Dominico, nacido en Talavera (Toledo), hijo de Pedro de Orellana e Isabel del Encina . Tras cursar artes y teología en Salamanca (1552-1556), ingresó en el Colegio de San Gregorio de Valladolid (1559), donde luego será profesor durante nueve años hasta ocupar el puesto de regente. Ahí, en Valladolid, lo conoció la Santa, que, al mencionarlo en carta a María Bautista, asocia su recuerdo al del dominico Pedro Fernández Orellana, probable pariente suyo. Los dos intervienen, al parecer con criterios diversos, en el episodio vocacional de la jovencísima Casilda de Padilla (F 10-11), todavía novicia. Escribe la Santa: ‘Parece que reparó en ello el P. visitador [Pedro Fernández] y me quiso dar descuento; al menos a Orellana disculpó mucho’ (cta 73,2: de sept. 1574. Se trataba de la polémica situación de la joven Casilda, que había ingresado carmelita el año anterior, 1573. A él aludirá de nuevo en 1576, con motivo de la misma Casilda, si bien el amanuense de la carta 164,5 transcribe erróneamente su nombre).
Pero su fuerte presencia en la historia teresiana es posterior, motivada por la edición de las obras de la Santa a cargo de fray Luis de León (Salamanca 1588). Ya desde 1587 Orellana residía en Madrid, como teólogo calificador de la Inquisición, propuesto para ese cargo por el provincial Juan de las Cuevas (el que el 1581 había presidido el capítulo de descalzos en Alcalá) a petición del Consejo de la Suprema. En razón de ese cargo altamente prestigioso, en 1591 presenta una denuncia ’espontánea’, según piensa V. Beltrán de Heredia contra las obras de la M. Teresa, que él califica de ‘insania’, cuajadas de errores y herejías, ‘y ansí deben ser vedadas, y otros papeles que de la misma materia andan de mano [=manuscritos], compuestos por la misma M. Teresa’ (firmado el 22.4.1591). Evaluación extremosa que se agravará con un segundo voto emitido por él dos años después. Había ocurrido que en junio de 1593 su hermano de hábito Juan de Lorenzana, adoctrinado por él mismo (cf BMC 20, 304), presentó ante la Inquisición de Madrid un memorial con una pesada censura de los libros de la Santa; y la Inquisición sometió de nuevo a la autoridad teológica de Orellana, tanto la censura de su hermano de hábito como los libros así censurados de la M. Teresa. Y esta vez Orellana, no sólo ratificó con su firma la enconada censura del delator, sino que él mismo adoptó ante el tribunal madrileño una postura teológica implacable contra los escritos de esa ‘mujercita’, Teresa de Jesús, falsa ‘profetisa’, que osa contraponer su ‘maldita experiencia’ a la ciencia de los letrados teólogos, incurriendo no sólo en errores, sino en ‘blasfemia heretical, diabólica, perniciosísima’. Orellana se abstiene de atacar a Domingo Báñez, pero no perdona a fray Luis de León por editar las obras de la M. Teresa y anotarlas alguna vez disparatadamente. Tampoco perdona a Francisco de Ribera por haber publicado la biografía de esta mujer. Conoce el hecho entonces notorio del cuerpo incorrupto de T, y el proceso de beatificación en curso, pero no duda en desacreditar el hecho primero, y en cuanto a la posible canonización de la persona de T, la cree perfectamente compatible con la urgente condena y prohibición de todos sus escritos (‘porque los lee mucha gente’), a la vez que dicta condena igual para la biografía escrita por Francisco de Ribera. Y concluye su voto exhortando a los jueces de la Suprema: ‘Y ansí no hagan caso de cuantos milagros hubiere hecho su autora’, sino que se le aplique cuanto antes el ‘anathema sit’ de san Pablo. Orellana firma su voto en el convento de ‘San Pedro Mártir de Toledo, 24 de agosto, 1593’. Ribera y fray Luis de León habían fallecido en 1591. En 1592 se había abierto en Salamanca el proceso de beatificación de la Santa, cuyo primer testigo declarante fue Domingo Báñez. Él, Juan de Orellana, fallecerá en el convento de Santa Catalina de Vera (Cáceres) en 1599. No parece que la Inquisición diera crédito ni a la denuncia de Lorenzana ni a los memoriales de Orellana. En vista de lo cual, el primero de los dos llevó su delación de los libros de la M. Teresa al tribunal del Santo Oficio de Roma. (La documentación alegada puede verse en: Enrique Llamas, Santa Teresa de Jesús y la Inquisición Española. Madrid 1972, que publica los dos votos de Orellana: el primero, pp. 434-435; el segundo, pp. 470-485. Sobre su hostilidad a los libros de la Santa, cf. BMC 20, 303-304. Acerca del postrer episodio de Lorenzana, cf. La ‘Nota histórica’, al final de la edición facsímil del autógrafo de Vida, Burgos 1999, pp. 565-566).