial, padre Gracián. Este se encontraba en este momento en Burgos, acompañando a la madre fundadora Teresa.
Gracián aceptó con gozo la propuesta e inmediatamente se puso en contacto con algunos de los hombres responsables de la provincia (Doria, Mariano, Gregorio Nacianceno, Juan Roca) y con religiosos concretos para poder llevar a realidad el proyecto. El 19 de marzo redactó en Valladolid la patente de misioneros del Congo para cinco religiosos. Es el primer documento misionero del Carmelo Teresiano, rico en contenido y abierto en sus perspectivas y directrices.
En la patente, subraya Gracián algunas motivaciones que les impulsaban a los carmelitas a asumir la tarea misionera. Imitadores del «celoso Elías» pero sobre todo de aquel que «vino al mundo y derramó su sangre en la cruz por nuestra salvación, en cuya honra y gloria seguimos aspereza y oración, juntándolo con letras, no sólo para afervorar nuestros espíritus y domar nuestras pasiones, sino para que con la penitencia, ayuno, aspereza de cama y vestidos nos industriemos a sufrir los trabajos de la peregrinación que se ofrecen en las tierras, donde con el fervor y letras pretendemos traer almas que conozcan, adoren y amen a su Criador» (cf MHCT 3, 12-16). No hay referencia a Teresa de Jesús, pero está ahí el eco de sus consignas: que nuestro estilo de vida aspereza, oración y letras está orientado no simplemente a la propia perfección, sino a la salvación de las almas.
En escritos posteriores, cuando estaba ya abierto el caso de las misiones entre los descalzos, el P. Gracián anota que la misión se había realizado «con consejo y anuencia de la mesma Madre» Teresa de Jesús (cf De la Fuente, D. V., Escritos de Santa TeresaII, Madrid,1879,491). Cuando estaba la expedición para salir de Lisboa, la Santa envió un saludo al jefe de la expedición, P. Antonio de la Madre de Dios (cf cta 436,5, a Mariano). El hecho de que la primera expedición misionera se realizara en vida de la Santa ha sido subrayado en todas las historias de nuestras misiones, como algo muy importante para discernir nuestro carisma.
Sabemos también de carmelitas descalzas que dieron ánimo a los expedicionarios. Ana de Jesús, priora de Beas, por ejemplo. El P. Antonio, antes de ir a Lisboa, le hizo una visita en Beas, manifestándole su vocación misionera; Ana le animó, diciéndole que «fuera a ejecutar la voluntad que Dios le daba de convertir almas, porque sería gran ventura perder la vida en empresa tan gloriosa» (Belchior, Chronica I, 104).
El 5 de abril de 1582, a las seis de la mañana, zarpaban hacia el Congo desde Lisboa. Esta primera expedición sufrió naufragio en las costas africanas, pereciendo los cinco religiosos. Son los primeros mártires silenciosos de la historia misionera del carmelo teresiano. ¿Le llegó la noticia de la tragedia a la Madre Teresa que el 4 (14) de octubre del mismo año moría en Alba de Tormes? Si así fue, sería una más de los carmelitas, que ante esa desgracia «se afervoraron escribe Gracián en 1589 entendiendo ser gran señal de haverse de hazer provecho, pues tanto le pesava al demonio que hacía tan graves contradiciones» (Gracián, Fundaciones, en MHCT 3, 672).
Se forma de nuevo un grupo de cinco misioneros para el Congo. Esta segunda expedición se hace al mar un año más tarde, en abril de 1583. Tampoco esta vez pudieron llegar a su destino nuestros cinco misioneros. La nave, en que iban, sufrió abordaje por parte de corsarios ingleses. Los religiosos fueron abandonados en la isla de Santiago, donde uno de ellos murió.
Se prepara una tercera expedición de tres misioneros, Diego de la Encarnación, Diego del Ssmo. Sacramento y Francisco de Jesús, el «indigno». Partieron el 10 de abril de 1584, llegando a Angola el 4 de septiembre y al Congo, a finales de noviembre o primeros de diciembre del mismo año 1584. Los misioneros fueron muy favorablemente acogidos por el rey D. Alvaro. Las primeras cartas que escribieron desde el campo misionero hablan de mucho fruto en conversiones y bautizos (cf Severino de Sta. Teresa, Santa Teresa de Jesús por las Misiones, Vitoria, 1959,141-143).
