Nuncio papal en España en tiempo de la Santa (1572-1577). Discípulo y colaborador de san Carlos Borromeo en Milán, donde fue vicario general y llegó a presidir uno de los sínodos diocesanos (1564), cuya lectura recomendará más tarde el propio Ormaneto a J. Gracián, especialmente las constituciones ‘a proposito per il bon governo de monasterii di donne’ (MHCT 1,276). En 1554 había acompañado al cardenal J. Pole en su viaje a Inglaterra. Luego fue obispo de Padua y colaborador de san Pío V en la reforma del clero romano y de la Iglesia universal. En la nunciatura de Madrid sucedió a Juan Bautista Castagna (1565-1572), futuro efímero papa Urbano VII (sept. 1590). Llegó a Madrid el 11.8.1572. Durante cinco años desempeñó ingente actividad. A principios de 1577 alguien anunció a la Santa el próximo cese del nuncio: ‘me da harta pena si se va’, escribe ella a Madrid al P. Ambrosio Mariano. ‘Nos ha de hacer mucha falta el buen nuncio’ (cta 183,3). Pronto tiene mejores noticias: ‘Hoy me escribió el señor don Teutonio que está en Madrid- que no se iba el nuncio’ (cta 187,1). Con todo, tras una breve enfermedad Ormaneto falleció en Madrid el 18 de junio de ese mismo año 1577. La Santa escribe lacónicamente el 2 de julio: ‘sepa que murió el nuncio’ (cta 200,5). Había muerto en extrema pobreza. El rey Felipe II hubo de costear sus funerales (cf Refoma 1, 4, 22, p. 643).
Sus actividades de reformador están muy entrelazadas con la obra teresiana, con la historia del Carmen español del XVI y con la actividad de Jerónimo Gracián. Aquí nos interesan sus relaciones con la Santa. En el Libro de las Fundaciones, ella lo recuerda como el ‘nuncio santo’ (F 28,3). A la inversa, Ormaneto suele llamarla a ella ‘la buena madre Teresa’ (‘questa bona et santa madre Teresa’). Con todo, en un primer momento el nuncio no estuvo de acuerdo con los viajes de la fundadora y sus salidas de clausura: ‘a mí jamás me ha agradado el modo que según entiendo tiene la madre Teresa de andar de acá para allá fundando y visitando monasterios’ (‘a me non è mai piacciuto il modo che tiene’). Se lo escribe a Gracián para que éste lo haga llegar discretamente a la interesada. Pero cambió de parecer. Escribe ella en febrero de 1576: ‘ya me ha enviado a decir el nuncio que no deje de fundar como antes… Como le han informado, está del arte que digo’ (cta 104,2). Y unos meses después: ‘Hame enviado a decir el nuncio que le envíe traslado de las patentes con que se han fundado estas casas, y cuántas son y adónde, y cuántas monjas y de donde y la edad que tienen, y cuántas me parece serán para prioras… Dicen que lo pide para que quiere hacer la provincia [de descalzos]. Yo he miedo no quiera que reformen nuestras monjas otras partes, que se ha tratado otra vez y no nos está bien…’ (cta 172,6. No iba descaminado el barrunto de la Santa. Efectivamente, esa misma táctica quiso emplear Ormaneto utilizando a los jesuitas en la reforma de otras órdenes, pero topando con la resistencia del provincial Suárez y del general Mercuriano). Era ya enero de 1577, y a Ormaneto le quedaban pocos meses de vida. Según la misma Santa, fray Juan de la Cruz y su compañero estaban ejerciendo de confesores y asesores espirituales en la Encarnación de Avila por orden del nuncio, que ‘envió un mandamiento con excomunión para que los tornasen’ (cta 218,4; 221,6; 226,10). En todo caso, la muerte del ‘nuncio santo’ marcó un hito decisivo en la tarea de la fundadora, que hubo de interrumpir varios meses la redacción del libro de las Moradas, iniciada poco antes en Toledo; tuvo que trasladarse urgentemente a Avila para normalizar la situación jurídica del Carmelo de San José; vivió la gran zozobra de si con la muerte de Ormaneto fenecían las facultades de Gracián; y presagió el inminente cambio de política reformadora con la llegada del nuevo nuncio, que de hecho le resultó adverso. (La documentación respectiva puede verse en MHCT 1).