Expedición a Nueva España en las Indias Occidentales: 1585
Mientras llegaban a finales de 1584 y en 1585 las buenas noticias de Africa y acercándose al final el cuatrienio de provincialato del padre Gracián, se dan en el joven carmelo teresiano dos iniciativas misioneras, que subrayan la conciencia de universalidad misionera del momento. Son el convenio de hermandad con los Franciscanos descalzos en vista a la conversión de la gentilidad, y la salida de misioneros hacia las Indias occidentales. Ambas iniciativas, como la misión hacia el Congo, nacen en ese centro geográfico de intensa conciencia misionera, que es Lisboa por estas fechas.
El proyecto de colaboración misionera queda plasmado el 9 de abril de 1585 en un documento, llamado de «Hermandad». Lo firman el documento por parte de los carmelitas los padres Gracián, Antonio de Jesús y Mariano, y por parte de los franciscos, los padres Martín Ignacio de Loyola, comisario de China y Filipinas, Francisco Ramos, y Francisco Peregrino (cf ChronicaI, 183-185). Es un proyecto de colaboración en la empresa común de trabajar «en los negocios de la conversión».
Ese mismo año y en la misma ciudad de Lisboa se había hecho un «concierto y hermandad» entre el convento de Carmelitas Descalzas, y el de Dominicas de la Anunciada, que las habían acogido en su convento a su llegada de Sevilla. La firman por las Carmelitas la priora María de San José, tan familiar a Teresa de Jesús y cinco religiosas más y por las Dominicas, la priora María de la Visitación y cinco religiosas más. El fin de la «hermandad» era el de enfervorizarse mutuamente en vivir su vida contemplativa, y en «pedir muy de veras a su dulcísimo Esposo Jesús y a la Virgen sacratísima por el aumento de la santa Fe Católica» (ChronicaI, 130-131).
Relacionado con ese proyecto está el folleto «Estímulo de la propagación de la Fe», que Gracián escribe a principios de 1585. Publicado por vez primera al año siguiente de 1586, hará mucho fruto en las diversas ediciones que tiene. El tratadillo es una «exhortación para ir a predicar el Santo Evangelio a la Gentilidad y a las tierras de infieles y herejes».
En ese clima de interés por la conversión de la gentilidad tiene lugar la decisión de enviar carmelitas descalzos a las Indias occidentales, a Nuevo México en concreto. Las gestiones con el Consejo de Indias finalizan para mayo de 1585, justo cuando se celebraba el Capítulo provincial en Lisboa, en que es elegido nuevo provincial el padre Nicolás Doria. Ausente el Provincial en Génova, el padre Gracián, como primer definidor, junto con sus tres colegas en el definitorio, a saber, Juan de la Cruz, Gregorio Nazianceno y Juan Bautista, extienden el 17 de mayo la Patentede destino de los misioneros a Nuevo México.
Un grupo de once misioneros se embarcan el 11 de junio de 1585 en Sevilla, llegando a San Juan de Ulúa (Veracuz) en México el 27 de septiembre del mismo año. Ellos abrieron el primer convento del Carmelo Teresiano en el nuevo mundo en San Sebastián de México con sus Doctrinas para la conversión y catequesis de los indios (cf D. V. Moreno, Los Carmelitas Descalzos y la Conquista Espiritual de México, México (1983) 4-16). A este campo esperanzador, fueron destinados en 1588 y en 1591 Gracián y Juan de la Cruz respectivamente, sin que ninguno de ellos llegara a destino.
El P. Gracián veía en el envío de religiosos a México unas perspectivas significativas de futuro misionero: de México se podía pasar a los reinos de la China, Filipinas y de las Indias orientales. Su llamada a la tarea evangelizadora al término de su provincialato fue profética: «Después de averlo tratado muy muchas veces con Nuestro Señor y dicho por esta causa muchas misas, he dado en la cuenta que nuestra Provincia caerá y se deshará si no se sustenta con sangre derramada por Cristo, con conversión de almas, sea acá o sea allá» (Apología, MHCT 3, 89).
Eclipse de la acción misionera en la Congregación española
Esa visión universalista con horizontes abiertos a la acción por la conversión de las almas va a padecer un fuerte eclipse durante el gobierno del P. Nicolás Doria, como Provincial y como primer Vicario y Superior General (1585-1594) y de sus sucesores en la Congregación española, que desde el año 1597 abraza las comunidades de los reinos de España, mientras la Congregación italiana se abre a fundar en cualquier región del mundo. Doria vive e impulsa un concepto de la «descalcez», como una «reforma» en la que la observancia regular, estructurada en numerosos actos de «vida común» y en clima de oración, encerramiento en el convento y penitencia, es la clave de la perfección. Eso era para él y el grupo que comparte sus ideas el distintivo de identidad del nuevo carmelo reformado.
La aplicación rigurosa de ese concepto y de ese estilo de «vida común» mediante el gobierno de «La Consulta» hizo replegarse en demasía a las comunidades sobre sí mismas, restringiendo el horizonte a la acción apostólica y misionera. En este contexto asistimos al final de la misión del Congo, por falta de apoyo y de nuevas iniciativas. Los misioneros volvieron a España a finales de 1586 o principios de 1587. En la historia del Carmelo Teresiano, la misión abortada del Congo se recordará siempre como un espléndido arranque misionero de la joven familia, llevado a realidad con sangre y lágrimas, pero con la tristeza remansada por haberla dejado morir.
Fue inútil el esfuerzo de algunos religiosos de querer frenar ese proceso restrictivo de la actividad apostólica. Lo intentaron Juan Roca en 1589 (cf carta a Felipe II, MHCT 3, 487-492), y sobre todo Gracián, que ya en 1590 recordaba el espíritu y palabra de Teresa, afirmando que «de aquí nació criarnos todos a los principios en esta vocación de ir a convertir gentiles» (cf Escolias al libro de la Vida de la M. Teresa de Jesús de Rivera, ed. L. Astigarraga, Teresianum (1981) 371). Fue fatal para un ulterior discernimiento del carisma la expulsión de la Orden de Gracián (17.2.1592), y el silenciamiento de una forma u otra de los que tenían otro concepto sobre puntos integrantes del carisma de la nueva familia.
Durante el gobierno de los siguientes superiores generales de la Congregación española, particularmente de Francisco de la Madre de Dios (1600-1607) y Alonso de Jesús María (1607-1613, 1619-1625), la orientación dada por Doria se hace definitiva, acentuándose la dimensión eremítica de la vida contemplativa del Carmelo. Como punto de referencia para la identificación carismática se considera de manera muy restrictiva a la Regla «primitiva», leída en clave eremítica. La experiencia de vida, el impulso y la palabra de la madre Teresa de Jesús están ausentes en esa tarea discernidora. Ausencia lamentable.
La invitación de Clemente VIII a comienzos del siglo XVII a volver al Congo y la decisión de la Congregación italiana de responsabilizarse de misiones no fueron suficientes para que la española reconsidera su postura. Además, el concepto de «reforma» oficialmente asumido por ella fue propuesto como el único válido en la primera historia de la Reforma y en las primeras biografías de san Juan de la Cruz, contaminando su contenido y proyectando una influencia negativa sobre la posible actividad apostólica y misionera.
Refrendo definitivo de las misiones en el Carmelo Teresiano
La apertura a la acción apostólico-misionera según el espíritu de Teresa no quedó extinguida en el Carmelo Teresiano, no obstante el rumbo tomado por la Congregación española. Los escritos de la Madre eran mensaje vivo, y alimentaban ya la vida y aspiraciones de muchos religiosos, entre ellos los del grupo de la Congregación italiana. Ante la invitación del Papa Clemente VIII de ir a Misiones y conscientes de la posición tomada por la Congregación española, los descalzos de Italia estudiaron a fondo la cuestión de si la actividad misionera pertenecía a la forma de vida del carmelita descalzo. Propuesto el caso en 1603 a todos los religiosos de las tres comunidades existentes (Génova, Roma, Nápoles), la respuesta fue afirmativa.
La tesis misionera fue presentada en forma sistemática y densa por el P. Juan de Jesús María el calagurritano en dos escritos que dedicó al tema en 1604: «Tractatus quo asseruntur missiones» y «Votum pro missionibus». El P. Juan toma a la madre Teresa, como fuente de identificación carismática de la nueva familia. Algo que resultaría decisivo. Con claridad y fuerza afirma el ideal misionero en la vida y en la obra de la Santa. De ahí nace que «no sólo es lícito a nuestros religiosos el ir a misiones, sino que éstas brotan de la naturaleza de nuestro Instituto». «En resumen afirma el calagurritano o aprobamos el espíritu de la Bta. Virgen y Madre nuestra Teresa, o no; igualmente, o la veneramos como Fundadora o no. Reprobar su espíritu sería temeridad; negarle el hecho de la fundación, ingratitud» (Tractatus, Scritti Missionarii, ed. G. Strina, 173).
Al año siguiente, el calagurritano compuso su Instructio Missionum. Pensando en quienes no aceptaban la actividad misionera, les enfrenta con el hecho de ser, o no ser, hijos de Teresa: «Opinen otros lo que quieran, nosotros como hijos de tal Virgen, o renegamos de nuestro linaje, o seguimos sus pasos» (op. cit., 199). El problema para el futuro será sólo existencial: el hermanar contemplación y acción evangelizadora, en un estilo propio del misionero carmelita teresiano.
Contemporáneamente, la Congregación tuvo actuaciones misioneras decisivas. En 1604 partían los primeros misioneros, cuatro religiosos y un laico, hacia Persia. Así, tras 17 años de abandonar el Congo, el Carmelo Teresiano se hacía de nuevo responsable de una misión. En el capítulo General de mayo-junio del año siguiente, 1605, primero de la Congregación, se reconoció oficialmente la actividad misionera como elemento integrante del carisma del Carmelo Teresiano, decidiendo enviar más religiosos a las misiones. Los superiores, renunciando a sus cargos, se ofrecieron a partir para las misiones y se decretó la fundación de un Seminario para preparar a los futuros misioneros.
El refrendo doctrinal y descripción del fundamento teresiano de la vocación misionera del renovado Carmelo recibió un fuerte apoyo con la incorporación a la Congregación italiana del P. Tomás de Jesús en 1608, si no en argumentos nuevos, sí en la autoridad moral de una persona, que anteriormente y dentro de la Congregación española había sido de opinión contraria. De peso también fue el testimonio repetido de Gracián en sus escritos de estas décadas (entre otros, el Zelo de la Propagación de la fe, en su edición de 1609 y Peregrinación de Anastasio). En ellos, testifica sobre los sentimientos y las palabras de la Madre Teresa de Jesús en favor de ayudar a la salvación de las almas, no sólo por nuestra vida de oración y sacrificio sino por nuestra cooperación activa. Recordando Gracián la opinión de quienes querían reducir la vocación del Carmelo reformado a vida contemplativa pura, afirma: «Dios no me llevó por ese camino sino por el de salvar almas. Y como comuniqué tanto tiempo y con tanta particularidad a la Madre Teresa de Jesús, cuyo espíritu era de celo y de conversión de todo el mundo, pegóseme más este modo» (Peregrinación de Anastasio, diál. III, BMC 17, 97-98).
En los siglos XIX y XX, desaparecida la división de la Orden en dos Congregaciones y asumida la actividad misionera como normal e indispensable, la experiencia y palabras de Teresa son explícitamente reclamo y estímulo de dedicación misionera, tanto para animar la vida diaria con el fermento del amor apostólico y misionero, como para dedicarse a la actividad misionera, cuando llega la llamada. La futura Patrona de las Misiones, Teresa del Niño Jesús, proclama con gozo y sentido de responsibilidad vocacional, su filiación espiritual con la Santa: «Usted sabe escribe a su «hermano misionero» el abate Bellière que una carmelita que no fuese apóstol se apartaría de la meta de su vocación y dejaría de ser hija de la seráfica santa Teresa, la cual habría dado con gusto mil vidas por salvar una sola alma» (cta 198,21.10.1896).
A nivel oficial, la Orden, al profundizar tras el Concilio Vaticano II en las raíces, esencia y exigencias del carisma propio, ha reafirmado que Teresa de Jesús está en el origen de su vocación y misión en la Iglesia y que la actividad misionera de los religiosos es parte integrante del carisma del Carmelo Teresiano (Decretos del Capítulo Especial de 1968, 23, 148). Las Constituciones recogen esas conclusiones, y proclaman que «nuestra Madre santa Teresa prendió en su familia la llama del celo misional que la abrasaba, y quiso que sus hijos trabajasen también en la actividad misionera» (Constituciones, n. 94).
BIBL.Severino de Sta. Teresa, Santa Teresa de Jesús por las Misiones, El Carmen, Vitoria 1959; Giovanni di Gesù Maria, Scritti Missionarii, editados por G. Strina, Soumillion, Bruxelles 1994; Florencio del N. J., La Misión del Congo y los Carmelitas y la Propaganda Fide, Biblioteca Carmelitano-Teresiana de Misiones, Pamplona 1929; D. V. Moreno, Los Carmelitas Descalzos y la Conquista Espiritual de México, México 1983; T. Alvarez, Vocación Misionera de Teresa, en «Estudios Teresianos» III, Burgos 1996, 189-210; José de J. C., Los Carmelitas Descalzos en el Congo, en MonteCarm 70 (1962), 155-188; Hipólito de la Sda. Familia, La misión de los Carmelitas Descalzos en el Congo, en MteCarm 75 (1967), 392-404.
Domingo Fernández de Mendiola